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Cuando los ancianos quieren comer

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Lo cierto es, que durante toda mi vida siempre supe que era una mujer sexualmente activa, debo reconocer que lo que voy a relatar a continuación fue quizás la experiencia más inusitada de mi vida, y que espero haya sido del disfrute de quienes participaron en el mismo.

De mi puedo decir que soy una mujer de 50 años de edad, profesional y con dos hijos preciosos, que ha sabido disfrutar su vida al máximo, especialmente en el área sexual.

Me casé bastante joven, a los 22, con un hombre mucho mayor, tuve a mi primer hijo joven dos años después y también enviudé bastante joven (a los 30 años), dedicándome por entero a mi hijo, a mi profesión, y junto a eso, a vivir aventuras. Y precisamente de aventuras es este relato.

Cuando tenía unos 37 años, una gran amiga, bailarina erótica ella, me hizo una propuesta de negocios que no pude rechazar: acompañarla en algunos bailes que hacía para entretener a gente mucho más mayor que nosotros. Era una oportunidad para divertirnos y ganar algo de dinero extra, porque en aquel entonces mis ganancias como abogada, si bien eran suficientes para ayudarnos a mi hijo y a mí en todo lo que necesitábamos, no era suficiente como para ayudar a pagar el local donde alquilaba mi bufete (posteriormente logré mudarlo a un sitio mucho mejor), y por demás, veía más la parte de la diversión que la del dinero. El trabajo era por demás sencillo: íbamos a algunos asilos en el interior del país, sobornábamos a los guardias y algunos directivos para que nos dejaran entrar, y bailábamos en presencia de una serie de hombres de entre 65 y casi 80 años, que se excitaban, alegraban, sus hijos brillaban y hasta hacían el esfuerzo por aullar por nuestros movimientos y por cada vez que nos sacábamos el bikini. Ahí me di cuenta de que el deseo sexual no disminuye con la edad, sino que aumenta, o por lo menos en los ancianos que vi. Algunos de ellos hasta sacaban algo de dinero para que dejaran siquiera tocar un muslo o los senos, pero no llegaban a más porque se cansaban y encima, solían llevarlos a dormir. Recibíamos mucho dinero de ellos y con ese dinero nos dábamos algunos pequeños lujos, y por eso, decidí invitar a mi amiga a irse a vivir conmigo y mi hijo, pues cuando ella no trabajaba, se quedaba en casa y lo atendía, al punto que él todavía se refiere a ella como su “tía favorita”.

Pero, en fin, nos mantuvimos haciendo esa labor durante aproximadamente 2 años, hasta que una noche, contando yo 39 años, nos sucedió la experiencia más excitante y salvaje de nuestras vidas.

Mi amiga y yo habíamos ido a un asilo de ancianos donde solo había hombres, unos 70 ancianos en total, y comenzamos a bailar como siempre. Parece que los ancianos no aguantaron las ganas, por la razón que fuere, y en medio del acto, nos agarraron por los pies y nos arrastraron hacia ellos. Me separaron de mi amiga y solo pude ver y sentir a los viejitos quitándome el bikini, desnudándose y agarrando mis muslos y cadera para penetrarme. Si bien a algunos les costó poder mantener sus penes erectos, y tomaban Viagra, a otros se les hacía menos difícil, penetrándome totalmente y eyaculándome adentro a chorros. Solo podía sorprenderme de la cantidad de esperma que me eyaculaban por todos lados, y a esas edades más. Me hicieron de todo: sexo oral, anal y vaginal. Me metían los miembros en la boca y yo tragaba, pero los viejitos se corrían más en mi vagina y en mi trasero. Pasaron toda la noche cogiéndome y llenándome de semen.

Cuando terminaron con nosotras, estábamos hechas un desastre, sudadas y llenas de semen por todos lados. Aun así, fue la experiencia más salvaje y a la vez gratificante de todas. Nos fuimos con nuestra buena ración de leche dentro de nosotras.

Con el correr de los meses me fui enterando que algunos de esos viejos fallecieron después de aquel evento, aunque según me decían lo hacían sonriendo. De mi lado, puedo decir que me llevé la mejor parte. Producto de esa noche salvaje, salí embarazada, y hoy disfruto de mi segunda hija, que hoy tiene 10 años de edad, siendo ella una niña sana y fuerte. Cuando la veo, solo puedo pensar que esos ancianitos solo quisieron dejar algo de ellos en este mundo antes de partir, y en cierta medida, fui el medio para que ellos lo consiguieran. Hoy puedo decir, con orgullo, que mi hermosa hija les permitió disfrutar de un mejor futuro, quizás antes de partir.

Gracias por leer este relato, y recuerden: el sexo no termina con la edad, sino que la trasciende.

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