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Las etapas de Andrea

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Historia 95% real… personalmente disfruto más de la realidad que de la ficción. No me gusta imaginar, sino describir con la máxima precisión posible.

Siempre pensé que he tenido suerte con las mujeres. Hasta hoy he disfrutado de la compañía de mujeres guapas y guapísimas, creo que muy por encima de mis posibilidades económicas, de mi físico y de mi inteligencia. No es que yo sea pobre, feo y tonto, sino que la belleza interior y exterior de la mayoría de mis amantes y parejas es, lastimosamente, poco frecuente.

Soy europeo, tengo 44 años y les voy a contar, en varios capítulos, la evolución de quien es hoy mi esposa.

Hace unos 5 años yo estaba disfrutando del periodo más libertino de mi vida. Hacia 7 años que no tenía pareja estable y lo sabía aprovechar. Por motivos de trabajo tuve que viajar a Colombia y salí una noche a un bar.

Ninguna de las mujeres de allí llamaba mi atención, excepto una morena alta que veía desde atrás. Me fijé en su espalda, culo y piernas. ¡Todo perfecto! Tenía aspecto de atleta sexy. Estaba con unas amigas y se giró para hablar con ellas. Su cara era verdaderamente exótica, una mezcla perfecta de negra, blanca e india, con mirada penetrante y labios carnosos, muy sensuales. No tenía el pecho grande, pero lo tenía muy bien puesto. Noté que no era el único en fijarme en esa mujer, casi todos los hombres estaban embobados mirándola y algunos la sacaron a bailar. En una de mis miradas furtivas ella se giró al mismo tiempo y me descubrió. Sonrió al verme. Nos estábamos mirando y algo debía hacer, así que moví mi cabeza señalando la pista de baile, ella accedió y una vez en su centro nos abrazamos para iniciar los pasos de una canción melódica. Desde el primer momento noté que no había muros, escudos o corazas. Ella me abrazo por mi cuello y yo por su cintura, en pocos segundos ya estábamos fundidos. No nos habíamos visto nunca y estábamos bailando como si nuestros cuerpos se conocieran hacía tiempo. Mi mano paso de su cintura a su espalda y un dedo se dejó deslizar suavemente durante el trayecto. Ella parecía disfrutar del momento tanto como yo y mi pene empezó a ponerse duro, detalle que a esa distancia no creo que le pasara por alto.

No pasó nada más, la canción terminó y volvimos a la casilla de inicio: ella con sus amigas y yo con mi cerveza.

Los hombres empezaron a revolotearla de nuevo y yo no le dije nada más. Siempre he pensado que las mujeres bonitas deben estar hartas de tanta adulación. Pasados unos minutos me acerqué a ella y le dije al oído que había sido un placer bailar con ella y le di un beso de despedida a lo que ella respondió con un sonoro “¿Ya se va?” Nos dimos nuestros nombres, números y decidimos vernos al día siguiente.  

Me pasé toda la mañana pensando en Andrea y finalmente nos vimos por la tarde, pasamos a dejar unas cosas en mi habitación y le propuse ir a cenar. Creo que fue una cena a cuatro, nuestras mentes hablaban de trabajo, aspiraciones y experiencias y nuestros cuerpos analizaban gestos, sonrisas y miradas. La invité a pasar por mi hotel y al subir al taxi la cogí de la mano, nos miramos y la besé. Fue un beso tierno, pero muy largo.

Llegamos al hotel y la tumbé en la cama, ella seguía mi juego, pero en determinado momento note esa mirada de ausencia de “¿que estoy haciendo aquí?”, así que decidí ir despacio. La besé tiernamente en cada espacio de piel visible: mejillas, cuello, el interior del brazo, labios, párpados…  

Le bajé el tirante e inicié un recorrido de besos que empezó en el hombro y pretendía terminar cerca del pezón, pero a medio camino su mirada se transformó en un claro “¡sí! ¡Ya recuerdo que es lo que estoy haciendo aquí!”. Celebramos su “regreso” con otro beso interminable, durante el cual aproveche para acariciar sin disimulo sus tetas. Dirigí mis labios a sus pezones y no tardaría en descubrir que esa era su zona sensible, porque parecía haber una relación directa entre mis lametones y los jugos de su vagina. ¡Seria por eso que interrumpió mi primera escaramuza a sus pechos? ¿Se sentía vulnerable?

