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La sombra de la noche (capítulo 2 )

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Capítulo 2

 

1 SEMANA ANTES DEL FIN…

 

-Lo estás haciendo mal –gritaba Jean Bobbally a un joven novicio-. ¿Por qué no prestas más atención? –abrió la mano y golpeó fuertemente la cabeza del muchacho, por muy poco no llegó a clavar los dientes contra la madera de la mesa donde estaba sentado.

Las habitaciones del colegio parecían reinos de sombras, solo colocaban una vela cada muchos pasos y su iluminación dejaba demasiado puntos ciegos. La humedad caía desde el techo, los muros, piedra gruesa sobre piedra gruesa, proporcionaba calor en invierno, un buen cobijo para los estudiantes y profesores internados, pero muchas veces, cuando llovía el agua permanecía estancada en alguna parte y provocaba enfermedades leves, pero molestas.

Pasó las páginas de un enorme libro, tan grande como sí mismo, con sus manos. Las páginas cogieron un color oro por su vejez y desgaste, el tiempo era notable y necesitaba un cuidado bastante especial. Los alumnos pasaban a formar parte del colegio con seis años, estudiaban hasta los quince y no ejercían la práctica de la magia hasta rebasar esa edad. Los preparaban para ser buenos consejeros, llegar a dominar la lengua mejor que las manos, para cumplir deberes diplomáticos. La ciudad de Hemfrest no necesitaba de tantos magos, muchos, al terminar su estancia en el colegio, viajaban a los reinos colindantes o de más allá para servir a otros reyes. Pero este muchacho fue una excepción, paso a formar parte de los novicios como un favor a un viejo amigo de Bobbally. Él viejo maestro formó parte del Círculo de Plata, un consejo de eruditos capaces de gestionar los movimientos de los reinos, manos invisibles moviendo a los hombres hacia donde a ellos les interesara. Pero los componentes del círculo no pueden abandonar sus puestos sin el consentimiento de los círculos inferiores u hombres que un día los eligieron. En su caso, fue August Corvell señor de los Lagos Risueños, era uno de los señores más influyente en el norte, aunque su hogar ni se acercaba. Su palabra ayudó a Bobbally ha abandonar el Círculo de Plata, a cambio de un favor como deuda y su inmediata desaparición de todas partes del mundo, por eso el viejo maestro llegó a Hemfrest.

Pero eso sucedió hacía años y ahora August Corvell quería que el viejo componenete del círculo de plata contribuyera con su favor. La ciudad no se inmutó al ver al señor de los Lagos Risueños llegar con su sequito, la ciudad reconoció una pequeña escolta alrededor de un carro lujoso, además de otros dos con provisiones para el viaje. Aquel día, Bobbally frunció el ceño cabreado, gritó hasta dejarse la voz desde lo más alto de la torre de Cimelez, bajó al portón Norte y esperó impaciente que condena le pusiera entre manos.

-¡Aquí tienes al inútil de mi heredero! –August era un anciano, había perdido el pelo y no podía erguirse, apenas aparentaba un pelele sobre su carromato lujoso decorado con oro y diamantes. Golpeó con una vara, parecida a una gruesa rama, a su hijo en la cabeza.

-Mi señor, recuerdo cuando solo podía tenerse sobre cuatro patas y no sobre dos como ahora.

-¡No recuerdes tanto! Porque yo también creí entonces que sería un hombre fuerte, digno de tener bajo su mandato mis castillos –volvió a golpear al muchacho. En cambio este agachaba la cabeza sin rechistar-. Dios –comenzó a gritar gimoteando hacia el cielo- ¿por qué me habéis dado esta vergüenza?

-Pero sigue siendo vuestro hijo. Y hasta donde yo se, el único.

