Nuevos relatos publicados: 16

Mi joven vecino

  • 8
  • 42.561
  • 9,45 (62 Val.)
  • 2

Tengo 45 años y mi marido es bastante mayor. Hace 3 años tuvimos un accidente importante con el automóvil. Yo salí prácticamente ilesa, pero Marcos, mi esposo, desde entonces, padece una incapacidad motriz, que lo obliga a utilizar una silla de ruedas para movilizarse.

Tenemos un hijo, que está en Europa, en una especialización médica. Mi esposo es relojero y joyero y tiene un local en el frente de nuestra vivienda con un prestigio de muchos años. Yo, por mi parte, dedico mi tiempo a la pintura y escultura; contando para ello, con un estudio amplio en el piso superior de nuestra casa, donde paso muchas horas de mis días.   

La relación matrimonial, desde el accidente que desencadenó en la incapacidad de Marcos, es prácticamente nula, a pesar de mis intentos insistentes, tratando de motivar a mi esposo y por qué negarlo, también por mis apetencias insatisfechas.

Posiblemente Marcos, siente que, si tenemos un buen pasar económico y nuestro hijo se desempeña en forma independiente, no necesitamos más actividad amorosa ni social. A veces ni siquiera me acompaña a las muestras de mis obras ni a las exposiciones de pintores y escultores contemporáneos.

El utilizar la silla de ruedas y depender de mi para sus actividades ajenas a lo laboral (en su trabajo no necesita de mí en absoluto), lo hace sentir incapaz y acomplejado. Por mi parte, trato de tener actividad física, porque siempre me gustó estar en buena forma. Voy al gimnasio 2 veces por semana y las compañeras dicen que tengo buen cuerpo de formas agradables y firmes. Mi piel mate y mi pelo obscuro me da un cierto atractivo, suficiente para no pasar desapercibida por algunos hombres.

Días atrás, estando en el estudio, sentí subir alguien por la escalera y asombrada y temerosa, me asomé al pasillo. Era el muchacho vecino a mi casa, que me dijo:

-Perdone, señora. -y agregó- Le pedí a don Marcos si me dejaba pasar por la terraza a mi casa, pues se me cerró la puerta de calle y la llave quedó en el interior. Pasaré por la azotea y bajaré por el lavadero de mi casa. Mis padres están de viaje y no hay nadie en casa. Y

-No hay problema. Puedes pasar -dije- pero susto que me diste. Estoy trabajando y no te esperaba.

Hacía calor y yo estaba con una remerita floja y escotada. El muchacho (Marcelo, se llama), pareció notar que estaba sin corpiño y descaradamente me miraba los pechos. 

-La he visto a veces en el gimnasio.

-No me digas -contesté. Y no me preocupé en esconder mis tetas. Si quería mirar, pues que mirara.

-Empecé a ir cuando terminé el secundario y empecé la facultad -agregando- Ya hace más de un año que voy. Me hace sentir bien. 

-Se nota que haces gimnasia -lo quise hacer sentir bien- has desarrollado cuerpo y músculos. 

Marcelo es un muchacho de unos 20 años. Alto, siempre bronceado, con una dentadura perfecta y sonrisa encantadora. Alguna vez escuché a las chicas en el gimnasio, hacer mención a sus dones. 

-A Ud. no le hace falta esforzarse para estar bien -dijo con ojos pícaros. 

-Ahora estoy preocupada -comenté- porque no encuentro modelo hombre para hacer una escultura.

-Si quiere, señora Daniela -dijo entusiasmado- yo le modelo y no le cobro nada.

-Sabes que sucede. Tengo que hacer un desnudo y no quiero comprometerte con eso -y agregué, sonriendo- por otra parte, quizás a mi esposo lo ponga celoso. 

-No tiene por qué enterarse -dijo cómplice- salto la parecita que separa las terrazas y vengo a su estudio. Total, él, está en el negocio.

La conversación me estaba conmoviendo. El largo tiempo sin sentirme observada por el otro sexo, me hacía sentir perturbada. Este chico con sus ojos llenos de picardía y espiando mis tetas, me ponía un poco cachonda.

-Mejor te vas a tu casa y dejamos esto así. -le dije- otro día lo veremos.

-Bueno. Pero mire que estoy a su orden -y agregó- Lo haría con mucho gusto.

Salió del estudio y lo vi saltar la pared divisoria, ágilmente, no sin antes girar y saludarme con la mano.

--------------------

Pasaron varios días en que pensaba en el muchacho. Me daba un poco de vergüenza, saberme excitada por un chico, que era menor que mi hijo, pero era tan cautivante su persona y tanta mis carencias, que justificaba mis pensamientos y aliviaba mis culpas.

