Nuevos relatos publicados: 7

En busca de experiencias

  • 19
  • 16.799
  • 9,13 (31 Val.)
  • 0

Pequeño prólogo.

Es necesario que aclare que soy hombre y que este relato es netamente ficción. Como trato de adentrarme en la forma en la que sienten las mujeres, agradecería mucho los comentarios que pudiera generar el mismo con el objeto de continuar publicando.

Este es el relato.

**********

Melina (primera parte)

 

Te estaba esperando en casa, excitada, estimulada ¡caliente!

Desde que nos habíamos reencontrado, me fije en vos como el siguiente hombre de mi vida.

Es cierto, antes no te tenía en cuenta, pero el tiempo siempre macera los gustos y los sentimientos, por eso me alegré de encontrarte, cuando me tomé el taxi que manejás.

Me alegró y me cambió el día, verte con la misma sonrisa de hacía años, aunque vos no te diste cuenta de quién era yo; sinceramente, si no hubiese leído como lo hago por costumbre, la planilla del chofer un poco por curiosidad y otro poco por seguridad, no me hubiera dado cuenta de nada y lo nuestro no se hubiera dado jamás.

Me sentí atraída por vos inmediatamente, el perfume a hombre que había dentro del auto que te hacía ver tremendamente seductor.

Tu silencio, provocado quizá por el tremendo respeto que tenés por la gente o por la vergüenza, no lo sé qué, pero a mí me resultaba erotizante, saber que de alguna manera te controlaba, me gustaba mucho.

Tu sorpresa al darme a conocer me llamó la atención, parecías estar tan ajeno a todo que cuando te dije.

—Luis, ¿no te acordás de mí? Soy Melina, de la Administración Exxs, ¿te acordás?

Te diste vuelta intrigado y luego de mirarme por unos segundos.

—¡Uy Melina disculpame, no te reconocí viéndote por el espejo! —dijiste totalmente sorprendido, mientras yo me reía algo nerviosa.

Ahí te desacartonaste y fuiste el Luis de siempre, viendo las cosas desde tu particular y singular punto de vista.

El viaje al trabajo se me hizo corto y quedamos en que me pasabas a buscar al otro día, y así fue.

Y así día tras días, por casi tres semanas en donde me sedujiste por completo, no tuviste que decir que estabas mal en tu matrimonio, porque yo me di cuenta sola; hablabas mucho de tu hijo, te babeabas al mencionarlo, pero no decías una palabra de tu esposa.

Te estoy escribiendo esto solo porque vos me lo pediste, bueno en realidad no, lo hago porque quiero hacerlo.

Y lo voy a hacer de la única manera que se me ocurre que puede quedar mejor plasmado, siendo sincera frontal y citando lo que me pasa tal cuál me pasa y con las palabras que tienen que ser.

Sin que vos te dieras cuenta, de manera inocente e ingénua, despertaste en mí la perra que llevaba dentro.

Tengo que reconocer que durante mucho tiempo el sexo para mi fue algo terciario, ni siquiera secundario: pero vos lo pusiste en el primer lugar de mi lista.

Hasta que te volví a encontrar no me di cuenta del efecto que causa tener un objetivo en la vida, que no fuera sobrevivir en este mundo donde la hipocresía reina.

Tus charlas de taxi, no solo me entretenían también me hacían pensar, pensar y mucho.

Demás está decirte que eso fue parte de todo el proceso de seducción que jugaste sobre mí, casi sin proponértelo.

Tu seducción me hizo ver en cuantas cosas yo estaba equivocada, a lo largo de esas tres semanas, replanteé mi vida a todo nivel.

Para mi sorpresa, desde ese día que me subí a tu taxi, mi vida comenzó a cambiar: mi hijo recuperó a su padre; mis compañeras de trabajo a una amiga; mis viejos a su hija y mis hermanas a una compinche.

Todas cosas que había dejado de ser, solo por estar viéndolas desde una perspectiva diferente.

Empezaste a formar parte de mi vida y tenía que ir un poco más allá, tenía que llegar a lo que pasó por mi cabeza, la primera vez que te volví a ver.

