Nuevos relatos publicados: 13

Hablando con Tina

  • 7
  • 20.199
  • 9,18 (28 Val.)
  • 6

─¿Cuándo te diste cuenta que te gustaban las mujeres? ─me preguntó Tina.

Estábamos las dos sentadas en el sofá, empinando el codo con una mezcla de vino barato y coca-cola que habíamos comprado con la calderilla que reunimos entre ella y yo. Ya íbamos por el segundo calimocho.

─Surgió así, sin más ─respondí, notando los primeros síntomas producidos por el alcohol.

─Ya, pero ¿cuándo y cómo? ─insistió.

Suspiré mientras excavaba entre mis recuerdos, para complacer a Tina.

─Si alguna cosa tenía clara ─empecé─, era que casi todos los chicos que había a mi alrededor eran groseros, pendencieros, tumultuosos y mentecatos, pero nunca se me ocurrió pensar que fuera debido a mis gustos ni que en realidad no todos eran así.

Di otro trago.

─También asistía, entre atónita y aburrida, a los corrillos que formaban mis compañeras y amigas comentando, excitadas y atolondradas, sobre lo guapos que estaban algunos chicos de la clase, o lo bueno que estaba tal y cual artista o cantante.

Volví a suspirar, melancólica. Recordar aquellos tiempos no me resulta particularmente apetecible. Cuando pienso en mis primeros años de adolescencia me veo perdida y dispersa, sin encajar en ningún lugar. Hablar de ello mientras bebía no ayudaba...

─Siempre he sido un poco boba y... ─pensé en voz alta.

Callé, arrepentida al instante, pues a Tina le desagrada que me autoflagele.

─Ya estamos con lo de siempre... ─soltó ella con fastidio y con cara de enojo mientras dejaba su vaso ruidosamente encima de la mesita─. Si quieres me voy, así podrás compadecerte sin que te moleste.

Giré mi cabeza para mirarla. Lo que menos necesitaba ahora era que me dejaran sola con la desazón que se me echaba encima. Sonreí, entre ruborizada y compungida.

─No quiero que te vayas ─aseguré tímidamente─. Lo que pasa es que el alcohol me incita a decir tonterías.

─¡Ya! ─exclamó Tina─. Como si te hiciera falta el alcohol para decirte a ti misma que eres mema. Sabes que eso me molesta mucho.

Noté cómo se me humedecían los ojos.

─No me riñas, Tina, hoy no, tu no ─dije, empezando a llorar.

Exhalando un bufido, Tina se me aceró y me quitó el vaso de las manos para ponerlo encima de la mesita.

─Está claro que no sabes beber ─sentenció.

Se acurrucó a mi lado y me abrazó.

─No sé lo que voy a hacer contigo ─suspiró, empezando a acariciarme el pelo y a besarme la mejilla que daba a su lado.

─Perdóname, Tina ─supliqué con voz llorosa─, te aprecio y te necesito. No volveré a llamarme así.

Tina no respondió. Supongo que no se creyó lo que dije.

Estuvimos así un buen rato. Me sentí muy cómoda siendo mimada por Tina, hasta que volví a recordar de lo que estábamos hablando. Me dispuse a continuar para que nos olvidáramos de mi tontería.

─Yo sólo quería ser una chica del montón ─reanudé, sorbiéndome la nariz─. Si a esa edad me hubieran hecho describir cómo me imaginaba mi futuro, hubiera dicho que estudiaría, que me pondría a trabajar, que conocería a un chico, me casaría con él y tendríamos hijos. Todo esto hasta que un día, cuando estaba en el último año del instituto, me enamoré perdidamente.

Me incorporé ligeramente para poder alargar mi brazo y agarrar nuevamente el vaso de vino y coca cola, pero Tina me lo impidió.

─Ya te has faltado bastante el respeto ─dictaminó─. No quiero que bebas más.

Dejándome gobernar por Tina, pero juntando mis labios en un mohín de desilusión, como cuando a una niña le niegan un caramelo, volví a enlazarme nuevamente a sus brazos. Olí su mejilla y sentí deseos de besarla. Ahora me tocaba a mí hacerle mimitos.

─Ella se llamaba Sara. Bueno, se llama ─continué, entre beso y beso en la cara de Tina─. A veces todavía la veo por la calle, tirando de un cochecito de bebé. Supongo que se habrá casado y tiene hijos.

