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El síndrome del oso panda (10)

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Nota de los autores

Diversas circunstancias personales nos han impedido dedicarnos a este hobby, por lo que no hemos vuelto a publicar nada desde noviembre pasado.

Volvemos hoy con los dos últimos capítulos del primer libro.

El segundo está ya en la cocina. En él se relata cómo fueron las vacaciones en la casa de Sandra y Jorge.

*****

21
¡Vaya que si me “solté”! (Vero)

El día anterior había sobrado sitio, pero hoy estábamos un poco justos: tres a cada lado, con Juani ocupando una cabecera de la mesa, y Dany la otra.

Yo estaba literalmente empotrada, en el banco corrido, entre Jorge y Carmelo. Frente a mí estaba Javi, mi amante de la mañana, entre Sandra y su pareja, aunque ellos, sentados en sillas, no estaban tan apretados como nosotros.

No podían evitarlo, (supongo que tampoco lo intentaban mucho): los roces de los brazos masculinos en mi costado y en mis pechos eran continuos, y mis pezones se mantuvieron de punta todo el tiempo. Eso sin contar con que mis caderas y nalgas estaban permanentemente en contacto con las de los dos hombres. (Ni que decir tiene, todos estábamos desnudos, como era regla en aquella casa)

Tal y como habían anticipado Jorge y Sandra, las otras dos parejas parecían encontrarse en su salsa, y las bromas y risas fueron la tónica general durante toda la comida.

Y, al contrario de lo que había sucedido el día anterior, yo me encontraba muy bien. Nada de miradas avergonzadas hacia Dany, nada de rubores ni melindres: Javi me había echado un polvo, lo había disfrutado, y solo el recuerdo del final, con mi cuerpo pegado al de Dany mientras era follada por otro, me producía una ligera inquietud.

★★★

Terminada la comida, Sandra llamó la atención de todos:

—Por una vez, vamos a actuar como mujeres-objeto. A ver, las chicas que me acompañen a preparar el café.

Una vez en la cocina, Sandra nos hizo señas con un dedo para que nos acercáramos.

—Ha sido un pretexto para hablar sin la presencia de los chicos. Veréis, se me ha ocurrido… —Me dirigió una mirada cargada de intención.

Hizo una pausa, mientras las demás la mirábamos intrigadas.

—Vero y Dany tienen una fantasía: montárselo con varias personas a la vez. Quiero decir, Vero con varios tíos, y Dany con sus mujeres. ¿Qué os parece?

Se me encogió el vientre de aprensión. Una cosa era follar con otro hombre distinto de mi marido. Pero ¿con varios a la vez? Joder, eso me parecía muy fuerte.

—¡Sí, siiiii! —gritaron Carla y Juani, palmoteando.

—No, joder. Me da mucha cosa —protesté—. Además…

—A ver, cielo, ¿no era esa vuestra fantasía? —preguntó Sandra.

—Bueno, sí, pero… —dije con un hilo de voz.

—Pero es que nada —me cortó Sandra, pellizcándome un pezón—. Como esto es una democracia, se vota. A ver, las que quieran hacerlo, que levanten la mano.

Después de comprobar que la única mano que no estaba en alto era la mía, la levanté renuentemente. Aunque continuaba sintiendo reparos ante la idea.

«¿Cómo se lo tomará Dany? —pensé con aprensión—. Bueno, en unos momentos iba a saberlo».

★★★

Las chicas llevamos a la mesa una jarra de café y los pasteles que, dada la cantidad de cosas que había en ella, dejé ante mi marido, en una porción más o menos despejada, por lo que hubo que pasar la bandeja de mano en mano para que todos se sirvieran. Al final, los dulces volvieron de nuevo ante Dany.

Para entonces, ya tenía la mano de Carmelo decididamente posada casi en mi ingle. Y no había ido más allá —presumo— porque tenía las piernas cruzadas.

Percibí en Juani una mirada especulativa dirigida a mi marido. Se puso en pie, y se fue hacia él.

—Es que me apetece uno de nata —le explicó, mientras se inclinaba hacia la bandeja.

No llegaba bien, de manera que se abrió paso entre las piernas de Dany, y volvió a doblarse por la cintura, con el trasero a centímetros de su rostro.