-Nooooooooooo –August Corvell reprochó agresivo. En su juventud luchó valientemente en nombre del rey, fue un ser noble y apreciado por quienes le conocían, las mujeres se tiraban a sus pies y le besaban los dedos de los mismos para rogarle amor. El tiempo maltrató su cuerpo y su orgullo, su espíritu y la nobleza de antaño no perduró-. ¡YO NO TEN-GO NIN-GÚN HI-JO! –el joven Corvell lloró. Bobbally vio que nadie se apiadaba del muchacho en muchísimo tiempo, su mirada caía al suelo desamparada junto a sus lágrimas, estampándose en la tierra- Estoy muy cansado, voy a retirarme, ya he firmado un decreto en el cual entrego todos mis bienes a mi hermano.

-Recuerdo que tu hermano no tenía sangre.

-¿Y eso que más da? Te libero de tu deuda conmigo cediéndote a éste inútil para que hagas con él lo que te venga en gana. Sólo deseo no volver a verlo nunca más, puedes degollarlo como a un cerdo si te apetece, pero nunca me lo devuelvas.

“¿Cómo puede sentirse un hijo al escuchar esas palabras tan duras de su padre delante de tanta gente, siendo parte de esa gente quienes podrían haber sido sus súbditos?” pensó el gran maestro mientras azotaba al muchacho, sin embargo, su padre tenía razón. Ya se lo explicó por décima vez, casi dos meses con la misma lección y no avanzaba en su aprendizaje, debería mandarlo al servicio de lavandería y se apañaran ellos con él.

-Sabes que te digo, me voy a mis aposentos. No quiero oír a nadie decir que has salido de esta habitación sin haberte aprendido la lección, si es preciso muérete de hambre entre estás cuatro paredes, ¿entendido? –el viejo se marchó a paso firme, no volvió la mirada ni para despedirse.

Los pasillos estaban atestados de novicios y profesores, los estudiantes más aventajados y avanzados practicaban pequeños hechizos en esquinas y rincones, permitían unos momentos de descanso, risas y recuerdos de sus inicios. Dejaban paso al director cada vez que lo veían con el ceño fruncido, sabían de donde venía y a con quien había estado. Nadie tenía en estima al joven Corvell, siendo el muchacho más solitario de todo el colegio y prácticamente de toda la ciudad.

-Oí que andabas buscándome –dijo una chica a su espalda. Nyla, una hermosa joven de alta alcurnia, puso su mano sobre el hombro derecho del viejo maestro. De piel fina y apenas quince años, ondeaba una larga y rubia cabellera alrededor de una piel blanca como la leche, sus ojos azules podían obligar a cualquier persona a decir la verdad, pues consiguió durante muchos años de práctica aprender a enfocar algunos hechizos de control mental a través de los mismos. Creyeron que Bobbally daría una bofetada a la muchacha, cuando se dio la vuelta tenía la cara hinchada de color roja, apretaba los dientes arrugando sus gestos faciales lleno de ira igual que los puños.

-¡Nunca vuelvas hacer eso, criaja estúpida –resopló dos veces, cerró los parpados y trató de calmarse-. llevo una mañana del diablo, no sé que hacer con “el Corvell”.

-¿Qué más da? Aquí en el colegio estamos todos bastante acostumbrados.

-Tampoco me gusta que me faltes el respeto de esa manera –Bobbally se dio la vuelta y continuó con su camino-. Sígueme -gruñó.

Llegaron a los aposentos del viejo maestro, él cerró la puerta mientras ella se sentaba en un banco acolchado y decorado con telas rojas y flores de lis blancas estampadas en el fondo.

-Debería cumplir el deseo de su padre y cortarle el cuello –se frotaba las manos, no titubeó al sentarse junto a Nyla y toquetear sus muslos-. Desata todo mi estrés. Pero no puedo hacer eso, yo no mato a gente porque sí –acercó su cabeza a los senos de la joven y, apartando con los dedos el corpiño, empezó a chuparle los pezones con pequeños mordisquitos.

