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El último tango

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Hola, soy Alberto aunque soy más conocido por mi alias "Pancho", el cual se lo debo a un perro de raza mastín español que tenía en mi niñez y que así nos llamaban a los dos. Tengo treinta y algún años, vivo en Madrid, soy propietario de una cadena de pequeñas empresas dedicadas a diferentes actividades económicas y entre mis obligaciones, según parece tal como me sugirió recientemente mi jefa de personal, está la de asistir a homenajes a empleados recién jubilados.

Pues es el caso que la semana pasada, en una de mis empresas se organizó una cena homenaje a un directivo con muchos años de dedicación a la empresa que acababa de acceder a su jubilación. A la cena, costeada íntegramente por un servidor de ustedes, asistieron 43 trabajadores de la compañía y 5 jubilados anteriores, además claro de la jefa de personal del grupo, Pepa la Diosa y yo mismo.

A mí me sentaron en una mesa con el homenajeado, su señora, la viuda del anterior propietario de la empresa, y cuatro trabajadores más, en total 8 personas, cinco mujeres y tres hombres. La cena discurrió por los cauces esperados, es decir pesada y aburrida, aunque no diese la impresión que a todos les pareciese igual de tediosa, porque Doña Asunción, la viuda a quien yo mismo le compré la empresa al fallecer su marido, se había enredado a conversar conmigo y no me dejó en paz en toda la cena.

Quizás lo más destacado de la cena es que no se prolongó demasiado, todos fueron comedidos y en poco más de dos horas dimos la celebración por concluida. Bueno, eso al menos es lo que yo pensaba, porque momentos antes de la despedida Doña Asunción se me acercó al oído y muy discretamente me hizo una pregunta que tenía doble intención, pero que no fui capaz de adivinar al principio.

-¿Habrá algún caballero que pueda acercarme en coche a mi casa o tendré que tomar un taxi?

-De ninguna manera Doña Asunción, yo la acercaré a su casa -y casi se diría que aún no había terminado de hacerle el ofrecimiento cuando caí en la cuenta de que esa noche la Doña no se había vestido para una cena de trámite, esa noche Doña Asunción se había vestido para matar, perdón, para follar.

Y nada más entrar en el coche va la Doña y me hace otra pregunta que también tenía retranca, aunque en esta ocasión ya me pilló prevenido.

-¿Qué tal cuida usted de los intereses de mi marido?

-Creo que excelentemente señora, pero eso usted debe de juzgarlo, porque a veces estamos tan imbuidos en el día a día, que no somos capaces de prestar atención a ciertos detalles que son importantes pero que se nos escapan.

Ella volvió a divagar y nuevamente se enredó en cuestiones banales, como durante la cena, que quería decir cosas pero ni se atrevía ni era el lugar, pero ahora lo tenía a huevo, si me quería decir o pedir algo era el momento y el lugar de modo que tuve que darla un pequeño empujoncito.

-¿Y usted Doña Asunción, después de ocho meses de haberme traspasado la gestión de la empresa, cómo cree usted que lo estamos haciendo?

Y en eso ella ya se envalentonó y empezó a tocar el tema que quería tocar.

-Pues vera usted, yo en la negociación de la venta quería haber metido una cláusula particular, pero no me atreví a contársela a mi abogado porque quería tratarla con usted directamente cuando tuviera ocasión.

-Pues éste es el momento Doña Asunción, podemos hacer un pacto de caballeros y añadir algún anexo al contrato para subsanar alguna insuficiencia económica o de otra índole.

-No, económicamente estoy satisfecha, pero vera usted, mi marido no sólo se ocupaba de cubrir mis necesidades económicas, también se ocupaba de mis necesidades afectivas y en eso me he quedado un tanto desatendida.

Vamos, que la Doña me estaba diciendo a las claras que no se comía una polla y me pedía que yo se las proporcionase, de modo que le hice una oferta de lo más sugerente.

-¿Y con qué periodicidad cree usted que tendríamos que satisfacer sus carencias afectivas?

Ella se quedó un instante pensativa ante tal oferta y me contestó contundente:

-Una vez al mes creo que sería suficiente.

Yo también me quedé un instante reflexionando la petición y le contesté con una contraoferta:

-No fijemos cantidad, digamos que atenderemos sus carencias afectivas tantas veces como usted nos lo solicite.

Ella aceptó en barbecho y cerramos el acuerdo. No, no firmamos ningún papel, sencillamente le eché mano a su entrepierna a la vez que ella hacía lo mismo con la mía. Habíamos firmado un acuerdo de suministro de servicios que ella tenía previsto hacerlo valer esa misma noche, porque nada más llegar al portal de su lujosa casa en el barrio de Salamanca de Madrid, me insinuó, bueno quizás me lo exigió, que el servicio de atención a sus carencias afectivas debía comenzar de inmediato, aunque aún se tomó un último minuto para introducir una nueva cláusula al contrato.

