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Ana 3, acostumbrándose a disfrutar de ser violada

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Esta vez pasaron exactamente veintitrés días desde la última vez que estuve con Ana. Aquel día fue memorable, había logrado entrar a su departamento gracias a la complicidad del gasista del edificio, quien tenía que hacer un trabajo en su casa. El plan fue muy simple, pero efectivo, toqué el timbre del dpto. de Ana, ella pensaba que se trataba del ayudante al cual esperaba el gasista, así que dejó que este último me abriera la puerta. Una vez que se dio cuenta de que se trataba de mí, ya era muy tarde.

Para los que no conocen las historias que cuento de Ana les comento: ella es una mujer bastante rayada y extraña, con un carácter fuerte. Resulta difícil conquistarla con métodos tradicionales, sin embargo, si uno la pone en una situación límite, termina por acceder. Esto lo había aprendido gracias a la experiencia que tuve junto al empleado de seguridad del edificio, quien su amante, y una noche me llevó al dpto. de ella sin habérselo avisado, y ahí nos enfiestamos los tres (ver Ana 1).

Pero volviendo a la última vez que estuve en su casa (ver Ana 2), una vez estando dentro, simplemente fue cuestión de arrinconarla con nuestros cuerpos y comenzar a disponer del de ella. Por supuesto que en principio forcejeaba, y hasta daba algún grito, pero finalmente se rindió. Eso es lo que más me gusta de ella, que se reúse mientras le voy quitando la ropa y la manoseo, me calienta muchísimo. Claro que si realmente hubiese querido reusare, podría haber gritado más fuerte para que todos los vecinos la escuchen, pero nunca hace eso, y eso es sencillamente porque es una puta. Ella misma me lo había confesado: no podía decirle que no a los tipos que la querían coger.

Pero bueno, ese fue un pantallazo para los que no conocen las historias anteriores. Para que sepan la clase de puta que es Ana, es decir, de esas que te dicen que no quieren, pero enseguida están gimiendo cuando la penetrás por todas partes. Pero ahora volvamos a la actualidad.

Como ya habrán notado, estoy tan caliente con esta mina que cuento los días y las horas desde la última vez que estuve con ella. Veintitrés días de sufrimiento. Si supieran cuantas pajas me clavé pensando en ella, sobre todo, esas veces que me la cruzaba en el ascensor y me acercaba a ella para robarle un beso, y meterle mano por donde pudiera. Ella ponía el estuche del violín entre el medio de los dos, pero yo simplemente lo hacía a un lado y la arrinconaba en la esquina mientras el ascensor bajaba lentamente. Normalmente usaba calzas bien ajustadas, de esas que le dejan bien marcada la cola. La de ella es redonda y firme, deliciosa al tacto, no me podía controlar cada vez que la veía, ella solo me empujaba débilmente diciendo “¡soltame tarado!”, y luego se iba a paso rápido una vez que llegábamos a planta baja. Yo disfrutaba mucho de esos acosos, porque sabía que la muy putita nunca se quejaría con nadie. Cuando tenía tiempo libre, esperaba pegado a mi puerta hasta escuchar el sonido de sus tacos, o de las llaves chocando entre sí. El pasillo era solo nuestro, cada piso tiene solo dos departamentos, así que quedábamos solos.

Una noche salí al pasillo al escucharla. Esta vez no llevaba esas calzas que tanto me calentaban, sino otra cosa mejor, una minifalda color crema, floreada. Cuando salí de mi dpto. Ella se disponía a abrir la puerta del suyo. Me daba la espalda, su cabello enrulado y rubio estaba suelto, estaba parada en una postura tal que sacaba su culito hermoso para afuera. Giró y me vio un tanto preocupada. Estaba muy bien maquillada, su piel blanca, perfecta, los labios pintados con una especie de rosado, las pestañas arqueadas y las cejas depiladas resaltaban la mirada de putita fiestera que tanto me gustaba. Frunció el ceño en señal de desaprobación a medida que me acercaba a pasos largos. Aun con su cara enojada, sus ojos emanaban sexualidad. Sacó la llave de la cerradura, quizá por miedo a que yo intentara entrar con ella. Pero quedó a mi merced.

—Como te extrañé putita —la saludé al tiempo que le metía la mano en la pollera. Su piel es lo más suave que se puedan imaginar, no solo la del culo, sus piernas firmes y ejercitadas también tenían una textura imposible de ignorar.

—Soltame o te juro que despierto a todos los vecinos. —me dijo con una furia asesina en los ojos. Esta vez le creí, así que tuve que desistir.

—Está bien —dije resignado, pero mi mano no podía parar de escarbar esa redondez perfecta. Luego sentí el tacto de la tanga— pero me llevo un regalo —se la arranqué de un tirón y volví a casa. Esta vez tendría al menos un trofeo para inspirarme mientras me masturbaba.

