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De cómo Tina rompió con Lucía

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Mi relación con Alex, mi compañera de piso, siempre ha sido extremadamente cordial, y mira que somos bien diferentes. O quizá lo ha sido por eso. Alex, que es fuerte y temperamental, no está dispuesta a que nadie la avasalle. Pipa, una de las chicas del grupo, me contó una vez que Alex le soltó un soberbio bofetón a un tipo que insistía en llamarla Alejandra, cosa que ella detesta. En fin, como para llevarle la contraria...

De todos modos, Alex tiene un corazón bueno y generoso. La conocí por motivos de trabajo y nos hicimos amigas al enterarnos que compartíamos el gusto por las mujeres. Creo que vio muy claro que yo estaba perdida y que necesitaba un cable. Lo cierto es que me ayudó mucho. Meses más tarde aconteció que le quedó una habitación libre en su casa y me propuso compartir piso. A mí, la verdad, me fue muy bien marcharme de casa e independizarme. Fue al poco de empezar a compartir piso que me presentó a sus amigas, incluida Tina.

En todo el tiempo que compartí piso con Alex, nunca tuve ni un roce con ella, aunque bien está decir que yo no soy de buscar broncas y, por su parte, quizá ella veía claramente que conmigo no tendría ni para empezar...

Como andábamos siempre ocupadas, no se daba con frecuencia que pudiéramos compartir un buen rato sentadas en el sofá y hablar, pero un día coincidió que ninguna de las dos tenía nada que hacer y empezamos a cotillear. No sé cómo, pero la conversación fue a parar hacia Tina.

─No sabes el bien que le estás haciendo a Tina ─aseguró Alex.

─No sé, sólo somos amigas y nos hacemos compañía...

─De eso se trata, precisamente.

─¿No habéis hecho vosotras lo mismo?

─Sí, pero por alguna razón a Tina parece que le gusta más tu compañía ─sentenció Alex─. Dios sabrá porqué ─remató, irónica.

Me sentí muy contenta y halagada de que Tina me viese como algo especial. Mi esperanza de que acabáramos juntas se reforzó.

─Juro que ya desde el momento que os presenté vi una especie de corriente magnética que os envolvía ─continuó ella, mofándose.

─Tampoco te pases, Alex ─la reconvine.

─Bueno ─rio ella─, quizás no era una corriente magnética, pero, chica, ¡enseguida os sentasteis juntas y empezasteis a hablar pasando de nosotras!

Me ruboricé ligeramente recordando que, efectivamente, Tina me había llamado la atención en cuanto la vi.

─¿Tan mal la dejó su rotura? ─pregunté, retomando el hilo de la conversación.

─¡La hubieras visto cuando dejó a Lucía! ─siguió Alex-. Parecía que iba a darle algo, y eso que Tina no es para nada melodramática. Imagínate si la veíamos mal que con las chicas nos turnábamos para no dejarla muy sola.

─¿Cuándo ocurrió eso?

─Un par de meses antes de que te presentara al grupo.

Me quedé en silencio, pensando otra vez en el día en que Alex nos presentó. Tina estaba circunspecta, pero nada me hacía sospechar que estuviera pasando por aquél drama, aunque, de todos modos, en mi descargo debo decir que el nerviosismo de conocer de golpe a todo el grupo de chicas me impidió fijarme en demasiados detalles.

─¿Y... qué ocurrió? ─pregunté con un hilillo de voz.

─¿Tina no te ha contado?

─Ella no dice nunca nada de su ruptura y yo no me atrevo a preguntárselo ─me excusé.

─¿Por qué no te atreves?

─No quiero traerle malos recuerdos ─contesté, encogiéndome de hombros.

─¡Pues vaya tontería! ─me censuró Alex─. ¡Precisamente debes preguntárselo tu! Si se pone mala al recordarlo es que no lo ha superado, y debe hacerlo si quiere rehacer su vida. Ten presente que si la ayudas tu a hacerlo, confiará aún más en ti.

─Visto así...

─¿Y de que otra manera quieres verlo?

Animada por estas palabras me propuse sacar el tema a la primera ocasión que surgiera. Pensé que sería mejor tratarlo cuando estuviéramos en mi casa, pues no sabía cómo reaccionaría Tina, además, necesitaba estar a solas con ella, por lo que la presencia de Alex tampoco era de desear. Finalmente se dieron las circunstancias y llegó el momento.

Saqué de la despensa una bolsa con un surtido de frutos secos y, sentadas en el sofá, nos dispusimos a atacarlos. Entonces me di cuenta de que no tenía ni idea de cómo dirigir la conversación hasta donde yo quería, así que hice lo que Tina solía hacer: empezar a hablar de lo que le interesaba sin ningún tapujo.

