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Entregó el “marrón” por amor a su marido y… le rompieron el culo por placer

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Este relato retrata uno de esos momentos en la vida de una mujer, donde dicen que la realidad tiene cara de hereje y hay que salir a “parar la olla”. El eterno conflicto entre el deber y las obligaciones, entre la fidelidad y la economía familiar, la eterna prueba que se puede sortear pensando que la carne es débil y que una relación sexual por un buen motivo no es un demérito, la lealtad de los sentimientos es lo que importa. Ergo: La mujer necesita tener una excusa para ser infiel, el hombre tan solo tener delante de él a una mujer.

A la fuerza ahorcan, podría decir un viejo de los de antes, al referirse a los hechos en los cuales uno termina por ser un mero espectador sin posibilidades de modificar o evitar el inexorable devenir de los sucesos.

Helena, llega desde el interior a la ciudad de Buenos Aires para estudiar, veintidós años y buena figura, de buen venir y de mejor ir, uno de esos cuerpos que no pasa desapercibido, ni por las mujeres, que con el rabillo de ojo la envidian a rabiar. Pronto consigue empleo y en la primera entrevista, como no podía ser de otro modo el encargado de recursos humanos quedó prendado de su belleza y embelesado con su simpatía, para tenerla cerca la designó como como cajera en ese importante comercio.

Al poco tiempo sus cualidades... laborales (de verdad) y capacidad ameritan para un par de ascensos en la escala laboral, diríase que demasiados méritos, tal vez, pero también suma el plus de sus bien torneadas piernas, siempre subidas a esos tacones tipo aguja que realzaban su prestancia al contonear sus caderas, que “el pajero” del jefe creía que le dedicaba.

En una fiesta de la empresa, se conoce con Walter, se ponen de novios, enamorados, tanto que, a los dos meses, concretan la convivencia.

Todo color de rosa, hasta que Walter, por una racionalización de la empresa donde trabaja, queda desempleado, con todas las implicancias que esta situación conlleva. Sale por las mañanas con “El Clarín” (diario) bajo el brazo, vuelve con la frustración de no conseguir trabajo. Uno, dos, muchos días, el sueldo de Helena alcanza para comer hasta el día veinte no deseados, producidos según dicen por la globalización de la economía.

Alejo, es el típico ejemplar de “un bueno para nada” fachero (de porte vistoso) y bastante engreído, hijo del dueño, gerente de la empresa, puso los ojos y las intenciones en Helena. Ella no es ajena a esta preferencia no explicitada del todo, dentro de sí ese juego de seducción del hombre le hace cosquillas, se ratonea (erotiza) pensando en qué estará pensado el hombre cuando pasa delante de él con la cadencia del movimiento de sus caderas, su juego de imaginar llegó a más, y… pensó en alguno de esos momentos que la soledad forzada de atenciones en la cama, cuando acucia el deseo insatisfecho o cuando buscaba “hacerse justicia por mano propia” (masturbarse) en que estaría buen tomarse un “recreo sexual” con él. Ese pensamiento puesto en este hombre ha sido la excusa en ocasión de aliviar su ferviente deseo y motivador de sus habilidades manuales.

Walter está cada vez peor, apático y desganado, Helena cada vez mejor, pletórica y con todas las hormonas pidiendo un desahogo y contención emocional, está en ese momento mágico que todos los machos deseamos, ese momento que está dispuesta para el primero que tenga la suerte de pasarle por delante. Pero aun así no le fue tan fácil, no es cuestión de andar por ahí “revoleando” la bombacha y ofrecerse al primer hombre, detrás de ella hay una convivencia, un hombre que ama y quien la ama, pero… está visto que todo eso no alcanza, menos aún para ella, cada día más vital y menos sexo.

Eran tiempos de mucha actividad en la empresa, que estaba en plena expansión comercial, por tal motivo debía trabajar más horas de la usuales, y en ocasiones quedarse para cubrir tareas en horarios nocturnos no sin algo de disgusto de su pareja.

