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Mi mujer, mi cuñada y yo

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El taladro dejó de funcionar, mantuve apretado el botón de encendido y le di un golpe con la palma de la mano, por un momento parecía que iba a resucitar, pero volvió a quedarse muerto al instante, tampoco era de extrañar, ya no me acordaba cuando había comprado aquel cacharro.

Alba, mi mujer no estaba en casa, había salido con Laly mi cuñada, desde la muerte de mi hermano (hacía casi dos años) eran inseparables. La pérdida de un familiar siempre es dura, pero es peor cuando el que se va es joven (treinta y cuatro años tenía cuando tuvo el accidente de tráfico) y de repente alguien que iba estar ahí para toda la vida contigo se va, sin previo aviso, sin despedida. Todos sufrimos muchísimo su pérdida, pero su mujer fue sin duda la que peor lo pasó, con veintinueve años el que era el amor de su vida la dejaba sola después de tan solo un año de casados.

Desde el principio Alba fue su gran apoyo, en todo momento estuvo a su lado. Muchas noches que Laly no podía dormir llamaba a mi mujer para que le hiciese compañía, cosa que ella hacía encantada. Hacía unos meses que parecía estar mejor, se la veía sonreír, estaba más activa y lo mejor era que ya no tomaba ansiolíticos de ningún tipo.

El caso es que en aquel momento cuando estaba haciendo los agujeros para colgar una nueva estantería, el cacharro aquel dejó de funcionar, yo necesitaba un taladro y no me apetecía nada ir a comprar uno. De repente me acordé que en el apartamento de mi hermano tenía uno que él se compró poco antes de morir, yo tenía una llave de su casa, la cogí y fui a buscarlo.

Cuando abrí la puerta escuché música que procedía de una radio, me pareció extraño puesto que no contaba con que hubiese nadie allí, cerré la puerta despacio, me quede quieto escuchando para intentar localizar de donde venía la música, pronto descubrí que el origen estaba en la terraza, era raro puesto que el apartamento está en el último piso del edificio más alto de toda la redonda y allí solo se podía llegar a través del propio piso o volando. Me dirigí a la habitación la cual tenía una puerta acristalada que daba a aquella terraza, cuando miré para afuera a través del cristal me quedé de piedra, allí estaban Laly y Alba y lo especial no era que estuviesen donde yo no contaba, lo especial es que estaban en pelotas tomando el sol en unas tumbonas, yo sabía que ellas a mí no podían verme, puesto que los cristales de la puerta son espejados por fuera para proteger el interior del sol, así que me quede mirando, mi mujer está muy buena y aunque le he visto el cuerpo muchas veces ya hacía tiempo que no la veía desnuda fuera del dormitorio, la verdad es que al verla allí me parecía como si fuese otra, pero lo mejor era mi cuñada, joder que buena esta, hay mujeres que ganan mucho en pelotas y ella desde luego era de esas, aunque no es una gran hermosura de cara, de cuerpo es una diosa digna de admirar, así que aproveche la oportunidad que se me brindaba y me quedé allí mirando aquellas dos hermosuras.

Ya estaba a punto de largarme con el mismo sigilo con el que había llegado, cuando vi como Laly se levantaba de su tumbona se arrodillaba a la altura de la cara de Alba, se miraron fijamente durante un rato mientras en el que a mí se me desbocaba el corazón y de repente vi cómo se comían la boca. En ese momento pasé por varios estados de ánimo en principio me quedé estupefacto mirando como las dos mujeres se morreaban con pasión, después tuve un tremendo ataque de celos, me dirigí a la puerta para montarles una escena y cuando ya tenía la mano en la manija para abrirla, me paré y lo pensé un rato al cabo del cual solté la puerta, me volví a poner donde no me viesen y me dispuse a ver lo que ocurría.

Alba estiró los brazos por encima de su cabeza para dejarle hacer a Laly que ahora le comía y pellizcaba alternativamente los pezones, después siguió bajando con la boca hasta que llegó al ombligo donde se entretuvo un rato a jugar con la lengua, mientras que con una mano seguía jugando con los pezones, con la otra le acariciaba la parte interior de las piernas, llegaba hasta las rodillas y bajaba hasta la vagina para después subir por la otra pierna llegar a la misma altura y volver a bajar, al cabo de un rato levantó la cara y miró fijamente a los ojos de su compañera, mientras la mano se paró en el coño, le susurraba algo que yo no podía oír mientras la masajeaba la entrepierna. Alba se abrió mucho las piernas y comenzó a retorcerse al mismo tiempo que jadeaba como una perra en celo. Yo a estas alturas tenía la polla dura como un palo de hierro, me quité toda la ropa hasta quedarme en pelotas y me dispuse a seguir disfrutando del espectáculo. Laly se puso de pie para acto seguido meter la cabeza entre las piernas de mi querida esposa y empezar a comerle el coño, después puso las piernas a cada lado de la tumbona para dejar la boca de Alba a la altura de su coño y entre las dos hacer un rico sesenta y nueve. Desde mi posición veía como mi mujer le comía el coño, después subía hasta el culo donde se entretenía un rato y volvía a bajar.

No aguante más, salí de mi escondite como un toro en celo, al abrir la puerta dejaron de hacer lo que estaban haciendo y se me quedaron mirando con cara de asustadas.

—¡Seguir haciendo lo que estabais haciendo! —bramé.

—Pero… —Iba a replicar una de ellas.

—Ni, pero ni ostias comeros el coño como hace un momento, que os voy a follar a las dos.

Se miraron durante un momento al cabo del cual hicieron un gesto de complicidad y volvieron a ponerse en la posición anterior, ahora Alba le hacía un cunnilingus a Laly y yo le trabajaba el culo con mi lengua, al principio ellas estaban un poco a la expectativa, pero al ver que yo participaba de buen grado pronto volvieron a ponerse en situación, a la primera que se la clave fue a mi cuñada, así como estaban, se la metí hasta el fondo,

“Joder qué coño más apretado tiene mi cuñadita” -recuerdo que pensé.

Entre el trabajo que le hacía Alba en la vagina con la boca y mis embestidas de polla, pronto la cachonda de mi cuñada empezó a correrse y el chocho convulsionaba apretándose y aflojándose de tal forma que resistir mi propia corrida me resultó imposible y empecé a soltar leche a raudales por mi polla.

—Así amores darme todo vuestro placer —Decía Alba sin dejar de comer aquel coño inundado en los jugos de Laly y los míos propios.

No podía con el alma así que me senté en la tumbona de al lado, mientras seguía mirando el espectáculo puesto que Laly ahora le estaba metiendo un consolador a Alba al mismo tiempo que le comía el coño, pero al cabo de cinco minutos de estar viendo aquello me volví a poner como una moto y sustituimos el consolador de silicona por mi polla hasta que Alba también tuvo su ración de corrida.

Todavía estaba recobrando el aliento, cuando mi cuñada me preguntó:

—¿Encontraste el taladro?

—No —dije sin pensar. Pero al momento me di cuenta que todo había sido una encerrona de ellas dos para traerme allí.

—No sabíamos cómo decirte esto, así que te compré la estantería y le provocamos la avería al taladro —Dijo Alba.

—¿Hace mucho que folláis juntas? —Pregunté.

—Un par de meses —volvió a contestar mi mujer.

Durante un rato las estuve mirando y pensando en la buena suerte que tenía de estar con dos mujeres tan estupendas y después dije:

—Bueno pues tengo que recuperar el tiempo perdido así que ¿Con cuál de las dos vuelvo a empezar?

Las dos se volvieron a lanzar sobre mí demostrando otra vez lo ilusos que somos los hombres.

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