Esto fue hace una semana. Luego nos encontramos a solas en una ocasión. En el almacén de enfrente. Ella compraba mientras yo esperaba detrás de ella. No me había visto. Hacía calor, así que llevaba un short verde cortísimo que resaltaba sus formas. Me acerqué hasta tenerla a unos centímetros, su cabeza rubia casi chocaba con mi mentón, le pellizqué una nalga con fuerza. El almacenero no podía ver nada desde el otro lado del mostrador, solo nos veía del hombro para arriba, yo seguía metiendo mano, en verdad no me importaba que armase un escándalo, pero la muy puta sólo se limitó a menear el culo para deshacerse de la mano intrusa. Mientras recibía el cambio la volví a pellizcar y desafié su mirada furiosa con una sonrisa provocadora. Al salir del almacén observé que unas chicas se reían de mí, no entendí de qué, hasta que noté sus miradas posadas en el miembro erecto que luchaba por escapar del pantalón.

En esta última semana no pude acercarme a ella. Siempre salía de su dpto. con un tipo diferente. En general eran mayores que ella. Parece que Anita tiene algún trauma con su padre, y anda buscando una imagen paterna que lo reemplace. Claro que estos viejos no la veían como a una hija ni mucho menos, y seguramente aprovechaban la debilidad que Ana tenía por las pijas, para llevársela a la cama y hacer de ella lo que quisieran. No los culpaba, aunque si los envidiaba. Una noche la vi salir del ascensor, esta vez con un tipo bastante joven, aunque bien feo. Perfeccioné mi método de espionaje. Ahora puedo notar su presencia apenas el ascensor para en nuestro piso. Entonces me acerco a la puerta y observo por la mirilla para comprobar si se encuentra sola. Esto fue hace dos días, fue increíble las ganas que tuve de salir al pasillo, cagar a piñas al pelotudo ese que se la llevaba de la mano, y arrastrarla hasta mi casa para tirarla en la cama boca abajo, chuparle todo el cuerpo y ensartarla por todas partes. Sin darme cuenta comencé a masturbarme mientras el feo comenzaba a animarse a manosearle el culo a Ana, mientras la muy puta abría la puerta.

El colmo fue cuando al otro día por la tarde la vi salir con otro tipo, este también joven, no tan feo como el anterior, pero bastante desalineado. Justo yo entraba de hacer las compras. La muy perra me vio y le dio un beso cariñoso en la boca al idiota de turno. Esto me enfurecía. Me quedé en el ascensor esperándola, pero ella salió a la calle fingiendo querer comprar algo.

Sin embargo, toda esta situación me dio una idea que ya puse en marcha. Le pedí a un amigo que le enviara una solicitud de amistad en Facebook. La idea es simple. Él se la chamuya, la mina es muy fácil, es cuestión de tiempo para que acepte un encuentro con él, y cuando lo haga, una vez que lleguen al edificio, la llevamos por la fuerza hasta mi dpto. donde quizá no esté esperando yo solo y por fin me quitaré las ganas.

Pero eso puede llevar su tiempo. Ana es muy promiscua, pero puede llegar a ser muy necia si se lo propone. Podría hacer esperar a mi amigo mucho tiempo mientras se coge a medio mundo. Hay que tener paciencia.

Es de noche. Estoy escribiendo en la pc, sentado muy cerca de la puerta. Mientras escribo todo este relato espero a Ana, con la esperanza de encontrarla sola, indefensa. Tengo el tronco duro mientras recuerdo la última vez que estuve en su casa, donde la poseí de todas las formas que se me ocurrieron. Pero ahora tengo nuevas ideas y muchas ganas. Mucha leche contenida. Mi pantalón está abrochado, pero estoy seguro de que el pene ya escupió parte del semen que se desborda de él. Apenas la pueda ver me voy a aliviar con una paja, sino no voy a poder dormir.

Un momento.

Escucho el sonido del ascensor deslizarse. La puerta se va abrir enseguida. Se acerca despacio. Quizá sea ella. Voy hasta la puerta, quizá hoy tenga suerte…

Estaba hermosa, venía de tocar en un concierto, lo noté porque vestía totalmente de negro y cargaba su violín al hombro. La camisa, con unos botones desabrochados, mostraban parte de su pecho, la minifalda negra apenas cubriéndole lo suficiente para taparle el trasero precioso, las piernas cubiertas con unas medias negras, gruesas, y unos tacos agujas que la elevaban hasta la cumbre de la sensualidad.

Apenas salía del ascensor escuché su voz. Me desesperé al suponer que hablaba con alguno de sus amantes. Pero estaba sola. Conversaba por celular. Escuché la palabra mamá. Ya lo tenía decidido, ni bien colgara, salía de mi casa y simplemente la agarraría de la cintura, la cargaría al hombro y la metería en mi dpto. Toda la noche para mí. Se me hacía agua la boca con solo pensarlo, e increíblemente la pija se me hinchaba más de lo que ya estaba.

Pero la muy puta seguía hablando por teléfono, incluso mientras metía la llave en su casa. Entonces no soporté más. Si me la tenía que coger mientras hablaba con su mami así sería. Salí de mi dpto. Habré tenido un aspecto bastante malo, porque por primera vez en los ojos de Ana no vi enojo ni fastidio al notar mi presencia, sino cierto miedo que solo sirvió para calentarme más, si es que eso era posible.