Una noche de guardia nocturna, Helena y Alejo conversan, ella se entera que el gerente se quedó sin secretaria, se ofrece ser su reemplazo. Alejo se sintió gratamente sorprendido, pues estaba seguro que era a los ojos de la muchacha (como fingen las mujeres) gratamente sorprendido, pero sin demostrarlo dijo:

—Es una buena opción. Estarás arriba, en mi oficina, y un sueldo adicional, pero... —hace una pausa, mira y evalúa la reacción— además de secretaria deberás “atenderme”, como… hacía Eleonora...

Helena trata de contener la ira que le produjo esta forma sorpresiva de abuso de confianza. Se tomó el tiempo necesario para pensar antes del insulto, evaluó las opciones posibles. En primer lugar, pensó en regalarle su mejor puteada recordando a su madre, pero… tuvo ese momento de frialdad y autocontrol, que solo pueden tener las mujeres, sometió la ira y se limitó a mirarlo con su mejor mirada inexpresiva que se dice puso “cara de nada”

—¡No contestes ahora...!, piénsalo bien, volveremos a hablar —el hijo de puta se marchó como si viera llover, sin atisbo de culpa, con toda la naturalidad de quien se sabe ganador, podía sentir la bronca contenida de Helena y se retira triunfador en esta escaramuza de bolsillo.

Había sentido el placer de humillarla para cobrarse ese andar presuntuoso y engreído de mujer que se sabe bonita y le gusta agitar el deseo de su presencia como quien hace alarde de grandeza delante de los pobres.

Durante días la propuesta ronda la cabeza de Helena. A pesar del disgusto inicial por la forma arrogante de mostrarle la oportunidad de un importante ascenso y cuando ella mordió el anzuelo replicó con esa propuesta obscenamente ofensiva en su dignidad de mujer comprometida.

Esa superioridad manifestada produjo un rechazo visceral que se fue diluyendo como agua en la arena, tal vez esa forma tan agresiva fue el detalle que ahora gana su preferencia (extraño ejercicio de pensar), le gusta, la pierna, piensa en el hombre, comienza a gustarle, recuerda el viejo refrán, de que la necesidad tiene cara de hereje, pero ella necesita sexo y guita (dinero). Alejo tiene dinero y sexo, los dos elementos que ella necesita, pues como nunca le hizo asco a los desafíos, también irá al frente en esta ocasión.

El conflicto íntimo termina por llegar a un punto sin retorno, piensa ¡Que la suerte decida!, tira una moneda al aire: ¡cara: dinero; ceca: sexo!, la recogió sin mirar, se contestó a sí misma -¡Cayó de canto!. Se sentía como Julio César a las puertas de Roma “alea iacta est” la suerte está echada. ¡Vamos por el Combo! Esa mañana sale decidida a aceptar el desafío, sube hasta la oficina de Alejo y con calma decisión dice:

—¡Seré tu secretaria y... “ese algo más” ...! ¡En lugar de sueldo extra, tomarás a mi marido como empleado!

La opción propuesta abonaba el costo de pagar el conflicto moral.

Había vencido todos sus miedos, derrotado al estrés de esta situación que jamás se había imaginado, pagar el costo de “ese algo más” tendrá su costo, pero no le preocupa demasiado pues comienza a tomar cuerpo el incipiente deseo probar ese “algo más” que la tiene ansiosa.

Ya ni recuerda cuando fue la última vez que su pareja la hizo gozar, las dos o tres últimas fue hace…como un mes, y para colmo de desdicha fue ella quien debió forzarlo para conseguir que se la cogiera, y al final solo agregó nuevas frustraciones, vuelta a fingir orgasmos. Qué lejos están esos momentos de placer, que lejos se ve el horizonte de su placer.

—¿Cuándo comienzas? —la lujuria se le nota en la voz.

