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Mi compañero de trabajo

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Trabajamos juntos. Y te tengo loco.

Siempre estás ahí, sentado enfrente.

Te puedo ver a todas horas, y adivino que tu cabeza siempre está pensando en mí.

Y yo en ti. Me das morbo.

Me desnudas con la vista, pasas tus dedos por todo tu cuerpo, veo como se eriza tu piel. Me imagino cómo me recorres, me excitas, y cuando vuelvo a la realidad, parece como si tú no lo supieras. Me sonríes con una mirada que no se si calificar de pícara o de inocente.

Vuelvo a empezar con esos cruces de piernas, con esos andares sinuosos por delante de tu mesa, me apoyo en ella y, con cualquier pretexto inicio una conversación, con el único propósito claro de que mi cuerpo quede inclinado ante ti, para que mi generoso escote deje ver mis atributos internos a ver si te obsesionan.

Hoy mi situación es extrema. Llevo una mini tejana, una de mis prendas más obsesivas. Mi mesa no tiene frontal, y mis cruces de piernas con esa ropa son mucho más generosos para dejar ver mis interiores.

Con cada movimiento, imagino que alcanzas a ver la fila tela blanca que a duras penas cubre mi sexo.

Tu mirada de reojo, desde abajo, se clava en mí con fuerza, penetrante, mientras tus labios dibujaban una sonrisa maliciosa. Uffff que mañana.

Decides levantarte e ir a tomar un café al office. Te veo nervioso. Estoy segura que te he puesto caliente.

Estás de cara a la máquina, de espaldas a mí, con el vaso humeante muy cerca de tus labios. Me acerco por detrás y te susurro en la oreja, mientras me clavo a ti para que sientas mis pechos turgentes rozarte en la espalda.

-¿Me invitas?

Empiezo fuerte. Estoy muy cerca, y me muevo sinuosamente, rozándote todo.

Tu voz, trémula y nerviosa, apenas acierta a soltar un -“claro, como no”- mientras pones una nueva moneda en la máquina.

De espaldas a mí, el fuego de mi mirada te quema el cuello, no te atreves a girarte.

No hace falta. Mis manos ya están abrazando tu cintura. Mi boca junto a tu oreja, susurra: -“lo quiero muy calentito, cielo, necesito entrar en calor, ¿puedes?”

Ya está bien de esperas, esto no puede seguir así. Por fin te giras y el café que tienes en tu mano, cae al suelo. Me atraes hacia ti, mi boca encuentra la tuya, me aprietas con fuerza, nuestras lenguas se buscan, e inician un baile desenfrenado, dándose rígidos toques, para acabar chupándose mutuamente.

Empieza la locura, me palpas los senos, yo te hurgo en tu entrepierna, por encima del pantalón. Es evidente que tu erección está muy pronunciada, y ello enervaba aún más mi deseo y el fuego de mi pasión.

Hay que pensar rápido, la ocasión no puede perderse. Existe el peligro de que alguien entre y se acabe el tema, ¿qué hacer?

-“Vamos al lavabo”- te digo con decisión. Hay que ver como conservo la calma en esos momentos, en los que los hombres se pierden en un mar de dudas y de calor.

Soy  calculadora, Sé lo que quiero y soy plenamente consciente de ello.
Nos metemos en el lavabo de las damas.  Y empieza un desenfrenado sacar de prendas mutuamente. Mi falda queda arrugada en mi cintura, mi blusa abierta, mi sujetador fuera, mi tanga impasible en su sitio, pero apartado por tu mano, te deja ver mi sexo, empapado ya y jugoso.

Tus pantalones desabrochados caen al suelo, el nicky fuera, tu pecho al aire, y tu bóxer que baja empujado por mis manos piernas abajo.