Celebré su vulnerabilidad con la alternancia de besos, lengüetazos y succiones mientras bajaba su pantalón. En poco tiempo quedo desnuda. ¡Qué buena estaba la hija de puta! Es sabido por todos que las mujeres vienen sin libro de instrucciones y que cada una es distinta de la otra, así que debía empezar a averiguar cómo funcionaba esta. Ya sabía que tenía los pezones muy sensibles y todo parecía indicar que le encantaría que le lamiera el coño, muy rosado y en ese momento lubricado en extremo. Empecé a lamer lentamente sus labios vaginales, hacia arriba y hacia abajo. Mientras hacia ese recorrido ella gemía y acompañaba con su mano mi cabeza rasurada. Aun no sabía si era para controlar el movimiento o para que no sacara mi lengua de allí. La lamida aumentaba el ritmo y mi polla se endurecía más en cada gemido. Llego el momento de tomar su clítoris, pero al pasar mi lengua por ahí cerró las piernas y me apartó. Me dijo que era demasiado sensible en esa parte y que siempre tenía el temor de que le doliera. No era un problema, mi polla estaba durísima y no aguantaba más. Se la acerqué hasta rozar su sexo e introduje la puntita con suaves movimientos circulares, sin pasar más allá del prepucio. Todo en su cuerpo indicaba que respondía muy satisfactoriamente a mi juego: mirada clavada en mis ojos, labios entreabiertos, tensión en sus manos, respiración acelerada y un “¡métemela toda ya!” que desvaneció toda duda sobre lo que tenía que hacer. Se la metí hasta el fondo y empecé a bombearla con tremendas ganas. La expresión de mujer con clase se había transformado por la de puta caliente. Me concentré como pude para no correrme antes que ella, aunque no era sencillo al ver esa mirada de deseo y notar las carnes duras de su tremendo culo. La intensidad de esa follada no estuvo en la variedad de las posturas, ni la intercalación de sexo oral, sinó en la conexión de nuestra mirada. Al correrse ella no aguanté más y la inundé de leche mirándola aun a los ojos.

Después de ese encuentro pasé más de un mes alejado de Andrea. Después de cada jornada acostumbraba a recordar algún momento con ella, pero no sabía si realmente la volvería a ver. Quería llegar pronto a la ciudad de nuevo, pero algunos inconvenientes hicieron que llegara unas 5 horas antes de coger mi vuelo. Hablé con ella por teléfono, pero me dijo que aún tardaría una hora en llegar, pero que valdría la pena la espera… y joder si valió la pena. Llegó al hotel vestida para matar, no sé cómo nadie la violó por el camino. Vestido marrón claro de tela delgada, tirantes, minifalda y zapatos de tacón de aguja. ¡Que piernas! Ella entró al hotel con su mejor sonrisa y yo, después de hacerme un lio con la puerta, con mi cara de bobo estúpido le cogí la mano y sin mediar palabra la llevé a la habitación, la puse de espaldas a la pared y empecé a besarla. No por mucho tiempo, porque parecía que tenía hambre de polla (después supe que una de sus debilidades) y se la comió toda. Teníamos poco tiempo, pero lo aprovechamos bien.

La escasez de posiciones del primer encuentro quedó de sobras compensado en el segundo. La volví a poner contra la pared y no perdí tiempo en metérsela. Estaba abrazada a mí, así que levanté sus piernas, rodeé con ellas mi culo y la follé así, con todo su peso sobre mi polla. Noté que gemía más incluso que el primer día, así que pensé que algo debería estar haciendo bien. Quería ver ese increíble cuerpo follando desde todos los lados, así que la puse en cuatro. Creo que también le gustó porque emitía un gemido sordo en cada embestida. Paré en seco cuando noté que podía correrme, aunque no disponíamos de mucho tiempo quería alargar todo lo posible esa follada. Ella aprovecho la parada para salirse de mí y tumbarme boca arriba. Se colocó sobre mi cuerpo, cogió la polla y se metió su punta. Empezó a moverse de delante hacia atrás sin llegar a metérsela totalmente, solo quería frotarse con el capullo (otra debilidad de la que me enteraría después).

Esa mujer solo es sumisa hasta el momento de calentarse, entonces te hipnotiza con los ojos y hace todo lo necesario para controlar la follada, algo que estaba dispuesto a conceder solo hasta determinado punto. Se corrió sobre mí en un largo orgasmo, momento en que, en vez de seguir sacudiendo, paró de golpe mirando al cielo, no quise darle tregua y aceleré yo el ritmo de nuevo, a lo que ella respondió con un “no, no…. espera” que enseguida se transformó en un “hijo de puta…. me corro otra vez”. Se corrió. A esas alturas ya sospechaba que podía estar ante una bestia sexual, pero no sabía hasta qué punto sería así. La puse boca arriba, con sus piernas en mis hombros ya la follé de nuevo. Ella estaba en la cumbre de su placer y sabía que no tardaría en correrse si mantenía el ritmo, pero esta vez me correría con ella. La agarré del culo, lo subí un poco para facilitar mi penetración y mirándola fijamente le dije que se corriera ya, porque ahí tenía mi leche lista. Creo que esas palabras fueron mágicas porque tuvo un orgasmo en ese momento y yo lo tuve inmediatamente después.

Siguieron dos minutos de reflexión, abrazados. Creo que los dos sabíamos que eso había sido algo más que un simple polvo. Miramos el reloj, “Oh, ¡Dios mío!” Era tarde, cogimos un taxi y afortunadamente llegamos a tiempo al aeropuerto. Me despedí de ella con la sospecha de que a partir de ese día mi vida ya no sería igual.

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