«¡Joder! Esta ya ha decidido quién será la primera con Dany —pensé».

—¿Te importa? —preguntó mientras se sentaba sobre los muslos de él—. Es que en mi sitio está comenzando a dar el sol.

Todos estaban pendientes de ella. Miré disimuladamente: Jorge tenía una buena erección. No quise mirar al dueño de la mano que, a la chita callando, trataba de abrirse paso entre mis muslos. Descrucé las piernas.

«Si va a ser, sea —pensé—. No voy a ser la única que se haga la estrecha».

La mano comenzó a masajearme la vulva, con la palma abierta. Miré hacia Dany. Juani, mientras se comía su pastel, estaba deslizando el trasero adelante y atrás sobre el pene de mi marido, que cubrió con las dos manos sus grandes pechos.

«¿Me atrevo? —me pregunté—. No, joder, me da cosa. Sí. Me atrevo».

Me atreví.

Cogí con cada mano el pene de uno de los hombres, y comencé a deslizarlas arriba y abajo. Ahora había manos en mis pechos, en mi “cuquita”, manos que recorrían todo mi cuerpo. La boca de Jorge se cerró sobre el pezón de su lado, y comenzó a succionar.

Juani se había puesto en pie, y tiraba de la mano de Dany.

—Ven, vamos a la piscina –susurró.

Él me dirigió una mirada, que se tornó inexpresiva cuando vio el “tratamiento” al que estaba siendo sometida por los dos hombres. Se encogió de hombros y siguió a Juani hacia el interior de la casa. Carla se fue tras ellos.

Los hombres no sabían nada de nuestro acuerdo, de manera que Jorge intentó seguirles, pero Sandra se lo impidió. Cuchichearon unos instantes, y al fin, él volvió a la mesa, mientras que ella iba en pos de las otras.

—Parece que las chicas han decidido darse la fiesta con Dany… las tres a la vez —informó a los demás—. De manera que a los varones nos toca hacer lo mismo con su mujer.

Bueno, yo casi lo tenía asumido, pero oírlo decir en alta voz… de nuevo sentí un estremecimiento de aprensión.

«¿Qué voy a hacer con tres tíos al mismo tiempo»? —dudé.

—Vosotros, ayudadme a despejar la mesa —pidió Jorge a los otros dos.

Sentada en el lugar que había ocupado durante la comida, asistí a las idas y venidas de los chicos transportando a la cocina platos, fuentes y vasos. Los tres lucían una erección de campeonato.

Me estremecí. Y me invadió el deseo de ver qué hacía mi marido con las otras tres. Me dirigí a la puerta de cristal que comunicaba con la piscina, y eché un vistazo: Dany estaba tumbado sobre las colchonetas. Juani, en cuclillas sobre la cabeza de Dany, se amasaba sus grandes pechos, mientras él lamía concienzudamente su sexo. Sandra y Carla, arrodilladas a los dos lados de él, se pasaban de una a otra boca el pene de mi marido.

—¡Eh, cielo! —dijo Jorge detrás de mí, mientras acoplaba su cuerpo desnudo al mío—. Estamos impacientes.

Me enlazó por la cintura, conduciéndome hacia el tejadillo anexo a la cocina.

Alguien (seguramente Jorge) había colocado una colchoneta y un almohadón sobre la mesa. Javi y Carmelo habían retirado las sillas, y se masturbaban despacio.

Me mojé toda.

—Ven, sube a la mesa —Jorge tiró de mi mano hacia arriba.

Utilizando el banco corrido como escalón, obedecí su indicación. A pesar del calor, temblaba como azogada. Me quedé en pie, consciente de las miradas de los tres hombres, prendidas en mi sexo. Seis manos me obligaron a girar en redondo varias veces, de modo que todos ellos pudieran contemplar la totalidad de mi cuerpo.

—Túmbate, cariño —me pidió Javi suavemente.

Hice lo que me decía. Ninguno de ellos me tocó durante unos segundos. Se limitaban a mirarme con ojos como brasas.

