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Llamadas perdidas

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Suena el teléfono. La mujer enlutada, malhumorada, contesta de mala gana.

      —Escúchame bien, porque es la última vez que te lo voy a decir…

La mujer, cual sacudida eléctrica, no sabe lo que pasa por la mente contenida en aquella cavernosa voz que le habla de madrugada en un tono amenazante. Sabe que no es un sueño, porque en sus sueños ella es delgada y bonita. Así que, fiel a sus genes sanguíneos y memes milenarios, obedece: escucha con atención.

      —Vas a levantar tu bata, hasta descubrir tus piernas blancas, lechosas, suaves como el terciopelo que ensueña en el alma la suavidad… Así que ábrelas, un poquito, no demasiado, lo suficiente para que tu mano navegue libremente a través de tus muslos. Siente tu cuerpo, tus rodillas, tus piernas, la parte interna de tus muslos, tu vagina, tu clítoris. Acaricia, bajo la insignia de paz y amor, tus labios vaginales con el dedo medio e índice; eso es tuyo, es tu vida, eres su dueña… Asume el placer de tu cuerpo. Ahora quiero que acaricies con dulzura tu clítoris, muy lento, como un vals de olas en Tulum a las once de la mañana… 

La mujer estaba atónita, no lo podía creer. Posiblemente se trataba de una broma de pésimo gusto. Su esposo, un cazador profesional, estaba acampando a muchas millas de distancia y no estaba segura de qué hacer, cómo denunciar semejante atranco de intimidad a las autoridades. Su indignación era grande, pero no tanto como su curiosidad… Eso es lo que le impedía colgar y terminar con la faramalla; ella no se prestaría a semejantes juegos de niño idiota, porque seguro eran unos niños los que estaban haciéndole esa broma, pubertos que apenas iban descubriendo la masturbación. Sin embargo, aquella voz, de hombre y no de niño, gruesa y maltratada por el tabaco y el alcohol, aquella voz anónima siguió airada hundiéndose en los pulmones de la noche y entrando por las orejas de esa mujer:

      —Ahora imagíname, ponme la cara que quieras, el nombre que quieras, las características personales que quieras… No me interesa, pero ya que es un ejercicio para desentumir la imaginación, digamos que ambos éramos jóvenes. Unos dieciséis años. E inexpertos, nos vamos quitando la ropa, la vamos arrojando a la orilla de la cocina, donde sea. Tus padres están de viaje. Yo estuve leyendo en una revista pornográfica cómo darle placer a una mujer, así que te derribo, de sorpresa, sobre el sofá y comienzo a lengüetearte vilmente, perdido, empezando por tus piernas y subiendo hasta tu sexo cálido y húmedo pese a todo, pese a mi torpeza… Meto mi lengua en tu cueva, sin mucha idea, más bien desorientado y tratando de imitar, ineficazmente, todas las películas y revistas pornográficas que he visto y leído. Me aferro a tus piernas, las abrazo y dejo mi lengua adentro tuyo con la esperanza de así lograr tu orgasmo… Entiendo que es vano y chupo tu ombligo, hasta subir a tus senos, los cuales, sin previas caricias, muerdo salvajemente, como un australopitecos sexual. Tú das un pequeño salto, eso más que excitarte te ha dolido, pero no dices nada, quieres seguir adelante… Te sigo besando y desabrocho mi pantalón, saco de él un pene colegial, estándar, de dieciséis centímetros, que, aunque es mísero, a ti te espanta ya que es tu primera vez y te han contado que duele mucho. Lo meto y lo saco en ti, no sientes mucho, nos besamos apasionadamente, los mejores besos franceses, nuestras lenguas entrelazadas bailando bajo la luna, son hermosos los besos, pero torpe la penetración. Estoy dándote, cada vez más duro… Al fin comienzas a sentir hormigueos, te encorvas, sientes que vas entrando a una dimensión desconocida, cuando… Llegan tus papás, nos asustamos, nos vestimos. Tu papá me persigue con su bate de béisbol y yo, sin camisa y con los pantalones a medio subir, salto los arbustos de tu casa y escapo… Y eso es todo, tal vez una noche de éstas te vuelva a llamar…

La mujer, atónita, escucha el tono de colgado en la línea. No puede, hay un demonio que le sostiene la mano, y no puede colgar el teléfono. Se queda pensando en cómo reaccionar ante esa situación. ¿Dónde denunciar? ¿Tiene caso denunciar? ¿No había sido una experiencia incluso graciosa? Aunque bueno, de la gracia al enojo, pues ¿entonces ella qué? ¿Cuál es el propósito de llamar a una mujer de madrugada para contarle esas cosas? Pensó en que esos tipos deberían estar enfermos, en que deberían meterse a un manicomio o ser actores, o escritores de esas novelillas que venden en los puestos de periódico. Por un momento sonrío, ya que ella no había tenido que comprar una novelilla del puesto de periódico, sino que más bien le había salido gratis la historia. Esto pensaba, preparando un café y, cuando le ponía la azúcar notó, muy a su pesar, que estaban húmedas sus bragas.

