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Le gusta que lo maltraten

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Varonil, 1.80, blanco pálido, delgado, con un buen par de nalgas. Cabello castaño, largo y con novia. Sin embargo, en la cama le gusta que lo domine, que le diga las peores vulgaridades y lo trate como una perra sucia.

Daniel, de 22 años es un chico universitario de la capital, pero cuya familia proviene del campo.  Sus ojos claros le gustan mucho a sus compañeras de trabajo y su novia es una ex reina de belleza del pueblo de sus antepasados.  Lo conocí en una sala de chat un fin de semana de esos largos y aburridos. Me contó de sus fantasías y yo me apunté para ayudarlo a cumplirlas.

Lo primero que hice cuando nos vimos fue amarrarlo a la cama. le abrí las piernas y le puse dos almohadas debajo de las nalgas para que le sobresalieran. Luego lo agarré del pelo y se lo halaba mientras lo nalgueaba. Esos dos globos rosados se fueron poniendo rojos y se meneaban a cada golpetazo. Con sus quejidos me arrechaba cada vez más y le metí dos y luego 4 dedos. le tuve que dar un par de cachetadas en la cara para que no berreara tanto pero cada vez que le metía más dedos se quejaba y se meneaba más para que yo le abriera el culo.

Me lubriqué los 5 dedos y comencé a abrirlo más hasta que me entró el puño. Una sensación demasiado fuerte para mí. Me puse frente a él y lo puse a mamarme la pinga. Lo hacía tan bien, tan rico que me mojaba los huevos con su saliva. Luego lo puse a mamarme el ojo del culo y le agarraba la cabeza y me raspaba con su barbilla. "Perra, ¿te gusta el olor de mis huevos?  quieres más pinga?" Y el solo me pedía más.

Lo solté e hice que se arrodillara frente a mí y me lamiera los pies. Le metí los dedos de los pies en la boca. Luego lo agarré de nuevo por el pelo y lo hice gatear hasta el baño. Ahí entró en la ducha y lo puse a que se abriera las nalgas con las dos manos, arrodillado en el piso. Saqué mi pinga y comencé a mearlo apuntando hacia adentro de su culo rojo e irritado. Fue una sensación intensa, verlo tan arrecho recibiendo el chorro caliente en todo el culo que acababa de abrir.

Se volteó y abrió la boca para que me pudiera pajear encima de su cara. Cuando me vine en su boquita rosada y labios carnosos sacó la lengua y recibió mi leche justo en su puntita. Luego hice que me limpiara la pinga hasta que no me quedó ni rastro de leche. Esa fue la primera de muchas veces que le enseñé a ser obediente y a complacerme.

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