Y la Vero que había sido antes de la sesión fotográfica de Germán, me decía que aquello no estaba bien; pero la Vero que era ahora se estremecía de deseo, abierta de piernas sobre la mesa, ofrecida a la lujuria que percibía en los tres pares de ojos que me contemplaban, y enervada por el hecho de estar mostrando hasta lo más recóndito de mi cuerpo a los tres hombres. Esta Vero en la que me había convertido, no sentía el más leve rastro de pudor ante el escrutinio de que era objeto; antes, al contrario, porque uno de mis descubrimientos del día anterior era que me gustaba mostrarme desnuda, y percibir el brillo en los ojos masculinos que me devoraban con la mirada.

En mis sueños húmedos, un hombre me follaba mientras otros se masturbaban a unos pasos de distancia, esperando su turno.

Nada que ver.

Cuando al fin salieron de su inmovilidad, Javi se sentó en una silla con la cabeza entre mis piernas, y sentí su boca sobre mi sexo. Carmelo, más práctico, se ubicó a mi derecha y me ofreció el pene erecto, mientras su mano masajeaba uno de mis pezones, inflamados hasta casi el dolor. De manera que, con la cabeza vuelta no le veía, pero los dedos que amasaban mi seno izquierdo debían ser los de Jorge.

Tomé con una mano el falo que se me ofrecía, y le contemplé: circuncidado, con el glande oscuro totalmente al descubierto, largo, pero menos grueso que el de mi Dany (¿qué estaría haciendo mi marido mientras?) y con una ligera curvatura hacia arriba, con las venas inflamadas por el flujo de sangre que mantenía su erección. Me le metí en la boca sin dudarlo.

El “trabajo” de Javi en mi sexo comenzaba a dar sus frutos: sentía una lengua experta estimulando mi clítoris, y sabía —Dany me tomó una fotografía con su móvil después de un polvo salvaje— que estaría casi un centímetro fuera de su capuchón. Y sentí los primeros estremecimientos de placer. Sabía que no tardaría en correrme.

Busqué a tientas el pene de Jorge. Mi mano se cerró en torno a sus testículos turgentes, y la deslicé hacia arriba hasta alojar su erección en ella.

Había soñado con algo así, pero, aunque esos sueños me habían producido un orgasmo, no tenía ni idea de lo que se experimentaría entregándome a tres hombres al mismo tiempo.

«Así que es esto lo que se siente» —pensé.

Me invadió una exaltación sin límites. El falo de Carmelo entraba y salía de mis labios, y el roce contra mi lengua representaba una parte importante de la excitación que me consumía. La boca de Javi en mi vulva me estaba llevando al borde del orgasmo. Y los manoseos de Jorge, estimulando mis pezones, redondeaban las sensaciones que me estaban llevando poco a poco a la meseta del placer.

Javi tomó el capuchón de mi clítoris entre dos dedos, y los deslizó como amasándole.

—Mirad, ¿habéis visto algo así alguna vez? —llamó la atención de los otros dos hombres.

Las miradas de los tres fueron como una presencia casi física en mi sexo. Y Javi continuaba presionando suavemente la parte más sensible de mi cuerpo, y el pene de Carmelo llenaba mi cavidad bucal, y Jorge se metió en la boca una gran porción de mi pecho izquierdo, y su lengua propinó suaves golpecitos a mi pezón erecto…

Decir que me corrí solo da una pálida idea de lo que me sucedió. Las convulsiones se sucedían, cada vez más profundas, en un crescendo que parecía que no iba a tener fin. Sin duda, aquel era el orgasmo más intenso que había experimentado en mi vida.

Abrí los ojos, y sonreí.

«Y esto es solo el principio» —me dije. Ninguno de los tres se había “estrenado”, con lo que cabía suponer que aún me quedaban nuevas experiencias por vivir.

Me senté en la mesa. Vi que Jorge desaparecía en el interior de la casa; Javi se masturbaba suavemente a mi lado.

—Ven. —Carmelo me tomó de las dos manos, y tiró de ellas. Bajé de la mesa.

Cogiéndome por los hombros me hizo dar la vuelta. Quedé ante él dándole la espalda. Presionó levemente mi cabeza, lo que me dejó doblada por la cintura, con los pechos apoyados en el tablero.

—Separa bien las piernas —pidió.

Con un estremecimiento de anticipación, lo hice. Noté su glande inflamado en contacto con mi vulva, que abrió con dos dedos, e inmediatamente, su pene se abrió paso en mi lubricado interior. Me envaré toda.

