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En busca de experiencias -2-

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Melina (segunda parte)

 

Yo estaba segura de que no te ibas a acordar de nuestro primer mes juntos, pero me sorprendiste con un ramo de rosas.

Yo sabía que lo hiciste de corazón aquel viernes que se cumplían los primeros treinta mejores días de mis últimos años.

—Hoy no vengas a buscarme, pero te espero mañana en casa así vemos una peli o hacemos algo. ¿Querés? —te dije.

Tu: “ningún problema”, fue la respuesta que esperaba, porque necesitaba hacer algunas cosas para nuestro festejo.

Me llamaste el sábado por la mañana, para consultarme la hora que yo quería que vinieras.

Eran las dos y media de la tarde y venías a las tres, porque ya no iba a estar Matías.

Te estaba esperando en casa, excitada, estimulada, ¡Caliente!, lista para tener con vos una experiencia sexual única para ambos; una experiencia que, si todo salía bien, nos uniría a un nivel que nunca imaginaríamos.

Para esa hora tenía todos los detalles bien cuidados y sentirme algo así como una controladora de lo que tenía en mente hacer y saber que vos nada sabías, me pasaba de revoluciones.

Viste como somos las mujeres, ¿no Luis?

Vos bien sabés que sentimos diferente a los hombres, desde todo punto de vista y más en el aspecto sexual, en donde una caricia nos hace acabar mucho mejor y con más intensidad que una buena penetración.

Bueno, yo estaba demasiado caliente debido a que no te esperarías lo que sucedería y como de costumbre, llegaste, anunciándote con un mensaje de texto primero y luego tocando el portero eléctrico.

Te puedo asegurar que cuando te abrí el cuerpo se me estremeció, ni que hablar cuando entraste a casa, saludándome con ese beso tierno como siempre lo hacías.

No te iba a atacar de entrada, no, debía ser cuidadosa al respecto y tenía que llevarte de a poco, muy despacio.

Nada podía ponerte en sobre aviso, aunque si así era, no me importaba; nada podía hacerte imaginar las horas de placer por venir que nos esperaban, sobre todo a vos.

No había a la vista, algo muy diferente del resto de los días en que estábamos juntos.

Pudiste percibir, aunque no dijiste nada, el aroma que emanaba de un hornito junto al LCD, que había comprado en una casa india y me habían garantizado que era muy relajante.

Incienso, vainilla y un agregado especial, del cual se vanaglorió la dueña del lugar: “relaja y estimula, predisponiendo muy bien”, me había dicho.

Nos pusimos a hacer algo que nos encantaba a los dos: una de las tantas cosas que compartíamos era mirar temporadas de series.

Parte de mi estrategia, era preparar un buen café, que disfrutábamos viendo televisión, mientras estábamos sentados muy juntos; tu brazo izquierdo por sobre mi hombro, pegándome más a vos y yo acariciándote la pierna, comenzando a preparar el terreno.

Juntos muy juntos, me encantaba estar así con vos.

Desde ya no me acuerdo que serie estábamos viendo, porque mi cabeza estaba en otro lado.

Me había vestido muy normal, aunque para estar de entre casa era algo raro: me puse una camisa blanca y un chaleco de lana muy fina en color negro, al igual que mis pantalones y unos zapatos bajos de mujer, tipo mocasín de cuero negro.

Era la primera vez que me los ponía al igual que las medias para pantalón, en un color arena con un brillo tan especial que hacía que mi empeine resaltara.

Eso lo aprovechaba yo, ya que me había cruzado de piernas de tal manera que lo tenías delante de tu mirada que desviabas hacia ellos, cada vez que lo balanceaba, giraba lentamente el pie y jugaba con el zapato, descalzando el talón y balanceándolo en los dedos, cuando no los estiraba.

Me gustaba ese juego con vos; me gustaba ver como peleabas, para poder ver la serie y para verme el pie.

