Nuevos relatos publicados: 13

Viaje de placer en el Caribe (CAP. VI)

  • 7
  • 30.184
  • 9,21 (19 Val.)
  • 0

Fui a recibir a mi marido al aeropuerto, lo saludé cariñosa pensando en su cornamenta inmerecida, aunque no me sentía nada culpable. Suponía que no tardaría en que alguno de los que me habían follado le contaría la clase de puta que era y así ocurrió. Uno de sus clientes de avanzada edad, con el que había practicado aberraciones sexuales, sin saber que era su mujer, le comentó lo caliente y chingona que era la nueva compañera de D Mario, detallando como me había sometido sexualmente y animándole me probara.

Cuando en la noche nos acostamos empezó a follarme con rabia, me extrañó su comportamiento, no era propio de él, pero me gustaba como me lo hacía. Mientras me la metía con fuerza, empezó a preguntarme si así me follaban mis amantes, quería conocer si me gustaban cada una de las desviaciones sexuales que su cliente me había practicado, entonces supe estaba enterado de todo y le contestaba con naturalidad que sí, que me habían dado mucho placer y que me gustaba también como él me follaba.

"Dame tu culo, puta, te lo voy a destrozar"

 "Si amor, destrózamelo, dame duro, aaaag si rico sigue cabrón"

"Joder zorra que ojete más grande te han abierto, cuántas vergas te han metido en estos dos meses"

"Muchas, amor y todas sabrosas y gruesas, algunas morenas. Quiero que tu también lo disfrutes"

Se había obsesionado con saber cómo me follaban, que posturas me pedían, las desviaciones que practicaba y sobre todo si me hacían disfrutar más que él. Empezaban a ser insoportables las preguntas y su necesidad de conocer mis secretos sexuales más íntimos. Le planteé la necesidad de que asumiera su condición de cornudo de forma natural, sería la única forma de seguir con él y además podría disfrutar admitiendo que su mujer gozaba más con otras vergas más grandes y gruesas. Después de mi nueva forma de entender el erotismo y mi sexualidad, gracias a D Mario, ya no renunciaría a tener sexo cuando surgiera algo diferente que descubrir. Para empezar a enseñarle a ser cornudo, las pocas noches que aún quedaban hasta mi regreso a España, las pasaría en la cama con Mario, así sería consciente que prefería acostarme con un anciano que me proporcionaba un placer distinto, más íntimo y profundo, mientras él dormía en la habitación contigua escuchando mis gemidos y gritos de placer.

Mario me proporcionaba sensaciones, sosiego, orgasmos impensables. Con él había sentido vibraciones hasta entonces desconocidas y orgasmos incontrolados que me llevaban a perder el sentido. Soy clitoriana, con una pipa algo grandecita que me proporciona especial placer. Mario sabía dármelo con su experiencia, encontrando mi punto G con su lengua maravillosa. Me hacía estremecer, vibrar, sacarme orgasmos seguidos hasta la inconsciencia. Le correspondía acariciando su verga flácida y mamándola poniendo mi experiencia en conseguir aumentara su tamaño de forma considerable hasta ponerla morcillona. En ese estado, con mi panocha bien mojada y dilatada después de varios orgasmos, conseguía meterla en mi vagina y montada encima, con movimientos sensuales y cadenciosos, llegaba a nuevos orgasmos y notar como fluían las gotitas de semen tras la eyaculación imperfecta de la verga de Mario.

El hecho de preferir la cama de un anciano, al que me entregaba en la noche a sus caprichos y deseos sexuales, era suficiente humillación para mi marido. El siguiente paso para que asumiera sus cuernos, era coquetear con otros hombres en su presencia, me mostraba coqueta con ellos, seductora, sexi y les permitía confianzas impropias de una casada, dejándome acariciar y tocar. Eso les excitaba mientras mi marido tenía que observar en silencio con cara de disgusto. Solo quedaba, para su adaptación a cornudo consentido, me viera coger con otros hombres. Eso no tardaría en ocurrir.

Mario había anunciado preparaba una fiesta para mi despedida. Eran famosas sus fiestas que siempre terminaban en orgías, los más recatados y de costumbres más rancias, solían permanecer solo el tiempo preciso para corresponder a la invitación del anfitrión, despidiéndose antes de la media noche, pero la mayoría se quedaban disfrutando de la fiesta que duraba hasta el amanecer. Se había montado una gran carpa donde se serviría comida y bebida abundante durante toda la noche y la música amenizaría la fiesta hasta que el cuerpo del mas trasnochador aguantara. En el jardín se habían instalado una especie de canapés gigantes con colchones con capacidad al menos para tres parejas en cada uno, donde poder practicar intercambios y juegos sexuales. Estaban distribuidos de forma adecuada para que las parejas refocilaran a sus anchas y ser contempladas por los curiosos asistentes a la fiesta.

Los invitados fueron llegando, no era fiesta de gala, así que, aunque elegantemente vestidos iban con ropas cómodas y las mujeres sexis y atrevidas. Conocía a bastantes de los asistentes de otros eventos y fiestas de sociedad. Llegaron algunas damas conocidas, que se tenía por señoras decentes y siempre me había mirado con desprecio, eran las que me conocían como la "puta de D Mario". Todas ellas iban provocativas, lo que hacía entender venían con intención de probar vergas desconocidas que les dieran más placer que las de sus maridos. Algunos de estos habían compartido mi cama y me saludaron atentos y cariñosos contrariando a sus zorras esposas.

Avanzada la noche había tomado bastante alcohol y bailado con numerosos hombres que me habían tocado y rozado con sus vergas paradas aprovechando el ritmo de la música. Mi marido andaba con una damisela, que conocedora de que me había acostado con su marido, quería vengarse chingando con el mío. Los vi besarse y meterse mano y finalmente vi como la zorra se la sacaba para mamársela. Lo llevó hasta una de las camas donde chingaban dos parejas y poniéndose en cuatro hizo que mi marido se la clavara mientras mamaba la polla de otro tío que le comía el coño a una guarrilla que tenía sentada en su boca. Viendo la escena, arrastré al hombre que bailaba conmigo, hasta otra cama cerca. Me tumbé boca arriba y le pedí me follara, me quitó el tanga que guardó de recuerdo en su bolsillo y me la clavó de un golpe. Subí mis piernas sobre sus hombres y me dejé follar sintiendo su pollón entrar hasta el útero. Me entregué a gozar gimiendo y gritando, mirando a mi marido que andana embistiendo a la zorra casada. Le miré provocativa, insultante, disfrutando de que me viera gozar con otro hombre. El que me follaba se corrió y pronto otra verga dura reemplazo la del macho que me follaba por otra. Era un joven que me puso en cuatro haciéndome comer la panocha de una madura a la que un moreno le follaba la boca. Me siguieron cogiendo más hombres de forma diferente ante la mirada de mi marido, hasta que D Mario, avanzada la noche, me llevó a su cama chorreando semen. Solos en el dormitorio me hizo `prometer regresaría pronto para vivir con él.

La fiesta siguió hasta el amanecer, sería mi última noche en República Dominicana. Mi marido había entrado en la categoría de cornudo consentido para siempre.

(9,21)