Sus manos se aferraron a mis caderas, y comenzó a penetrarme y retirarse despacio. El suave roce de su curvada erección en mi sensibilizada vagina me estaba conduciendo derechita a otro orgasmo.

Una de sus manos descendió hasta mi sexo, y el dedo pulgar ensalivado (¿o quizá empapado en mi flujo?) comenzó a masajearme el clítoris.

Vi a Jorge salir de la casa. Traía algo en las manos…

—Carmelo, más vale que los tres nos pongamos esto. —Entregó preservativos a los otros dos hombres, aunque él no se lo puso. Noté que el aludido se retiraba de mi interior.

—No quieras ver lo que pasa ahí dentro —se dirigía a mí con una sonrisa lobuna—. Las tres fieras se están comiendo literalmente a Dany… —Se rio.

De repente, el falo de Carmelo me penetró nuevamente, de un solo empujón. Me tensé. Las suaves penetraciones de hacía unos instantes se convirtieron en ansiosas y urgentes.

Jorge se sentó sobre la mesa, y me incorporé ligeramente para permitirle que se ubicara delante de mí. Aferré su pene sin pensarlo, y me lo introduje en la boca. Un poco más allá, a mi derecha, Javi se masturbaba despacito.

Carmelo seguía embistiéndome desde atrás, aunque había disminuido el ritmo. Estaba de nuevo cercana a un nuevo orgasmo, pero aun sin sus convulsiones, experimentaba un gozo sin límites, una exaltación totalmente fuera de mi experiencia.

Su pene abandonó mi vagina, pero solo para ser sustituido por otro. Javi. Carmelo se colocó a mi derecha, con su miembro curvo al alcance de mi mano. Le tomé y comencé a subir y bajar la mano sobre él.

Javi extrajo su pene de mi interior, y frotó el glande sobre mi vulva, arriba y abajo, arriba y abajo… Luego me penetró nuevamente.

Jorge, con la cabeza echada hacia atrás, presentaba en su rostro un rictus de indudable placer.

«Es el único que no lleva preservativo —pensé—. ¿Irá a eyacular dentro de mi boca?».

No me agradaba especialmente; a Dany se le había “escapado” alguna vez, aunque normalmente yo preveía el momento en que estaba a punto de hacerlo, y me retiraba. Pero no era cosa de hacerme la escrupulosa.

Y Javi continuaba con sus lentas penetraciones. No le veía, pero debía estar moviendo las caderas en círculo, porque su pene estimulaba distintas partes de mi vagina en cada penetración.

Jorge estaba a punto, lo noté. Pero no me dio opción a retirar mi boca, fue él quien me hurtó su pene, y se bajó de la mesa.

Javi se apartó, dejándome vacía… pero por poco tiempo. Sin dejar de masturbar a Carmelo, vi que él también se estaba colocando un preservativo.

Sentí una sensación de frescor en el ano, y volví la cabeza, sin abandonar mi posición: Jorge.

—Oye, ¿qué vas a hacer? —pregunté con voz entrecortada.

—Relájate y disfruta —respondió con una sonrisa de sátiro.

Inmediatamente, noté algo duro apoyado sobre mi “puerta trasera”. Más duro que un miembro masculino.

—Jorge, no… Yo nunca… Por ahí no —protesté.

—Ssshhh, no te va a doler nada. Y vas a descubrir sensaciones nuevas —me mostró un dildo delgado, de aspecto metálico, embadurnado de lo que quiera que me hubiera untado en el ano.

Temblando, decidí permitírselo.

Le apoyó de nuevo en la entrada, pero esta vez presionó suavemente, introduciéndole apenas. Noté cómo me distendía el esfínter, pero no progresó.

Sin retirarle, arrimó su erección a la entrada de mi vagina, y me penetró despacio, pero decididamente. Y al mismo tiempo, el consolador se introdujo por el otro orificio. No sabía si completamente, pero al menos una buena porción.

Experimenté un subidón. La sensación en el recto no era propiamente dolorosa, solo sentía la desacostumbrada dilatación en mi interior. Y su miembro comenzó un vaivén enloquecedor, entrando y saliendo de mi lubricado conducto.