-Lo dice un hombre que decidía sobre la vida de miles de hombres, no os dedicabais los del círculo a… -fue interrumpida por un pequeño gemido proferido por sus labios. Sus muslos se humedecieron cuando el viejo ya empezaba a hurgar entre sus piernas.

-Otra opción es mandarlo al servicio. Quizás allí sea más útil como esclavo.

Ella jadeaba lentamente mientras acariciaba la cabeza a su mentor. Pasó la pierna por encima de las rodillas del maestro, su femenina y joven mano apretó cariñosamente la polla escondida entre los calzones.

-Es una persona de la nobleza, podrías humillarle, piénsalo mejor, es hijo de uno de tus amigos. El mismo que te ayudó a salir de… -una vez más no terminó la frase, pero esta vez interrumpida por Bobbally.

-Sí, el servicio –dijo mientras se dejó la polla al aire y tiraba destrozando, y convirtiendo en meros trapos, la ropa de ella-. ¿Tú que opinas?

Pero la chica no respondió, su opinión no valía de nada, él no la escuchaba y dejó que el viejo maestro la penetrara y la follara. Entre jadeos, el sexo con el viejo no llegó ni a diez minutos, Nyla siempre quedaba insatisfecha, pero no podía exigirle más. Bobbally se levantaba exhausto, durante un rato, a punto de echar el corazón por la boca. Mientras echaba todo su semen por el clítoris de la chica. Se levantaba farfullando incoherencias como, “A mí solo me viene la escoria que su padres de noble verga no quieren ver por sus casas”, aunque Nyla se sentía ligeramente ofendida, peor lo pasaba cuando el hombre extendía la mano para arrojarle unos billetes como a una vulgar puta. Y todo comenzó un día en que Jean Bobbally quiso follar y lo único a mano era ella. Nyla le permitió hacer con la inocencia de una niña cual sentía curiosidad por su propio cuerpo y el de los hombres. Nunca deseó hacerlo como algo constante, el viejo maestro le impidió ver a otros chicos como un novio celoso, la amenazó para que ningún otro entrara en su cuerpo. Después de arrojarle los billetes le tiró una ampolla con un líquido negro dentro.

-No olvides tomártelo. No quiero tener ninguna descendencia contigo, me has entendido, zorra estúpida –abrió la palma de la mano, cual describió un arco cruzando la cara de la muchacha-. Y no lo olvides, guárdame respeto en público.

Agarró los harapos, anteriormente su vestido, en el suelo y se limpió su zona genital. La capa le servía, la puso sobre sus hombros para cubrirse el cuerpo y salir de la habitación. En una mano llevó los billetes, antes de salir se bebió la ampolla que el viejo maestro le había dado. Aquel brebaje la esterilizaría para no quedar en cinta.

Cuando Nyla salió, sus hermanas de sangre la esperaban con los brazos cruzados en mitad del pasillo. Ella agachó la cabeza con el rostro congestionado, sus ojos humedecidos y agarrando bien la capa para evitar que se abriera. Carolina era morena, la más alta, además de ser la mayor de las tres, a su lado Layla aparentaba ser una chiquilla de primer curso. Sin embargo, las tres ya habían alcanzado un nivel muy superior a cualquiera de su línea de estudios, los círculos mágicos traicionaban a los hombres, sin embargo las mujeres eran más susceptibles a los vientos de magia y sus manos los moldeaba con mayor facilidad. Pero ellas son destinadas a labores del hogar, además de tratar con las visitas, pocas veces se aceptaba a una mujer al mando o ante cualquier tipo de poder, estaba muy mal visto por todo el mundo. El colegio de magia se reducía a los bastardos y a los inútiles de las casas de señores, mientras que el pueblo  intentaba conseguir una plaza para sus hijos y ellos llegaran a alguna parte, pocos conseguían un puesto.