-Oiga, dicen y no paran de hablar maravillas de su jefa de personal Pepa La Diosa, usted cree que ella también podría atender en ocasiones mis carencias afectivas. No es que yo tenga especial predilección por esa clase de relaciones, pero siento una auténtica fascinación por probarlas. Una no debe privarse de ninguna experiencia siempre que se lo pueda permitir.

-Naturalmente Doña Asunción, Pepa La Diosa estará encantada de satisfacer sus necesidades y seguro, por lo que dicen, que no saldrá usted defraudada de la experiencia. -Todo esto se lo decía ya dentro del ascensor, con la falda remangada, las bragas por las rodillas y mi polla en su mano.

Al penetrar en su casa Doña Asunción ya entraba penetrada. Apenas conseguimos ganar una mullida alfombra en medio del lujoso salón, y pude tumbarla y desnudarla de cintura para arriba, porque de cintura hacía abajo ya estaba en pelotas, con su chocho al aire y las bragas en sus manos.

La jodida de la vieja era una auténtica gourmet, paladeaba todo lo que se le ponía a mano. Primero agarró entre sus nerviosas y experimentadas manos mi polla y se la metió hasta la garganta, desapareció por completo dentro de su hambrienta boca, pero no la mantuvo demasiado tiempo en la boca, porque se acomodó como pudo en la alfombra, se despatarró y trató en vano de enterrar mi cabeza en su chumino, pero yo no estaba para hacer guardia en aquella garita, remoloneé como pude y me zafé de aquel enredo, pero enseguida caí en otro semejante.

La vieja mantenía sus bragas en la mano y cuando me acomodé encima de ella para follarla, ella me cogió desprevenido y me metió las bragas en la boca para que las chupara. Yo ya no podía hacer nada, de modo que fingí placer el tiempo que pude hasta que conseguí escupirlas de la boca, pero ella no cejaba en su empeño de follar de la manera más excitante posible y se me puso a cuatro patas mostrándome generosa sus nalgas y su despeluchado chumino para que se la clavara.

Miré a mí alrededor y pude alcanzar con la mano un par de cojines de un sofá, se los coloqué delante de la cara para que pudiese descansar en ellos la cabeza, me subí encima de sus nalgas y le metí la polla por su desvencijado chocho hasta los huevos. Ella hizo un intento para tomar la iniciativa de meterla y sacarla, pero inútil, porque yo me había puesto tan cachondo que me olvidé de a quien se la tenía metida y comencé a follarla de una manera salvaje.

Las embestidas eran tan fogosas que todo su cuerpo se zarandeaba a cada clavada. Ella aguantaba como podía las feroces embestidas, se refugiaba la cabeza en los cojines y se despatarraba cuanto podía para no perderse nada de lo que por detrás le estaba trajinando. El cuerpo de la vieja trepidaba de tal manera que me llegué a asustar y enseguida paré el ritmo para metérsela más acompasadamente y ella no tardó en comenzar a suspirar, ponerse en tensión y centrar sus esfuerzos en atraparme la polla con los músculos de su chumino.

Al ratito se me corrió y como un globo pinchado se desplomó sobre la alfombra. Yo la di la vuelta porque estaba con el culo en pompa y ella me miró exhausta pero con una sonrisa más que elocuente. Yo aún no me había corrido y no estaba dispuesto a perdonarlo, de modo que lentamente, muy lentamente y con el mayor de los cuidados se la metí y la estuve follando unos minutos hasta correrme dentro de ella.

Doña Asunción cuando sintió dentro de su vientre los espasmos de esperma de una polla joven, me abrazó la cabeza y me besó cariñosamente durante unos minutos, hasta que por fin pude levantarla del suelo y casi en mis brazos la lleve a su alcoba y me acosté con ella.

A la mañana siguiente la vieja estaba resplandeciente. Me prestó una bata para la ducha, me acercó unas zapatillas sin estrenar, me preparó un desayuno con muchos zumos y si no llego a estar atento, me echa otro polvo. Alegué que tenía mucha prisa y que no podía demorarme más, pero aún antes de salir me emplazó para la siguiente vez:

-Usted creé que la próxima semana podría Pepa La Diosa invitarme a cenar algún día.

-Naturalmente Doña Asunción, a cenar y luego podrá usted follar con ella cuanto le plazca.

La vieja me miró con ojos de picardía, puso en mi mano algo suave y sedoso, me la cerró y me dio un beso de despedida. Ya sólo en el ascensor abrí la mano y me di cuenta de lo que me había metido en la mano: eran las putas bragas de la vieja.

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