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Mi vecino me violó

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Hola, mi nombre es Eleonora y soy la menor de 4 hermanas mujeres y un varón.

Soy argentina y mi lugar de residencia es en Buenos Aires, tengo 25 años, estoy casada y me considero una persona bastante atractiva. Mido 1,67, rubia, ojos grises y mis medidas actuales son de 85-62-95. Si bien mis tetas no son enormes, tienen un agradable tamaño y están bien firmes y lo que más elogian los hombres es mi cola, bien redonda, durita y bien parada.

Debuté sexualmente a los 18 años y logré mantener mi cola virgen hasta el momento que les voy a contar, a pesar de los insistentes pedidos de los hombres con los que estuve e incluso de mi actual marido.

Hace menos de un año con, por ese entonces novio y ahora actual marido, decidimos irnos a vivir juntos a una quinta que él tenía en el partido de Pilar.

Ahí habitamos en una cómoda casa con piscina y un amplio parque donde aprovechamos para disfrutar de nuestros cuerpos al aire libre.

Una tarde de verano estábamos disfrutando de la piscina, mi marido dentro de ella y yo al borde tomado sol boca abajo con una diminuta bikini, cuando de pronto se acerca un nuevo vecino a presentarse. Intercambiamos amablemente algunas palabras y solo me sentí algo incómoda porque noté que me observada demasiado, pero pensé que eran solos ideas mías y no le presté demasiada atención.

Las visitas se fueron haciendo cada vez más recurrentes e incluso llegaron a formar una amistad con mi marido, pero yo no podía dejar de sentir que cada vez me observaba más. Incluso una vez estábamos teniendo sexo en el parque y vi que nos observaba de lejos; en ese momento me pareció excitante la situación y hasta divertida y al pasar los días me gustaba jugar a provocarlo haciendo de cuenta que no sabía que nos miraba.

Esta especie de juego me llevó a intensificarlo cada vez más. Cuando sabía que nos espiaba me agachaba intencionalmente para que vea mi cola a pleno, o tomaba sol sin la parte de arriba de la malla o le pedía a mi pareja tener sexo por nombrar algunos ejemplos e imaginaba que al llegar a su casa se masturbaba con las imágenes que le ofrecía.

Cada día que pasaba la situación me parecía más excitante y más sabiendo que mi marido no sabía de mis juegos. Hasta que un día todo cambió.

Un sábado mientras estábamos desayunando suena el celular de mi marido y una voz del otro lado le informa que su madre que vive en Mar del Plata se ha descompensado. Me dice que va a ir a verla, pero que no me preocupe que al otro día volvería; me ofrezco a acompañarlo, pero me pide que me quede para mantener el orden en la casa y que no valía la pena por el poco tiempo que iba a estar ausente.

Le armé un pequeño bolso y rápidamente emprendió su viaje; levanté las cosas del desayuno y salí al jardín a tomar sol. Estaba con una diminuta bikini color turquesa que me quedaba muy bien con el bronceado de mi cuerpo, puse una lona sobre el pasto y me recosté boca abajo.

A los pocos minutos siento moverse el cerco y sé que es nuestro vecino que me está espiando. Como siempre hago de cuenta que no lo veo, pero al rato se hace ver y me pregunta por mi marido. Le respondí que había salido unos minutos y enseguida volvía. ¿Con un bolso? Me volvió a preguntar. Me quedé en silencio mientras veía que abría la tranquera que había quedado sin candado después que se fue mi marido.

Me puse nerviosa, me paré ajustándome la parte superior del bikini y ya estaba casi a mi lado. Mi vecino es de una estatura mediana, pero muy macizo y con brazos muy fuertes. Se acercó, me abrazó por mi cintura y me dijo: “Así que te gusta provocarme putita?” Yo le respondía que me suelte, que no sabía de qué me hablaba, que lo iba a denunciar, pero nada de eso servía, me abrazaba con más fuerzas contra él y con la otra mano ya empezaba a manosearme la cola. Quería zafar de esa situación, pero sus fuertes brazos me lo impedían y me amenazaba que, si gritaba, decía algo o no obedecía, todo iba a ser peor.

