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Matilda, guerrero del espacio (capitulo 5)

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A primera hora de la mañana Matilda se reunió con tres miembros del Consejo Federal. Lo hicieron en las dependencias del Consejo Federal en el complejo gubernamental de Raissa. Después de la reunión, que fue muy larga, Matilda regresó y ordenó partir inmediatamente. Minutos después, la Tharsis, acompañada por el Atami, el Hagi y el Kure, soltaron las amarras y los anclajes que la inmovilizaba en la zona portuaria, y partieron rumbo al Sector Oscuro.

Con las naves navegando a velocidad de crucero, veinte horas después llegaron al sistema Anguis Majoris dónde la flota tenía una base secreta de abastecimiento. Mientras repostaban por última vez, Matilda convocó una reunión a la que asistieron los comandantes de las otras tres naves, junto con su círculo de confianza en la Tharsis: Ushlas, Camaxtli, Neerlhix, Daq, Moxi, y la Princesa Súm como comandante de la infantería embarcada en la flota. A2 tomaba notas para la bitácora de la misión. Con todo lujo de detalles, informó de los pormenores de la misión, y les hizo ver la importancia de la misma. Todos estuvieron de acuerdo.

—Señores, creo que no hace falta decir que tenemos muchas posibilidades de no volver con vida, —dijo mirando a los asistentes —. Son muchos los peligros a los que nos vamos a enfrentar, peligros que no solo vienen del lado imperial. Con toda seguridad nos enfrentaremos a otras facciones, a civilizaciones muy agresivas y violentas porque es la forma que tienen de sobrevivir en un escenario cómo el que nos vamos a encontrar. Además, están los problemas derivados de las distorsiones que imperan en este sector y que hacen que aquí las leyes de la física estén patas arriba.

—Eso es quedarse corta mi señora, —afirmó Camaxtli—. Con las condiciones que vamos a encontrar en el Oscuro no podremos sacar el máximo partido a unas naves tan poderosas cómo estás.

—Amigos, el éxito de la misión está por encima de nuestra propia seguridad, —continuó Matilda—. Las ordenes son claras: si no podemos proteger el Aro, nuestra obligación es destruirlo a toda costa. Cueste lo que cueste. El emperador jamás debe poseerlo.

—Todo está perfectamente claro capitán, pero tengo que decir algo que yo sé que no te va a gustar, —dijo Ushlas, y mirando a los demás comandantes añadió—: la presencia de Matilda en la Tharsis, junto con Eskaldár y sus doncellas, hace que tengamos que proteger a esta nave a toda costa.

—No hacen falta explicaciones, —contestó uno de ellos mientras los demás asentían— lo comprendemos perfectamente.

—Gracias a todos, pero ya sabéis que esta situación no es de mi agrado, —y después de una pausa prosiguió—. Hace dos días, seis cruceros pesados imperiales de clase Numbar, al mando del mariscal Rahoi, han partido de algún lugar cercano al límite del sector, lo que significa que en realidad nos llevan cuatro días de adelanto, —y dirigiéndose a la Princesa Súm añadió—. Han embarcado 5.000 guardias imperiales de elite.

—¿Cinco mil? ¡Joder! Van a ir bien juntitos. Rahoi no pierde oportunidad para rozarse con todo lo que puede: parece una gata terrestre en celo, —exclamó Moxi jocosamente provocando la hilaridad de los asistentes.

—A ver señores, no se alboroten, —dijo Matilda riendo para rebajar la tensión de la reunión—. A2, ha calculado que la Flota Imperial ha entrado al Sector Oscuro entre 264761.8 y 264763.7. Eso nos da una franja de más de un año luz, y con cuatro días de desventaja, buscarlos será como encontrar una aguja en un pajar.

—Con los campos de distorsión del Sector Oscuro los sensores de largo alcance no son operativos al cien por cien, —apunto Daq. 

—Y no esperes máxima potencia en los reactores, —intervino la rojiza Camaxtli—. Ya te he dicho que te quedabas corta cuándo dijiste que las leyes de la física están patas arriba. Si nos tragamos un campo de distorsión a plena potencia, no quiero ni pensar lo que ocurriría, pero ya te digo que nada bueno.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—Ya sé que es muy complicado, pero tendremos que navegar con más ayuda electrónica que nunca: muy atentos con los sensores. En Raissa hemos recalibrado sensores, pero, aun así, lo vuelvo a repetir: va a ser muy complicado.