No pudo hablar. Le quite el teléfono. Colgué y lo apagué.

—Devolvémelo, enfermo. —me gritó.

No le hice caso. Lo metí en el bolsillo. La agarré del brazo con fuerza y tiré de ella en dirección a mi casa.

—¡Soltame! —Gritó bastante fuerte, pero no tanto como uno esperaría que grite una mujer a punto de ser violada. Eso me calentó más.

—A ver como gritas, putita. —le dije desafiante mientras que con la mano en sus nalgas la direccionaba a donde quería llevarla.

—¡ayuda! —Gritó, todavía un poco contenida— ¡nooo! —dijo luego, esta vez sí bastante fuerte, pero ya estábamos en el umbral de la puerta abierta. Su resistencia física era mínima. Le di un chirlo y luego un último empujón para meterla dentro y cerrar con llave tras ella.

No pude aguantar ni hasta llevarla a la cama. Apenas dimos unos pasos, la coloqué contra la puerta.

—No quiero —dijo la necia.

—cállate putita, hoy no te salva nadie —le contesté mientras estrujaba sus nalgas por encima de la minifalda. Luego se la levanté. Tironeé de las medias hasta hacer una abertura, luego la abrí y la convertí en hilachas. Solo un poco de tela había quedado en los pies debido al zapato.

Hice lo mismo con la tanga negra, se la arranqué. Hasta en la ropa interior combinaba la puta.

—Por favor —suplicó— por favor no quiero.

—no sabes cómo me gusta que me pidas por favor —le dije burlón. La abracé desde atrás, sintiendo su voluptuoso trasero en contacto con mi miembro todavía aprisionado. Acaricié sus tetas sin preocuparme de la brusquedad con que los hacía. Ella seguía pidiendo por favor, aun cuando abría su camisa de un tirón, mandando a volar todos los botones. Luego se la saqué y liberé también su corpiño. Sus pechos son del tamaño perfecto. No muy grandes, pero lo suficiente como para que mis manos se pierdan en ellos. Estaba casi desnuda, solo le quedaba la minifalda a la altura de la cintura, y los zapatos. No se los iba a quitar, me gustaba así.

Recorrí su cuerpo con desesperación, usando ambas manos, iba del pecho hasta la pelvis, de la cintura, hasta los muslos, rozando a cada rato el trasero que tanto me enloquecía. Olía su cabello con desesperación, para luego hacérselo a un lado y devorar el cuello de cisne, y también las diminutas orejas. Desearía tener mil manos y cientos de labios para poder disfrutar de todo su ser al mismo tiempo.

Este manoseo duró poco tiempo, porque necesitaba descargarme. Me desnudé rapidísimo, y deje al descubierto mi pene hinchado, que como sospechaba, ya estaba chorreando.

—Ponete forro al menos —me dijo. Así de puta era. Hace un rato no quería, y ahora me pedía que me la coja con forro.

—Así que ahora querés que te garche, putita —dije, separé un poco más sus piernas, y la penetré. Lo hice con bastante brusquedad. Gimió de dolor, eso me gustó. Por fin la tenía a mi merced. Estábamos a pocos pasos de donde solía verla llegar con diferentes machos, pero ahora la tenía yo. Me agarré de su pollerita y empecé a mandársela con mayor intensidad.

—Pedime por favor que pare, que me encanta —le ordené. Para mi sorpresa, obedeció.

—Por favor pará —dijo casi susurrando, mientras contenía un gemido—  maahhh, por favor, nhhh, por favor pará —repetía la muy trola mientras se la ensartaba. Me volvía loco.

—no te escucho —comencé a embestirla con ferocidad. Mis bolas chocaban con su culo.

—Por favor. No, aaayy, no, mmmhhh, mmhhh. Por favahahah

—Te está gustando, no perra.

—Sí, aaah, sí, pero no quiero, no quiero aaay aaahh.

Si ya estaba caliente, sus gritos me terminaron de enloquecer. Saque la pija. Me miró con cara de decepción cuando lo hice. Seguramente quería más pija, pero ya habría tiempo para ello.

Exploté en una eyaculación potentísima. Acabé en sus nalgas y también ensucié la pollera que todavía envolvía su cintura.

La lleve hasta mi cuarto para que descansemos. Fui hasta la cocina y llevé agua. Se la veía muy agotada. Cuando terminó el vaso me dijo:

—¿Por qué no me tratas bien?

—Porque me gusta tratarte así —le contesté con sinceridad— y ahora me vas a chupar bien la pija.

Agarre la notebook. me recosté boca arriba. Hace unos quince minutos me la está chupando mientras escribo esta historia.

En este instante me chupa el glande. Es dolorosamente placentero, pero no quiero terminar todavía.

—métetela entera en la boca.

—aagglgl —traga Anita. Tan hermosa, tan dispuesta cuando finalmente se resigna a su destino de puta.

—Si seguí así, así, no pares.

Sus labios rozan mis testículos. Estoy a punto de acabar…

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