Tengo que reconocer, aunque suene pedante, que la imagen de mi arco y mi talón envueltos en esas medias era muy erotizante hasta para mí.

Tenía todo planeado y de saberlo, mi concha se ponía cada vez más húmeda.

En un momento, dejaste de abrazarme, para jugar con tu mano en mi pelo y yo crucé más la pierna, colocándola sobre la tuya, el calor de tu cuerpo era bastante delator.

Seguimos mirando la serie, mientras yo no variaba mi jueguito con el pie.

—Voy a buscar más café —dije y me levanté.

—Paso al baño —dijiste vos, pausando el televisor.

Era el momento perfecto: fui a la cocina, serví el café lo más rápido que pude y volví.

Me senté en el lugar que vos ocupabas, de manera que quedé apoyada sobre mi derecha, en el apoyabrazos del sillón.

Te vi salir del baño, te tenía ya bajo control.

Te sentaste a mi lado, sin molestarte que te hubiera sacado el lugar; esa era una de las tantas cosas que me gustaban de vos y que me animaron mucho a hacer lo que hice.

Si el fin era el que se esperaba, no te andabas con cosas chicas, es decir podías ver igual la serie.

Volví a cruzarme de piernas, pero esa vez, el pie derecho era el protagonista.

Vos eras para mí una fuente de revelación en muchos aspectos, desde el sentimental, el humano pasando por el personal y el sexual, obviamente.

A toda mujer le gusta que la adulen y le digan cosas lindas, pero también le gusta sentirse objeto de deseo, por las miradas de los demás hombres.

Tu mirada en mi cuerpo, era una caricia sensual que me hacía sentir toda una mujer y no entendía por qué tus ojos siempre estaban mirándome los pies, hasta que lo entendí muy bien y lo entendí cuando una vez, luego de hacer el amor te quedaste mirándome todo el cuerpo, pero hiciste mayor hincapié en mis tetas.

Son grandes y un poco caídas por amantar, mis pezones de areolas grandes, están marrones por dar leche y son grandes, lo que me hacía sentir vergüenza por ellos, hasta que vos me dijiste que te encantaban.

Cuando dejé entrever que quería operármelos, me dijiste que hiciera lo que yo quería, pero que, si fuera por vos, no; que decirte de la fascinación que sentí al saber que te gustaba tal y como yo era.

Sé que no tengo el cuerpo de una chica de veinte, alguna vez sí, pero ya siendo madre mi figura se modificó y si bien me mantengo, sé que tengo cosas para mejorar, pero eso a vos no te importa.

“Te diste cuenta el cuerpo que tenés, después de traer al mundo a un chico?”, me dijiste y eso me gustó mucho.

Siempre creí que eso de enamorarte perdidamente de un hombre era mentira, pero vos me lo hiciste ver bien, con tus pequeños detalles que para mí fueron muy importantes.

Y como entendí eso pude entender el porqué de tu manía de mirarme los pies.

Luego de averiguar con las chicas más jóvenes de la oficina, utilizando mis medios, para que no se dieran cuenta de nada y después de algunas horas perdidas en Internet, te entendí.

Sé que tengo lindos pies, pero lo que no entendía era el por qué no me lo decías así que lo deduje sola, cuando me contaste de las quejas de tu ex mujer y siempre pero siempre, de alguna manera u otra la palabra pies aparecía.

Por eso, te esperaba sentada en el sillón, para darte el placer que no tuviste y para recibir el mío.

Te sentaste a mi lado, con mucha naturalidad y diste play a la serie, mientras agarrabas la taza de café humeante de la mesa ratona que tenías enfrente.

Diste un sorbo y la volviste a dejar ahí.

Mi ansiedad, mi excitación y mi calentura crecían a pasos agigantados, a cada segundo que estabas a mi lado, esperando el momento justo para dar mi estocada.

Volviste a pasarme el brazo por los hombros, pero esta vez fue el derecho.