II

Son las cinco de la mañana. La mujer está leyendo una colección de cuentos de Munro, debido a que está de moda leer el material de los que ganan el nobel. Le parecen bonitas las historias. En eso pasa sus noches o viendo películas antiguas, padeció insomnio de los veintitrés hasta los treinta años. Luego, después de quince años, a sus cuarenta y cinco, ha recuperado esa vieja enfermedad: no puede dormir. Su esposo se ha acostumbrado a su estilo de vida tan sui generis, aunque cierto que tampoco es una mujer extraordinaria, sólo alguien con problemas de sueño. Su esposo está acampando a unos quince kilómetros de ahí, esta vez no se ha ido lejos. Es un cazador, de venados sobretodo.

Suena el teléfono. Ella contesta.

      —Soy yo, ¿me has extrañado?

De inmediato reconoce la voz cavernosa, de cuchillas licuadas, una voz herida hasta el alma, maltratada por la vida, seguramente. Es un hombre maduro; ella calcula que ha de tener unos cincuenta o sesenta años. Es la misma voz de aquel que le llamo hace alrededor de dos meses, y aunque el sentimiento que experimentaba ante el silencio inocuo del interlocutor no se podría experimentar como nostalgia, sí había una inquietud de qué habría sido del hombre que llamó.

      —Vamos a experimentar un juego. Antes que nada, quiero que pienses en lo siguiente: Tú y yo, de nuevo, ponme la cara que quieras, nos vemos en un hotel del pueblo. En el hotel del Camino, habitación 94. Tiemblas de emoción y duda, vas a engañar a tu esposo por primera vez. Pero entras y te estoy esperando con una copa de champán, y te abrazo, te doy dulces besos en la comisura de los labios, besos tiernos que van subiendo de intensidad; tú tiras tus candados, poco a poquito, yo recorro tu figura con mis dedos, con la palma de mis manos y meto mi lengua en tu boca. Para asegurarme de que no tienes ninguna duda, te acuesto en la cama, levanto tus piernas y saco tus braguitas. Llevas un vestido negro, corto, no es necesario que te lo quite. Sólo te quito los calzones y comienzo a chuparte el coñito. Sé que tu marido no te lo chupa o, al menos, no te lo chupa como yo. Así que trato de marcar diferencias, quiero que entiendas la diferencia entre un hombre que comparte tu vida y un hombre al que sólo le interesa sacar la puta que llevas dentro, desencadenar todos los deseos que te han hecho ocultar desde niña. Mi técnica es ésta, meter mi lengua entre tus labios vaginales y perderme en ti…

El interlocutor hace una pausa. La mujer puede escuchar que se baja el cierre del pantalón, tal vez un vaquero, un vaquero azul claro; piensa en que saca su pene y lo sacude, pensando en ella. Le gusta sentirte deseada, hacía mucho tiempo que no experimentaba esa sensación. Había notado, alguna vez, por alguna razón, que cierto sobrino de catorce años le miraba el culo. Ella se sonrojó y cambió de postura, el sobrino también se sonrojó al sentirse descubierto y subió corriendo a su cuarto. Pero por qué pensaba en su sobrino y por qué pensaba en el pantalón de su interlocutor, por qué pensaba en su miembro sacudido pensando en ella. Era nuevo el sonido del cierre, piensa, la llamada pasada ni siquiera se escuchaba una especie de agitación.

      —Dime, ¿lo has sentido? ¿sientes mi lengua atravesando los túneles de tu carne?

Ella no piensa contestar. Pero tampoco denunciarlo, esta vez no está indignada. Le parece divertido el juego, tal vez sea que está de buen humor el día de hoy, pero le parece divertido el juego. Incluso halagador.

      —Estás tendida en la cama, yo estoy entre tus piernas, lamiendo con deseo vehemente y tú ves por la ventana, que está exactamente atrás de mí, un colibrí que vuela, pareciera que sonríe. Pareciera que la vida te sonríe. Por eso te arqueas, arrojas tu sexo húmedo a mi cara, me sujetas de los cabellos y me hundes la cara entre tus muslos, así permanezco, al punto de la asfixia, navegando por tus deseos. Luego subo, comienzo a besar tu cuello, tus orejas, tu cabello, tu frente, tu boca. Otra vez tu cuello, traigo tu sabor en los labios, es un sabor delicioso, y te sigo besando. Ahora, quiero que pases el teléfono por tu cuello, por tus labios, por tus orejas, pásalo por tu nuca, acariciate los pechos con el teléfono, frota tus pezones con el auricular. Aquí te espero…

