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Macarena se pajea para mí (I)

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Macarena salió del baño más espectacular que cuando la vi y levanté en la calle: un pequeño corpiño le tapaba las tetas, mejor dicho, los pezones, porque el resto de aquellos preciosos pechos estaban totalmente descubiertos y morenos; abajo, una mini de seda blanca dejaba ver una tanguita.

Me había dicho que tenía 19 años, pero parecía más joven. La elegí porque quería estar con una pendeja, que sea trans. Morocha delgada, pelo negro largo hasta la cintura, de un metro setenta, piernas esbeltas y un culito redondo, duro.

Esa belleza estaba en mi dormitorio. Yo estaba parado al costado de la puerta, y por supuesto, mi pija se endureció bajo el pantalón. Ella avanzó, caminando como gata sobre sus zapatos de tacón aguja de 15 centímetros (altísima, me sacaba una cabeza) y me abrazó para besarme.

Fue un beso suave, apenas un roce, que me estremeció al sentir sus labios finos, suaves, frescos, el aliento cálido, su perfume frutal. Macarena me miró, sonrió dulcemente, me palpó la pija y volvió a besarme, pero esta vez su lengua penetró dentro de mi boca con lujuria.

Así estuvimos dos minutos hasta que me separé de ella, para decirle:

—Hermosa, si seguimos voy a querer cogerte, y ya te dije que quiero…

—Papi, ¿estás seguro?; tenés un hermoso pedazo, y lo deseo adentro —susurró Macarena.

Cuando la encontré, le hice dos preguntas: el tamaño de su pija y si estaba sin acabar. Ante su sorpresa, aclaré que no buscaba coger ni que me cojan, sino verla pajearse y acabar mientras yo miraba y me pajeaba.

Macarena me contó que su pene medía 15 x 3,5 (más chica que la mía) y llevaba dos días sin acabar. Tras pedirme algo más de plata, fuimos a mi casa.

En el dormitorio, prendí el televisor y DVD y puse un video porno de orgia de trans.

—Si nena, quiero ver cómo te pajeas, todo el cuerpo, y largas tu lechita…

—Bueno papi, pero ayúdame un poco… —expresó, y se tiró sobre la cama— Lameme las tetas…

Era imposible negarme. Me extendí sobre ella y acaricié sus pechos duros, tersos, grandes, apetitosos, sus pezones deseables. Los lamí, chupé, mordí, mientras la pendeja gemía. Bajé mi mano derecha hasta su entrepierna. Encontré la bombachita mojada y su pija parada.

—Parece que ya estamos a punto… Empecemos…

Me levanté, desnudé, senté al costado de la cama, para mirarla.

Macarena sacó su pichila por el costado de la tanga y empezó a acariciarla. Era una polla preciosa. Sin ser grande, las venas estaban marcadas, depilada la ingle y huevos, el glande rojo, mojado.

La hermosa se dio vuelta, puso de espaldas, con sus manos tomó los hilitos de la bombachita y lentamente se la quitó y dejó caer al suelo. Sus nalgas quedaron a la vista, sabrosas preciosas…. Su culo era perfecto, deseaba comérmelo… Luego sacó la pija, poniéndola sobre su perineo, tocando su agujero.

Fuera de control, me acerqué para tocarle el pene. Se lo lamí. Tragué los juguitos. Ella lanzó un gritito encantador.

Agujero precioso.

Recuperé la compostura y fui hacia la mesa de luz. Extraje un consolador, de 14 x 4, cubierto por una espesa capa de lubricante sexual, listo para ser usado. Lo coloqué al costado de su carita de placer.

—Nena, mostrame como usás este juguetito…

—Me gustaría más tu carne…; mirá como se mueve… —dijo Macarena.

A continuación, agitó su culazo, de arriba abajo, circularmente, mientras su hoyito lo abría y cerraba, como si fuera una boca. El esfínter lo tenía dilatado; dos porongas le entrarían fácil.

—¡Tenés una cuevita hermosa! ¿Hace cuánto que cogés? ¿Qué probaste la primera vez?

—Hace mucho que me rompieron el orto, pero la primera vez que sentí una pija ya lo tenía bien abierto… La primera vez fue con un pepino, después con zanahorias, todos los días…

Y agarró el consolador y se lo mandó adentro. Gritó como cerda, giró su cuerpito, alzó las piernas y culminó de meterse el juguete, mientras su pija salía entre los muslos. La pendeja estaba muy cachonda, sus manos buscaron su poronga, junto las nalgas para sentir con mayor intensidad el consolador, y movió las piernas para masajear el pene.

La escena y los gemidos y gritos de Macarena lograron mi máxima calentura. Recogí la tanga que ella había tirado, me la puse, el hilito se me hundió en mi culo y comencé a masturbarme frenéticamente.

—¡Bebita, decime cuando estés por acabar…! —le pedí.

—¡Ahora, mmm…!

Y largó un potente chorro de semen. Y abrió las piernas. Yo me acerqué hasta su pija y derramé mi leche sobre ella. Luego, me extendí encima, para sentir el resto de las acabadas, pija sobre pija…

 

(Continúa)

(8,00)