Nuevos relatos publicados: 13

La fantasía cumplida

  • 9
  • 15.722
  • 9,41 (34 Val.)
  • 8

Hoy no he podido más.

Y lo he hecho. He llevado mi fantasía de hace tiempo a la realidad.

No le busco motivo, Aunque tal vez sea porque ayer noche viví unas sensaciones deliciosamente excitantes, como hacía tiempo que no experimentaba. Porque no me prodigo con esa manera de hacerlo, ni con el sexo del cómplice.

Pero me causó un gran placer, que me dejó suave, flotando en un limbo de mimos y caricias explícitas, con orgasmos incluidos. Tú, sí, tú, ya sabes a lo que me refiero.

Los y las demás… ni caso.

Vamos a lo que quiero contar.

Ha sucedido este mediodía. Normalmente como en el trabajo, y el poco tiempo que me resta, lo dedico a mis cosas, sin moverme del sitio. Claro, eso solamente cuando estoy en oficina. Otros muchos días me muevo, o ni siquiera trabajo, que también sucede.

Tal vez por esa sensación de anoche que todavía me embriagaba, he decidido salir a tomar un poco el aire.

Y cuando estaba paseando, lo he visto. Allí mismo, enfrente. Hurgando con un bastón en uno de los contenedores.

Alto, con el cabello como un amasijo de caracolas bailando, y de piel negra.

Hay muchos lamentablemente subsistiendo así, de ese modo. Buscando en los deshechos, hierros y demás para sacarse cuatro euros a cambio, en cualquier almacén de chatarra.

Ha sido como una corriente eléctrica, como una descarga. Y me ha dejado muy decidida.

Así que, sin pensarlo más, me he dirigido hacia él, y entre signos, gestos y palabras le he dicho que, si quería ayudarme, que tenía en mi casa algunas cosas para tirar que quizás le podrían hacer el apego.

Me ha entendido perfectamente. Aunque solo habla algunas palabras.

Sonrío al recordarlo… afirmaba con su cabeza y me repetía. –“gracias, tú buena, gracias”-

Y claro, yo le daba otro sentido en mi mente ya pervertida por la idea de hacer realidad ese sueño que muchas veces pienso.

Enfrente mismo de los contendores había un portal, y me he dirigido a él con rapidez y seguridad. Como si fuera el mío.

Él ha dejado el carro que llevaba, pegado a los contendores y me seguía.

Antes de que me alcanzara, he pulsado un timbre. De los pisos más altos. Al azar, pero pensando que cuanto más alto, más probabilidades había de que surtiera efecto.

-“¿Diga?”-

-“Cartera”- así, de golpe- y le ha seguido el zumbido del portero automático.

Sujetando la puerta con mi cuerpo, le he indicado con la mano que me siguiera. Y lo ha hecho.

Ya en el portal he podido mirarlo con un poco más de detenimiento, mientras se colocaba a mi lado.

De labios gruesos y rojos, su boca me ha parecido muy excitante. Tenía buen porte. Llevaba un pantalón de chándal y una camiseta de tirantes, con un gran número, como los jugadores de básquet. Era el 58.

He empezado a subir las escaleras. No quería coger el ascensor, estaba muy decidida pero mi cuerpo temblaba. Y no quería estar en lugares cerrados.

Entonces me he detenido, y me he girado. Él estaba dos escalones más abajo, y casi teníamos los ojos a la misma altura. Diosss, ¡qué alto!

Con la mano le he indicado que se detuviera, para decirle después que se colocara a mi lado. Me miraba sorprendido, se movía despacio.

Mi mano ha ido directa a su entrepierna. El chándal era delgado, y he podido sentir con mucha claridad su miembro. He empezado a macerarlo, abriendo y cerrando la mano.

Entonces me ha mirado con los ojos desorbitados, y ha balbuceado unas palabras:

-“No, yo no dinero. Tú bonita, pero yo no dinero”-

Otra vez con palabras y gestos me he intentado explicar. Primero, llevándome el dedo índice a los labios: silencio. Después cerrando los dedos de la mano izquierda en tubo, y metiendo y sacando el dedo índice de la derecha en la cavidad resultante. Para terminar, diciéndole también con el dedo índice levantado y moviéndolo en sentido de péndulo, que no, que no quería tener sexo.

Me seguía cada gesto con cara de asombro.

Me he llevado el dedo índice de nuevo, a mi ojo, y después le he señalado su sexo. Que quería verlo….

Me había puesto hoy aquellos jeans que me vienen como una media. Esos que, para abrocharlos, me tengo que tender en la cama y levantar el trasero. Y arriba un jersey fino, de cuello en pico y manga larga. Blanco.

Para hacer entenderme y darme prisa, me lo he levantado por delante, dejando ver mi sostén, y después, cogiéndolo con la mano por su borde inferior, y encogiendo el pecho, me lo he subido por encima del pecho. Mis dos preciosas tetas han salido a la luz, en un movimiento de vaivén que se ha ido amorteciendo.

Su mirada ha cambiado. El asombro ahora se mezclaba con deseo.

-“Toca, vamos, toca con cuidado, tienes las manos sucias. No me manches el jersey. Tú tocas y yo toco aquí”- señalándole su miembro.

Me ha entendido, ya lo creo. Porque en un segundo se ha bajado el chándal hasta las rodillas.