Estabas justo como te quería y te observé: veías la serie con una concentración increíble, después te probé.

—¿Me das un beso? —te dije con voz suave.

Me miraste sonriendo con ternura y con tu mano derecha, me agarraste la nuca y me besaste muy despacio y dulcemente.

Por mi parte, te acariciaba el pecho, metiendo mi mano derecha por debajo tu camisa y vos quisiste cumplir con lo que te pedí, darme un beso, pero no te dejé seguir viendo la serie.

Te frené cuando quisiste parar; siempre me gustó que me besaran pero que lo hicieras vos, siguiendo mi pedido solo dejó que mis ratones tomaran velocidad.

Tu boca relajada, tu lengua entre sumisa y dominante, temerosa de ir más allá de una pequeña caricia sobre mis labios.

Sabía de lo que eras capaz, pero también sabía que arrastrarte a experimentar placeres que nos eran ajenos, nos daría una experiencia sin igual.

Me apoyaste la mano izquierda sobre la panza y el calor era relajante y excitante, similar a esos baños de inmersión con agua tibia y reconfortante.

Me acariciabas como siempre lo hacías, despacio y presionando casi imperceptiblemente, logrando que cada milímetro de mi piel se estremeciera.

Tu respiración que era suave, comenzó a mostrar signos de agitación muy leve, tu aliento mostraba síntomas de un control de tu parte, difícil de llevar.

Era mi momento de gloria, mi momento de tomar el toro por las astas.

—Tengo muchas ganas de vos, de tu cuerpo. De disfrutar cada pedazo de vos —te susurré— hoy vamos a darnos con todo, ¿sabés? —te dije medio advirtiéndote, mientras nos mirábamos.

—Como vos digas —contestaste.

Eso era lo que quería escuchar porque de solo pensar lo que venía, lo que yo tenía en mente, mi cuerpo comenzó a experimentar una agradable sensación de placer.

Iba a ser dueña de tus acciones, iba a hacer con vos lo que ninguna mujer había hecho y estaba muy segura de que no te iba a ser fácil deshacerte de mí.

Tenía que hacerte mío, solo mío.

—Se lo que te gusta, aunque no me lo dijiste nunca. —te susurré con voz sugerente, pero no te importó— ¿Sabés, sé que tenés ciertos gustos que podemos compartir cuando vos quieras, al igual que los míos?  —continué.

—Así que sabés mis gustos? —preguntaste algo burlón.

—Si —te contesté sonriendo sobradora— sé muy bien lo que te gusta y te puedo decir que eso me calienta de una manera que no te imaginás.

—Bueno, si tan segura estás —respondiste dándome vía libre.

Nuestros rostros estaban a milímetros y podía sentir la excitación brotar de tu aliento fresco.

Volvimos a besarnos, pero esta vez mi lengua violó tu boca; peleábamos la dulce batalla por hacer prevalecer nuestra excitación.

Vos seguías acariciándome la panza y yo te agarré la cara, para que no te pudieras zafar.

Era un beso tan grotesco y libidinoso como alterador de nuestros sentidos: te metía la lengua hasta pretender ahogarte y la trababa en tu paladar, para querer permanecer por siempre ahí.

Estaba súper excitada y mis pezones estaban muy pero muy duros y vos no te quedaste atrás y cuando pudiste tomar algo de aliento, arremetiste pasándome la lengua por los labios.

¡Qué sensación hermosa, sentir tu lengua lubricada en ellos no tiene descripción!

Disfrutaba de eso como si me la estuvieras pasando por la concha y en un momento que te moviste un poco, sentía la dureza en mi pierna.

Instintivamente miré el televisor, habíamos perdido el hilo de la serie y de nuevo te volví a ganar en la pulseada de los besos y dominé de nuevo tu boca.

Abrí los ojos solo para ver reflejado en tu cara el placer que sentías.

Tenía muchas sorpresas para vos, sorpresas que ni te imaginabas que una mina podía darte y era tiempo de empezar.