Carmelo se acuclilló a mi lado, dejando su erección a pocos centímetros de mi boca. Como ida, la aferré, y avancé la cabeza, cerrando los labios sobre ella.

Una mano cogió la mía libre, conduciéndola hasta dejarla apoyada en la dureza del otro hombre.

Sentí una sensación de exaltación. El “tratamiento” de Jorge comenzaba a dar sus frutos, y presentí el orgasmo cercano. Me encontraba como flotando, proporcionando placer a tres hombres al mismo tiempo…

El dildo comenzó a entrar y salir también. Efectivamente, no dolía, era una sensación de plenitud, algo que jamás antes había experimentado. Y el pene de Jorge insistía en sus penetraciones, que se habían vuelto urgentes…

Jorge comenzó a jadear con grandes resoplidos. Noté su dureza pulsando en mi interior, y me dejé llevar.

—¡Jorge! ¡No pares! ¡Ay, Jorge, ay, mmmmm!

Había soltado la erección de Carmelo, necesitada de aire. Me ahogaba. El orgasmo me arrolló, las convulsiones se sucedían, y yo deseaba que aquello no tuviera fin, que el intenso placer que estaba experimentando durara eternamente…

Volví en mí.

Con una extraña sensación de ausencia, advertí que los dos cilindros, el artificial y el de carne, habían abandonado mi interior.

Aspiré aire a grandes bocanadas, intentando normalizar el ritmo de mi respiración, mientras notaba los latidos desbocados de mi corazón, martilleándome en el pecho.

Sonreí a la figura de Carmelo, que continuaba acuclillado a mi derecha, masturbándose.

—¿Estás bien? —me preguntó.

—¡Oh, sí! Me encuentro maravillosamente —me desperecé como una gata.

—Espera…

Advertí que quería tenderse boca arriba sobre la mesa, en la que no cabíamos los dos. Me desplacé y le hice sitio.

—¿Te apetece? —dijo Javi, tendiéndome un vaso de agua.

Estaba sedienta. Le apuré de un solo trago.

—Ven, acuclíllate sobre mí —susurró Carmelo.

¡Me encanta esa postura! Hice lo que me había pedido. Su pene cubierto por el preservativo estaba elevado, aunque no tanto como para que pudiera penetrarme, de modo que pasé una mano por detrás de mis nalgas, y le cogí. Le apoyé en la entrada de mi abertura, y me dejé caer, hasta sentir que se abría paso en mi interior. Me sentía llena y, extrañamente, teniendo en cuenta mi “actividad” reciente, deseosa de otro orgasmo.

Comencé a hacer oscilar el trasero en círculos, y le sonreí.

—Eres una maravilla de mujer —me agasajó Carmelo con el rostro contraído, mientras se aferraba a mis caderas con ambas manos.

Otras dos manos masculinas se cerraron sobre mis pechos desde atrás. Javi, —confirmé volviendo ligeramente la cabeza—. Comencé a acariciarme el clítoris. Me encontraba en la mismísima gloria.

Carmelo se quedó quieto. Una de las manos de Javi me empujó ligeramente por la espalda hasta dejarme con los pechos apoyados en el otro hombre, y presentí lo que iba a suceder. Pero esta vez no protesté.

«Afortunadamente es el que la tiene menos gruesa» —pensé.

Efectivamente, de inmediato noté la erección de Javi apoyada en mi ano. Empujó ligeramente. Me envaré. A pesar de todo, sentí un ligero dolor.

Traté de relajarme.

Javi avanzó un poco más. Pensé que, sin la dilatación del dildo de Jorge, aquello habría sido más difícil. Pero tenía el recto aún distendido y engrasado por la crema o lo que fuera, con lo que la penetración se veía facilitada.

La dureza se introdujo aún más en mi interior. La sensación no era tan placentera como con el consolador: sentía la extrema dilatación a que me estaba sometiendo, a un punto del dolor.

—Mmmm, Javi, duele un poco —me quejé.

Me besó el cuello por detrás.

—Ya casi está. Solo…

Carmelo, debajo de mí, inició un mete-saca, primero lento, para después ir incrementando el ritmo. El pene de Javi estaba inmóvil. Comencé a convulsionar, y me descontrolé.