El temor y el cansancio del esfuerzo por poder liberarme fueron mellando mi resistencia. Me desabrochó y quitó el corpiño y comenzó a manosearme las tetas casi desesperadamente, me apretaba los pezones y me las chupaba mientras que con sus manos me quitaba la tanga.

Me tiró al suelo, me abrió las piernas y enterró su cabeza entre ellas. Su lengua se enterraba en mi concha y la frotaba en mi clítoris, me levantaba de los muslos y chupaba y metía su lengua en mi agujerito trasero.

Se puso de pie y me dijo: “Ahora te toca a vos, bájame la malla y chupámela”. Le baje la malla y su pija parada rebotó contra su abdomen. No era muy larga, pero si excesivamente gorda, al punto que mis pequeñas manos nos llegaban a agarrarla en toda su circunferencia. La tenía muy dura, muy hinchada y yo lo masturbaba esperando no tener que chupársela, pero me agarró de los pelos, me tiró la cabeza hacia atrás y me la metió en la boca, se movía como si me estuviera cogiendo por la boca y me la metía hasta el fondo causándome arcadas que parecía disfrutar.

Sacaba su pija empapada en mi baba espesa, me pegaba en la cara con su pija y me la volvía a meter en la boca. Me volvió a recostar, se acostó encima de mí y me clavó su gorda pija en la concha. Sentí asco, dolor y que mis paredes vaginales se estiraban; levantó mis piernas y pasó sus brazos por debajo de ellas y con sus manos me agarraba fuertemente de la cola y pasaba la yema de sus dedos por mi ano y su lengua por mi cara y mis tetas.

Cada vez me daba con más fuerza, sus grandes testículos golpeaban mi cuerpo, yo solo le imploraba que no acabara dentro de mí ya que no me cuidaba. En ese momento salió de dentro mío y me dijo “Ya sé que voy a hacer entonces” Me agarró de los pelos y entre arrastrándome y otro poco a los tropezones me llevó al interior de la casa y se dirigió directamente a la heladera, tomó un pan de manteca y me empujó contra el sillón, me hizo poner en cuatro y empezó a pasarme trozos de manteca en mi ano, en su pija y me los metía adentro junto con su dedo. Entre lágrimas le suplicaba que no lo hiciera, que hacía lo que él quisiera, pero eso no, que nunca lo había hecho por ahí y que ya su dedo me dolía al extremo, que me lo sacara.

Mi llanto y mis súplicas fueron en vano, apoyó su gordo miembro en mi orificio trasero y empezó a empujar; la estrechez de mi ano sumada a mi temor, hacían que mi cola se contrajera aún más imposibilitando la entrada, fue en ese momento que comenzó a darme fuertes chirlos en las nalgas mientras me decía: “Relajate puta porque te lo voy a coger igual a la fuerza y te voy a desgarrar el orto” “Vas a tener que ir al hospital a que te cosan el culo y vamos a ver que les decís”. En un momento sentí que mi cola cedía y le abría paso a esa pija que me sodomizaba. Mis lágrimas no dejaban de rodar por mis mejillas, la cola me ardía, me dolía, sentía que estaba tan abierta que realmente me iba a desgarrar, me sentía sucia y humillada, mi respiración era entrecortada tratando de soportar, en un momento creí que me desmayaría del dolor.

Colocó mis brazos sobre mi espalda y me tomó de las muñecas con una mano, mientras que con la otra me tiraba del pelo o castigaba mis nalgas, cada vez me cogía más y más fuerte. “Decime que te estoy rompiendo el culo pedazo de puta” me decía y yo repetía una y otra vez; “me estas rompiendo el culo, me estas rompiendo el culo…”

De pronto me agarra fuertemente con ambas manos de la cadera y siento que descarga toda su leche en mis entrañas. Tenía la zona tan sensible que podía sentir cada chorro que descargaba dentro mío y que lo hacía en grandes cantidades.

Se quedó un rato dentro mío hasta que la flacidez se fue apropiando de su miembro. La sacó y me amenazó que si decía algo me mataría. Por la ventana pude ver como recogía su malla que había quedado en el parque y se retiraba.

Yo quedé en la misma posición que estaba, dolorida, llorando, con mi cola dilatada y chorreando semen, pensando una y otra como explicarle a mi marido porque ya no saldría más al parque y porque ya no quiero volver a esa casa

 

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