Una tarde, mi esposo se fue al negocio y yo subí al taller y estaba trabajando con unos pies de esculturas, cuando sentí unos apagados golpes en la ventana. Era Marcelo. Abrí la puerta y entró. Estaba con unas bermudas estampadas y con una camiseta sin mangas. Nuevamente me encontraba sin sujetador, pero esta vez, tenía un vestido corto, abotonado al frente, aunque con un par de botones altos desabrochados.

-Vine por lo que conversamos el otro día -dijo. 

-Yo estuve buscando modelo masculino -le mentí- y espero que me digan si pueden. 

-Pero mire que yo lo haría sin cobrarle -y dijo, además- ¿por qué no me prueba?

No sé si fue por necesidad o por curiosidad, pero le dije:

-Bueno, haremos un ensayo.

-¡Perfecto! -exclamó- ¿dónde me desvisto?

Le hice quitar la ropa, detrás de un biombo y le di un toallón para cubrir su desnudez. 

Mi excitación era intensa. Casi sentía mis jugos humedeciendo mis partes... Salió detrás del biombo y ver ese cuerpo joven, bronceado y marcado por los ejercicios, me terminó de excitar. Estaba tensa y arrebolada. Me senté en un taburete y moví mi cuello tratando de sacar las contracturas que sentía. Él se acercó a mi espalda y me dijo susurrando en mi oído.:

-Veo que está contracturada -y dijo- permítame señora Daniela. 

Puso sus manos en mis hombros y comenzó unos masajes excitantes. Me temblaban las manos y mi piel ardía. Sentí que su cuerpo desnudo se acercaba al mío. El contacto de nuestra piel me llevaba al extremo de no saber ni donde estaba. Me olvidé de mi esposo, de mi hijo y del mundo que me rodeaba. No pensé que era un muchacho joven, casi un niño, para mí. Solo atiné a murmurar:

-Marcelo, esto no nos lleva a buen puerto. -y agregué- por favor deja de hacer eso.

-Lo soñé varios días -dijo- hace tanto que lo deseo hacer....

Me di vuelta y lo miré a los ojos. Sus manos ya acariciaban mis hombros. No sé si fue él o yo, pero nuestros labios se encontraron violentamente, mi lengua buscaba con desesperación la suya y con sus manos desprendía los botones de mi vestido. Sus manos, ahora acariciaban mis pechos y pellizcaba mis pezones. 

Me condujo al diván del estudio y me tendí en él. Marcelo se deshizo del toallón y yo casi de un tirón quite mi vestido a un lado. 

-Señora -musitó- cuanto la deseo. Cuanto tiempo la deseé. en la calle, en el gimnasio, en todo lugar que la veía. 

-Hazme tuya -casi grité- te necesito. Por favor, te necesito. No imaginas cuanto te necesito.

Sentí sus labios recorrer mi piel. No quedaba centímetro de mi cuerpo que su boca no besara. En mi vagina, sentía su lengua excitarme y hacerme caer en un paroxismo interminable. 

-La amo señora -gemía Marcelo- Sienta mi miembro erguido como la necesita. 

Tomé su miembro con la mano y lo llevé a mis labios. Él y yo gemíamos de deseo incontrolado. Besé y lamí su miembro y le pedí:

-Por favor -casi llorando le rogué- penetrame. Haceme gozar como hace tanto no siento. Ese miembro enorme, lo quiero dentro mío. Quiero que llenes mis entrañas con tu leche. Quiero que me mates de placer. Te necesito desesperadamente.

El muchacho respondía con virilidad juvenil y fervor apasionado. Mi pelvis se embestía con la de él buscando el placer que tanto tiempo carecí de él. Mis orgasmos eran intensos e impetuosos. No me podía controlar. Marcelo, eyaculaba casi llorando conmigo.

Mis uñas se clavaban en su espalda y sus dientes mordían mis hombros. Estábamos ambos en un clímax desesperado.

Quedamos tendidos uno junto al otro, abrazados como dos enamorados. Agitados, con la respiración agitada y el placer en las miradas. No sé cuánto tiempo no llevó recuperar nos.

-Esto será el principio de algo hermoso -dijo Marcelo- Será nuestro secreto.

-Me has hecho feliz y no dejaré que lo dejes de hacer -le dije sonriendo.

-Te amo -me dijo- Eres lo mejor que me paso en la vida.

-Amame. Me gusta que lo hagas -y agregué- pero también me gusta que me desees como lo haces.

El aroma del sexo invadía el estudio y nosotros permanecimos largo tiempo disfrutando el descanso del violento encuentro sexual que vivimos después de tanto tiempo sin sexo y sin pensar en las diferencias de edad y solo gozando el principio del paraíso futuro.

Danino

(9,45)