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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 4)

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El avance de las tropas era extremadamente lento por el dantesco escenario de la batalla. Los señoriales edificios se habían convertido en enormes montículos de escombros, y las ruinas lo llenaban todo fruto de la acción de la artillería imperial y de la respuesta federal. Después de ocho días de duros combates, la milenaria capital estaba arrasada y las operaciones transcurrían en el centro de la ciudad, en torno al reducto en que se había convertido la antigua Cancillería y sus edificios gubernamentales. Las tropas imperiales, al mando de la princesa Zorralla, hija del emperador, estaban acorraladas faltas de apoyo aéreo y de la cobertura desde la órbita de la flota imperial, que, por la acción de las defensas planetarias, se había visto obligada a retirarse a distancia segura.

Todo había empezado dos semanas antes, cuando el emperador Zannar II, en represalia por la derrota en Aerom, lanzó un ataque contra el sistema Egárion, uno de los principales centros logísticos de Consejo Federal. Aunque en un primer momento lograron desembarcar gran cantidad de tropas y material, la artillería de defensa planetaria sobrevivió a los primeros bombardeos y comenzó a machacar a la flota enemiga, que tras la pérdida de varios cruceros optó por retirarse a distancia segura. Durante los primeros instantes del ataque, el general al mando había caído junto con todo su Estado Mayor, por lo que las tropas federales estaban descabezadas y al mando de un coronel. El Consejo decidió mandar urgentemente a un jefe militar de alto rango, y el único disponible cerca de allí era Matilda. Para no poner en peligro la misión, no se llevó ningunas de las naves que acababan de terminar de reparar en Raissa, ni a nadie de su tripulación, salvo a la Princesa Súm, que sería su ayudante de campo: por alguna razón, quería tenerla cerca.

Gracias a la protección de las poderosas baterías planetarias, no les resultó difícil llegar a Egárion con las naves de suministros y 30.000 soldados de refuerzo. Inmediatamente, ascendió a general e integró en su estado mayor, al coronel que había dirigido con éxito las operaciones hasta ahora, y al mando directo de las fuerzas de ataque federales, comenzó la contraofensiva. Ocho días después, y tras sufrir fuertes bajas, las tropas imperiales se amontonaban en un sector de 5 Km2 rodeando la Cancillería donde la princesa Zorralla tenía su centro de mando.

Matilda, y la inseparable Súm, se habían guarecido en las ruinas de un centro comercial a medio centenar de metros de los derruidos muros exteriores del palacio.

—El 146.º regimiento, casi ha rodeado la zona occidental del palacio, —informaba el comandante del sector haciendo indicaciones sobre un mapa— pero por ahora no podemos seguir avanzando por ahí. La resistencia es muy dura: no quieren perder el palacio.

—Mucho menos si la cerda de la princesita esta en su interior, —observó Matilda—. ¿Y por el oriental?

—Hemos llegado al canal, pero sin barcazas no podemos seguir. Podríamos intentar cruzar a nado…

—Negativo, ya es un suicidio intentar cruzar con barcazas, mucho más a nado. 

—¿Qué ordena entonces mi señora? —preguntó el oficial.

—Mande otro escuadrón y una sección de artillería de campaña, que apoye al 146, y que sigan presionando. Mientras, nosotras, con tres escuadrones atacaremos directamente el palacio. Que la artillería machaque ese punto sin descanso para facilitarnos el avance: quiero a la jodida princesa a toda costa.

Cuando el 146 redobló su presión, los escuadrones se aprestaron a iniciar el asalto.

—¿Dónde quiere instalar su centro de mando? —preguntó el oficial.

—¿Mi centro de mando?, —respondió Matilda soltando una carcajada—. Donde siempre lo pongo: al frente de las tropas.

Activó su escudo de energía mística que emergía del protector de su antebrazo izquierdo, y empuñando a Eskaldár, salio del parapeto protegiéndose con él.

—¡Escuadrones! —gritó, e inmediatamente un único y colectivo grito se oyó como respuesta—. ¡Avanzar! 

—¡Avanzar! —repitieron cientos de voces a la vez, al tiempo que los silbatos de los oficiales empezaban a sonar frenéticos.

