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La mujer de mi amigo

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Esta es la historia de dos amigos.

Nos conocimos desde la infancia. Éramos del mismo barrio. Fuimos al mismo colegio, al mismo instituto y casi a la misma Universidad.

Mi amigo Juan siempre fue más tranquilo que yo. Era más estudioso y ordenado y por supuesto sacaba mejores notas. Lo mío fueron siempre las chicas. Desde muy joven ya era un auténtico profesional. No soy capaz ahora de recordar todas mis conquistas. En cambio, Juan nunca se comía una rosca. Sé que él me admiraba, pero yo también le admiraba a él.

Era y es una excelente persona, cosa que yo nunca he llegado a alcanzar ni de lejos. Así es que conoció a los 25 años a una mujer bellísima llamada Sandra. Una mujer además muy suave, muy tierna. Ya digo que su belleza era comparable a la más hermosa de las misses. Luego su cuerpo era más normalito.

Un año después se casaron. Desde entonces le perdí la pista amigo hasta cuatro años después. Su mujer entonces tenía 25 años y yo 30.

Me lo volví a encontrar en un viaje de verano a Canadá. Iba solo y Juan acompañado de su esposa. ¡Qué alegría nos entró al verlos! A partir de ese momento la ruta turística la hicimos juntos. Lo que más nos gustó desde luego fueron las cataratas del Niagara.

La pareja parecía feliz pero sólo a medias. No soy hombre de intuiciones, pero notaba algo puesto que como ya he comentado he tenido infinidad de experiencias. Sospechaba que la vida sexual de ambos no era todo lo plena que deseasen.

Una vez retomado el contacto y tomando unas copas en Madrid con mi amigo, éste mi hizo la siguiente confesión:

-Veras sí. Creo que ella no disfruta lo suficiente conmigo. A veces creo que tiene algún orgasmo, pero sólo a veces. Parece fría y como si se reprimiese.

A mí me parecía que Sandra no era frígida pero que debía tener algún tipo de problema o que quizás mi amigo no era demasiado bueno en la cama.

Aproveché para colarme en la casa de ellos para así poder hablar con Sandra. En más de una ocasión nos quedamos a solas tomando un gin tonic. Ella me contaba cosas de Juan y de cierta insatisfacción en su relación, pero nunca me llegaba a decir que ésta fuese sexual.

Mi conclusión fue que Juan era excesivamente atento con Sandra, cosa que era perfectamente normal, pero que quizá eso no la estimulase lo suficiente. Quiero decir que posiblemente ella le quería, pero no le deseaba.

Una tarde de invierno Juan estaría trabajando hasta tarde y Sandra libraba. Como suponía no me costó demasiado seducirla y llevármela a la cama. ¡Sandra no debería ser frígida! Estaba deseando hacer el amor conmigo. De todas formas, me parecía una mujer difícil. Habría que trabajársela.

Hay varias formas de follar: muy lento, lento, normal, rápido, muy rápido, y vertiginoso.

A las mujeres como Sandra les gusta que se la metas muy lento, en las primeras relaciones. Luego me pareció que le gustaría follar a un ritmo normal puesto que no era una mujer demasiado fogosa. A las más experimentadas les gusta follar muy rápido.

Pero antes de todo debía saber estimularla. Hay una actitud bastante agresiva que a las mujeres así les suele gustar. Le metí primero un dedo en la boca. Luego dos. Tres. Hasta terminar con toda la palma de la mano hasta la mitad. La boca la tenía abierta de una forma extrema.

-¿Te gusta cómo te trato? – le dije.

Ella movió la cabeza afirmativamente.

Después acaricié su clítoris con la mano derecha muy despacio y dándole continuos besos. Se ponía húmeda, pero tenía los dientes apretados y las piernas tensas. No se relajaba. Se trataba de una tarea verdaderamente difícil.

La penetré muy suavemente y muy despacio. Ella gimió. Su coño era caliente y muy húmedo, pero seguía muy tensa. A mí me encantaba aquella hendidura. No. No era frígida. Le gustaba mucho lo que le estaba haciendo, pero parecía luchar contra ello.

No conseguí que se corriese, pero yo si eyaculé. Fue justo en ese momento cuando descubrí la verdad. En el momento de llenarla de semen noté que se escapaba una ventosidad.

-Uy perdón- me dijo.

