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Virgen putita (I)

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Era la tercera siesta que Gabi estaba desnudita, tendida sobre mi cama de una plaza en la pieza de pensión. Ella era una morochita preciosa, de 18 años, delgada, un metro sesenta de altura, con una cinturita y vientre deliciosos, piernitas fibrosas, culito duro, y unas tetas redondas como melones.

Yo, mochilero de 31 años, la había conocido una semana atrás en la peatonal de San Salvador de Jujuy. Me aceptó un helado, charlamos y nos dimos el primer beso. Al otro día empecé a tocarle las tetas y culo. Dos días después entró a mi pieza. Estaba convencido que era otra putita adolescente.

Luego de curiosear por mis pertenencias, me abrazó y besó apasionadamente, mientras una mano buscaba mi pija. En el acto me bajé el pantalón y calzoncillo, mientras ella se sacó la camisa del uniforme y el corpiño.

Ya tenía la pija parada, dura, levantada, pero al ver sus impresionantes senos, sentí mi precum mojándome el glande. Ambos de pie, descendí con mi boca hasta sus pechos radiantes y comencé a lamerlos, chuparlos, mordisquearlos, logrando endurecer sus pezones oscuros.

Dejé caer su pollerita y bajé su bombachita. Apoyé mi pedazo contra su vientre y la empujé contra la cama. Su vagina estaba cubierta de suaves vellos negros. ¡Cogería con una pendeja hermosa!

- ¡No, no, pará, no sigas! –gritó.

Como no soy violador me detuve y separé, quedando arrodillado sobre la cama, mirándolo interrogativamente.

- Soy virgen… - susurró.

La miré con desconfianza. Me costaba creerle. Tremenda yegüita, provocativa, desnuda en el cuarto de un desconocido, me hacía calcular la farsa que me diría.

- Gabi, tranquila, soy grande, no te voy a hacer doler…

- ¿Sabés que pasa?, soy Testigo de Jehová, y tengo que conservarme virgen hasta que me case. Aunque quiera, no podés meterme ese pedazote que me encanta…

Me dejó sin palabras. No esperaba ese argumento. Y se cruzó por mi mente excitada ignorarla y clavársela. Deseché la idea.

- Mi amor, estamos desnudos, amándonos, sólo vos y yo. No podemos dejar esto así…

- Papi, ya se, me encanta estar con vos; yo te deseo, sos mi hombre; pero entendeme, quiero llegar virgen… Te puedo hacer disfrutar de muchos modos… ¿Me dejás que te muestre?

Antes responderle, Gabi rodeó mi pija con sus manitos y la atrajo hacia sus tetazas. La colocó entre sus dos maravillas. El calor era acogedor y me hizo cerrar los ojos. Ella apretó sus senos sobre la poronga y las movió, diciendo:

- ¡Movela!, ¡cogeme así amor! ¡Estas tetas son tuyas!

La sorpresa, la calentura, la cálida sensación me hicieron obedecerla, y al minuto largué un primer lechazo que alcanzó la boca de Gabi. Ella sonrío y con su lengua lo tragó. Los otros chorros quedaron en sus tetas.

- ¡Chupame mis chichis, macho mío! ¡Besame! –exclamó, fuera de sí.

Sin pensarlo, lamí sus globos enlechados, y la besé, con mi boca enchastrada de mi semen. Gabi me comió la boca, la lengua, tragando la lechita. Su lengua envolvía la mía como una víbora.

Poco después, relajados, ella me preguntó:

- ¿Y papi…? ¿Te gustó como te hice acabar?

- Amorcito, ¡fue hermoso! ¿Puedo decirte una chanchada?

- ¡Si…!, dale…

- ¡Sos la virgen más puta que conozco…! Me cogiste con tus tetas… ¿Cómo aprendiste esto?

- Soy virgencita, pero me gusta la pija… y sé qué hacer con mis tetas…

- ¡Sos mi puta preciosa!

- Ahora tengo que irme; mañana esperame bañado. Te voy a coger con mi boca…

(Continúa)

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