Protegida por su escudo, que recibía los terribles impactos de las armas imperiales, y ayudándose con su espada, con la que desviaba algunos impactos, avanzaba decidida hacia el enemigo. A su espalda, protegiéndose tras su cuerpo, la Princesa Súm disparaba su arma de partículas. Cientos de soldados de todos los sexos y razas las seguían protegiéndose con sus escudos de duranio mientras disparaban sus armas en medio de un griterío ensordecedor. Llegaron a la altura de las defensas imperiales y se entabló un furioso combate cuerpo a cuerpo. Aparecieron espadas, cuchillos, hachas, bayonetas: todo valía para luchar. Matilda se abría paso a golpes de Eskaldár, ahora, hombro con hombro con Súm, que, con su arma colgada de la espalda, manejaba con maestría sus dos mortíferas espadas mandorianas, mientras su cola, armada con un punzón de combate, aguijoneaba una y otra vez a los soldados enemigos. Arrollando a los defensores, y después de traspasar el vestíbulo, irrumpieron en el interior del salón principal del palacio, que rápidamente se convirtió en el centro de la batalla. Desde un extremo del salón, Matilda vio a la princesa Zorralla que también la miraba con ojos de odio. Las dos avanzaron simultáneamente abriéndose paso. Cuando por fin se encontraron, estuvieron unos segundos observándose mientras se movían en círculos. Zorralla, protegiéndose con su escudo, se colocó en actitud de combate, como también hizo Matilda. A pesar del odio que sentía por ella actuaba con precaución: Zorralla es una guerrera temible. Además, empuñaba una espada forjada por su padre en Numbar, aunque no era una espada de poder.

El odio que sentía por ella se debía a que el primer encargo que la hizo su padre el emperador, fue conquistar y arrasar el Reino de Numbar. Se empleó a fondo, asesinando a cientos de miles de pacíficos ciudadanos. Mientras buscaba a Mirador, solo encontró a la madre de Matilda, y la asesinó con sus propias manos.

Zorralla era el resultado in vitro de la necesidad del emperador por tener descendencia. Cuando era joven, sufrió un grave accidente radiactivo que envenenó todos sus fluidos, pero por esas cosas raras que pasan con la mística, a él no le mató. Tras varios intentos infructuosos, su esperma fue purificado y refinado antes de fecundar en una probeta un óvulo de la emperatriz. El resultado fue Zorralla, un ser de una gran inteligencia, un físico espectacular y una extremada maldad, sin duda heredada de su padre.

Seguían observándose, y como si se hubieran puesto de acuerdo atacaron a la vez. Las dos descargaban terribles golpes con sus espadas mientras con los escudos paraban los golpes contrarios. Tal era la violencia del combate que poco a poco se fue abriendo un círculo en torna a ellas mientras la batalla se paralizaba para ver el combate de dos verdaderos titanes de la lucha, de dos de las principales líderes de la guerra. Durante más de quince minutos, estuvieron golpeándose, hiriéndose mutuamente, pero sin conseguir ventaja. Al final, Matilda con su cuerpo ensangrentado, logro hacer un movimiento imprevisto y propino un corte profundo a la princesa a la altura del pecho y completando el giro introdujo con todo su odio a Eskaldár, en el hombro derecho de su enemiga, atravesándolo. La miró un segundo, y cuando se disponía a rematarla, su guardia personal de Guardias Negros se abalanzó sobre ella protegiéndola con sus cuerpos, mientras Súm y un grupo de soldados federales hacían lo propio. La batalla se reanudó, pero cuando lograron despejar la zona la princesa había desaparecido. Matilda se lanzó en su persecución, pero no logró alcanzarla, a pesar de que el 146 consiguió por fin romper las líneas imperiales y llegar al canal cortando la huida por tierra. Sacrificando naves, la Flota Imperial se acercó al planeta, entro en la atmosfera y logró sacar a la princesa poniéndola a salvo. 

Las perdidas imperiales fueron terribles. Más de 100.000 soldados, gran cantidad de equipo militar y 27 naves, de los que 7 eran cruceros. En las dos últimas batallas, la Flota Imperial había perdido una sexta parte de su grupo de cruceros pesados, vitales para llevar la voluntad del emperador a todos los rincones de la galaxia.