Dejando los frutos secos de lado, giré mi cuerpo hacia donde estaba sentada Tina, puse mis descalzos pies encima del sofá y me abracé a mis piernas. Tomé aire.

─¿Qué pasó entre tú y Lucía? ─disparé, con el corazón alterado.

Tina continuó comiendo frutos secos como si nada hubiese oído, aunque, como la estaba observando fijamente, pude ver cómo su vista se clavó en la pared que tenía enfrente. Poco a poco, gradualmente, fue disminuyendo la velocidad a la que comía hasta detenerse completamente. Al mismo tiempo bajó su mirada hacia el cuenco de grano y su cara se fue entristeciendo.

Lanzó un sonoro suspiro y se encogió de hombros.

─Aquello ya no daba más de sí...

Me quedé contemplándola sin saber muy bien qué hacer. Aquella respuesta tan sintética no era lo que yo esperaba ni quería escuchar, pero, ¿cómo arrancarle las palabras?

Tras titubear un buen rato, me incorporé para acercarme a ella y, poniéndome detrás, la rodeé con los brazos depositando mi cabeza en su hombro.

─¿Qué paso? Cuéntale a tu Chiquita ─la alenté a media voz.

Tina se tomó su tiempo para contestar.

─Pensaba que lo que le sucedía a Lucía era que no se atrevía a salir del armario, que necesitaba mi apoyo y que poco a poco lo lograría. Ella y yo lo hablamos mucho. Juraba que me quería y que haría por mi cualquier cosa y que sí, que tarde o temprano se lo iría contando a todo el mundo, primero a sus hermanas, a sus amigas más íntimas, a sus padres y demás.

Tina recayó en un prolongado e incómodo silencio. Noté cómo caía una gota en mi mano que la rodeaba.

Como nunca la había visto llorar me sorprendió notar la lágrima sin haberla oído sollozar, por lo que le aparté el pelo que le tapaba el lado de la cara solo para confirmar que Tina estaba llorando.

A diferencia de mí, Tina no es muy llorona, pero aquella iba a ser la primera vez que asistiría a su llanto, y doy fe de que Tina tiene una manera muy particular de llorar: no hace ningún ruido, simplemente, las lágrimas brotan de sus ojos y ruedan por sus mejillas. Como mucho, si una la abraza, nota que su respiración se entrecorta ligeramente.

Se apoderó de mí una gran tristeza y mis entrañas se retorcieron. Ver a Tina llorar de pena me provocó un gran desasosiego. Empecé a arrepentirme por haber seguido el consejo de Alex. Sin saber mucho qué hacer o qué decir, me senté frente a ella a horcajadas sobre su regazo y la abracé con fuerza.

─Tina, cielo, perdóname. No quería hacerte llorar ni entristecerte ─le dije, embargada por la emoción y casi llorando a mi vez.

Correspondió a mi abrazo con fuerza y puso su cabeza en mi pecho. Empecé a acariciarle y a besarle el pelo.

─¡Me duele tanto verte así! ─le dije─. ¡Qué mal lo estarás pasado!

Tina se desasió para mirarme frente a frente. Aunque sus ojos todavía estaban mojados, parecía haber dejado de llorar. Me miraba con intensidad.

─¡Me sentí tan traicionada...! ─reanudó─. Yo, que a los trece años ya tenía muy claro que me gustaban las chicas y que no tenía ningún reparo en reconocerlo ante nadie, me vi de repente teniendo que disimular ante sus padres, sus hermanas y sus amigas.

“La quería tanto que no me importó y lo acepté, pensando siempre que solo era por un tiempo, que tarde o temprano Lucía se aceptaría y reuniría el valor para proclamar al mundo su manera de vivir su sexualidad.

Tina detuvo su explicación y bajó su mirada. De sus ojos volvieron a brotar nuevas lágrimas ante esos recuerdos. Le agarré con dulzura su cara.

─¡Mírame, mírame, Ratoncito! ─le pedí.

Nunca la había llamado Ratoncito y hasta yo me sorprendí. No sé la cara que puse, pero debió ser muy chistosa porque Tina, al elevar su mirada y observarme, se echó a reír con ganas. Resultó raro verla con los ojos bañados en lágrimas mientras se reía. Me ruboricé intensamente por haberla llamado “Ratoncito” pero también me alegré por haberla hecho reír.

─¿No irás a llamarme Ratoncito a partir de ahora, no?

─¿Por qué no? ─me defendí─. Tú me llamas Chiquita y te saco casi una cabeza, además, el mote te va que ni pintado.

─No te llamo Chiquita por tu altura ni por lo flaca que eres... ─repuso Tina.

Iba a preguntarle el motivo, pero tuve miedo de que nos alejáramos tanto de la conversación que ya no nos atreviéramos a retomarla. Tina también se dio cuenta y en su rostro regresó la seriedad, aunque se mostró serena y resignada. Agradecí ese cambio.

