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Cuando la oportunidad se presenta...

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“La suerte favorece a los audaces”

O a los afortunados…

Comenzó en un día como cualquier otro, entre las prisas por lo cotidiano de los días y la renuencia por cambiar hábitos recurrentes; allí me encontraba, en medio de un tráfico terrible y una cacofonía de ruidos ininteligibles provenientes de todos y a la vez ningún lado.

Era lo normal para ser un día entre semana en esta atestada ciudad, el ir y venir de personas para las cuales su principal preocupación no era, en lo más mínimo, ya no se diga entablar conversación, sino prestar atención a los demás.

Me procuré un lugar en lo más aislado del transporte que, para ese momento, era más fácil decirlo que hacerlo; cosa que, con no poco esfuerzo, pude lograr… ¡meta cumplida por pequeña que fuese al fin y al cabo!

Ya caída la tarde y con la pertinaz llovizna que parecía nunca acabar, aunado al cansancio propio por la jornada de trabajo, fueron factores para que, más que dormitar sobre el desvencijado asiento, quedara como si el campeón reinante de boxeo hubiera tomado por costal mi humanidad.

Fue la fortuna (o el mal estado de la calle), lo que me hizo despertar de mi letargo; que primero me desorientó y después de la primera impresión me hizo ver que me encontraba muy lejos de mi destino.

-¡Maldita mi suerte! –palabra suave antes de saber que aunque la conciencia me había regresado, no haría lo mismo mi abrigo que con tanto esfuerzo había podido adquirir en esa tienda a la que en mucho tiempo o quizá nunca regresaría.

Pedí mi parada y como pude, en medio del mar de gente, baje del transporte en una calle que para nada envidiaría cualquier filme post apocalíptico.

Llegado de un pueblo que en nada se parecía a lo que tenía enfrente y junto al poco tiempo de residir que tenía en esta aglomeración, la lógica indicaba que preguntar por mi ubicación era, en ese momento, algo que podía agradecer; siempre y cuando esta información me fuera dada ya no de manera correcta, sino que hubiera alguien que lo hiciera.

¡Pero ni un alma asomaba por ese rumbo!, tal vez por el clima, la hora, lo inseguro que se veía el lugar… o todas estas cosas a la vez; así que comencé a caminar en el sentido opuesto por donde creía había llegado el transporte.

En este punto, quiero recalcar, fue donde dio inicio la aventura que al día de hoy cambio mi vida para siempre.

Fue precisamente al dar vuelta en la primera esquina donde iniciaba el baldío trasero de un conjunto de bodegas donde un murmullo (o eso creí escuchar) llamó mi atención, desde el otro lado de la alambrada que delimitaba el predio pude escuchar y creí ver movimiento en ese espacio por demás lúgubre; mi reacción primera: acelerar el paso y salir de ese lugar (lo confieso, como valiente soy muy buen cobarde).

Grande fue mi sorpresa, ya que a pesar del miedo no dejaba de ver lo que pudiera ocurrir del otro lado cuando, de entre el follaje y la herrumbre de las paredes, pude verla; forcejeando por cada paso que involuntariamente daba, dando golpes a diestra y siniestra al par de rufianes que la sujetaban.

El dilema moral entre salir de allí y ofrecer mi ayuda fue resuelto por el grito ahogado que pude escuchar tras el pasillo que conducía a una bodega que era, por demás, la más aislada de todas.

Sin medir consecuencia y en pos de ayuda a la damisela en apuros, di con mi humanidad contra el suelo frio del patio trasero al tratar de caer con compostura después de saltar la valla que delimitaba el paso a la bodega; el ruido sordo producido por la caída bien pudo ser escuchado a la distancia y eso, por principio, me obligo a tomar por defensa lo primero que encontré a mano.

Uno de ellos (que a vista era el más corpulento de los dos) asomó con precaución la testa sobre la puerta por donde habían ingresado tratando de divisar entre la penumbra reinante, hecho que aproveche más por reflejo que por valentía para aporrear con el polín de madera que segundos antes había tomado para mi defensa.

Solo un gemido sordo y después… ¡nada!, el logro de mi heroica acción.

Aun temblando y sin abandonar mi ahora entrañable porra, asomé por sobre el cuerpo de mi victima tratando de ver dentro del recinto, ayudado tanto por la raquítica luz de la farola de la esquina como por la tenue luz de la naciente luna que iniciaba su ascenso, indiferente a las cosas comunes, de los hombres igual de comunes.