El emperador estaba furioso; no solo había estado a punto de perder a su heredera, además le habían infligido dos derrotas consecutivas durísimas, y lo peor: no había podido ocultarlo a las Familias Capitalistas, que ya le miraban descaradamente de reojo. Y todo a manos de su mayor enemiga, Matilda, la única que le podría disputar la supremacía con los Talismanes Místicos.

Cuatro semanas después de que Matilda y la Princesa Súm salieran de Raissa en dirección a Egárion, las dos mujeres regresaron. En sus cuerpos, claramente eran visibles las huellas de la dura batalla librada. 

Matilda fue al hotel con Ushlas mientras que la Princesa Súm se dirigía a la Tharsis.

—¿Tú cuando te vas a enterar de que el comandante en jefe, está detrás de un mapa y lo señala con el dedo? —aunque ya estaba acostumbrada, Ushlas no desaprovechaba la ocasión de darla la charla mientras la quitaba el uniforme para inspeccionar sus heridas, que, aunque muchas, no eran importantes—. ¿Te las ha visto el médico? Que tú eres muy burra.

—¡Joder nena, pareces mi madre! —nada más pronunciar esas palabras se quedó en silencio mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Inmediatamente Ushlas la abrazó—. Se me ha escapado nena, se me ha escapado. La tenía atravesada con la espada, perdí la concentración un puto segundo y la hija de puta se me escapó entre los dedos.

—Tranquila mi amor, habrá más oportunidades, —dijo mientras la acariciaba consolándola.

—Nunca voy a tener otra oportunidad como esta.

—La tendrás, te lo aseguro. La noticia de tu victoria y las heridas de la princesita, están recorriendo el Imperio de un extremo a otro, y por lo que sabemos Zannar está más cabreado que una mona tordariana, —la expresión hizo sonreír a Matilda—. Te tiene en el puto punto de mira más que nunca.

—Habrá que estar atentos a sus próximos movimientos… —comenzó a decir Matilda.

—Ya lo está haciendo, —la interrumpió Ushlas—. Está concentrando naves y tropas, y en gran cantidad, en algún lugar del sector 22.

—¿La fuente es fiable?

—Del Consejo Federal. Hemos recibido el informe esta mañana.

—Con Zorralla fuera de juego, solo le queda de máxima confianza el mariscal Rahoi para dirigir una operación de esa envergadura. O el mismo.

—El Consejo tiene muchas dudas, pero en principio se inclina por Rahoi. Las relaciones del emperador con los capitalistas no pasan por su mejor momento. En estos momentos no puede abandonar la capital imperial: en Axos vuelan los puñales.

—Ya, pero lo repito: sin Zorralla, necesita a Rahoi para ir al Sector Oscuro.

—Eso si es verdad, por eso el Consejo tiene dudas.

—Tenlo todo preparado para partir a primera…

—Las ordenes son claras, Matilda, —la interrumpió—. Nuestro grupo de cruceros partirá hacia el Sector Oscuro cuando estemos preparados. El Consejo no va a presentar batalla. En todo caso no quiere sacrificar más tropas y naves como paso en Rulas 3. Cuando se sepa cuál es el objetivo del emperador, se evacuará a todo el que se pueda.

—¡Joder Ushlas! No podemos estar huyendo…

—Ni tú puedes ir corriendo a cada batalla que se presenta —la cortó—. Tú eres demasiado importante… y valiosa. La clave de la victoria final eres tú, no lo olvides. 

—¡Mierda! —exclamó dando una patada a un taburete que salio disparado por la puerta de la terraza. 

—Mati, tranquilízate, —la dijo con paciencia mientras la volvía a abrazar—. Todo está preparado para partir. Solo falta que lleguen las doncellas.

—¿Qué doncellas? —preguntó Matilda con cara de perplejidad mientras intentaba zafarse del abrazo.

—Tus doncellas.

—Pero, mis doncellas están… ¡No me jodas!

—El consejo quiere que vengan con nosotros por si acaso, —y cambiando de tema, añadió—: por cierto, ¿Recuerdas cuánto te presente a Súm, que comentamos que tu hermano estaba desaparecido, y las dos supusimos que estaría con alguna guarra?