Después de ver en retrospectiva mi vida durante los últimos años y después de sentirme tranquila, por primera vez en mucho tiempo, me dediqué a imaginarte a mi lado; bueno, más que a imaginarte comencé a estimularme, a masturbarme con vos.

Si, ¡me hacía la paja con vos!

Así de sencillo es, porque así de sencillo me hiciste ver la vida, sin andar con muchas vueltas y sin pretender ser algo que no soy, cuando algo me gusta.

Sé que tenés muchas cosas pendientes, pero vos para mi sos muy importante como lo fuiste, creo yo, para tu esposa a la que mencionaste solo una vez, ¡Pero qué manera de mencionarla!

Solo una vez la mencionaste, durante el anteúltimo viaje, aquel en el que yo dejé de ser tu pasajera, para convertirme en tu compañera.

La intensidad con la que hablabas, tu amarga resignación porque ya nada podías hacer y eso te tenía mal.

Tu falta de felicidad que transmitiste en silencio, formando o no parte de todo lo nuestro, me generaba ese sentimiento de abrazarte, de contenerte, de amarte.

No puedo decir que no entiendo a tu mujer, ya que la rutina desgasta una pareja; no puedo decir que no siento cierta empatía por una mujer que quiere quebrarla de alguna manera, yo me sentí igual alguna vez.

Pero de la misma manera, no puedo negar que tus palabras dejaban en claro que eras consiente de tal cosa, solo que la voluntad que a vos te sobraba a ella le faltaba.

No sé si recordarás, pero dijiste algo que mantuvo mi libido por las nubes, durante mucho tiempo: dijiste que eras capaz de hacer lo que te pidiera a todo nivel, inclusive el sexual, si eso la calentaba, si le gustaba.

Si la motivaba, pero que su falta de decisión por falta de imaginación ya te dificultaba siquiera mirarla como una mujer, pasando a ser solamente la mamá de tu hijo.

No sé si fue o no otra táctica pero que te funcionó, te funcionó y a la perfección.

Si tu mujer no pudo ver lo que había en vos, problema de ella, yo estaba decidida a cumplir cada una de nuestras fantasías, costara lo que costara, pero tenía que sortear solo una piedra más.

Algo que en algunos momentos puede quedar increíblemente bien, pero en otros es un real incordio: tu excesiva educación.

Te mandé una insinuación tras otra, durante mis últimos días como pasajera y si bien las agarraste al vuelo, te quedabas ahí, callado y mirándome, para luego salir con algún chiste o comentario, que enfriaba el momento.

No te miento si te digo que creí que no iba a pasar nada, pero lo que me motivó a hacer lo que hice, fue saber qué tipos como vos no había muchos.

Si realmente era verdad, aunque solo el fuera el diez por ciento de lo que decías, no te podía dejar escapar así nomás; lo que cuesta vale, dice mi viejo cuando jugamos al truco, antes de poner el ancho de espadas en la primera mano y yo sabía bien que dejar mi teléfono en tu taxi y luego llamar para colgar enseguida, de manera que te dieras cuenta de ese olvido, era una táctica vieja pero realmente efectiva.

No pasaron quince minutos que me estabas dejando el teléfono en el departamento y como pago, te invité a cenar.

Ya estabas adentro, era solo cuestión de esperar a que el nene se durmiera.

Nos divertimos en la cena con él y, como todo caballero, te ofreciste a lavar los platos mientras lo acostaba.

Antes de volver a la cocina, pasé por el baño para lavarme bien y ponerme mucho perfume.

El café lo tomamos en el living, que sería testigo mudo junto al sillón de nuestras cabalgatas sexuales, como lo serían la cama, la cocina y el baño.

La charla se puso mucho más tranquila e íntima y te agarré justo cuando me mirabas las piernas o cuando me estiré sobre la mesa ratona, para servir más café, el reflejo del televisor me ayudó a verte y tenías los ojos clavados en mi culo.

¡¡Que estremecimiento de excitación me dio!!

Pero más me calentó cuando me di cuenta que no dejabas de mirarme los pies, te juro que quería sacarme las botas que tenía, esas botas de caña baja y taco cuadrado que pasaron a ser muy especiales para mí, solo para que pudieras adivinar mis pies enfundados en medibachas totalmente negras.