-¿Otra vez? –ellas sabían todo y no podía esconder la verdad pero- ¿Por qué no dejas de esconderte como una cerda entre la mierda y haces algo? Ese hijo de puta…

-Esta vez no ha pasado nada, no le he dado el placer a ese gordo asqueroso –frunció el ceño mientras miraba a su alrededor con la esperanza de que nadie escuchara.

Carolina se acercó más, la miró directamente a los ojos muy cabreada.

-Hueles a su polla –le susurró-. Puedo arrancarte la capa y así todos podrán verlo, solo a una puta barata lloriqueando.

Nyla agarró bien la capa donde se envolvía, además de apretar con la otra mano los billetes de Bobbally, y se apartó del alcance de su hermana de sangre.

-No soy una puta. No ha ocurrido nada. Deberíais apoyarme y no hacer esto.

La empujaron contra la pared, fue Layla quién puso su mano sobre el pecho de Nyla para evitar que se moviera, siempre fue la más dócil de las tres. Cuando se conocieron, sólo eran niñas sin ambiciones, el tiempo las ha enseñado a defenderse, pero en algún momento ella fue débil y es incapaz de retomar sus antiguas fuerzas. Las miró a los ojos primero a una y después a la otra, las necesitaba.

-¡Ah, no! ¿Crees que voy a apoyar a una fulana barata? Y dime una cosa ¿cuánto te ha dado esta vez por meterte su pellejo entre los muslos?

-Vale –no pudo remediarlo, todo su cuerpo temblaba de miedo-. Ayudadme.

-No vamos a hablar de esto aquí en mitad del pasillo. Las paredes tienen ojos y… muchas veces oídos –dio media vuelta y caminó seguida de Layla y Nyla.

Su cuarto siempre estaba vacío, era una ventaja de compartir dormitorio con los Astrónomos, pasaban más tiempos en lo alto de las torres que en cama, muchas veces llegaban a estar meses sin aparecer; solían acampar en la azotea con tiendas de campañas, cerca del jardín del profesor Buq´irn, entre las orquídeas. Miraban las estrellas y sus cambios de posición, dormían durante el día después de estudiar toda la noche. La mayoría los llamaban los noctámbulos. Quizás algún día podrían predecir algo, pero sus estudios no avanzaban nada, las estrellas no tenían palabras ni formas, no hablaban ni siquiera señalaban nada; cuando las lluvias barrieron las cosechas, ellos predicaron la palabra que mencionaba enfermedades en el campo y una peste que azotaría a los campesinos, pero no es algo prodigiosos su acierto, la ciudad lo vio venir con las crisis, sin embargo ellos se colgaron orgullosos aquella medalla.

Abrió un cajoncito dentro del armario, escondía el dinero de Bobbally hasta que decidiera cómo gastárselo, muchas veces se compraba ropas nuevas para sustituir aquellas desgarradas por la lujuria del director del colegio, o un caballo, comida, bebida –y en grandes cantidades para lidiar el dolor de su espíritu al ser arrastrada a un mundo de perversión-, incluso una casa con todos sus muebles en una ciudad lejana. También trataba de limpiar su conciencia ayudando a pobres y campesinos, pero cuando lo intentó en una de las ventas del exterior de la ciudad, al otro lado del bosque, unos borrachos la forzaron para violarla. Los pobres desgraciados no sabían lo que hacían, cuando ella abrió la mano con odio y toda la venta ardió, tanto los borrachos al igual que muchos inocentes, murieron calcinados sin posibilidad de salvarse.

Entró en la ducha para limpiarse los restos de semen de su mentor, después de vestirse se sentó junto a sus hermanas de sangre.

-Hijo de puta el gordo de mierda –farfulló Carolina mirando a Nyla. Se acercó a su hermana menor y acarició sus tetas-. Que bien montado lo tiene.

Se dio la vuelta y sacó de una bolsa un frasco, en su interior había un extraño líquido color cobalto, tanto Nyla como Layla supieron al instante de que se trataba.

-Veneno –susurró Layla.