—Bueno, tú supusiste más que yo. Pero, si, lo supusimos.

—Pues que estaba en Urania.

—¿Y?

—Cómo que ¿Y?

—Antes Neerlhix iba mucho a Urania: siente cierta “pasión” por las uranitas. Posiblemente tenga que ver con que las hembras tienen la lengua muy larga y bífida.

—Eso no me lo habías contado, —dijo Ushlas un tanto molesta.

—Mi amor, no considero importante contarte como le gusta a mi hermano que se la chupen.

—Pues ha conseguido seis cañones pesados de protones, y con generadores y células de energía.

—¡No jodas! Sabía que estaba muy bien relacionado, pero no hasta ese punto. Los uranitas son muy quisquillosos con su tecnología punta; para algo que tienen lo protegen de cojones, y ni siquiera de lo han proporcionado al emperador.

—Hablé con los otros capitanes y decidimos montar uno en cada crucero, y tres en la Tharsis, —y parando la protesta de Matilda con la mano, añadió—. Consideran que la Tharsis no solo es la nave principal, también es la más importante, porque te lleva a ti, a Eskaldár, y a las doncellas.

—¿Te he dicho alguna vez que estoy…?

—Si mi amor, muchas veces.

Mientras tanto, la Princesa Súm había llegado a la Tharsis, donde su escuadrón ya se había instalado. Sus soldados la rodearon nada más verla, interesándose por las visibles heridas de su cara y brazos: se notaba que la relación con sus subordinados era excepcional. Después de charlar un rato con ellos, y echar unas risas, pidió a Ramírez y a un sargento, que la mostrasen su camarote. Cuando entraron, Ramírez se hizo cargo de las armas que Súm llevaba colgada de la espalda, mientras el sargento, que como ella era mandoriano, cerraba la puerta. Después, los dos procedieron a desnudarla, mientras la besuqueaban.

—¡Joder Súm!, estás hecha una mierda, —exclamó el sargento inspeccionando sus heridas.

—Pues no te pierdas esto, —dijo Ramírez mostrando la vendada cola de la Princesa.

—Un cabrón casi me la corta, —dijo riendo—. Es peligroso combatir al lado Matilda: siempre está en el lugar más jodido. 

—Si no te conociéramos diríamos que te estás quejando.

—Para nada. Ha sido la experiencia de mi vida, y espero tener más. Para mí ha sido un honor estar a su lado.

—Me da miedo hacerte daño.

—No te preocupes que ahora mismo no me duele nada.

Después de un par de horas de intensos y diversos juegos, Ramírez se dirigió a un armario de dónde sacó una botella de licor mandoriano y llenó tres vasos.

—Gracias chicos, lo necesitaba.

—Nena, estás llena de hematomas: pareces un perro dalmatiano.

—Viéndote el cuerpo, no hace falta que asegures que ha sido duro.

—Sobre todo para ella. La hija de puta de la Zorralla se le escapó viva cuando estaba a punto de rematarla, —dijo la Princesa apesadumbrada.

—Eso hemos oído…

—No pudimos hacer nada, cuando la iba a partir en dos, la Guardia Negra se interpuso y la protegieron con sus cuerpos. Cuando reaccionamos nosotros, ya se la habían llevado. 

—¿Sabes algo sobre a dónde vamos?

—No, no me lo ha dicho. Cuando me reclutó me dijo que íbamos a protagonizar la mayor aventura de nuestras vidas, y posiblemente de la historia. Y yo la creo: no podemos fallarla. 

—Princesa, sabes que tu escuadrón está preparado para lo que desees. No fallaremos.

—Lo sé. 

—Y los otros escuadrones también: he estado en contacto con sus comandantes.

—¡Fantástico! No esperaba menos: sé que es imposible que me falléis.

—No fallaremos, pero si follaremos.

—También lo sé, —respondió soltando una carcajada—. Anda payaso, ponme otro vaso.

Al día siguiente, por la tarde, Ushlas se encontró con la Princesa a la entrada del puente.

—Me han dicho que casi pierdes la cola, —dijo riendo después de abrazarla.