—De acuerdo. Entonces los avatares ayudaran permanentemente a los pilotos, que descansaran cada dos horas, —y mirando a Ushlas añadió—: estableceremos turnos rotativos en todas las naves.

—La buena noticia es que los mismos problemas que tenemos nosotros los tienen ellos.

—No, ellos están peor porque no te tienen a ti, —dijo Matilda acariciando un brazo a la ingeniera—. ¿Alguna cuestión más?

Como no había más preguntas, finalizo la reunión y los capitanes regresaron a sus naves.

 

 

—Oye nena ¿Qué le harías al Rahoi si le tuvieras entre tus cuatro manos? —preguntó Daq a Camaxtli cuando salían de la reunión, y mientras la rodeaba la cintura con su peludo brazo.

—Metería una mano por ese culo de mariscal y sacaría las tripas a ese hijo de la gran puta, —respondió provocando una carcajada general.

—¿Pero te lo follarías primero? —apuntó Neerlhix.

—¡Eh!, —respondió parándose en seco—. Aunque no lo creáis, tengo mis límites. Nunca follo con cabrones imperiales hijos de puta.

—De todas maneras, cariño, si le metes la mano por el culo, seguro que le gusta y se le pone dura, —intervino Matilda descojonada de risa.

—¡Entonces se la arranco! —añadió la roja ingeniera provocando aún más la hilaridad de todos.

—Por cierto, nena, —dijo Daq acariciando con su peluda mano el trasero de Camaxtli—. A ver cuando me recibes, que se me está acabando la botellita.

—¡Joder tío! Te estás convirtiendo en un puto adicto, —exclamó mirándole malhumorada—. Me ordeñas como a una vaca lecheriana.

Hasta el asexuado Moxi se apoyó en la pared incapaz de seguir andando de la risa.

—¡Joder! ¿Qué pasa? —y añadió con el entrecejo disparado—. No se dé que os reís.

Nadie contestó, no podían. Incluso la seria Princesa Súm se meaba de la risa.

Llegaron al puente y todos ocuparon sus puestos.  Matilda abrió los comunicadores de toda la nave e informó a la tripulación del objetivo de la misión y su peligrosidad.

—Mi señora ¿Ordena algo más? —preguntó la Princesa, y ante la negativa de Matilda, añadió—. Con su permiso me retiro para hablar con mi gente.

—Ushlas, por favor acompáñame, —y levantándose se encaminó a la puerta de salida seguida de Ushlas—. Neerlhix, el puente es tuyo.

—¿Camarote? —preguntó cuándo estuvieron solas en el pasillo.

—Por supuesto, pero a buenas horas preguntas, cuándo me has sacado del puente, —contestó Ushlas—. Uno rápido que tengo cosas que hacer.

Las dos entraron atropelladamente en el camarote, y una vez cerrada la puerta, se fueron despojando de la ropa mutuamente mientras sus bocas se encontraban con pasión. Se tumbaron en la cama e inmediatamente comenzaron a explorarse mutuamente. Media hora después, sudorosas descansaban sobre la cama.

—¿Por qué me sujetas la cola con la mano? Qué manía: no me gusta —protestó Ushlas.

—Por si me la metes después de estar arrastrándola por el suelo, —la respondió Matilda claramente de broma. La apetecía hacerla rabiar.

—¡Yo no arrastro la cola por el suelo! ¿Qué te has creído? —exclamó incorporándose ligeramente alterada.

—Ya lo sé mi amor, —contestó sujetando su azulada cabeza con las manos y besándola después en los labios.

—Sabes que no me gusta que me vacilen con mi cola.

—Que no mi amor, que me gusta mucho tu cola, —y recorriendo su cuerpo con sus manos, añadió—. Y tu trasero, y tus tetas, y tu vagina, y tus piernas, y tus pies, y tú enterita.

Volvieron a enfrascarse y a Ushlas se le olvidaron las prisas. Finalmente, agotadas se quedaron abrazadas sobre la cama y se durmieron.

—Neerlhix a hermanita, —se oyó por el comunicador—. Neerlhix a hermanita.

—Haber, ¿Qué quieres pesado? —contestó con voz de resignación mientras intentaba abrir los ojos.

—Pues que me gustaría ir a cenar, si hermanita capitana, no tiene inconveniente.

—¡Joder Mati! ¿Qué hora es? —se oía preguntar a Ushlas como voz de fondo por el interfono—. No me lo puedo creer, con la cantidad de cosas que tengo que hacer.