Javi me aseguró después que él no había forzado la penetración. Debieron ser mis erráticos movimientos los que causaron que el largo y estrecho cilindro de Javi se introdujera a tope, porque eso es lo que sucedió.

Me tensé completamente, porque ahora sí dolía un poco.

Pero, al mismo tiempo, noté las sacudidas de un orgasmo indescriptible.

Los dos hombres se movían, introduciéndose y retirándose de mi interior como sincronizados, produciéndome una sensación de éxtasis que anuló la ligera molestia en mi recto. Mi placer subía y subía, y yo me sentía exaltada, gozando como no lo había hecho nunca, y deseando que aquello no tuviera fin…

Pero todo, incluso lo bueno, se acaba. Me quedé tendida sobre Carmelo, incapaz de moverme, durante un rato.

—¡Vaya! Sandra nos había dicho que eres un poco “estrecha” —musitó Carmelo debajo de mí.

Me besó ligeramente en los labios.

—Ya. Y por eso, habéis pensado que debíais “ensancharme” —bromeé.

—Joder, no lo habíamos planeado —dijo Javi a mi espalda—. Pero es que eres toda una tentación.

—¡Eh! chicos, dejad que me ponga en pie.

Una vez en el suelo, hube de agarrarme al tablero de la mesa; sentía las piernas como de goma.

—¿Te encuentras mal? —preguntó Jorge acariciándome la mejilla.

Sin responderle, con piernas no muy firmes, me fui hacia la entrada a la piscina. ¡TENÍA que verlo!

Mi marido estaba tumbado boca arriba, sobre las famosas colchonetas de la mañana. Juani, empalada en su pene, botaba en cuclillas sobre él. Sandra estaba arrodillada sobre la cabeza de Dany, que la tenía tomada de las caderas, y lamía golosamente su sexo… cuando Carla, pegada a ella por detrás, le dejaba libre, porque tenía una mano introducida entre las piernas de la anfitriona, y le masajeaba de cuando en cuando el sexo con la mano abierta.

Mi marido comenzó a resoplar fuertemente. ¡Estaba a punto de correrse! Absorta como estaba contemplando el espectáculo, no había advertido que Javi se había pegado a mi cuerpo por detrás. Su mano fue a mi cuquita, y comenzó a frotármela.

Dany levantó la vista en ese momento. Me miró… Y se corrió en el interior de Juani.

22
Conversaciones de alcoba (Vero)

—¿Y será así durante los quince días? —pregunté mirando a Dany.

Él sonrió.

—Espero que no. Me han dejado seco entre las tres.

—No me digas que has eyaculado tres veces… —insinué.

—Dos —respondió él—. ¡Jajajaja! Sandra es experta en “levantar” … lo que sea utilizando solo la boca —sonrió irónicamente—. Después de follarme a Carla…

—¡Vaya! parece que te ha gustado la chica —le interrumpí, con gesto falsamente enfadado—. Pues mira, creo que tendrás alguna ocasión más, aunque no vayan a las vacaciones de Sandra y Jorge. Cuando nos despedíamos, Javi me ha dado su número de teléfono…

—Pero tú no me has contado nada —cambió él rápidamente de tercio.

«Hay algo que me callaré. Me da una vergüenza horrible decirle que ya tampoco era virgen “por detrás”» —pensé.

—Bueno, las mujeres tenemos una facilidad de la que no disfrutáis los hombres. De manera que yo sí… quiero decir…

—…que te has follado a los tres —cortó Dany—. Yo también. Pero intuyo que tú te has corrido con cada uno.

—Pues sí, si quieres que te regale los oídos.

Me quedé pensativa unos instantes.

—¿Te das cuenta de que estamos hablando de ello como si fuera lo más natural del mundo? —dije al fin.

—No me siento como un depravado, lo lamento —indicó Dany—. A estas alturas del partido, no me parece que hayamos hecho algo monstruoso. ¿Y tú?

Le besé “con lengua”.

—Tampoco. Pero me falta algo…

Me quité por la cabeza el camisón, y después así la cinturilla de su pantalón de pijama. Su pene mostraba una erección incompleta.

«Mi boca no es la de Sandra, pero yo también sé cómo levantar cosas con la lengua» —pensé irónicamente.

Cogí el pene de mi marido, y me incliné sobre él…

Fin del libro I

(9,60)