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Perdí mi vergüenza en Búzios (2) Final

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Esa noche inolvidable merece ser contada aparte.

Después de haber sido un instrumento para el placer de Tarlis durante todo el lapso de mis vacaciones, me sentía esclava de él, gustosa de someterme a su dominación. Todos los deseos sexuales de Tarlis, todas las ideas que se le ocurrieron en nuestros encuentros fogosos y furtivos contaron con mi sumisa y obediente aprobación. Nunca había experimentado esa sensación, la de ser un objeto de placer de otra persona. Y la acepté gustosamente.

Todo mi cuerpo temblaba de placer esperando cualquier propuesta, cualquier sugerencia para transmitirle febril, fogosa y pasional mi absoluta aprobación en forma contundente.

Es así como lo hicimos en todos los lugares posibles y de todas las maneras posibles. En esos días la palabra “no” no formó parte de mi diccionario y me convertí en la comidilla de todas las conversaciones en el hotel. Descuento que Tarlis comentó a sus compañeros todas y cada una de las “locuras” que se le ocurrieron y que contaron con la inmediata y ferviente aprobación de su “putinha”… tal como me llamaba.

Y llego la última noche. Por la mañana de ese día después de uno de nuestros encuentros, y cuando ya había recibido y cumplido con sumo gusto la consabida orden de “limpa-lo”, mientras se vestía Tarlis, me impartió una orden que no entendí. Insistentemente me exigía que le muestre “saia de cadela”. Después de tratar de que se explique mejor, entendí que lo que quería que le muestre era una pollera para puta (¡gracias traductor del Google!!). Había llevado tres polleras, una de ellas era muy corta, cortísima y con bastante vuelo por si se prestaba la situación para salir a bailar. Eligió esa, sin dudarlo. Y me dijo que esa noche, mi última noche en Búzios, debería ir vestida con esa pollera, una camisa y ojotas a encontrarme con él. Sin ropa interior, ni arriba ni abajo. El punto de reunión fue una esquina a dos cuadras del hotel.

Yo ya había superado todos los obstáculos, no sentía ninguna vergüenza… como quedó dicho, el hecho de estar en un país ajeno es ideal a esos efectos… no era nadie, nadie me conocía, mañana ya no iba a estar… ¿qué vergüenza puede sentir alguien sin historia???

Me vestí, de acuerdo a las instrucciones dadas por el dueño absoluto de mi voluntad, dispuesta a seguir siendo para él, una herramienta para su mayor placer.

Cuando nos encontramos a la medianoche, nos dimos un beso profundo, húmedo y feroz. Las manos de Tarlis durante ese beso, palparon mi cuerpo, verificaron impúdicamente mi obediencia y la absoluta falta de ropa interior sobre mi cuerpo. Nos pusimos a caminar con el apuro que nos suele dar la pasión. Llegado a un punto, a un solitario cruce de calles, Tarlis saca de su bolsillo una venda oscura y dos trozos de algodón. Me comunica que me va a vendar los ojos, con el sereno convencimiento del que sabe que no va a encontrar ninguna oposición. Me ató la venda fuertemente, y entre la venda y mis oídos colocó los dos algodones, privándome en forma absoluta de la vista y del oído. Y es así, con la privación de esos sentidos, como mi cuerpo se transformó en un volcán de sensaciones amplificadas dentro de mí.

Entre esa sensación inédita y las ganas de tener la pija de Tarlis dentro de mí, entré en una vorágine de placer que me flexionaba las piernas, haciéndome difícil caminar.

Tarlis entretanto, comenzó a acariciar mi cara, y luego aumentó mi confusión y mi borrachera de pasión cuando siento que me está desabrochando la camisa. Totalmente entregada, lo dejo actuar sin saber por dónde estoy siendo conducida. No me hubiera importado estar siendo observada por otras personas si es que ese era el deseo de mi dueño. Si su placer pasaba por ahí lo hubiera aceptado, sin la más mínima objeción. Seguía desabrochando botones y sus manos se repartían entre amasar mis tetas desenfrenadamente y levantarme la pollera sin ningún disimulo, para recorrer de punta a punta toda mi geografía. Sus dedos indiscretos volaban sobre mi piel, elevando mi temperatura a lo indecible… Me quita la camisa y con su boca chupa mis tetas desesperadamente mientras seguimos en nuestra caminata. No cuestiono ni pregunto dónde estamos, de tan entregada que estoy a su dominio. Me quita la pollera y sus manos y su boca son un torbellino sobre mi cuerpo confundido. Es ahí cuando caigo de rodillas y situado detrás de mí, me quita las ventas y los algodones.

Desnuda frente al mar, con Tarlis abrazándome desde atrás, habiendo recobrado mis sentidos y sintiendo en mi culo la potencia de Tarlis, es que lo dejo actuar y me penetra, al principio tímidamente y luego, cuando nuestros cuerpos empezaron a ejecutar ese maravilloso entendimiento del sexo, lo fue haciendo más frenética y profundamente hasta que el hecho de sentir una tibia catarata dentro mío me provocó una oleada de placer que parecía interminable.

Bañarnos en el mar desnudos pareciendo uno de tan abrazados, y seguir teniendo sexo de todas las formas posibles, hasta desfallecer, fue la síntesis de esa noche, cuyo fin nos sorprendió sin ropas, empapados de nuestros fluidos, fundidos en uno y escandalizando a un par de corredores tempraneros, que no podían dar crédito a sus ojos. Y sentí un enorme placer en ser observada al lado del que fue mi macho en esos días. Si quedaba espacio para sentir vergüenza, eso no fue posible... la había perdido toda ahí... en Búzios.

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