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Volví a casa sin bombacha

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Empezar diciendo que soy una mujer casada y feliz puede resultar el preludio de una historia aburrida. Sin embargo, es así: Estoy felizmente casada con un hombre al que no se si en realidad amo, pero si respeto y necesito.

A mis 43 años, con una hija de 19 y un hijo de 21 he tenido la dicha de haber sentido la pija de mi marido miles de veces y de todas las formas posibles.

A esto debo detenerme para contarles que soy una mujer decididamente sumisa. Siempre acepté que los hombres tienen la fuerza y la herramienta para subyugar a las mujeres, nosotras somos las que nos dejamos abrir y ellos los que nos abren.

En los 22 años de casada y hasta el año pasado, solo una vez le fui infiel a mi marido y de eso ya hace casi 20 años cuando aún trabajaba en una clínica de mucama antes de recibirme de enfermera.

El año pasado, y accidentalmente, volví a engañar a mi marido. Fue allí por la primavera del 2006, cuando una mañana embriagada vaya a saber por qué maleficio diabólico, mi vida cambió en el mostrador de la verdulería del barrio.

Todos los días iba a la misma verdulería, todos los días me atendía el mismo descarado verdulero que me decía esas procacidades con doble sentido que nos hace sonreír a las mujeres.

Pero esa mañana era diferente. Esas procacidades tenían muchísimo sentido para mí... alarmaban a mi concha y la humedecían, ponían firmes los pezones de mis tetas y me obligaban a mirar entre las piernas de ese verdulero. Estaba caliente y eso era irreversible.

—¿Y Usted Doña ya probó mi banana? —Y me mostró un considerable plátano.

—¿ja ja... debe ser media dura no? —Le contesté y no pude contener mirar su bulto notable debajo del pantalón.

Comencé a pedir las verduras que necesitaba: Papas, lechuga, tomates, zanahorias…

—Doña. Las zanahorias se las debo para más tarde, todavía no las sacamos del cajón

—Bueno —le dije— paso luego.

Realicé otras compras y a las 12:30, hora en que cierra la verdulería, pasé cuando ya el verdulero estaba solo y cerrando.

—Vengo por las zanahorias —dije.

—Ahh... Claro —me dijo el verdulero— pero si no te molesta me tendrás que esperar unos minutos que las saque del cajón… pero vení, vamos para atrás, así elegís las mejores.

Así fuimos para el fondo de la verdulería, donde estaba el depósito, él venía detrás mío, casi pegado, sentía su aliento y el calor en mi concha se tornaba inaguantable.

Llegamos a una especie de galponcito donde había muchos cajones y bolsas y un colchón en el piso en un costado con una sábana nada más. Lo miré curiosa.

Él se percató de mi asombro y me dijo:

—Este colchón es para casos en que a las clientas les cuesta mucho decidirse por la mercadería y pueden esperar ahí.

Nos reímos y le pregunté:

—¿y son muchas las que esperan?

—Algunas —me contestó misterioso— Pero... Aquí están las zanahorias —me señaló un cajón— Elige la que te guste.

Cuando me agaché para mirar, lo sentí… era su pija dura que se apoyó contra el surco de mi orto mostrándome el camino del que no podría volver.

Me quedé... no dije nada, él me apretaba más y me decía:

—¿y esta zanahoria? ¿Qué te parece?

No dije nada, solo me reía bajito.

El me levantó la pollera y me dejó la bombacha al aire. Se inclinó sobre mi espalda y me dijo al oído:

—¿te gusta esta poronga que te quiero dar?

—Si —le respondí con voz ronca.

El Verdulero, que se llamaba José, me empezó a empujar con su verga para el lado del colchón mientras me decía que me iba a llenar de pija como yo andaba buscando.

Me deje llevar. Solo pensaba que ese hombre grande y pijudo me iba a coger en unos minutos y me preocupaba nada más que el hecho de recordar que tenía una bombacha vieja y quizá hasta rota.

Él me llevaba como en el aire metiéndome la mano en todas partes, sentía su soberana verga palpitando en el surco entre mis nalgas con la presión inocultable de la cabeza caliente empujando la tela del calzón para adentro.

Era un hombre rudo para tratar a una mujer y a mí no me resultó extraño, la mayoría de los hombres me trataban así por lo general, a una mujer sumisa los hombres disfrutan haciéndole sentir que la dureza de sus pijas, manda.

Me mordía la oreja mientras me decía que iba a conocer como era irse llena de pija a casa. Me mostraba el colchón en el piso y me prometía que iba a hacérmelo morder de lo duro que me iba a coger.