—Yo tampoco me puedo creer que me halláis tenido cuatro horas aquí olvidado, —apuntó Neerlhix.

—¿Cuatro horas? ¡Joder, joder y joder!

—¡Eh! Vale, si están Moxi o Daq, que te releven hasta que yo llegue… hermanito, —le contestó Matilda con un tono una tanto embarazoso—. Lo siento nene, me olvide de ti.

—A saber, que habréis estado haciendo, —respondió con tono guasón.

Mientras se dirigían a los límites del Sector Oscuro, Matilda recorría toda la nave comprobando personalmente que todo estaba preparado. Sabía perfectamente que lo estaba, pero la incertidumbre la impulsaba a hacer comprobaciones inútiles. Uno de los lugares que más visitaba era la sala de máquinas, pero no a vigilar a Camaxtli, en la que confiaba ciegamente, sino a charlar con ella. Eso la tranquilizaba. A pesar de que podría dar la impresión de ser una persona de carácter brusco, lo cierto es que es una mujer de conversación fácil cuando se la trataba con asiduidad y cogía confianza: en el fondo era un poco tímida. También se aficionó a entrenar con el escuadrón de infantería de la Princesa Súm para conocerlos mejor, aunque la primera visita la hizo para resolver un problema.

—A ver Princesa, tengo una queja de mi contramaestre: tienes parte del equipo fuera del almacén que tenéis asignado, —dijo cuándo se reunió con ella en presencia de todo el escuadrón.

—Mi señora, con el debido respeto, ese oficial tiene la misma inteligencia que la bota que llevo en el pie, —respondió Súm, provocando las risas de sus hombres, pero a Matilda no la hizo gracia. Se giró y miró muy seria a la tropa, que automáticamente enmudeció.

—Princesa Súm, reúnete con él y soluciona el problema. Y hazlo ya: es una orden, —dijo en tono inequívocamente autoritario. La Princesa se cuadró, y dando media vuelta salio del hangar de infantería—. ¿Quién es el segundo oficial al mando?

—Teniente Ramírez, a sus órdenes mi señora.

—¿Ramírez? ¿Eres de la Tierra?

—Negativo, soy español, pero ya nací en Nueva España, —respondió—. Permiso para informar sobre la situación de nuestros equipos.

—Adelante, informa.

—Mi Princesa consideró necesario embarcar una serie de equipos que no son habituales, cómo rifles de ignición química y trajes de ambiente. Estos últimos están acorazados y preparados para combatir en ambiente hostil. Son muy voluminosos: ocupan mucho espacio. Los trajes, y los rifles también.

—Entiendo. Té has referido a tu comandante como “mi Princesa”.

—Mi señora, la Princesa Súm me ha salvado la vida varias veces, como a muchos otros de este escuadrón. Y nosotros a ella. Muchos de nosotros sentimos devoción por la Princesa. Pido disculpas si no…

—No te disculpes, está bien, lo entiendo—le interrumpió—. ¿Cuándo tenéis previsto entrenar con esos equipos? 

—Mañana mi señora.

—Informa a la Princesa de que participaré en el entrenamiento, —y dando al teniente unos golpecitos en el pecho, añadió—. Nunca he combatido con corazas de ambiente. Por cierto, ¿Cuántas hembras hay en el escuadrón? Veo muchas.

—Será un honor, contar con usted, mi señora. Y hay 63, sin contar con mi Princesa. El escuadrón está compuesto por 153 soldados de 16 especies distintas.

—Perfecto. Otra cosa, —dijo Matilda dirigiéndose al escuadrón—. A todos, y cada uno de los tripulantes de esta nave, los he elegido yo personalmente. Con ustedes no he podido hacerlo por razones de urgencia, pero confío plenamente en el criterio de la Princesa Súm. No quiero el más mínimo altercado en esta nave, y espero que no dejen en mal lugar a su comandante. ¿He hablado claro?

—¡Si, señora! —contestaron todos a la vez mientras la Princesa entraba en la estancia.

—Mi señora, el asunto está resuelto como ha ordenado, —dijo Súm cuadrarse delante de ella.

—¿Ha sido difícil?

—La verdad es que no. Solo hemos tenido que escucharnos, en lugar de gritarnos, —respondió avergonzada.