—No te imaginas las ganas que tengo de que me quiten la puta venda: es cómo llevar ahí una lámpara, —se sinceró—. Todo el mundo me pregunta por lo mismo. Y es embarazoso. ¡Joder! No es muy honorable que te corten la cola en un combate. ¿Esta Matilda en el puente?

—No, no. Está en “Zona de Guerra”

—¿Zona de Guerra? —preguntó desconcertada.

—Un grupo de tripulantes formaron hace tiempo un club de música…

—¿Un club de música? Que agradable.

—Bueno, sí. Es música de la Tierra, de algo llamado rock, o algo así. Hoy tienen programado un concierto y Matilda no se pierde ninguno. Incomprensiblemente es una apasionada.

—Entonces estará ocupada: no quiero molestarla.

—No, no, ves a verla, no te preocupes: así te distraes tu también. Cubierta 2, sección 7, A13.

Después de despedirse, la Princesa se dirigió a los turbo ascensores y se bajó en la cubierta y sección indicados. Llegó al almacén 13, y cuando abrió la puerta, una vorágine de ruido ensordecedor la hizo retroceder. Haciendo acopio de valor, se asomó con precaución a la puerta y vio a cuarenta o cincuenta personas, entre los que había algunos de sus soldados, saltando como poseídos por alguna fuerza extraña. Uno de ellos la vio y se acercó rápidamente.

—¿Buscas a Matilda? —gritó. 

La Princesa solo pudo afirmar con la cabeza. El militar la cogía de la mano, y empujando para abrirse paso la llevo hacia un rincón. Lo que vio la dejó estupefacta, mientras el soldado se partía de la risa. Matilda, con un pantaloncito corto, una camisa anudada a la cintura que dejaba al descubierto su ombligo y sus marcados abdominales, y sobre unos zapatos de tacón alto, se movía al son del ruido como una anguila. Cuando Matilda la vio, dejó de bailar y la dio un par de besos.

—¿Te traigo algo de beber, Princesa? —preguntó el soldado.

—No se…

—Mira, prueba esto, —dijo Matilda tendiéndola un vaso—. Es un combinado de la Tierra, se llama gin tonic. La princesa lo probó y puso cara rara.

 —Ya sabes que las princesas son muy finas. Esto es muy seco para su regio paladar, —dijo al soldado riendo mientras Súm fruncía el ceño—. Tráela un mojito que es más dulce.

Cuando se lo trajo, lo probó y la gustó mucho, tanto, que se lo tomó de un trago, al estilo de los chupitos de licor mandoriano.

—Mi querida Princesa, —dijo el soldado muerto de risa— en la Tierra esto es un “trago largo” y significa que se bebe poco a poco.

Matilda siguió bailando, mientras el soldado seguía intentando ligarse a la hembra furgaliana que estaba con él. Un rato después, Matilda vio a Súm en la zona donde se servían las copas y se aproximó a ella. Comprobó que estaba extremadamente sudorosa, y eso en los mandorianos ni es normal, ni bueno. Se sacó el comunicador del bolsillo de atrás y llamó a Ramírez. Cuando llegó, le señalo a la princesa que, con el codo apoyado en la barra, sujetaba un vaso con la mano.

—Pero tía, ¿Cuántos llevas? —preguntó después de inspeccionarla y pasarla la mano por la frente.

—No ze, creo que cuazro, —respondió a duras penas. Matilda a su lado, se meaba de risa junto al soldado. Súm se volvió a ellos y les dijo—. No oz riaiz, zoy una prinzeza.

—Lo que eres es una princesa muy borracha, —contestó Ramírez, y levantándola, sé la echó al hombro y salieron del “Zona de Guerra” mientras Súm no paraba de gritar—. ¡Yuupppiiii!

Al día siguiente, a la hora del almuerzo, la Princesa apareció por el comedor con unas enormes gafas de sol con cristales negros.

—¡Hombre, la prinzeza! —soltó Matilda provocando una carcajada general en la mesa de oficiales.

—¿Y esas gafas de sol? —preguntó divertida Ushlas.

—Me las ha prestado la alférez Yohari, —balbuceó Súm.

—Tomate una de estas: me las ha dado el médico para ti, —dijo Matilda poniéndola delante un tubito de pastillas.

—¿Solo una? —preguntó la princesa apoyando la frente sobre la mesa.

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