Después de algunos segundos que a saber me parecieron eternos, pude acostumbrar mi vista a la escasa iluminación del interior; solo para comprobar que no era el único con falta de coraje, ya que al final de la bodega (y por sobre la abundancia de desorden y basura) el otro tipo salía huyendo con prisa, trastrabillando hasta encontrar la puerta que conducía a la despoblada calle trasera.

Fue hasta ese momento que pude verla, tirada sobre un sucio colchón que bien pudo estar casualmente allí o haber sido utilizado con fines nada prosaicos por el par. Sucia, podría imaginar por el forcejeo, e inconsciente hasta donde mis disminuidos sentidos podían imaginar.

Mi mente estaba desbocada, no sabía que tan fuerte había utilizado la maza, si el tipo despertaría (o no) de su inconciencia o si alguien regresaría con el que se fue, solo para dar su merecido a quien les había arruinado el plan; por lo que mi lógica me indicaba que tenía que tomar a la indefensa y salir de allí más rápido que pronto.

El primer intento por tomarla me devolvió a mi realidad en forma nada sutil, ya que de un costado de su cabeza un hilo de sangre confundía el color de su cabello; un estremecimiento recorrió mi espalda pensando lo peor (cosa que regularmente hacemos como acto reflejo ante algo que nos toma por sorpresa); afortunadamente un sonido ininteligible brotó de su garganta lo cual me confortó sabiendo que mi osadía no había sido en vano (lo sé, en ese momento me preocupaba más por mí que por la victima que tenía en brazos).

Intenté cargar, pero mi esfuerzo me regresó a la realidad de mi condición, esas horas desperdiciadas tras el televisor me debían pasar factura; así que la alternativa fue tratar de hacer que reaccionara, pero todo intento era en vano; ya que después del murmullo salido de su garganta poco o nada me hizo pensar que regresaría de su letargo.

Yo me encontraba asustado, en verdad mucho, sentía que el corazón se me saldría a cada respiración y a cada ruido que podía escuchar; por mi cabeza pasó la idea de dejar todo y salir de allí a un lugar seguro, el que fuera, en ese momento no importaba donde; solo quería mi zona de confort… mi confort….

Hasta que un momento de lucidez salido de no sé dónde me regresó a la realidad, así que, no teniendo la fuerza para cargarla, bien podría arrastrar el colchón hasta el baldío para de allí pedir ayuda a algún transeúnte que por allí pasara; por lo que tomé una punta e inicie el recorrido.

Buena idea, pero mala ejecución; ya que a los pocos metros solo había llegado hasta la parte con la mejor iluminación (si es que eso era posible) del lugar, hasta ese momento pude verla a cuerpo completo bajo la tenue luz que comenzaba a ingresar por el hueco que abarcaba una parte importante del techo; a saber no tendría más de veinte, a lo sumo veinticinco; de complexión delgada, piel clara y bonito rostro; de su rasgado vestido podía adivinarse un par de senos que de solo verlos provoco una erección que hizo, de momento, olvidarme de la situación.

Aclaro, no puedo describirme como un pervertido, pero en ese momento y por la situación pasaron por mi mente, como una ráfaga, pensamientos que no hubiera podido imaginar fuera de ese lugar; así que con poco tacto pero si mucha determinación acerque mi mano a la altura de su pecho por sobre el vestido (o lo que quedaba de él) de la joven, con solo tocar esa glándula y sentir la firmeza propia de su edad supe que no había posibilidad de dar vuelta atrás; así que con firmeza y con fuerzas sacadas de algún lugar terminé por sacar la ropa para dejar solo sus interiores a la vista.

Allí estaba ella, a merced mía; dispuesta (inconscientemente, claro), así que sin medir consecuencia por nada que pudiera pasar fuera de mis intenciones para con ella me acerque, tímidamente, al lado suyo; su piel tersa, su aliento agradable, y esas piernas largas que parecían no tener fin…

Con delicadeza quité el resto de su ropa solo para comprobar, extasiado, la belleza en plenitud de una chica de su edad, comencé besando sus labios, esos labios dulces… su cuello, que es una fijación que ha estado conmigo por años… sus pechos, con sus pezones erectos, sensibles al frio que reinaba en el lugar, fueron presa de mi boca que no paraba de lamerlos, morderlos, tocarlos e incluso pellizcarlos haciendo que la pobre solo reaccionara con unos pequeños quejidos de dolor por el trato sobre la delicada piel de sus glándulas mamarias.