Con la mano libre, que todavía no había disfrutado ni de tu cuerpo ni de tu cara, porque todo era parte de mi plan, te agarré de los pelos y te alejé un poco.

Te miré, disfrute de ver como querías seguir y nos quedamos un par de segundos. yo caliente como nunca y vos algo sorprendido.

—Tus deseos, tus fetiches son los míos y los míos son los tuyos y a partir de ahora, somos dos amantes incondicionales, dos actores de nuestra propia película porno. La película porno más guarra y asquerosa que vamos a ver —y sonreí porque me imaginé otra cosa, para lo que no tenía nada con que llevar a cabo— bueno, que vamos a vivir ¿sabés bebé?

Tu cara fue increíble, estabas muy desconcertado.

—Si bebé, yo también tengo fetiches algo sucios, como vos —te extrañaste.

—¿Sucios? —respondiste sin entender.

—Si papito. ¡Sucios! —te respondí.

No te di tiempo y volví a besarte, mientras me desabrochaba la camisa y al hacerlo me estremecí al notar el corpiño algo húmedo.

Y que decirte cuando te miré a vos.

—Sí, es de nylon. ¿Te gusta? —te pregunté sonriendo y vos estabas sorprendido bebé— Te dije que conocía lo que te gustaba —agregué— y ahora hace algo que me gusta a mí y que te va a encantar. Chupame la teta bien chupada —dije y te metí el pezón en la boca, sosteniéndomela, como si te estuviera amamantando.

Apenas sentir tus labios no pude evitar quedarme sin aliento del placer; lo apretabas muy despacio y de una manera tan suave que hacía que mi respiración se entrecortara.

Te miraba y sentir que solo el pezón escapaba de la dulce prisión del corpiño, me ponía a mil, como siempre que hacía algo así.

Durante los últimos tiempos había experimentado cierto placer por tener sexo sin quitarme la ropa, dejando solo lo necesario librado al alcance tuyo, de tus dedos, de tu lengua, de tu sexo.

En algunas ocasiones era cuestión de ver alguna ropa o prenda mía en el placard e imaginarme teniéndola puesta y que vos la corrieras, que vos hicieras lugar, solo para satisfacerme.

Ese era uno de mis fetiches y estaba satisfaciendo mi necesidad de él.

Tu aliento cálido se dejaba notar, cuando hacías pequeños altos, para mirarme el pezón bien duro y parado al tiempo que podía sentir tu pija dura contra mi pierna y que no mermaba en ningún momento su rigidez.

Yo no podía hacer otra cosa que disfrutar y tiraba la cabeza hacia atrás, recostándola en el respaldo del sillón, como una extensión de mi goce; que lindo era sentirte chupar y lamerme el pezón.

Ibas de mayor a menor; lamías despacio y babeándomelo, hasta apretarlo con tus labios, con tus dientes y cada vez que hacías eso, de nuevo la respiración se me entrecortaba.

Vos chupabas y chupabas, mientras me acariciabas la pierna, pero no pudiste con tu genio y comenzaste a manifestar tu fetiche ese del cual yo me di cuenta sola y por lo cual me vanaglorio.

Sentir la calidez de tu mano en mi empeine, sentir como el nylon de mi media recibía y transmitía la pasión de tus caricias; saber que vos disfrutabas de eso, tanto como yo de que me chuparas la teta era muy reconfortante y placentero.

Hubiera podido pasarme la tarde entera así, acariciada y chupada por mi macho en los lugares que me resultaban más estimulantes, pero lo mejor estaba por venir.

Cuando empezaste a chupar con más fuerza, arrancándome gemidos de placer, me imaginé que eras mi bebé grandote y vicioso, ávido por llenarte la boca con mi pezón parado como lo estaba tu verga.