¡Qué boludos son los hombres!, creer que consiguen cogerse a una mujer con solo intentarlo, si casi siempre (como en este caso) es la mujer la que decidió dejarse, antes que el macho se le acerque. Nosotros podemos elegir, pero ellas deciden, ellas piensan con la cabeza de arriba, nosotros como tenemos dos, casi siempre pensamos con la de abajo y así nos va...

—¡Ahora! —decidida, sonríe, está saboreando su “victoria pírrica”. 

Se deja besar, es el primer paso de ese “algo más”. Él quiere sellar a besos el acuerdo, Helena siente en carne propia que no lo hace nada mal, se deja llevar al terreno del gerente, se desplaza delante de su escritorio, pasea victoriosa toda la sensualidad que esa mañana había perfumado con una costosa fragancia francesa. Alejo se remueve en el gran sillón algo incómodo, con evidentes signos de excitación, sigue los movimientos de la joven que lo está poniendo a mil, como nunca.

Ella lo está “midiendo”, calculando cuando la fiera sexual se abalanzará sobre la frágil gacela, pero el tipo se hace desear, más de lo que había calculado. Ese juego del gato y el ratón modificó sus esquemas, y a pesar de tener otros planes tales como no ser todo lo efusiva que es en la cama, no pudo, la calentura interior la tomó por sorpresa, el hombre en aparente pasividad se acarició el miembro, que Helena desde su posición estimó debía ser algo importante, por el bulto al menos. Los calores comenzaban a recorrerla, esa visión produjo el efecto impensado, mojar su intimidad, y tanto como en sus mejores momentos de calentura, este tipo estaba haciendo méritos para serlo.

Va hacia la puerta, la cierra y vuelve dispuesta “a poner toda la carne sobre el asador” (algo así como jugar el todo por el todo, un salto al vacío y sin red), se vio obligada a poner más de sí, azuzar a la fiera para hacerla salir de su cubil. Se acercó a él, lentamente, alargó su mano hasta tomar la del hombre, manso se dejó llevar hasta un sillón que había en un rincón de la oficina. Se sentó delante de él, entre sus piernas y procedió al mejor estilo de una película porno a desabrocharle el cinto, bajar el cierre del pantalón, dejarlo que llegue al piso, bajar el bóxer para liberar a la bestia que se debatía en el incómodo encierro.

Asomó su cabeza brillante, un cíclope que se presenta amenazante, los ojos de Helena parecen el dos de oros de la baraja, es evidente que no esperaba tanta carne y tan dura, gratamente sorprendida por el visitante que late en su mano sin poder cerrarla, necesitó las dos para encerrarla, su boca se abre, suspira en signo de asombro y callada admiración mientras por un instante (muy breve, por cierto) piensa como va hacer para aguantarse tanta carne.

Los pensamientos quedaron para otro momento, él la acercó a su miembro. Entre la brusca maniobra y su sorpresa la verga de Alejo fue a dar contra los labios de la muchacha. Tampoco era cosa de estar despreciando esta apetitosa carne, amagó comerla de un bocado, sin dejar de mirarlo, no fue más que eso para poder rodearlo con sus labios (tiene la boca pequeña) debió acomodarlo despacio para no lastimarlo con sus dientes. El aguante de Alejo no daba para más, tan solo un par de lamidas bastaron para ponerlo más allá de lo que un hombre como él podía resistir.

Ella se dejó caer de espaldas sobre el mullido cojín, subió la falda durante el movimiento para ofrecer al macho dominante el espectáculo de su intimidad vellosamente húmeda, cubierta de encaje blanco para la ocasión, las puntillas traslucen el vello laceo emprolijado. Levantó las piernas, sostenidas tomándose los muslos con las manos, clara invitación a que él sacara la escueta tanga de encaje, sin hacerse repetir la insinuación juntó las piernas e hizo la bandera del deseo por las blancas columnas y volvió hacia el objetivo dejando que la mujer se abra ofreciendo su tesoro, la tanga quedó rodeando el cuello del hombre, cual trofeo por haber encontrado el escondido mar de los deseos.