Tina exhaló un gran suspiro.

─Cómo pude confiar en que Lucía cumpliría todas las promesas que me hizo, o cómo pude soportar todas sus negativas a presentarme como su novia son cosas que no sé explicarme. Solo una estúpida se dejaría embaucar de ese modo.

─¡No digas eso, Tina! ─la reprendí─. Simplemente, estabas enamorada.

─¿Y qué diferencia hay entre ser estúpida y estar enamorada? ─preguntó amargamente─. Ahora veo claro que nunca tuvo la menor intención de salir del armario y que lo único que quería era jugar conmigo... ¡Me sentí tan despreciada...!

Suspiré, un poco desalentada. A Tina iba a costarle superar lo de Lucía más de lo que yo pensaba.

─Sí, estúpida, eso es lo que fui ─volvió a recalcar mientras volvía a abrazarme y a recostar su cabeza en mi pecho─, y si no llega a ser por las chicas...

Hacía unos meses que estaba introducida en el grupo de chicas y se podía decir que ya era una de ellas, pero al principio me sorprendió ver cómo entre ellas se defendían unas a otras a muerte. El precio que se tenía que pagar por estar en el grupo era que podían ser un poco invasivas y que había que serles leal.

─¿Qué te dijeron? ─pregunté tras otro largo silencio.

─A ellas ya hacía tiempo que esa relación les olía mal y no dejaban de decírmelo, pero yo no quería escucharlas. Al final, viendo que hasta mi carácter empezaba a cambiar, me llamaron al orden y no me dejaron hasta que me hicieron ver que Lucía no iba a salir del armario por mucho que yo esperara.

Tina volvió a callar. Imaginé que estaba reviviendo aquél momento y respeté su silencio. Poco después volvió a desasirse de mí y a mirarme de frente.

─Marta ─continuó Tina, que siempre que se pone seria me llama por mi nombre─, no creas que no me doy cuenta que te gustaría que nuestra amistad se convirtiera en algo más. Por mi parte, te diré que eres una chica dulce y maravillosa, y que sabe Dios que me gustaría estar contigo para siempre, pero no sé si alguna vez voy a poder confiar enteramente en alguien tanto como para entregarle mi corazón.

Aquella frase me desmoralizó todavía más, pero no estaba dispuesta a arrojar la toalla. Tuve muy claro que, si Tina y yo habíamos de tener un futuro, debía ser yo la que tenía que ofrecerme incondicionalmente.

─Bueno ─dije, suavemente─, yo sí te entrego mi corazón, Ratoncito, para que hagas lo que quieras con él.

Sonrió, no sé si por la candidez de mi frase, o ante mi insistencia en llamarla Ratoncito.

─Eres un ángel, Marta, solo espero poder corresponderte algún día.

─¡Esperaré! ─le aseguré.

─¡Vale! ─exclamó─, pero mientras tanto, Chiquita, quiero que me hagas un favor.

─Lo que tú quieras, cielo.

─Cuando, en el local donde vamos a bailar y a tomar copas, alguna te invite a tomar algo y quiera hablar contigo, quiero que aceptes. Necesitas conocer a gente nueva y abrirte un poco, cariño.

Torcí mi boca con desagrado.

─No quiero tomar copas con nadie, Tina, os tengo a ti y a las chicas.

─Somos un grupo muy cerrado y te vendrá bien hablar con gente diferente.

Miré a Tina, enfurruñada.

─No me mires así, Chiquita ─dijo Tina─. ¿Acaso no has visto cómo te miran las chicas que pululan por el local? ¡Te devoran con su mirada!

─¡Ya sé cómo me miran, tengo ojos! ─respondí─, pero me importan un pimiento.

─¡Cabezota! ─me riñó riéndose, mientras me daba una palmada en el trasero.

Su mano se quedó pegada a mi nalga y sentí una oleada de raro ardor. Pensé que, si solo por tener la mano de Tina en mi culo ya sentía esa efervescencia, ¿qué pasaría cuando tocase toda mi piel?

─En serio, Marta ─continuó Tina─, conocer a otra gente te servirá para abrirte a nuevas perspectivas, y eso no significa que tengas que dejarnos a las chicas o a mí.

─¿Y si me enamoro de alguna? ─le pregunté para fastidiarla.

─¡Guárdate de ello! ─rio Tina, que había captado mi deseo de molestarla.

Volvió a ponerse seria.

─¿Lo harás por mí? ─preguntó.

─Sí, mamá ─afirmé, para que dejara de darme la brasa.

─¡Y no me llames mamá! ─exclamó, arreándome otra palmada en el trasero.

Excitada de nuevo por el azote, la abracé y puse mi cabeza sobre su hombro. Una expresión gamberra surgió en mi cara cuando se me ocurrió seguir molestando a Tina...

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