Ya sabrás que mis pies son chicos, suaves, con un arco bien marcado y sé que te gustan mucho, por lo que tenía algo con lo que te iba a volver loco.

Sentada, sentía como el calor de mi entrepierna crecía y me jugué la última carta, esa que haría que diéramos un paso más allá en nuestra amistad, convirtiendo lo nuestro en un amor y una pasión increíbles.

Reaccionaste como esperaba, cuando te miraba constantemente con la boca seductoramente entreabierta.

Al acomodarme el pelo, al humedecerme los labios con la lengua, mientras hablábamos, al silencio que generó que nuestras miradas nos vieran como amigos por última vez, antes de que te acercaras y me besaras muy tierna y dulcemente.

¡¡Que beso Luis!!

No sé si la vida, no sé si tu afán por conformar o satisfacer a tu ex esposa; no sé si lo aprendiste solo o te lo enseñó alguien, pero si estoy segura de que te hizo casi profesionalizarte en esas artes, porque te aseguro que jamás creí que besaras así!

Tus labios relajados y suaves; tu perfume.

El aroma fresco de tu aliento, raro porque fumás; la suavidad de tu mentón, coronado por tu barba.

Tu respiración estaba algo alterada, lo podía sentir en mi rostro, pero, así y todo, fue genial.

Mi corazón comenzó a palpitar como nunca, recordándome a la Melina caliente y encaradora que supe ser.

Ese primer beso fue el percutor de mi libido y mi imaginación: un chispazo me recorrió la columna, un chispazo de esos que te alteran todos los sentidos, convirtiéndote en una antena receptiva a cada estímulo.

Mis pezones fueron los primeros en reaccionar, luego los pelos de mi cuello se erizaron, proporcionándome el dulce placer del goce.

Nada me importaba en ese momento, solo estar con vos.

Todavía recuerdo como mantuviste los ojos cerrados, cuando ese primer beso terminó, parecías un adolescente y mi morbo de profesora correctiva, salió por primera vez a la luz.

¡Estabas para comerte!, pero me contuve; quería disfrutar de ese primer momento íntimo.

Nos miramos y vos me agarraste la pera con una delicadeza que solo incrementó mi pasión.

Rodeé tu cuello con mis brazos y luego si todo se dio; no pude esperar a tocarte.

Quería sentir la dureza de tu verga, escondida debajo del jeans, quería ver si era verdad lo que ocultabas y si lo era.

Estaba durísima y se sentía más grande de lo que se podía adivinar.

Me sorprendí, no pude evitar mirar y de la misma manera placentera me sorprendí cuando me agarraste de la cintura, te sentaste en el sillón y apoyaste mi espalda sobre tu regazo.

¿Que decir del placer que sentí con tus caricias en mi cuerpo?

Me levanté un poco la pollera, para quedar a tu merced, me encantó la suavidad con la que me acariciabas; con la que me besabas.

Estaba totalmente entregada mientras tu mano izquierda jugaba un desafío lujurioso sobre la polera, para vencerla, masajeando mi teta, sentía el calor suave y acogedor de tu mano en mi pierna derecha.

La bota no te impedía hacer lo tuyo, ya que metías la mano dentro de ella, siguiendo el camino que me ponía cada vez más loquita: quería que ya me cogieras, pero por otro lado, no podía dejar de disfrutar de tus caricias.

De cómo notaba tu excitación sobre mi espalda; el siseo de mi medibacha, cuando me acariciabas la pierna y que se perdía cuando metías la mano en la bota, parecía ponerte todavía más duro.

Ni que hablar de tu mano que volvía loco a mi pezón y mi lengua solo quería batirse en duelo con la tuya, independientemente del campo de batalla de tu boca o la mía.

¡Por dios, que calentura tenía!

Mi pierna izquierda se hizo dueña de tus caricias y a cada centímetro que recorrías, subiendo la mano, el calor se tornaba cada vez más insoportable.

Sexo, sexual, hacer el amor, coger, garchar; acariciar, lamer y chupar, solo en eso pensaba.

Tu mano subía más, tu mano apretaba más.