El hombre desechó el molesto pantalón que enredaba sus tobillos, desnudo desde la cintura para abajo, se acercó a ella, el mástil de carne enhiesto en ángulo agudo con el vientre, amenazante se aproxima a la hembra que mansamente se entrega a los instintos básicos del macho caliente. La vulva está dispuesta para él, abre labios mayores, lubricada a mares, solo espera el momento de ser atacada por esa carne ansiosamente esperada. Se recuesta más, para favorecer la ubicación del hombre entre sus piernas, se sostiene las piernas, deja que sea él quien abra con una mano la cuevita y con la otra guíe el ariete que la penetra.

La máquina de Alejo, se agranda a sus ojos, compara el tamaño y la nota de tamaño feroz, la abren más que en su primera vez, se alegra de estar bien húmeda, si no quien sabe que estropicio podría causarle, los gemidos iniciales son quejidos producidos por en la impiadosa y urgente cojida. Cada entrada es un empalamiento, el hombre está pasado de calentura, no para de meter y meter, ni pensar en su orgasmo solo vive y por momentos sufre esta penetración que le está llegando hasta el alma, dentro de la poca lucidez que puede tener en una situación tan extrema no tiene registro de haberse comido tanta carne junta, ni ser tomada con tanta pasión y violenta calentura. Quiere ayudar, asistir a la urgente calentura del hombre, intenta, pero por la posición y la premura demostrada no le dejan realizar nada más que un par de movimientos pélvicos para ayudarlo.

No sabe calcular cuánto tiempo hace que está sobre ella, estima que no más de diez minutos, pero parecen más por lo intenso de la relación. Cambia el ritmo de la penetración, lento, profundo ¿hasta dónde quiere llegar?, en un taladro percutor golpeando el fondo de la concha, como está tomada de la espalda de él siente como se tensan los músculos, la cadera cambia la cadencia el movimiento de la penetración, alguna breve pausa mientras empuja en lo profundo el glande contra el confín del útero con firme intención de atravesarlo. Se producen, ahora con más urgencia los signos clásicos de cuando el hombre está llegando, los sufre y los disfruta como nunca.

¡Por fin! se decide a llenarla de leche. ¡Qué alivio! Siente como el miembro se le pone más tenso, late una y otra vez, lo sabe con certeza es el anuncio del recorrido de la esperma que busca rebasar los límites masculinos y ofrendarse sumisa en el cofre expectante. No supo cuántos fueron, pero sí notable la expulsión de la masculinidad desbordada que va dejando en ella el producto de su calentura. 

Mientras él viaja por otra galaxia, contenido entre sus brazos como un bebe en reposo, aun latiendo ambos sexos, sin salirse, se enciende en ella la luz de alerta, un imperdonable olvido, algo que no debió suceder, envueltos en la vorágine de la urgencia sexual de él se dejó llevar en su arrollador “in crescendo” y no reparó en hacerle colocar el condón que había llevado para evitar consecuencias que lamentar. El olvido sumado a la falta de precaución de él por no preguntar si podía terminarle dentro llegó a este estado de cosas, estimó que no había un culpable sino una suma de ambos. 

En ese breve momento de soledad, aun así abrazados, que tienen todos los machos después de vaciarse, se dio un tiempo de serenidad y se puso a calcular los días que hacía después de la última regla, con más buena voluntad que certeza estimó (o quiso creer) que no era uno de los días peligrosos. Aún sin haber tenido un orgasmo el coito había tenido sus momentos buenos, había disfrutado buena parte del acto, claro él mucho más.

Vuelto al mundo real, se salió de ella, tomó su pañuelo y se lo alcanzó para que enjugara y contuviera la descarga seminal que había dejado dentro de la maltrecha conchita. Por suerte no cayó en el lugar común de los que se creen súper machos y dicen “¿Cómo estuvo?” dando por sentado que con él todo siempre está todo bien.

—¡Qué bueno! ¡qué estrecha eres! ¡Tenías una joyita bien guardada!