-Los tentáculos de Osmund de la ciénaga –corrigió Carolina a su hermana de sangre señalándola con el dedo índice-. Es perfecto para acabar con un gordo apestoso, ciénaga en su cuerpo que ni siquiera se distinguirá entre sus carnes. A veces me maravillo a mi misma por mis propias ocurrencias, peste a la peste. El plan es muy sencillo, cuando esté comiendo se lo echas en la comida, como siempre está cambiando de un plato a otro no se dará ni cuenta, la propia mezcla de sabores dejará insulso el sabor de “los tentáculos” y se atragantará, así el guloso apestoso morirá accidentalmente y nadie sospechará –rió-. Dulce ironía, cuando su tripa estalle por la comida misma que lo está engordando.

Nyla tomó entre sus manos el veneno frunciendo el ceño, desconfiaba de aquel producto teniéndolo incluso dentro de un frasco; siendo una receta muy antigua podía matar con el simple olor.

-Esto lo fabricó un loco escondido en su casa oculta en una isla, que a su vez también estaba oculta dentro de un cenagal –dijo Nyla-, esto es una locura. Aquel hombre perdió la razón, el sentido, la cordura entre las paredes de su envenado hogar.

-Me da igual los cuentos de vieja, no fue nada difícil prepararlo. Bueno –suspiró- estuve toda la noche. Era asqueroso dormir entre los vapores del caldero, sin embargo, un poco de pis sobre las bragas y a la boca. Es un gran aislante.

-¿No te das cuenta? Ese hombre preparó esto en su casa y murió por ello, su propia casa tuvo que ser quemada junto a toda la ciénaga para evitar su expansión, pues hasta los animales morían atrapados en la demencia. Si has preparado esto en tu cuarto, ahora podría estar envenenándose toda la ciudad.

Carolina apretó los labios, se le hinchaba una venita en el cuello según escuchaba las palabras de su hermana despreciando su obra, pensaba cuanto se molestaba en intentar ayudarla y para nada, sólo para desahogarse cerró los puños para golpear con fuerza uno de los armarios. Vieron la mano roja y los nudillos ensangrentados al apartarse de aquel mueble.

-No soy imbécil, he tomado todas las precauciones.

-¿Meado en tu boca? –como si aquello fuera suficiente, Nyla dio varios pasos hacia atrás.

-Pero si se trata de veneno, podríamos haber usado otro más convencional, también haría el mismo trabajo –esta vez fue Layla quién intervino en la conversación, se levantó poniéndose entre las dos-. Estoy de acuerdo con Nyla, es demasiado peligroso.

-¡Un veneno convencional! –solo la idea sonaba absurda- Queremos asesinar a un antiguo maestro del círculo de plata y ese no caería en una trampa tan sencilla. Pero ¿no os dais cuenta?, es perfecto, magia antigua para quitarnos a un gordo de la magia moderna. Él siquiera lo verá venir.

La mano temblaba mientras sostenía aquel frasco cargado de muerte, tenía un tapón de corcho y no podía parar de pensar si aquello estaría deteniendo el mal contenido. Una sola fisura, apenas perceptible, en el frasco y antes del amanecer, las tres estarían muertas. No lo dudó y extendió el brazo para devolvérselo a Carolina, estaba asustada, la ansiedad se adueñaba de su mente e incluso notó mareos.

-No puedo hacerlo –dijo simplemente. Carolina agarró el frasco con odio-, no soy capaz.

-¿Prefieres seguir siendo la putita de ese bastardo? –abofeteó a la chica dejándole una marca en sus mejillas y sus ojos lagrimaron- ¡Responde!, ¿es eso lo qué quieres?

Después de un eterno silencio, Carolina salió de la habitación dando un portazo, el golpe retumbó por las paredes de todo el colegio. Layla no dijo nada, al poco cruzó su mirada con Nyla y también se marchó. La joven se sintió sola, tumbada sobre la cama lloró vigilante de las paredes a su alrededor con las manos en su pecho. Acabó tan agotada que sin darse cuenta terminó durmiéndose.

