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Mi hija está dormida

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Nadie pensaría al verme las atrocidades que soy capaz de imaginar. Yo soy un hombre respetable, de 54 años, casado hace ya 26, incapaz de traicionar a mi mujer con otra. Nuestro feliz matrimonio dio como fruto a una hermosa mujercita, Romina, que ha cumplido ya 18 años. De ella es de quien quiero hablarles.

Se trata de una hermosa jovencita, delgada, que acostumbra a andar descalza por la casa. Tiene muy buenas formas, tal vez un poco flaca (a mí siempre me gustaron rellenitas). Usa el cabello negro muy corto, y su piel es blanca, blanquísima, y contrasta con su pelo y con sus ojos negros. Está llena de vida y juventud y se le nota. Ha terminado la escuela hace muy poco y por eso la dejamos disfrutar de sus merecidas vacaciones, hasta que comience con la universidad.

Lo que voy a contarles sucedió anoche. Hace ya una semana que mi esposa falta en casa, pues emprendió un viaje de 15 días con unas amigas suyas, de placer, y desde entonces Romina y yo estamos solos en la casa. Debo decir que ella prácticamente no está nunca aquí, como toda adolescente usa su hogar como lugar de paso, está siempre con amigas y solo viene a dormir y a cenar.

Desde hace años albergo una fantasía inconfesable. He querido ver a mi hija desnuda desde que sus formas empezaron a delatar a la mujer que ya es, o que ya comienza a ser, y decidí aprovechar la ausencia de mi esposa para concretar mi fantasía, sin recurrir a ninguna acción que llegue a hacerle daño a la familia ni muy especialmente a Romina.

He decidido dormirla, sedarla, doparla, para poder así disfrutar de la vista de su cuerpo desnudo.

El mismo día en que mi esposa se marchó a sus vacaciones, fui a lo de un gran amigo médico, y mediante una triquiñuela (inventé un insomnio desmesurado, que me impedía dormir durante varias noches) obtuve suficiente cantidad de somníferos como para dormir a un elefante. Toda una semana estuve juntando valor, luchando contra el remordimiento, y por fin anoche junté el valor para dárselos a mi hija. Preparé una cena fantástica, tarta de verduras, jugo de naranjas, budín, todo cargado de grandes cantidades de somníferos.

Cuando ella llegó, al fin, entró en la cocina, embrujada por el delicioso aroma de los manjares.

—¡Mmmmhh! Que delicia es este olorcitoooo... ¡¿qué cocinaste, papi?!

—Ya ves, tu tarta preferida, y un budín para el postre.

—¡Fantástico! ¡Que cena que nos vamos a dar!

—No, Romi, vas a cenar vos sola, yo estoy cansadísimo, y me voy a dormir temprano.

—¿En serio? ¿Te sentís bien?

—Sí, si, no te hagas problema, cená vos, yo me voy a dormir.

—Hasta mañana.

—Chau Romi, hasta mañana.

Subí a mi habitación, pero por supuesto, no me acosté. Los nervios me consumían. Apagué la luz y me quedé mirando por la ventana. Afuera, la vida continuaba. Oí el ruido de la tele mientras Romi cenaba. Me senté en la cama y esperé. Una hora más tarde aún se escuchaba la televisión. ¿Los calmantes no habrían hecho efecto? No sabía qué hacer.

Al fin, me aventuré a bajar. Encontré a Romina dormida sobre la mesa, y la tele prendida. Había comido tres porciones de tarta, ni siquiera había probado el budín. Decidí hacer una prueba y tantear la situación.

—Romina... Romina, hija, despertate...

Nada.

— Romina, ¿estás bien? —le preguntaba mientras la zarandeaba un poco— Romina, despertate, Romina, hija... ¡ROMINA!

Nada. Le tomé el pulso. Estaba bien, simplemente dormía profundamente. La cargué en mis brazos y la llevé a su habitación. La deposité sobre la cama y me senté a su lado. La contemplé en silencio. Vestía un top beige y una pollera azul muy corta. Pude espiar una ropa interior de algodón blanca.

Al fin me incliné sobre ella y levanté el top. Un corpiño blanco con florcitas rosas y amarillas ocultaba sus pechos, no muy grandes, pero sí muy firmes. Deslicé mis dedos por debajo del corpiño y acariciando sus suaves pechos lo levanté y lo corrí. Allí estaban las tetas de mi hija. Eran hermosas. Las toqué suavemente, eran los pezones más suaves que pudiera imaginar. Luego le subí la pollera, y rápidamente le bajé la bombacha. Lo que encontré no lo esperaba, ¡Mi hija tenía el conejo depilado! Solo un pequeño mechón negro se asomaba por encima de su raja.

La desvestí por completo. Contemplé su cuerpo completamente desnudo, su bello cuerpo. Y entonces hice algo que no estaba en mis planes originales, pero que en ese momento se me presentó irresistible: separé sus piernas y hundí mi lengua en su coñito ¡Que delicioso es el sabor de un coño joven! ¡Que fabuloso aroma a juventud! Lo lamí desesperado, lamí su clítoris, chupé todo lo que había en mi camino. De a ratos alternaba con sus pechos, y luego volvía a lamerle el coño, no podía dejar de tocarla, manosearla, hurgarla. La puse boca abajo y separé sus nalgas, y apoyé mi lengua sobre la pequeña cavidad anal de mi hija, dándole un beso que jamás olvidaré...

En ese momento, como imaginarán, mi polla estaba a punto de reventar. Me desvestí por completo y me recosté sobre ella, previo volver a acomodarla boca arriba. Apoyé la punta de mi polla en su coño, y lentamente, centímetro a centímetro, la penetré. Realmente me dolía la polla de tan prieto que estaba su coñito. Me moví un poco, primero suavemente, y luego cada vez más fuerte, hasta inundarle la vagina de semen en menos de un minuto.

La excitación era tanta, tanta, que no podía contenerme por más tiempo. Luego retiré mi polla, y me encontré con una sorpresa que jamás hubiera esperado: un pequeño hilo de sangre que pendía entre la punta de mi pene y la raja de mi hija. La había desvirgado. Jamás hubiera pensado que era virgen, una jovencita tan atractiva y que había tenido algunos noviecitos... Me levanté, fui al baño en busca de papel, y me sequé y la sequé también a mi hija. Volví a vestirla y la dejé sobre la cama, pensando que al día siguiente simplemente le diría que la encontré dormida y la dejé en su habitación.

 

Volví a mi cuarto y me masturbé, excitado simplemente de recordar lo sucedido, pero sin atreverme a repetirlo por miedo a que los somníferos cesaran en su efecto. Luego dormí hasta esta mañana, en que aún no junto valor para salir de mi cuarto. Afuera, la casa está en silencio, y solo espero que Romina no se haya dado cuenta de nada.

(9,22)