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El sofá de cuero negro

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- "Ven, ven, que quiero sentirte", te dije tirándote del pelo.

Ante mí, de rodillas, no parabas de besarme el clítoris, no querías parar, pero yo también quería probarte, quería probar tajada. Con tu respiración agitada y mi humedad vaginal, no podía más que querer sentirte. Te lo hago saber con mi mirada, insistente, deseosa, chispeante. Te levantas, y empiezas a besarme, me abrazas, sientes mi piel desnuda en tus fuertes manos. Pero yo te detengo; acababas tú de dominarme y ahora era yo quien iba a dominar la situación.

Mis ganas de tenerte para mí me impulsan a empujarte, de espaldas, hacia el sofá de cuero negro, a unos pasos detrás de ti. Caes de bruces y emites un gemido por mi empujón salvaje; nunca diría que cuando te deseo tanto saco mi brusquedad con tal de poseerte. Me arrodillo ante ti y empiezo a desnudarte, lenta e inexorablemente. Apoyas las manos sobre el cuero del sofá y me miras, comiéndote con la mirada mi pueril desnudez.

Mi deseo por ti comienza su curso. Te bajo la cremallera y de un plumazo te bajo el pantalón. Antes, te curvas un poco para ayudarme con la labor de desnudarte, no en vano, el vaquero cede y cae por tus piernas como la seda. Luego me doy cuenta que llevas los zapatos puestos. De ningún modo quiero que los lleves, con lo que empiezo a desabrochar las cordoneras. Primero el pie izquierdo y luego el derecho. Pero se resisten. Calzas un 44 de pie y yo sola no puedo quitártelos. ¡Malditos sean!, pienso. Me peleo con tus pies y tú acudes en mi ayuda. Tu fuerza me abruma ya que te los quitas con una facilidad espasmosa.

Te ríes de mientras y yo me rio contigo. Me coges la cara, me besas profundamente y, con un beso, callas mi risa.

- "No te desconcentres, nena", me dices ante mi pasividad estando ya descalzo e incorporándote en el sofá.

Me aparto el flequillo a un lado, me subo las gafas al puente de la nariz y te digo:

- "Me encantan tus piernas".

Porque sí, me gustan. Bien tonificadas y con tu tatuaje en el muslo derecho. Quiero acariciarlas, así que pongo mis manos sobre tus tobillos y voy subiendo, poco a poco, hasta tu entrepierna. En el proceso, voy besando tu piel y en un impulso, te insto a que te quites la camiseta para así poder deleitarme con tus abdominales, de gimnasio, perfectos como en más de una ocasión te llegué a decir. Poso mis manos sobre ellos y me conmociono al sentir tus músculos.

Palpo, acaricio... La sensación es excitante.

Pero me centro en ti, en tu cuerpo y viril desnudez. Ahora mismo llevas solo unos bóxeres, y me doy cuenta que son de los Minions. Emito una fuerte carcajada y tiro del elástico.

- "Ayy, que hace daño", me dices torciendo un poco el gesto.

- "¡Pero qué cosa más graciosa tienes aquí!", exclamo yo en clave de broma.

- "Sí, nena, como tu sujetador de Hello Kitty", contraatacas riéndote por lo bajo.

- "Me encantan. Tus bóxers. Los Minions... Y todo tú", te respondo al notar que empiezas a ponerte duro.

- "Arráncamelos", dices bruscamente.

- "Ay, con lo mono que está aquí Stuart...", suelto haciéndote pucheros.

Porque tenías a mi Minion favorito, el del único ojo, sobre todo tu paquete, y sonreía picarón.

- "Nena, hazme tuyo ya o me volveré loco", insistes casi implorándome.

Me gusta verte así, rogándome, haciéndome desear yo, necesitado de mí.

Como soy de muy bien mandar te bajo el bóxer, muy lentamente, no sin antes masajearte todo el pene por encima de la tela, excitándote más. Tu glande asoma poco a poco y conforme bajo el bóxer, toda tu erección se planta ante mí. Una imagen que me hace suspirar. Sin dejar de mirarme, te vas excitando más y más a tenor de tu respiración, algo trabajosa en este instante. Cuando ya estás todo erecto, empiezo a jugar con mis manos, siempre despacio. Me acaricias la cara suavemente y posas tu pulgar sobre mi labio inferior. Siempre te gusta morderme el labio, sabes que eso me pone mucho, por lo que te incorporas y me lo muerdes. Con la otra mano me coges un pecho y aprietas.

- "Despacio, cariño", te digo suavemente.

Ahora sentimos nuestras agitadas respiraciones mutuamente mientras te estimulo con una mano.

Es entonces cuando emites un gemido y dejas de morderme el labio. Echas la cabeza hacia atrás, te apoyas en el respaldo del sofá y miras al techo. Claramente estás disfrutando y es señal inequívoca de que es hora de trabajar con la boca. Empiezo la mamada oralmente y más y más duro te vas poniendo.

- "Joder, nena", consigues soltar.

- "Mmmmmm…", gimo yo.

La mano que tengo libre decido posarla sobre tu pecho para acariciarte a ciegas. Como por inercia, la coges y la guías por tus pectorales y besas cada dedo, deteniéndote en el índice. Nos excitamos los dos, mutua pasión desenfrenada. Pero al darme cuenta que estoy ya suficientemente mojada y tú muy duro, me incorporo y me siento a horcajadas sobre ti. No te esperabas mi reacción tan pronto y me frenas un poco por las caderas.

- "Espera, el condón, nena", atinas a decir.

- "Joder, es verdad", digo levantándome de un salto.

- "Tengo uno en el bolsillo del pantalón", exclamas mientras te vas acomodando en el sofá.

Voy por el preservativo y como sé que te gusta verme desnuda, de pie ante ti, hago como que me cuesta sacarlo del bolsillo para que te deleites con la vista un rato. Soy yo quien te pone el condón, siempre me dejas que lo haga. Te pone mucho.

Cuando ya estás bien seguro, y mientras revisas que esté bien puesto por si las moscas, te vuelvo a empujar hacia atrás y me siento encima tuya. Te pido una penetración que por supuesto me ofreces encantado.

- "Te quiero... Te quiero dentro de mí", te digo al oído.

Nos abrazamos, besamos y acariciamos; todo un concierto en perfecta sintonía de pasión, orgasmos y lujuria. La nota final es tu corrida fuera de mí, de nuevo con la cabeza hacia atrás, momento en el cual te beso la nuez del cuello y tu boca un poco abierta.

- "Gracias, nena. Gracias por hacerme tuyo", consigues decirme tras tu orgasmo.

- Siempre serás mío, nene", te digo mientras te acaricio el pelo, todavía con la cabeza echada hacia atrás.

Y así fue nuestra noche loca y salvaje; una noche de sexo en un sofá de cuero negro, único testigo de nuestro deseo carnal.

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