¡Y no llevaba bóxer!

Ahí estaba, ante mis ojos: por primera vez ya no era una fantasía. Lo tenía delante. Un miembro de color…

Con cierto recelo, ha acercado mi mano, para agarrarlo, para sentir su tacto. Estaba suave, fino.

Siempre había pensado en un tacto rudo, áspero. No sé. Situaciones que de tanto imaginarlas, ya las das como por ciertas.

Mientras tanto, él avanzaba su mano hacia una de mis tetas, mientras que con la otra se aguantaba el pantalón de chándal.

Con una suavidad increíble, la ha depositado en cuenco, de bajo de mi teta. No es por decirlo, pero tiene un buen tamaño. Y está firme. Luego la ha levantado un poco, como si sopesara mi pecho.

Ha soltado el chándal y presto, ha hecho lo propio con mi otro pecho. Su tacto me ha estremecido. Y los pezones han respondido al instante como dos flechas atrevidas.

Mi mano ha empezado a bajarle la piel, a descapullar esa preciosidad oscura que no me cansaba de mirar. Y a subirla, para bajarla de nuevo. Más abajo. Cada vez más abajo, hasta el límite.

Y en cada movimiento, salía a la luz ese prepucio rojo, redondo, casi perfecto, que se iba humedeciendo con su efluvio pre seminal.

Me daban ganas de lamerlo…

-“Tú buena, muy buena”-

Y tanto, vaya premio que te había caído chico. Pero él también estaba muy rico, y ya ni me acordaba de la suciedad de sus manos.

Manos que amasaban con pericia mis tetas.

-“Ufff, nunca había masturbado a un negro, chico. Y mira que lo había soñado veces”-

No creo que me haya entendido. Estaba absorto mirando mis pezones erectos.

Pezones que ha empezado a acariciar con los dedos índice y pulgar de cada mano. Sin apretar, de una forma que me ha parecido una auténtica delicia. Mi sexo lo corroboraba. Me estaba empapando.

Entonces le he imprimido más ritmo a mi vaivén sobre ese falo que presentaba ya un tamaño envidiable. Me he detenido por un instante para acariciar sus huevos. Y ha suspirado con fuerza.

Otra vez a masturbarlo, primero lento, para ver bien su punta. Y después más acelerado.

Más, mucho más. A velocidad de vértigo. Y apretando abajo fuerte, para descapullarlo entero.

Gemía.

Y yo jadeaba con esa presión rotatoria tan deliciosa que le aplicaba a mis pezones

Su boca se ha abierto y sus dientes blancos parecían iluminar la escena.

-“Voy, voy, acabo...”- me decía entre suspiros

-“Vamos, vamos, quiero ver salir ese semen, nene”-

Estaba enloquecida. Con mi sexo empapado, y mis pezones sumisos a esos dedos que me los retorcían al límite entre el placer y el dolor.

Tan absorta estaba que casi no acierto a ver como emana ese chorro caliente que, describiendo una parábola casi perfecta, se acaba estrellando contra el suelo, pasando justo por mi lado.

Le doy con más fuerza, pero aminorando la velocidad. Y salen dos chorros más, mientras jadea y cierra los ojos.

Mis ojos no se separan de esa punta donde aflora una última gota del líquido seminal.

Y no puedo resistirme. Me agacho y le paso lentamente la lengua, para llevarme esa perla brillante hacia mis adentros.

Me ha soltado los pechos. Y apoya sus manos en la pared.

Busco en mi bolso, todavía con el jersey subido y mis tetas bailando. Y saco un paquete de toallitas húmedas.

La primera se la paso por el miembro. Le coloco la mano debajo y me esmero en secarlo. En dejarlo bien limpio. Son unos segundos que nunca olvidaré. De una sensación indescriptible, que no soy capaz de definir con palabras. La tenía aún firme, en mi mano, y recuerdo como grabado al fuego el contraste entre el color de su piel y el de mi mano.

Levanto la cabeza y le sonrío. Me sobrepongo atorada, y utilizo otra toallita para limpiar mis pechos, que tiene notables huellas de sus dedos manchados de la herrumbre de los hierros.

Me repongo las prendas, y, señalándole la puerta, escaleras abajo le digo:

-“Vamos, vamos, vete”- mientras agito mi mano hacia la salida, para indicarle con gestos.

Duda, no sabe qué hacer, pero poco a poco va bajando los escalones de medio lado, mirándome mientras balbucea:

-“Tu gracias, bonita, yo hombre mucha suerte”-

Me has hecho cumplir mi fantasía.

Y la he vivido tanto, que cuando la recuerdo, mientras intento plasmarla en palabras, me doy cuenta que he empezado hablando de lo que me “había sucedido” y he terminado el relato utilizando en los verbos el tiempo del presente. Como si otra vez me estuviera pasando.

Al salir del portal, él seguía hurgando en el contenedor y apenas una mirada de reojo. Yo me he mirado nerviosa mi pantalón. Por si se hubiera calado mi humedad.

Y al llegar a la oficina, una visita obligada al servicio, para “aliviar” mi excitación. Sentada en la taza, con los ojos cerrados, y deleitándome con esa imagen grabada de su polla negra sobre mi mano. Y relamiendo mis labios. Me he quedado con ganas de su sabor…

(9,41)