—Con eso —le señala la pija, aún en erecta— todas somos estrechas para, ¡me rompiste! la tienes tan gorda, imposible, rodearla con la mano. —Él sonríe, agradece el elogio, que sabe es cierto, al cabo que no es la primera que se lo hace notar.

Helena se sorprende ¡haberla aguantado toda!, el semen abundante se le escurre hasta el orto. Alejo recoge esa parte del fluido en sus dedos, juega frotando sobre el aro anal, ella lo aparta asustada:

—¡No!, ¡ni te animes, me matas! —llena de miedo intenta levantarse para refugiarse en el baño de la oficina.

—¡Quédate tranquila, te lo perdono! —no la tranquiliza demasiado.

Lo complace mamándolo, mantenerlo en acción es bueno para que no vuelva con esa peregrina idea y se lo rompa de verdad. La mamona está en los preliminares, no se esforzó mucho para ponerlo en condiciones, pero él tiene otros planes. La acomoda sobre la moqueta, es bueno en caricias digitales, disfrutan haciendo el 69, ella arriba se contonea al ritmo de la boca de Alejo, olvidada del mundo y de todo se entrega a las habilidades bucales y a los dedos inquietos que no dejan agujero por explorar, se deja ir en un orgasmo inesperado y largo, desocupa su boca para no ahogarse y gozarlo. Necesitaba un desahogo como este, que no por sorpresivo fue menos intenso y deseado. Lo gritó, fue tan intenso y en el momento que más lo necesita, un par de lágrimas asomaros a sus bonitos ojazos negros, rocío brillante que supo apreciar este troglodita del sexo y recoger con gran ternura con las yemas de sus dedos. 

Este tipo que no le había caído muy bien era capaz de gestos y actitudes que siempre había deseado de su amante, era un hombre contradictorio, la furia violenta al momento de la penetración contrasta con la delicadeza en el sexo oral y la ternura demostrada en su goce, compartiendo y entregándose al placer de ella.

Goza el relax del prolongado orgasmo, él la espera con deseo, pero sin urgencia, cuando ella quiere retoma la mamada. Abierta de piernas se ofrece nuevamente, la toma de las caderas, en dos movimientos está en ella, empujan juntos, hasta el fondo, duele adaptarse al tamaño. Su vida sexual se reduce al conocimiento de solo tres vergas, la de Walter es larga pero delgada, ésta es el doble de gruesa.

—Será mejor boca abajo —Alejo le dedicó media hora de metisaca antes de eyacular, no hubo mención al uso del condón.

Para facilitar el acto el, solícito colocó un cojín bajo el vientre de Helena, ahora las nalgas están bien elevada, sumisa pero desafiante, ya sabe cuánto “calza” el hombre, está preparada, aguanta, disfruta y colabora, levanta las caderas, retrocede cuando él empuja, ofrecerse más aún al macho dominante. Los dos en la medida de sus posibilidades disfrutan el acto, casi al límite de su resistencia Helena llega al agónico orgasmo, aguanta todo el pedazo que se mueve muy suave, esperando que termine de gozarlo para retomar el ritmo y dejar en ella otra dosis del preciado esperma que la sorprende haciéndola gozar a su contacto y estertor del último chorro. Esta vez llegó al orgasmo tan temido, dos veces

La ducha y el bidé no borran las huellas de la brutal cogida, vuelve a casa irritada y dolorida. Da a Walter la buena nueva del empleo. Después de cenar, él quiere sexo, ella solo dormir...

Walter recuperó la autoestima, revalorizado en lo personal tiene su correlato en el terreno sexual, más activo, nuevos bríos hacen pronto de él un hombre nuevo, bueno sin exagerar tampoco, el mismo de antes tan solo. Verlo así justifica dejarse coger por el jefe, que por otra parte no lo hace nada mal y bien sabe manejar el privilegiado “objeto” que lleva entre sus piernas, para gusto y disgusto de Helena. Antes nada y ahora tanto, su cambio fue sin término medio, ahora que tiene sexo seguido en casa viene a sumarse a la faceta de sexópata que exhibe Alejo, insaciable a la hora de ir a la cama, la está haciendo de goma (en sentido literal y vulgar es cuando le da “máquina” mucho y en todas las formas que el deseo pinte).

