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Visita a mi mejor amiga - Segunda Parte - El Hotel

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Aunque la estación estaba solamente a dos manzanas del trabajo de Marta, tenía la sensación de que estaba a varios kilómetros. Caminaba todo lo rápido que podía, colocando el vuelo de mi faldita cada pocos pasos, pero el sonido de los tacones y la velocidad con la que caminaba provocaba que todo el mundo me mirase haciéndome sentir cada vez más obsesionada con la situación que estaba viviendo.

Llegué a las 20:40 al trabajo de mi amiga, tarde para variar. Marta odia que llegue tarde a los sitios, se enfada muchísimo, por lo que me temo lo peor, que se haya marchado. Decido llamarla al móvil. «Vickky, lo siento mucho, tengo que dejar terminados unos papeles antes de salir y que me queda media hora como mínimo». Genial. ¿Qué hago yo ahora? Cerca de donde estaba, hay un Hotel, así que entré en la recepción y pregunté dónde estaban los servicios. Los nervios hacían que no me saliesen las palabras. El amable chico sonriendo, salió del mostrador, apoyó su mano suavemente sobre mi cintura mientras con la otra me señalaba el camino. En el momento que sentí el contacto de su mano en mi cuerpo un escalofrío recorrió mi cuerpo. Fue tan fuerte que hasta el chico de la recepción pudo notarlo. Le di las gracias y me apresuré a entrar.

Una vez en los baños, fui directa a uno de los cubículos. Me cerré por dentro, dejé el bolso sobre la taza, empecé a buscar con mis temblorosas manos el maltrecho tanga. Traté de hacer un nudo a la cuerda de la cintura, pero era imposible sujetar de ninguna manera el hilo vertical. Intenté ponérmele para ver si después se me ocurría algo, pero mis caderas no le permitían subir, por lo que decidí volver a guardarlo. Bajé el bolso al suelo y me quedé sentada encima de la taza. Apoyé mi carita sobre las manos y quedé pensando. ¡Porqué me tiene que pasar esto a mí! El corazón se me salía del pecho, las piernas me temblaban, tenía un nudo en el estómago, y empecé a llorar. Nunca me había sentido así antes. Tras unos minutos intentando pensar en positivo para tranquilizarme, me puse de pie y salí del cubículo.

El baño, era amplio, sencillo, pero muy elegante. Las paredes estaban forradas de piedra negra. Los lavabos de grandes dimensiones eran de color blanco y en la pared opuesta a éstos, unos espejos que la cubrían por completo. Me quedé mirándome delante del espejo, el maquillaje era un desastre, pero eso era lo de menos ahora. La faldita, aunque era corta, me tapaba perfectamente, tanto por delante como por detrás. Verlo con mis propios ojos hizo apaciguar un poco mis nervios. Acto seguido me puse a dar unos pequeños saltos para comprobarlo, seguía sin verse nada. Con el culito delante del espejo me incliné hacia delante para comprobar cuando empezaba a verse algo. Cuando mis labios comenzaron a asomase por debajo de la tela volví a sentir ese escalofrío, aunque ésta vez fue delicioso. Me coloqué delante del espejo y empecé a bajar de cuclillas, y al llegar a tocar mi culito con los talones, el vuelo de la falda se había colado entre mis piernas y no permitía que se viera nada. Aún no sé porque lo hice, pero levanté la faldita y abrí completamente las piernas delante del espejo. Los labios de mi chumino empezaron a separarse solos, toda la zona estaba brillante incluido el interior de mis muslos. Estaba literalmente empapada.

Tras ver con mis propios ojos que la situación no era tan peligrosa, mis nervios se fueron calmando, pero las sensaciones no terminaron ahí, ahora sentía todo lo contrario. Estaba vestida, pero me sentía completamente desnuda, me hacía sentir sexy, y esto me estaba poniendo muy cachonda. Entré en el cubículo de nuevo cogí un poco de papel y me limpié el flujo. Una vez fuera me lavé la cara y volví a maquillarme. Cuando estaba terminando de pintarme los labios, sonó el teléfono, era Marta. «Se puede saber dónde estás? Me parece increíble que salga tarde y encima me toque esperarte».

Comprobé que el maquillaje estaba perfecto, me coloqué el pelo, guardé todas las cosas en el bolso y me apresuré a salir.

Había poca distancia entre el Hotel y la puerta del trabajo de mi amiga. Comencé a andar y noté como una pequeña brisa se colaba entre mis piernas provocándome una fría sensación que erizó por completo mi piel, estaba de nuevo empapada. Ahí estaba Marta, con cara de pocos amigos, señalándome el reloj. Yo la hice un gesto de disculpa con las manos, e inmediatamente cambió su cara.

—Qué te ha pasado? ¿Cómo me haces esperar? —dijo sonriendo, a lo que añadió— En serio perdóname, ha sido culpa de mi jefe.

—Perdóname tú a mí. Te he estado esperando hasta el último momento, pero he tenido que ir al servicio y me he metido en el Hotel.

No sé porque no le dije la verdad, quizá por vergüenza, pero si no se lo decía a ella, no sería capaz de contárselo a nadie más. Ya enfrente suya me recibió con un abrazo y con el correspondiente pellizco en el culo.

—Uhm que culo tienes, ¡te lo estaría tocando todo el día!

Sé que suele hacerlo, pero en ese momento no me lo esperaba. Me volvió ese escalofrío, pero esta vez empecé a notar picores ahí abajo. (Es lo que suele sucederme cuando quiero guerra) Marta se apartó un paso.

—Estás guapísima!

—¡Gracias! —le respondí.

A continuación, empecé a notar calor en las mejillas, y efectivamente me había puesto roja como un tomate.

Mi amiga me llevó a un italiano del que no recuerdo el nombre. Durante la cena simplemente hablamos de la putada que le había hecho el jefe de Marta y de los planes para la noche. Durante la cena, me levanté para ir al servicio en varias ocasiones para limpiarme el flujo, que no hacía más que empapar el interior de mis piernas. Tenía miedo que acabase manchando mi faldita y que alguien pudiera darse cuenta. Alegué que como había hecho mucho calor esa tarde, había bebido mucha agua.

Mientras cenábamos, estuve todo el rato cruzando y descruzando las piernas. En una de las ocasiones, con las piernas cruzadas, empecé a mover el culo de delante a atrás con pequeños movimientos, para poder notar algo de roce. Nunca había estado tanto tiempo cachonda y mucho menos a ese nivel. Marta se dio cuenta de la situación, y me agarró de la mano.

—Estas bien? Te noto muy nerviosa esta noche.

A lo que contesté que simplemente hacía mucho tiempo que no salía de fiesta con ella y tenía unas ganas locas. Después de los postres, pagamos y nos fuimos de camino a la discoteca. No sabía que iba a pasar, pero tenía la sensación de que algo más iba a pasarme esa noche.

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