—Muy bien, nunca olvides que mientras se grita no se escucha—dijo Matilda pasando un brazo por encima de los hombros a la Princesa—. Otra cosa. Te recuerdo que eres coronel: necesitas un capitán para este escuadrón. Si estás de acuerdo asciende a Ramírez.

—Por supuesto que estoy de acuerdo mi señora.

—Pues entonces solucionado. Venga, que alguien saque una botella y vamos a brindar.

—Mi señora, en las naves de la flota está prohibido el alcohol fuera de las cantinas, —informó uno de los sargentos.

—No me jodáis. ¿Esto es un escuadrón de infantería o un nido de pijos? —preguntó, e inmediatamente comenzaron a aparecer botellas de todo tipo y color—. Además, la Tharsis no es una nave de la Flota, en mi nave, y en ocasiones se bebe. Eso sí, sin pasarse. ¿Alguien tiene whisky? 

Todos brindaron por el éxito de la misión, y se inició la típica conversación de tropa, llena de chistes verdes, bravuconadas, guarradas y capulladas de todo tipo. Y muchas risas, sobre todo muchas risas. Matilda lo estaba pasando bien, le encantan estos ambientes distendidos.

—Puente a comandante, —se oyó por el intercomunicador del hangar de infantería—. Puente a comandante.

—Adelante puente, —contestó Matilda después de coger su comunicador.

—Recibimos una comunicación codificada del Consejo por la línea de seguridad.

—Pásalo a mi cabina. Voy para allá.

Instantes después, Matilda entró en su cabina de mando, contigua al puente, y se sentó en la mesa frente a la pantalla.

—Hola, Matilda siento llamarte para darte malas noticias, pero es posible que tengas alguna complicación más de lo previsto, —en la pantalla reconoció la familiar figura de Tukalx, un consejero de Numbar, que fue un gran amigo de su padre.

—Sabes perfectamente que siempre me alegro de verte Tukalx, no importa la circunstancia.

—Inteligencia Federal, ha descubierto que muy posiblemente el emperador tenga, o intente conseguir algún aliado en el Sector Oscuro. Su flota se dirige al sistema Beegis, en el interior del sector. Te envío las posibles coordenadas sobre su localización, pero no sabemos nada de quienes son.

—Según estas coordenadas, el sistema Beegis está muy alejado del rumbo a Hirios 5, —comentó Matilda consultando los datos.

—Siento no poder ayudarte más, Matilda.

—No te preocupes Tukalx. Ha sido una alegría volver a verte: sabes que te quiero.

—Y yo a ti Matilda. Tukalx fuera.

Durante un rato, Matilda estuvo trabajando con los datos recibidos. Con la ventaja que llevaban, era imposible interceptarles antes de llegar a Beegis y tomó una decisión arriesgada, de la que no estaba plenamente convencida.

Mientras tanto, todos los oficiales mayores, se habían ido concentrando en el puente a la espera de noticias. Los rumores sobre la comunicación codificada recibida por Matilda recorrían la Tharsis, de un extremo a otro de sus 500 metros de eslora.

—Moxi, ¿Sabemos algo del sistema Beegis? —preguntó Matilda entrando en el puente— no he encontrado nada en los bancos de datos federales.

—Nada comandante, no hay datos en el computador… ni en el banco de datos del Consejo—respondió después de hacer una comprobación en su consola.

—¿Tienes todavía acceso al banco de datos de tu mundo?

—Por supuesto, pero tardaré unos segundos, —Moxi siguió tecleando en su consola durante unos instantes—. Hay algo, pero poco. Beegis es el centro de un pequeño imperio muy agresivo que se extiende por veinte sistemas. Parece que periódicamente tiene conflictos fronterizos con sus vecinos.

Durante unos segundos que parecieron eternos, Matilda, sentada en su sillón, permaneció pensativa mientras todos la miraban ansiosos.

—Señores, la flota enemiga se dirige a ese puto sistema: no va a Hirios 5. Inteligencia cree que el emperador intenta, o ya ha conseguido, aliarse con ellos, —dijo por fin levantándose del sillón—. Daq, cambio de rumbo a 749552, a la máxima velocidad posible.

—A la orden. Fijando rumbo a 749552 a máxima potencia.

—Mi señora, esas coordenadas nos separan de la Flota Imperial y del sistema Beegis, —intervino Moxi.

—Lo sé, lo sé. Cumple la orden, —ordenó Matilda dirigiéndose hacia la puerta—. Informa al resto de la flota. Ushlas, el puente es tuyo.

 

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