Quise zafarme para poder tener mi premio, pero lo evitabas, vos querías llevar las riendas y te dejé solo porque lo hacías de maravilla.

Me besabas con dulzura, mientras que yo trataba de violar tu boca con mi lengua y pensé en hacer algo, pero me frené; No era el momento, lo haría más adelante.

Me dejé llevar, me dejé arrastrar.

Cuando me agarraste el cachete del culo y lo apretaste fuerte, me quedé sin aliento, ahogada de placer.

Lo masajeaste de la misma manera que lo hacías con la teta y eso me enardecía, me apretaste fuerte y me gustó.

Medias muy bien la pasión, te controlabas y parecías disfrutar de cada momento, como si fuera el último.

Inesperada y placenteramente para mí, me metiste la mano en la entrepierna y presionaste sobre mi concha, otorgándome un placer supremo; el éxtasis infinito que quise prolongar apretando mis piernas.

No podía dejar de gemir, ocultándome en respiraciones entrecortadas dentro de tu boca; tu verga se me clavaba en la espalda y yo presionaba fuerte, para sentirte cada vez más duro, más como a mí me gustaba.

Vos parecías experimentar placer, porque a cada presión mía tu respiración también se alteraba y presionabas más mi concha, luchando por sacar la mano para seguir, pero esa estimulación que me hacías a mí me gustaba más que a vos, mucho más.

La única vez que fuiste bruto, por así decirlo, fue cuando me clavaste el dedo pulgar sobre el clítoris, oculto por las medias y la bombacha, me sobresalte perdiendo el aliento y trate de mirar lo que hacías, pero no dejaste de besarme porque estabas muy caliente y yo más que vos.

Me resulta imposible describir la sensación de violación y placer, cuando escuché el ruido del cierre de mis botas; fuiste suave y delicado la meter tu mano dentro de la izquierda y masajearme el arco del pie con tus dedos.

En ese momento dejaste de besarme para verme a la cara, se te notaba que sentías mucho placer al hacer lo que hacías, al igual que yo al sentirte.

Me acariciabas, lentamente me preparabas para garcharme, lo notaba en nuestros cuerpos.

Tus caricias eran cada vez más profundas e intensas y me di cuenta de tu fetiche cuando me sacaste la otra bota y dejaste de ablandarme la teta, para dedicarte a observar con admiración mis dos pies.

Te provoqué moviéndolos; abriendo y cerrando los dedos, estirándolos; juntando las plantas para dejar totalmente expuesta mi entrepierna y verte disfrutar de la vista.

Mis pies acalorados por el encierro, tenían ahora un admirador que iba a disfrutar cuando quisiera de ellos, porque tus masajes eran algo indescriptible.

Me imaginé muchas cosas con vos, muchas cosas porque si algo disfrutaba yo era que alguien me mirara con la misma lujuria que vos lo hacías al poner tus ojos en cada parte de mi cuerpo.

La intensidad que notaba en tus manos al recorrer mis pies era muy placentera.

Mientras tenías el empeine del pie derecho masajeándolo con el pulgar de tu mano izquierda el arco del pie izquierdo era acariciado suavemente por tu índice derecho, en un reconocimiento ciego.

No puedo describir el placer que sentí cuando hiciste presión en medio de la planta del pie; no fueron cosquillas lo que sentí.

Fue una electricidad que recorrió todo mi cuerpo y repercutió muy fuerte en mi concha, notando por primera vez una sensibilidad excesiva en ella.

Me gustaba lo que me hacías y yo reaccionaba como sabía que a vos te podía gustar.

Junté ambas plantas de los pies y comencé a contraer y estirar los dedos, podía sentir el aroma de mis pies transpirados, un aroma que no era agresivo: solo el natural olor de algo encerrado por horas y liberado.

No era feo, a mí me resultaba muy erotizante sentirlo en ese momento, pero a vos mucho más.

No pudiste frenarte cuando junté las rodillas y ambos nos deleitamos con el siseo de mis medias y me agarraste fuerte de la nuca y me besaste, mientras tu mano derecha recorría desde la punta de los dedos hasta las rodillas, para abrirlas suavemente.