Te invito a sentarte en la taza del wc, mis senos te quedan a la altura de tu boca y empiezas a devorarlos con pasión, tu lengua, mis labios, mi lengua, me besas, me lames y succionas mis pezones erectos, en el centro de mis aureolas rosadas, que mojas con tu saliva. La música de nuestros gemidos, acompañaba el ambiente, mientras mis dedos se enredan en tu pelo, y me presionas contra ti.

Bajas las manos entretanto hasta mis nalgas, empiezas a palparlas, presionarlas con la palma abierta, las acaricias, justo hasta su borde superior tapado por mi arrugada falda. Me da mucho morbo saberme así delante tuyo.

Metes una mano entre mis piernas, tiras del hilillo del tanga un poco hacia abajo, separas hacia un lado todavía más mi tanga, y acaricias mi sexo cuidadosamente depilado.  Lo entreabres.

Está jugoso, caliente, tremendamente excitado.

Separo más mis piernas, me acercas más a ti y, me invitas a sentarme encima tuyo, Ahhhhh. Me ensarto en ese delicioso sable que me está esperando, firme, erecto y brillante.

Empiezo ese baile exquisito de una mujer cabalgando encima de un hombre. Mis movimientos te ayudan a que tus manos en mis nalgas colaboren a subirme, para soltarme luego, y dejar que baje de golpe, duro, fuerte, hasta lo más profundo.

Una locura de cabalgada, solo acompañada por nuestros gemidos y suspiros mutuos. El placer se ha apoderado de los dos.

Veo llegar el final y no quiero, te pido que pares. Salgo de ti y me arrodillo.

Y empiezo a lamer y a chupar ese miembro que tan bien se ha acoplado a mi sexo.

Otra vez la sensación de que me acabo, no quiero aún. Tu tronco está empapado de tus jugos y de mi saliva. En la cabalgada me he sentido muy excitada y siento como mis efluvios resbalan por mis muslos.

-“Levántate, apoya tus manos arriba en la pared, abre las piernas”- tus órdenes son rápidas, veo llegar mi final y no quiero desperdiciar la ocasión.

Me quedo en la posición que me has pedido, de espaldas a ti. Pones tus manos en mis caderas y diriges tu miembro a mi entrepierna, penetrándome desde atrás. Tu polla se acopla con gentileza a mí, y empieza el bombeo, con movimientos cada vez más rápidos, ayudándote con la sujeción en mis caderas.

Yo te ayudo sacando el culo hacia fuera en cada empuje tuyo.

Mueves la cabeza a ambos lados, entre gemidos, y entre súplicas: -“córrete, vamos, vamos”.

Tus testículos se aplastan contra mis nalgas, me la estás entrando toda, acoplada, refregándote contra mis paredes vaginales, dándome el máximo placer.

A cada embestida, mis senos bambolean con fuerza. La situación está al límite.

Empiezas a regar mi interior con tu semen, lo noto bien caliente. Al tiempo que tus espasmos confirman el orgasmo.  Yo también me corro. Son unos largos segundos de locura, de gritos, de movimientos, Es un orgasmo conjunto.

Tras permanecer así unos instantes, al sacarla de dentro de mí, nuestros jugos unidos resbalan por mis muslos.

Te sientas de nuevo en el wc, agotado, y empiezas a lamer ese fruto de nuestra pasión.

El morbo te lleva a besarme para compartir ese sabor entre los dos.

Recomponemos nuestro vestuario, nos arreglamos el pelo entre risas cortas y entre caricias, y salimos prestos del baño.

Y es ahí donde tenemos una sorpresa, En el lavabo, frente a los espejos, dos compañeras mías disimulan mirándose en el cristal, entre risas contenidas.

De buen seguro que han oído todo o parte de nuestro encuentro.

A saber, si luego procederán a auto estimularse con el más antiguo de los placeres personales. O tal vez, entre las dos, mutuamente, puedan también dar rienda suelta a sus deseos ocultos.

En algunas ocasiones habíamos comentado entre las tres lo bueno que estás, y hasta habíamos apostado a ver quién te alcanzaba primero.

Por su cara, creo que gané la apuesta…

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