Yo no decía nada. Solo me dejaba llevar y trataba de asimilar que después de muchos años, otro hombre que no era mi marido me iba a garchar. Eso me daba miedo, sabía que mi marido era muy macho y posesivo y que me escarmentaría muy duramente si sabía de esto. Pero no me importaba: Tenia mucha hambre de este verdulero vergón y bruto, que ya me había evaluado como a una ama de casa putona, que se abriría bien abierta a una pija que la haría gritar.

Me bajó la bombacha de un tirón y me pasó su gruesa mano por toda la raya del culo de arriba hacia abajo, deteniéndose para revolverme bien un dedo en mi mojada concha. Yo solo gemí y abrí un poco las piernas. Me di vuelta y me metió la lengua dentro de la boca chupándome hasta la garganta, luego me empujó la cabeza para abajo e hizo fuerza hasta arrodillarme a sus pies y con fuerza pasó su cara por la abultada bragueta de su pantalón.

—¿Querés esto gorda puta? —me dijo.

No dije nada, pero me dejaba llevar con una evidente calentura.

Se bajó la bragueta y le saltó su verga grande y cabezona, me agarró de los costados de mi cara y me levantó la cara hacia la de él y me dijo:

—te voy a hacer tragar esta pija hasta por las orejas.

Y me apuntó mi boca hacia su parada verga.

Solo me entraba la cabeza de su garcha, pese a que empujaba rudamente mi cabeza para que me la trague toda.

Así estuvo cogiéndome por la boca durante unos diez minutos, hasta que sentí que su liquido pre seminal recorría mi boca.

Me la sacó balanceándomela delante de mi cara, era su estaca dura, cabezona y baboseada por mí.

Me hizo parar y nuevamente me metió la lengua dentro de la boca, me agarró las nalgas y me dijo:

—te voy a abrir en 4 putita... vas a sentir un verdadero choto bombeándote la argolla...

Solo atiné a apretarme a él para sentir su duro pedazo de verga preparado para recorrer mis profundidades.

No se hizo esperar, sin sacar la lengua de mi boca, se agarró la pija con la mano y me la colocó en la puerta de la concha y empujó hasta alojarme la cabeza. Así de parados, me empezó a garchar con fuertes empellones mientras me metía su dedo en el culo.

Me cogía mientras no dejaba de decirme todo tipo de procacidades.

Yo gemía y me salían grititos destemplados en cada bombeada que me propinaba con su implacable poronga.

—Toma puta —me decía.

—Te voy a mandar a tu casita abierta como una cacerola para que sepas que les pasa a las gordas que le miran la garcha a los machos.

Trataba de no escucharlo para no avergonzarme de cómo me trataba, pero era imposible, su pija amplificaba a golpe de glande cada palabra de él. Me daba duro y yo lo estaba sabiendo.

Sin sacármela de la concha, me tiró boca arriba sobre el colchón y me siguió diciendo cosas, su lengua por momentos me lamia la cara y se metía en mi boca escupiéndome su saliva.

De pronto me dio dos fuertes cabalgadas metiéndomela hasta el fondo de mi cajeta y me la sacó. Me dijo:

—ahora putona abrí el orto, abrilo te dije —y me dio algunas nalgadas en los cachetes de la cola.

Pese a que peso casi 90 kilos, me dio vuelta como a una pluma y me puso culo para arriba. Yo no decía nada.

Sabia, eso sí, que no iba a poder evitar que ese hombre me rompiera el culo.

Tenía miedo... porque me dolería, porque me iba a marcar como a una vaca de su propiedad, por mi marido que podía darse cuenta.

Tenía miedo, sí, pero también la necesidad de que este vergón verdulero me diera mi merecido por mojar mis bombachas pensando en su pijota grande y cabezona.

El pasó su garcha por la hendidura de mis nalgas, luego me abría los cantos y me escupió el agujero negro, se agarró la pija y apoyó la cabezota en el ojete, empezó a presionar y creí que me separaba en dos. Su verga dura, implacable, caliente comenzó a trepanarme.

Yo solo emitía lamentos y le rogaba en voz muy baja que me la sacara, pero me dejaba encular, trataba de abrir hasta donde podía mi culo.

Ya me lo habían roto a los 18 años, unos chicos de la cancha de fútbol de la esquina de mi casa, entre unos pastizales.

Pero ahora era distinto nunca nadie me había clavado tan duro por allí.

Cuando empezó a bombearme yo ya lloraba del ardor, en una de las metidas, sentí como una puntada y el dolor comenzó a ceder, el sentir su pija, los mordiscones en mi oreja y su mano nalgueándome, hizo que comenzara a sentir placer y la protección que significa un hombre que te puede llenar de pija con tanto poder.

Me cogió una hora más y luego me dejó ir, me fui sin la bombacha puesta, dolorida, sucia de leche y encariñada con ese verdulero.

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