Me miraste, cuando estaban abiertas; me miraste caliente, como yo tiraba la cabeza hacia atrás perdiendo el aliento cuando me agarraste y apretaste la concha.

Dejé escapar un gemido ahogado de placer; me besaste suavemente en el cuello, como preludio a sacarme las medias y la bombacha al mismo tiempo, mientras yo me acomodaba mejor en el sillón.

El aroma de mi propio sexo húmedo y acalorado me excitó; sentí en mis nalgas el frío del cuero; sentí en mi concha el frío del ambiente; sentí el placer de muchas noches de vigilia, esperando ese momento.

Gocé cuando te sacaste los pantalones, el bóxer y la camisa.

Gocé cuando te vi colocarte el forro, aunque no te pude ver en tu esplendor, por culpa de la pollera, que me tapaba el espectáculo, pero no me importaba, ya iba a tener tiempo de admirarlo.

Esa noche volví a ser feliz, el placer inmenso que sentí, cuando me la metiste fue tan intenso que tengo que confesarte, aunque creo que te diste cuenta que tuve mi primer orgasmo con vos.

Tu delicadeza en el momento, controlando los impulsos que ambos teníamos, me hizo pasar de vueltas y no pude controlar a la hembra caliente y desatada que afloró.

Acabé como hacía tiempo no lo hacía y no fue la única vez en esa noche.

Cuando me apoyé con el pecho, sobre el respaldo del sillón y entraste de nuevo en mí, me tocaste el punto más sensitivo de mi ser: llegaste, con tu poronga a mi punto “G” y el paraíso se manifestó en la habitación.

A cada empujón tuyo, la sensación de ser poseída por una fuerza desconocida que solo pedía más era incontrolable; me llevaste a la locura y me hiciste feliz dos veces más, antes de sentir como tu verga se convulsionaba dentro de mi concha totalmente descontrolada.

Me sentí mimada y cuidada, cuando te quedaste dentro mío y me acariciabas el cuello, con el reverso de tu mano; me sentí satisfecha, me sentí mujer, pero lo más importante para mí, me hiciste sentir “hembra”.

El frío me despertó.

Sin medias y con la pollera algo levantada, mis piernas estaban expuestas.

No te vi en el living, no te vi en el baño ni en la cocina y me desesperé.

Pensé que todo había sido un sueño, hasta que vi una nota tuya en la mesa ratona.

Dudé en agarrarla, tenía miedo que te descolgaras con algo estúpido y sin sentido.

Pero no.

¡Como disfruté al día siguiente, cuando me subí de nuevo a tu taxi!, estabas avergonzado y no me mirabas ni me hablabas.

Tenías la radio sintonizada en la cien, cuando siempre escuchabas Aspen, porque no hablaban tanto y esa reacción vergonzosa, casi de un pendejo de quince años, me dio ternura.

Verte ahí, manejando y de día, no se comparaba en nada al hombre que había estado la noche anterior conmigo y dentro de mí, pero no te dije nada y disfrutaba en silencio de tu compañía, haciendo correr a mi imaginación de lo que haríamos juntos, porque esa situación de entrega y sumisión de tu parte, me calentaba.

—Te espero esta tarde y esta noche, quiero que cenés con nosotros de nuevo —te susurré al oído, antes de bajarme en la puerta del trabajo.

Me miraste cauto y asentiste en silencio, dejando escapar una leve sonrisa, algo vergonzosa quizá.

Pero yo no, mi sonrisa fue de provocación total.

Viniste a cenar muchas noches más durante nuestro primer mes, pero nunca, jamás te quedaste a compartir mi cama.

Por un lado, eso no me gustaba pero por el otro me daba confianza el saber que volvías al otro día: me gustaba esa situación de que estuviéramos juntos y que te fueras, sentir que estábamos siendo parte de algo prohibido, clandestino.

Pero ya era tiempo de que estuvieras más de cinco o seis horas, era hora de que estuvieras más de lo que necesitábamos para entregarnos al placer.

Te quería conmigo mucho más tiempo y como sabía que no ibas a aceptar una invitación a dormir, decidí matar dos pájaros de un tiro, bueno, creo que algunos más.

(9,13)