Tarde en darme cuenta dos días después. Era una mujer que reprimía sus pedos vaginales. Hay mujeres que tienen muchos y los reprimen en el acto sexual. Eso les impide disfrutar todo lo que quisieran y aún más. ¡De modo que Sandra era una mujer ardiente!

Tuve que planear una estrategia.

Me la llevé al cine. Antes de entrar le dije que se había tirado un pedo vaginal en la cama. Ella se puso coloradísima. Parecía hasta congestionada.

Dentro del cine me dio por tirarme ventosidades muy ruidosas, cosa que por cierto no me gusta nada. La gente terminaba riéndose a carcajada. Y Sandra también y eso era lo importante.

Me la llevé a mi casa y en la cama grande matrimonio me acosté con ella por segunda vez.

Se la volví a meter muy despacio. Volvía a tenerlo húmedo y muy caliente, pero volvía a reprimirse. En un acceso de rabia, pero con autocontrol me puse a follarla del modo vertiginoso. He de decir que soy una persona que tiene esa suficiente fuerza puesto que siempre voy a un gimnasio. Tras unos diez minutos de embestidas ultra rápidas de y de sudores míos conseguí que ella soltase sus pedos vaginales y empecé a notar sus orgasmos. Venían casi uno detrás de otro. En tres minutos le noté cuatro.

Una vez que había conseguido romper el tabú cambié la técnica de la follada. Lo hice al modo normal, que además para mí es más relajado. En una hora tuvo unos nueve orgasmos y soltó unos 15 pedos vaginales. Esa mujer era un volcán de sexualidad.

Pero sentía que podía disfrutar todavía mucho más. Era cuestión de tiempo. Lo mejor era la amplia sonrisa con la que me miraba.

Meses después mi amigo me dijo que su vida amorosa había mejorado mucho.

-¿Sólo mejorado? – le pregunté yo.

Me parecía que Sandra seguía cortándose bastante.

Ese verano decidimos pasarlo juntos, el matrimonio y este soltero recalcitrante. Fuimos de viaje a Costa Rica. Mi habitación estaba dos pisos más abajo. En realidad, fui yo el que escogió las habitaciones. Había preparado una trampa.

Una noche Juan roncaba y entré en su habitación a oscuras y andando de puntillas. Me acerqué a Sandra y le susurré casi al oído.

-Estás despierta.

-Sí. ¿Por qué?

-Porque quiero que te bajes conmigo.

Ella tardo un rato en responder.

-Pero ¿cómo te atreves?

-Porque lo estás deseando.

-La respuesta es no- me dijo.

Pero estaba convencido de que se moría por follar conmigo.

Bajé a mi habitación y me puse a leer un libro. Estuve casi una hora. Apagué la luz. Fue en ese momento cuando llamaron a la puerta.

-Soy Sandra- dijo una voz.

Abrí y allí estaba ella. Con su belleza de revista.

-¿Qué tal tu vida sexual?- le pregunté.

-Bien. Pero podía mejorar.

Era la primera vez que oía a Sandra hablar de una forma tan clara y directa. Ahora si estaba convencido de que se iba a entregar por completo.

Le metí media mano en la boca y le pregunté que si iba a tirarse todos los pedos vaginales del mundo para tener orgasmos continuados. Afirmó con la cabeza.

Le acaricié el clítoris y le noté dos pedos.

No pude esperar más. Se la metí.

En está ocasión me la follaría de manera muy rápida. Este tipo de follada es agotadora, pero puedo aguantar una media hora. Yo tumbada sobre ella que es como me gusta follar siempre y sobre una cama.

Así lo hice. Comenzaron a venir los pedos y los orgasmos. Fue la primera vez que la oí gritar de placer. Parecía una posesa. Le conté unos 40 orgasmo y se tiró unos 20 pedos vaginales. ¡Era increíble que una mujer pudiese tener tantos orgasmos seguidos!

El caso es que aquella relación me había cautivado. Sentía por Sandra los que antes no había sentido por ninguna mujer. Estaba profundamente enamorado. De su ternura viciosa.

Terminado el verano y ya en Madrid, aproveché un momento en una fiesta en donde estaba mi matrimonio preferido para declararme. Nunca olvidare su respuesta.

-No. Quiero, amo y deseo a mi marido. No me compensa ese placer salvaje que tú me puedes dar.

Me había dejado helado. Era la primera vez que le confesaba a una mujer mi amor. Y había quedado entrampado.

He de decir que tras esta experiencia mi actitud hacia las mujeres ha cambiado.

 

Saludos.

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