─¿Cómo te sientes cuando la ves?

─No me siento de ninguna manera ─dije, encogiéndome de hombros─. Aquello pasó.

─No me creo nada ─negó Tina, moviendo su cara para recibir los besos donde ella quería.

─¿De qué serviría sentir algo? Sara es hetero. No vale la pena calentarse la cabeza por ello y, repito, eso fue hace mucho tiempo.

─Lo que tú digas, Chiquita ─concedió Tina, para dejar de discutir─. Continúa explicándome tu primer enamoramiento.

─Lo gracioso del caso es que Sara siempre había estado ahí. Era una compañera desde el primer año de instituto, aunque ella y yo nunca habíamos hablado demasiado. Pero de repente me fijé en ella. No puedo explicarme qué había cambiado. Sencillamente, no pude dejar de mirarla ni dejar de pensar en ella, y si se me acercaba me ponía nerviosa y colorada.

Iba a continuar diciendo que sólo una tonta como yo se hubiera negado a reconocer, ya desde aquél momento, que era una lesbiana, pero cerré mi bocaza a tiempo. No quería que Tina volviera a enfadarse.

─¿Y, en cuando te diste cuenta que te gustaba, no se lo dijiste?

─¿Estás loca? ¿Desde cuándo se confiesa el primer amor?

Se rio con ganas.

─Yo lo hice ─aseguró.

─Tu no le temes a nada.

─Tengo tanto miedo como tú, pero lo que se teme es lo que debe hacerse, solo así se superan los miedos.

─¿De veras no me dejas beber más? ─pregunté, mirando mi vaso con apetito.

─No. Continúa explicándome. ¿Qué pasó luego?

─Pues nada. Empecé a incluirla en mis fantasías sexuales mientras me hacía un dedito. Eso sucedió sistemáticamente cada vez que me masturbaba, hasta que un día, de repente, me di cuenta de que no sólo estaba pensando en Sara, sino que siempre que lo hacía había pensado en mujeres. Recuerdo que fue como una revelación y me acaloré. ¿Por qué pensaba en mujeres cuando me masturbaba? ¿No era eso más propio de una lesbiana? No me atreví a sacar la conclusión evidente y aparté de mi mente esa cuestión, aunque creo que ya en mi interior me supe lesbiana, pero sin reconocerlo.

─Pobrecita mi Chiquita ─susurró Tina, acariciándome─, cuán confundida debiste estar.

─¡Imagínatelo! ─admití─. Aunque supongo que todas hemos pasado por ahí.

─Cada una tiene su caso, pero suele confundir un poco, sí.

Suspiré, abrazándome con más fuerza a Tina. ¡Qué suerte tuve al conocerla! Como soy muy melancólica y ensimismada, siempre me ha costado conocer a gente nueva.

Me la había presentado, junto con sus otras amigas, mi actual compañera de piso, Alex. Todas ellas forman un grupo de colegas íntimas que son lesbianas. Alex me había introducido en ese grupo al verme un poco sola y todas ellas fueron lo suficientemente amables como para adoptarme. Lo cierto es que me había beneficiado mucho, pues me llevaban con ellas cuando iban de copas o a bailar a locales de ambiente y allí me sentí a gusto y que por fin encajaba en algún lugar.

Un poco antes de relacionarnos, Tina había roto con una novia que tenía. Fue como si intuyéramos que ambas necesitábamos de cariño y compañía, pues nos caímos bien al instante y nos hicimos amigas íntimas en poco tiempo. A veces pienso que era como si, de alguna manera, ya nos conociéramos. La verdad es que jamás había congeniado tan bien con nadie como lo hacía con Tina. La apreciaba y la quería mucho. Era perspicaz, buena e irónica, además de tener mucha paciencia con mis inseguridades.

Yo deseaba con mucho afán que nos convirtiéramos en pareja, y creo que ella también, pero mi amiga todavía estaba recomponiendo los pedacitos de su roto corazón y había que darle tiempo. Pero no me importaba, estaba decidida a darle todo el tiempo que necesitara y a ayudarla, pues quería hallarme a su lado cuando Tina, finalmente, estuviera lista para volver a amar...

(9,18)