¡Este tipo está pendejo! es lo primero que pensó la mujer. Luego reflexionó, ¿no era cierto que tácitamente había contraído el contrato cuando decidió escuchar y no colgar? No sabía, pero atraída por la inercia del ritual comenzó a acariciarse con el teléfono inalámbrico LG, pasó el auricular por su cuello, por sus labios, por sus pechos. Notó, para su sorpresa, que los pezones se le ponían duros y su cuerpo se acaloraba escandalosamente. Era una mujer analítica, pensó que aquello era producto de la obediencia a hechos extraordinarios. Una obediencia voluntaria, cuyos primeros frutos los sentía en su cuerpo. Su esposo nunca le pediría algo así, su esposo nunca…

La respiración agitada le anunció al interlocutor que la mujer había cumplido la orden.

      —Te levantas y me descubres la erección. El cuarto se inunda de música, algo triste, ¿Qué te parece Billie Holiday? Porque es el funeral de tu moral. Con Strange Fruit de fondo sacas la verga de mi pantalón, comienzas a chupar, con avidez y desazón, vencida al fin a este deseo goloso que te domina. Siente cómo se va poniendo duro en tus fauces, cómo crece en tu garganta. ¿Lo sientes? Mete tu dedo anular y medio en la boca, chúpalos ruidosamente, quiero escuchar cómo te los chupas a través del teléfono. Imagina, naturalmente, que es mi miembro erecto el que chupas. ¿Alguna vez has lamido, acariciado con la lengua, mamado una verga con tanto ímpetu como esta vez?

La mujer no sabe qué responder, no puede responder. Tiene los dedos en la boca y, efectivamente, los chupa con vehemencia religiosa. Pero hay varias preguntas que hieren la atmósfera, una de ellas ¿cómo sabía que Billie Holiday era su cantante favorita? ¿Y por qué habría de ser esa y no otra la música? Sin embargo, lo imagina todo perfectamente, como si se tratara de un recuerdo eidético, el recuerdo de una vida pasada. Imagina claramente hasta las cortinas, las paredes del hotel, por su supuesto que no reconoce al cuerpo frente a ella. No le pone cara, sabe que está follando con un fantasma y sonríe.

      —Ya teniendo tan lubricado mi sexo y tan lubricado el tuyo. Te penetro, sí, tranquilamente, sin más, me hundo poco a poquito en ti, como me imagino que se hunde un suicida en la muerte. Tranquilo, como mecido por el viento, te penetro. Te digo mía, mi perra, mi pecado. La infiel que está demasiado caliente como para importarle algo más que llegar, que venirse. Sin embargo, imagino tan claramente tu cuerpo tendido, recibiendo mi embestida, con toda mi fuerza en lo que aprieto tus tetas. Vuelves a ser una jovencita, escondida, pecando. Como seguramente te escondías de tus padres, cuando eras joven para masturbarte. El remordimiento hace más fuerte el deseo. Pasa el auricular por tu entrepierna, mastúrbate; ya debes estar húmeda… Pásalo por tus muslos, comprime el teléfono contra tu clítoris. Imagina mi pene atravesándote, como un soldado atraviesa un desierto para llegar a su amor.

La mujer ya está fuera de sí, apenas y le importan las palabras del interlocutor. Desde hace rato el interlocutor es un pretexto para su propio deseo y para su propia satisfacción. No sabía si estaba traicionando a su esposo, pero qué bonita traición, qué deliciosa, sobretodo. Obedeció, como desde el principio, frotó el teléfono contra su clítoris… Metió un poquito del auricular entre tus piernas, por la parte más delgada pero que, sin embargo, seguía siendo demasiado grueso para su suave y delicada vagina. Se agitó muchísimo, se estremeció, una corriente de aire electrificado recorrió su espina dorsal. Quería llorar de felicidad, quería aullar como una loba, quería tirarse en el suelo y dar vueltas como cuando era niña y daba vueltas feliz sobre las flores afuera de la cabaña de su abuelo… No sabía lo que quería, sabía que eso era un orgasmo, porque era la máxima expresión del amor de Dios. Agradeció a Dios o al Universo, ese giro abrupto en su aburrida madrugada.

 

Cuando pone el teléfono en su oreja, se da cuenta de que el interlocutor ha colgado, o ella sin querer ha cortado la llamada. No le importan, sonríe y se va a dar un baño, enjabona muy bien todo su cuerpo. Sus senos son grandes y jugosos, sus nalgas son gruesas y grandes. Su piel es blanca como la nieve, y el agua cae en tus labios suaves y resbala por sus pezones rosáceos y grandes, por su pubis peludo. Se sale de bañar y se pone otra bata, casi transparente. Se siente más hermosa que nunca, más sensual también. Alguien abre la puerta del cuarto, ella brinca sorprendida. Es su marido que le dice: regrese porque tenía la sensación de que algo necesitabas.

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