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La virgen putita (II)

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-¿Te gusta lo que vas a comer…? –me consultó Gabi, pícaramente, y me dio la espalda, se agachó, mostrándome su culito y vagina.

Les conté que era una morochita preciosa, de 18 años, delgada, un metro sesenta de altura, con una cinturita y vientre deliciosos, piernitas fibrosas, culito duro, y unas tetas redondas como melones. Al entrar a la pieza, se desnudaba. Eso sí, no me dejaba meterle la pija en su conchita. Según ella, era religiosa y quería llegar virgen al matrimonio.

Esa tarde me pidió que la chupe. Agachada, llevé mi boca a su concha. Comencé besando suavemente sus labios vaginales, para luego sacar mi larga lengua y jugar unos segundos adentro.

-¡Qué rico amor! ¡Me encanta tu lengua!

Sentí los juguitos de Gabi. Entonces la alcé y puse boca arriba sobre la cama. Admiré su cuerpito adolescente, separé sus piernas y comencé a lamerle sus suaves muslos. Fui bajando hasta sus pies, lamí los tobillos, chupé cada uno de los deditos, mientras mis manos acariciaban el culo y concha. La pendeja se agitaba y gemía. Fui subiendo con mi lengua y labios por las piernas, me detuve en la parte trasera de las rodillas, continué ascendiendo, mordisqueándola. Empezó a lanzar chillidos.

-¡Papi!, ¡hijo de puta!, seguí, seguí, voy a explotar…!

Sabía que sí. Ya estaba “punto caramelo”. Llegué a la vulva ardiente y empapada. Alejé un poco mi cara para disfrutar la vista de ese hermoso orto. Era riquísima. Labios externos suaves, abiertos como mariposa; y un clítoris duro, palpitante, del tamaño de mi pulgar. Y empapada, y fragante.

Durante diez minutos alterné mi lengua, labios, barbilla, dedos, nariz, en muslos, vientre, bordes de la conchita, hasta sentir que se retorcía de placer. Con mis manos le abrí los cachetes del culo, hundí mi lengua en la vagina y apreté con los labios, absorbiendo, el capuchón de placer.

Apenas segundos, luego solté y respiré encima.

Gabi estalló.

En segundos pronunció innumerables groserías, gritó, lloró, me rasguñó, dijo amarme, se babeó, mientras del interior de su vagina me ahogaba con fluidos cremosos y olorosos. Sus orgasmos me inundaron.

Volví a hundir mi lengua y la moví dentro de su conchita hirviendo, al mismo tiempo que con el pulgar e índice derecho pellizqué apenas el clítoris, y el dedo mayor izquierdo entró en su culito.

Gabi dio un grito, levantó la cadera y tuvo un orgasmo feroz. Dejé de tocarle el clítoris, sólo respiré sobre la concha.

Me arrodillé, abriendo mis piernas, apuntando mi pija a su vagina. Y largué mi leche sobre ella.

 

(Continúa)

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