Me acariciabas el empeine, mientras abrías bien grande la boca, para chupar con fuerza la mayor porción de mi teta; chupabas y chupabas, pero yo quería que te llevaras la sorpresa que tenía para vos, entonces, como lo hacía con mi hijo, limité tu boca solo al pezón, capturándolo entre el índice y el dedo medio.

Te abocaste a él y chupabas bien cortito y fuerte, así como me gustaba a mí.

Sentía tu respiración agitada en la copa de mi teta grande.

—Así papito así —te animaba susurrando a lo gata mimosa— chupa, chupa la teta de mamita que papito va a tener una sorpresita bien linda —agregué.

Te ensañaste de una manera tan provocativa como sucia apretándolo con los dientes y comenzaste a darle golpecitos con la lengua y después lo chupaste bien pero bien fuerte.

Una sensación de vacío me llenó: agradable y placentera, dura y estremecedora.

El pezón se me endurecía cada vez más, cuando chupabas y chupabas fuerte y entonces sentí un cosquilleo en todo el cuerpo, sensación que me era familiar, pero olvidada: sentí como la leche me salía y te miré, entre sorprendida y conforme.

—Si papito, toma la leche de mamita. Dale, chupame la teta, tomate mi leche

La sorpresa de tu cara era increíble, me mirabas sin entender, estabas totalmente desconcertado.

—Chupá chupá la teta, que después tener que seguir chupando por otros lados papi. Dale —volví a animarte.

No perdiste tiempo y te dedicaste a ejercer semejante vacío que no sabía si era más placentero saber y sentir que me chupabas o la sensación de la leche saliendo de mi pezón.

No te imaginás lo erotizante que era ver mi leche en la comisura de tus labios mientras vos me acariciabas, no solo el empeine del pie con la palma de tu mano, sino que con los dedos recorrías el arco, sin sacarme el zapato.

¡¡Como me gustaba eso!!: cumplir tu fetiche, el mío y saber que amamantarte sería parte de nuestro juego, no como esos extraños fetiches, quizás más depravados, creyendo que sos mi hijo; no, nada más lejos de eso.

Yo sabía que eras mi macho y darte la leche, era darte fuerzas para seguir mientras yo gozaba como una yegua.

A decir verdad, eso no estaba en mis planes iniciales y surgió de casualidad.

Se dio una noche, mientras acomodaba mi placard, luego de haber salido de compras para ese sábado en especial.

Gasté bastante plata en ropa y accesorios sexuales y los estaba guardando algunos y escondiendo a otros, cuando encontré en el rincón del primer estante, el sacaleches que tuve usar los primeros tiempos, luego del nacimiento del nene.

Lo creí prestado o perdido, pero nunca esperando a ser usado de nuevo.

Como ya sabés, mis tetas cobraron una importancia muy grande cuando entraste en mi vida, aprendí a valorarlas y a darle la importancia que tenían, desde el aspecto visual al sexual.

Me gusta mucho cuando las miras, sobre todo cuando crees que no te estoy viendo; ese morbo del voyeur, sea cual fuera la parte de mi cuerpo que capta tu atención, tiene su encanto y fascinación sobre mí.

Había estado casi toda la tarde entre casas de venta de ropa interior, zapaterías, boutiques y en el único sex shop que estaba siendo atendido por una mujer, con lo que mi excitación había sufrido varios altibajos.

Al ver el sacaleches no dudé en usarlo, pensando muy seria y profundamente en que la boquilla era tu boca.

La lavé y la herví, ya que hacía tiempo que no la usaba y no era cuestión de tener problemas.

Ya al colocármela, los pelos del cuerpo se me erizaron y con una teta fuera del corpiño, comencé a acariciarme la concha, habiéndome sacado la pollera y con las medibachas y la bombacha por las rodillas, mientras bombeaba el sacaleches.

Todo se potenció al sentir la sensación de vacío que generaba el aparato y no tardé en acabarme la vida al sentir mi leche volver a salir y llenar el recipiente, como lo hacía antes.