El momento era mío, solo mío…

Bajé hasta su entrepierna, besando, oliendo… tocando todo con un vicio enorme y con una erección de igual tamaño entre mis piernas; allí estaba, en medio de la indefensa, prodigándome del néctar que era su sexo abierto; sus labios sonrosados, firmes; su clítoris, ese botón que es una fantasía de más de uno era engullido por mí de una forma salvaje, casi animal; pero en ese momento ya no sabía de delicadezas, mi intención era saciarme… y ella tendría que soportarlo.

Así que tomé mi sexo, al cual desconocí por el tamaño que ahora tenía, y lo coloqué en la entrada de lo que para mí era el paraíso…

-Mmmmm -el primer sonido salido del fondo mismo de mi ser provocado por la excitación del momento.

Pero fueron inútiles mis primeros intentos, lo que provocó en ella una serie de quejidos que me hicieron pensar que la devolverían de su inconciencia.

-Ah –se pronunciaba muy despacio.

Por lo que me di a la tarea de desistir (por el momento) y lamer su entrada, su divina entrada, hasta ingresar mi lengua que, ávida, parecía querer llegar a las entrañas mismas de su sexo, en ese punto dejo de quejarse; solo su respiración que ahora era entrecortada, me evidenciaba lo que, en mis embotados pensamientos, pensé que era gusto; por lo que volví de nueva cuenta a tratar de iniciar mi pausada labor.

Ya con su vagina lubricada pude por fin entrar en ella.

-¡Ah! –un suspiro salió de mi garganta en el momento que ingresé mi miembro que, a esas alturas, ya me dolía de tan erecto que se encontraba.

Comencé con un ritmo pausado que en pocos segundos se convirtió en un vaivén acompasado… acompañado por el movimiento de sus piernas sobre mis hombros.

-Ahhh… Mmmm –era lo que la pobre pronunciaba al ritmo de mis embestidas…

Finalmente pasé al desenfreno por el gusto que en ese momento sentía, por lo que no tardé mucho con el ritmo autoimpuesto…

-¡Ahhhhhhh! -la lujuria invadió mi ser provocando el irrefrenable orgasmo que me vació por completo en su interior, mientras una serie de contracciones invadía mi humanidad de una forma hasta ese momento desconocida.

Había sido, por mucho, el mejor que había tenido en mi corta vida.

Después de eso y ya con mis sentidos en su lugar, pensé, era tiempo de salir de allí para evitar algún conflicto que pudiera afectarme; de mas está decir que lo que había hecho podría hacerme terminar en una celda por una buena parte de mi vida…

Así que di media vuelta dirigiendo mis pasos hacia la salida que daba a la calle trasera…

No pude…

Comprobé que el remordimiento es más fuerte que el sentido común por lo que regresé, a tratar de componer mi falta que ahora pesaba sobre mi cabeza más que cualquier otra de las no buenas cosas que he hecho en mi vida.

Ahí seguía, tal cual la dejé; con su desnudez ahora patente por la luz que ingresaba de lleno por el techo, maltrecha, tanto por el golpe que había recibido en su cabeza como por el porreo que le había dado en el clímax de mi descontrol sexual.

Me acerqué, con un plan preconcebido en mente por si la fémina regresaba de su letargo al momento de tratar de cubrirla con lo que quedaba de su ropa; despacio, acomodando la tela por sobre su cuerpo; ese cuerpo que provocó en mi lo que ni siquiera en sueños hubiera podido concebir.

Y ocurrió de nuevo…

El momento, en ese momento caí en la realidad de que nunca se volvería a presentar esa oportunidad; la oportunidad de volver a hacerla mía… de nuevo mía…

Quité todas sus ropas, ya sin el menor asomo de delicadeza, y me abalancé de nueva cuenta hacia ella; sus pechos fueron presa de mi desenfreno ya con la luz que me permitía ver a detalle la belleza de su piel…

-Ahhh –volvió a gemir en su letargo

-Mmmm –era lo que pronunciaba cada vez que yo mordía ese par de pezones que coronaban sus pechos, esos pechos suaves, con aureolas rosadas que poco o nada se notaban en sus blancas moles de carne.