Alejo la puso a dieta: mamona de semen y morcilla en ración doble que cumple como mínimo dos veces en la semana, pero hubo de tres y excepcionalmente casi cinco días. Piensa: -¡Qué puta suerte y no poder contarlo a ninguna amiga para hacerlas morir de envidia!, bueno no tanto pues también hay que tener buen lomo para aguantarse a este gran cogedor.

Durante el devenir de esta relación el jefe había acondicionado, en los altos de la oficina una habitación adecuada para los encuentros, en las horas que habían llamado “el recreo sexual”. En uno de los encuentros Alejo se apareció con un sugestivo obsequio.

—¡para los dos! —dijo sonriendo.

Al abrirlo apareció a los ojos de Helena un par de consoladores, uno de buen tamaño (casi tan gordo como el de él), después de las bromas ella no tuvo mejor idea que tomar el más pequeño y simular una penetración:

—¿Cómo me queda?

—Bien, pero ese no es para tu cuevita sino para iniciarte en la doble penetración.

Mitad en broma, mitad en serio Alejo la fue llevando con discreción y disimulo hasta hacer la rima necesaria: “El de verdad por delante y el pequeño por el culo”.

Con el correr de los días este juego llegó a formar parte de la rutina sexual, las molestias y dolores iniciales fueron alcanzando niveles de disfrute en ocasiones. Ella sentía un temor casi reverencial ante la menor insinuación de él por hacerle el culito, como forma de practicar fue convenciendo a su pareja de tener sexo anal, que se lo hiciera su maridito para experimentar lo qué se siente ser sodomizada, como lo tiene más fino no será demasiado traumático.

Walter se sentía en la gloria, como tocar el cielo con las manos, el muy tonto creyó que hacerla por detrás había sido objeto de su fuerza de seducción. ¡Nunca más lejos de la realidad! sino que era ella que la maneja los hilos de la marioneta. Las veces que experimentó el sexo anal con Walter no fue tan doloroso como había fabulado, con las repeticiones aprendía de sus propias experiencias, posiciones y sobre todo a conocerse y relajar la zona hasta llegar a disfrutarlo alguna vez.

Cuando Alejo se cansó de hacerle el ano con el consolador y se propuso un par de veces hasta que al fin accedió, lo entrega con temor, un gel especial para relación anal ayudará. Le unta y dilata el esfínter, el glande espera el momento para mandarse, la distrae con caricias y mimos, una fuerte palmada en una nalga la desconcentra y pierde.

Gritó, dientes marcados en la almohada para mitigar el dolor, la cabeza adentro, notable diferencia con el artificial y el de Walter, firme avance, quejidos y lágrimas, trata de relajarse. Más se queja, más se excita él, volcó sobre ella con todo el cuerpo, forzando a recibir todo el miembro, más duro que nunca. Pausa reparadora, detuvo los movimientos, la esperó, con semejante pedazo dentro aún sin moverse es toda una hazaña soportarlo.

La mantiene ensartada, firme apoyo pélvico contra sus nalgas, sintió esas manos y dedos hábiles dentro de la conchita y el clítoris, por un momento se dejó conducir por los dedos inquietos jugando a distraerla dentro de la cueva.

Excitado, entra y sale, con ritmo y potencia creciente, traspasada por la carne, delira y grita, fuera de sí:

—¡Animal, me rompes el culo!, date el gusto hijo de puta, ¡rómpeme! —bronca y dolor en el insulto.

—Sí mamita, ¡ya voy! —disfruta como nunca, cree que goza, empuja más.