Dentro del sueño, caminaba por un pasillo sin final, no podía ver el principio ni el fin, las puertas a su alrededor no se abrían, ni siquiera mostraban tener interés alguno. Los sueños podían ser extraños. Cuanto más caminaba más creyó sentirse acorralada, y en mitad de aquella pesadilla la cosa pudo empeorar más aún. Al principio era solo un lamento, alguien exigía ayuda urgente, después sus ojos oníricos se centraron en las puertas, viene desde detrás de las puertas y ninguna se abría. Llegó a desesperarse, corrió huyendo de alaridos lastimeros, gritos y voces infrahumanas chillando por las paredes. Las puertas envejecieron y las paredes se agrietaron. Musgo crecía entre las fisuras extendiéndose como enredaderas rodeándola, aquello ya no era el colegio, ahora sólo quedaba un montón de ruinas. El suelo se resquebrajó hasta formarse un agujero, una enorme boca lleno de dientes  como cuchillos moviéndose al son de carne deforme, ella quedó paralizada ante la monstruosidad, cuando se dio la vuelta estaba rodeada por otra de esas monstruosidades, o quizá no, el pasillo era igual por un lado y por otro; y chilló, chilló hasta ahogarse en su propia voz e identificó sus gritos, eran los mismo que los que ella misma oía a través de las puertas. Una mano arrancó el techo, el cielo era un foso negro, una lluvia de rayos cruzaban de un lado a otro. En mitad del cielo se abría un enorme agujero aún más negro que el cielo. Nyla estaba pálida, su cara congestionada, no admitía en su cordura sus emociones y pronto se vio volando, arrastrada hacia aquel agujero. Pataleó, movió la manos, trató de conjurar, hechizar, o incluso de pensar que aquello no estaba ocurriendo. Pero pronto traspaso la comisura de la enorme boca del cielo, su cuerpo de deformó sintiendo una fuerte presión tratando de aplastarla.

Cuando despertó, la noche ya se había instalado, estaba sudada y pasó sus manos por su cara para limpiarse, aquel sudor era demasiado pegajoso, caía desde la frente hasta sus muslos, continuaba a sus pies. Le dolía fuertemente la cabeza y aún la dominaba un miedo tormentoso, le costaba moverse y se sentía muy torpe, sus ojos hinchados parecían estar a punto de reventar y no lo pudo remediar, estaba llorando. Afuera llovía. Se alzó para ir al servicio, trastabilló y cayó sobre la pared, entonces escuchó un grito, el mismo que había escuchado en sus sueños. Su corazón se agitó violentamente, rebotando por las paredes de su pecho, mientras la respiración sonaba intranquila. Apoyándose en la pared fue hasta la puerta y abrió curiosa, al otro lado, por los pasillos muchos estudiantes, y todos eran chicos, y el profesor de las clases de encantamiento rodeaban a una alumna, estaba en el suelo aunque aun respirando, pero todo su cuerpo se bañaba en sangre, ella abrió los ojos anonadada.

-“¿Qué le ha pasado?” –quiso preguntar, pero las palabras se negaban a salir de sus labios. Los chicos la miraron y empezaron a apartarse de ella, aunque no se dio cuenta, todos observaban asustados como animalillos indefensos, el propio profesor daba paso atrás tratando de asimilarlo todo. Nyla abrió los ojos como platos al ver a su hermana de sangre tirada en el suelo sobre su propia sangre, era Layla, la dócil y joven Layla. Se dio cuenta que el pasillo estaba lleno de chicas ensangrentadas y los profesores no daban abasto, era demasiado raro, ni siquiera lo comprendían.

Sus manos y su cuerpo también se bañaban en sangre. Y cayó al suelo junto a su hermana.

 

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