-Mmmm –volvió a decir cuando, sin ningún cuidado, ingresé un par de dedos por entre sus piernas hasta su vagina…

-Siii! –que placer era sentirme dueño de esa entrada para hacer de mi antojo lo que quisiera de ella… metía y sacaba mis falanges con un ritmo dictado solo por el énfasis de mis arremetidas a sus senos…

-¿Qué? –se dijo regresando de su inconciencia.

-¿Qué haces?, ¡déjame! –me dijo tratando de retirarse de mí, pero sin lograrlo por su falta tanto de fuerzas como de plena conciencia.

-¡Suéltame!, ¡Aux.. mmmggh! –tapé su boca a la vez que apoyaba mi cuerpo por sobre el de ella.

Ella trataba en vano de soltarse del abrazo en que la tenía, logrando con esto solo voltearse ofreciéndome sus nalgas; que, con el roce en mi miembro por sus movimientos, provocó una erección aún más grande que la anterior.

-¡Quieta!, no estoy jugando niña; si no quieres terminar como aquel vas a hacer lo que te diga -diciendo esto le señalé al tipo que se encontraba tirado cerca de la puerta y acerté a darle un golpe en su costado que terminó por sacarle el aire.

-¿Qué quieres?, te doy todo lo que tengo pero déjame ir…

-No voy a decirle a nadie, pero dej… hhhgg… -volví a tapar su boca antes de terminar ella su frase.

Acomodé mi pene entre sus nalgas y de un solo golpe me introduje por completo en su vagina…

-¡Nooo!, Ahhhggg –gritaba a la vez que trataba de evitar lo inevitable.

-¡Me duele!, ¡sácalo por favor! ¡ahhggg!

Pero en vano eran todos sus lamentos, estaba en un punto de no retorno en el cual poco me importaba lo que ocurriera a mi alrededor, solo quería saciarme…

Ya por mi deseo de besar su cuello, por el descuido al soltar sus manos o por la fuerza que le daba el querer apartarse de mí, hizo que sus uñas encontraran soporte sobre el dorso de mi cara…

-¡Ahhhh!, ¡zorra! –le dije al momento que propinaba un golpe a su mandíbula.

-¡Ahhhyyyy! –un gemido salió de su garganta tratando de tomar aire después de acertarle otro golpe de nueva cuenta sobre el costado.

-Esto me lo voy a cobrar –me dije para mis adentros tratando de justificar lo que por ese momento cruzó por mi cabeza.

Boca abajo como estaba y sin moverse por los golpes que le había dado, la tomé de sus nalgas y traté de colar un pulgar dentro de su esfínter; el dolor que sintió la devolvió a su realidad y trató, esta vez con más fortuna, de voltear su cuerpo para impedir mi accionar.

-¡No, eso no!, me vas a lastimar… -Lloraba y suplicaba a la vez…

-Te la agarro si quieres, pero eso no….

Sin decir palabra la tomé de sus piernas y di vuelta a su cuerpo, esta vez todo mi peso cayó sobre ella impidiendo que volviera a voltearse…

-¡Quieras o no te la voy a dar por el culo!…

Dicho esto, tomé saliva y embadurné mi miembro; la restante la puse sobre su ojete que se mantenía bloqueado por la fuerza con que cerraba su esfínter.

-¡Ahhhgggggg! –gritó al sentir que trataba de invadir su virginal entrada.

-¡No, me dueleee!, ¡ahhggggg!

Pero eran en vano mis esfuerzos, entre la fuerza con que cerraba sus nalgas y su esfínter, era tarea casi imposible por la posición en que la tenía sujeta. Así que, cambiando de táctica, y como si de ariete medieval se tratara, comencé a “tocar” en la entrada de su trasero una y otra y otra vez…

Por principio soportó estoicamente mis embestidas, pero como cualquier musculo más, terminó por ceder terreno hasta que mi glande pudo colarse por entre el anillo que formaba su esfínter.

-¡Noooo!, ¡noooooo!... ¡sácalo por favor!, me duele!... ¡me lastimasss!

Yo me encontraba en las nubes, nunca antes lo había siquiera intentado; y es que el goce por sentir las contracciones de su esfínter sobre mi pene, no tenían comparación alguna con las paredes de su vagina.

-¡No, no! –sollozaba pensando tal vez que eso era todo lo que recibiría.