Cree que la hembra caliente pide más acción. Helena estaba descargando dolor y bronca, vejada, aguanta la feroz culeada, sacudida hasta lo profundo. Alejo resopla como fiera, la llena de leche. El semen caliente brota del arma mortal. Retira la pija del estuche anal, sale tan dura como entró, duele y produce alivio. No puede verse, el sí, pero lo intuye, el esfínter anal dilatado al máximo de su elasticidad, permanece un tiempo así para regocijo del macho triunfante. Con una crema analgésica sanarán los pequeños desgarros producidos y el dolor al defecar solo durará un día, dos a lo sumo, y recordará dedicarle una buena puteada por haberle roto el culo.

Él se siente como Tarzán luego de vencer al león, dar ese grito triunfal, propalar el mensaje a todo el mundo. Ella tan solo hacer un momento de silencio por haber perdido hasta el respeto por sí misma por haberse dejado hacer sodomizar por un miembro ¡grande como la de un burro!

Corrió al bidé, prolonga el baño de asiento, atenúa el dolor. Cuando regresa a la cama le higienizar la verga a “su” hombre, pero ni así puede bajarle la excitación y el deseo exacerbado por haberle desvirgado el culito (no del todo mentira). El hombre está hecho un macho bronco, un mustang insaciable, viendo como sigue excitado aún deberá mamarlo dos veces para calmarlo, una dándose un baño de asiento, sentada en el bidé, la otra fue en el lecho.

En la mañana siente latir los rastros del desvirgue anal, Walter se lo busca, se niega, rehúye espantada, arguye una excusa de ocasión.

De ahí en más hubo un período de espera y luego Alejo volvió a la carga con el apremio por gozarla por detrás. Al menos dos veces por semana, recibe la enema de carne en barra, siempre sufre la penetración, pero como el cuerpo se acostumbra a todo ella considera que también lo hará.

El relato precedente me fue confiado por Helena, amiga personal, le ofrecí mi oreja para escuchar sus cuitas, esas cosas que solo se puede confiar a un amigo. Ella me considera (yo igual) como su amigo, buen amigo agregaría, y después de un relato tan picante nos fuimos poniendo a tono con el desarrollo del relato y como no podía ser de otro modo terminamos en la cama. Lo pasamos bien, pudo sacarse este secreto que la agobiaba moral y físicamente.

Esta es la historia de una mujer presa en su propia telaraña por amor a su marido, ultrajada y vejada por este sexópata, terminó por disfrutarlo. En la cama mostramos la otra faceta, podemos someter o entregarnos al otro sin límites, el sexo es la excusa para dejar fluir el otro yo que nos acompaña en las sombras.

Puedo dar fe del relato, tiene todo agrandado. La tengo gordota, cosa que hizo desistir a alguna de entregarme “el marrón” (ano), pero Helena demuestra la veracidad de sus dichos, se lo aguantó como la mejor de las putas, como si nada, hasta con orgasmos.

Luego de tranquilizar su espíritu Helena se consiguió otro empleo y dejó la doble vida, cambió sin demasiada bulla para no despertar sospechas. En estos casos siempre lo mejor es que el marido siga ajeno a todo.

Mientras producía el cambio fui su paño de lágrimas y consuelo de cama, como para evitarle el síndrome de abstinencia anal.

Escribí esta historia a instancias de esta buena mujer, para alertar a las que estén por emprender este camino, los nombres son ficticios, los hechos totalmente verídicos. Gracias, y suerte.

El que quiera “celeste” que le cueste dice el viejo refrán, la Helena de la historia entregó “el marrón”, el objeto preferido de los hombres al verla contonearse en su cadencioso andar, al jefe le costó conseguirlo, a ella un buen dolor, pero terminó gustando que le hagan sexo anal.

Seguramente hay muchas Helenas que transitaron circunstancias similares, me gustaría conocer tu experiencia personal y compartirlas.

Estoy en Argentina, estoy esperándote para platicar del tema, solo tienes que animarte, te estoy esperando en [email protected]

El lobo feroz no se comió a la caperucita del cuento, se dejó seducir por ella…

 

Lobo Feroz

(9,35)