No podía creer lo que mis ojos veían y mi cuerpo manifestaba, cuando al sacarlo todavía caía leche.

Lo guardé y al otro día, creyendo que era algo aislado, volví a repetir la sesión y volví a sacarme leche; lo hice de nuevo a la siguiente y otra vez volví a ver mi leche en el recipiente, pero eso no fue lo que me hizo volverme loca de placer.

A la mañana, mientras me bañaba para irme a trabajar, agarré la areola de la teta derecha y la apreté en sentido al pezón.

Fascinación, eso sentí cuando vi el chorro saltar de mi pezón e inmediatamente supe que eso te volvería loco, tanto como cuando te veía que estabas chupándome la teta esa tarde, vaciándomela de a poco.

Tu ensañamiento placentero en mi pie, al cual acariciabas con tu dulzura característica: despacio y disfrutando del momento.

La presión que ejercías en mi pezón y como sentía yo que mi leche entraba a tu boca, eran suficientes para arrimarme de a poco al orgasmo.

Chupabas, acariciabas, estabas bien al palo.

Me estremecí, sentía el orgasmo venir y me arqueé en el sillón y estiré las piernas, notando los músculos tensionados; no aguantaba más el placer, me sentí explotar.

Chupabas con fuerza, con mucha más fuerza, cuando empezaste a sentir que yo no controlaba lo inevitable.

Acariciabas por completo mi pie, libre ya del mocasín y ejerciendo la presión justa, para terminar de cerrar el círculo de placer.

Mi cuerpo se volvió a tensionar, mi vulva se descontroló; un chispazo de electricidad, un estremecimiento.

—Sí, chupá chupá —te ordenaba, mientras te pegaba la cara a la teta— chupá chupá fuerte.

Tu pija se sentía durísima en mi pierna, atrapada por tu jean.

Hábilmente y como si se tratar de mi mocasín caído, utilizaste la palma de tu mano para soportar la planta de mi pie y con el dedo gordo acariciaste el empeine hasta los dedos, como arrastrando algo.

Fue suficiente, exploté de placer y te agarré la cabeza con las dos manos y tratando de meterte dentro de mis tetas al tiempo que estiraba las piernas descontroladamente y sentí mi concha tener vida propia mientras yo llegaba al paraíso.

Mientras vos me arrastrabas al paraíso, involuntariamente mi cintura se movía de manera espasmódica hacia delante y hacia atrás con mis nervios crispadísimos.

—Sii si papito, seguí chupando —te decía haciendo fuerzas para que no apartaras tu cara de mi pecho— seguí chupando —te ordenaba.

Sentí tu mano apretar fuerte los dedos de mi pie izquierdo, como si fuera tu contra ataque, pero eso solo me gustó más y mi respiración estaba entrecortada, tanto como la tuya sobre mis tetas.

Contraje los dedos y apoyé la parte delantera de la planta sobre tu mano, como si se tratar de un zapato de taco alto e hice fuerza, pero sentir tu palma soportando esa presión, hizo que mi orgasmo tuviera una intensidad nunca antes experimentada.

Sentía los músculos de mi concha contraerse y expandirse involuntariamente, mientras el orgasmo cobró una inusitada fuerza, hasta que tuve el punto cumbre y tu aliento en mi pecho era una bocanada perdida, ahogada y mi pierna estirada, hacía que mi pie y tu mano fueran solo uno.

El gemido que largué fue profundo y largo, gutural y obsceno.

No te soltaba, quería que estuvieras con tu cabeza sobre mi pecho, siempre y te apreté con muchas fuerzas, con todas las fuerzas que pude tener solo para mostrarte la intensidad del clímax al que llegué; al que me llevaste.

Me relajé mucho luego de ese orgasmo y te solté y te quedaste mirándome a los ojos y eso no hizo más que animarme a hacer lo que tenía planeado.

Lo que había estado pensando durante la última semana.

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