-¡Aaaahhhhhhgggg! –(ese grito lo recordaré toda la vida) fue en el momento que, sujetándola de su cadera, introduje mi pene dentro de ese mar de fuego que era su apretado esfínter…

-¡Ahhhhh! –nuevamente un grito, este apagado; y cayó, para su suerte, en la inconciencia.

Aproveché esto para retirar mi dolorido miembro, limpiarlo de heces y sangre, para después volver a introducirlo (esta vez sin resistencia) por su cavidad anal; hasta que, lograda la meta, pude ver como mi extensión se perdía entre sus nalgas; esas nalgas firmes y blancas que coronaban mi hazaña.

-¡Ah, que culo!, ¡vamos zorra, muévete! –le decía esto mientras marcaba sus nalgas por los azotes de mis manos.

-¡Siiii!, dime que te gusta ¡perra!

-¡Plazzz, plazzz! –sus nalgas eran ya de un rojo encendido…

En ese momento despertó, solo para verse sodomizada por ese desconocido que parecía no terminar de humillarla.

-Ahhhhhh –era el único sonido que su dolorido cuerpo le permitía pronunciar.

-¡Perra!, ¡muévete!, ¿acaso no sabes darle placer a un hombre? –decía esto mientras con una mano jalaba su pelo y con otra movía su cadera.

Ella ya no respondía, al parecer solo esperaba que terminara y la dejara en paz… a no ser que la amenaza de correr con la suerte del tipo de la puerta hiciera que ella se mostrara sumisa…

-¡Ahhhggg! –dejó escapar un grito cuando saqué de golpe mi miembro solo para colocarlo frente a su cara.

-¡Me lo vas a chupar zorra!, ¡y te vas a tragar todo lo que salga!; y cuidado con morder porque no lo cuentas…

Acto seguido la sujeté de sus cabellos y dirigí mi pene a su boca; por principio se reusaba a abrirla, pero después de un par de amenazas la abrió tímidamente solo para encontrarse con el sentimiento de saciedad al introducir parte de mi falo en ella.

-Gggggggg –decía mientras las arcadas tanto por la mezcla de sabores como por lo rudo de mis embestidas hacían mella en ella.

-Ahhhhh –salió de mi garganta cuando contemplé como mis testículos chocaban con su barbilla, signo inequívoco que toda mi virilidad estaba dentro de ella.

-¡Siiii!, ¡traga! –dije esto mientras eyaculaba dentro de su boca sosteniéndola de su cabello y su barbilla mientras ella trataba inútilmente de respirar, abriendo la boca para intentar jalar aire por el poco espacio que le permitía mi pene.

Es en ese momento donde no puedo evitar sentir un dejo de remordimiento al recordar, precisamente cuando me retiré de su boca, como las arcadas hicieron que expulsara el contenido de sus intestinos por sobre todo el piso; para después, entre una mezcolanza de fluidos, tenderse sobre el colchón a llorar su desgracia.

Verla así, tan desvalida después de haber abusado salvajemente de ella, hizo que el remordimiento invadiera momentáneamente mi conciencia; sentimiento que tuve que reprimir al escuchar murmullos que se hacían gritos al acercarse, por el patio de las bodegas, en dirección nuestra.

Así que, sin mucha gracia, pero si mucho apuro, tomé en dirección a la salida trasera esperando no encontrarme con alguien que pudiera detener mi huida; cosa poco probable ya que todo el barullo llegaba de la dirección opuesta.

Tomé la calle y, a trompicones, dirigí mis pasos con rumbo hacia cualquier lugar que me alejara de la escena del crimen; cierto era que el abuso tendría consecuencias y no quería estar allí para recibirlas.

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Tanto la luz que inundaba mi habitación como el ruido rutinario de las calles aledañas me devolvieron la conciencia muy tarde por la mañana. No recordaba cómo había llegado ni mucho menos la hora en que lo hice; mi reacción primera: reportarme enfermo (el estado de estrés en que me encontraba llegó, por fortuna, a mi auxilio).

Más tarde, el noticiero dio buena parte de lo acontecido la noche anterior:

“Mujer abusada sexualmente por un par de rufianes, en estado crítico uno de ellos por golpe recibido por quien se cree es su cómplice de fechorías; las investigaciones continúan aun a pesar que la fémina no recuerda detalles de su agresor”.

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Así que ahora estoy aquí, perdido “casualmente” después de quedarme dormido de camino a casa; buscando a quien poder ayudar en esta noche oscura y de calles solitarias…

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