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Placeres de mujer

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La conocí hace unos pocos años, acompañaba por la calle a una de mis putas, dirigiéndonos hacia donde habría de tomar su cuerpo por última vez, cuando pude vislumbrarla y como si el mismo demonio lo hubiera premeditado, aquella mujer madura se cruzó por nuestro camino, aquel trozo de carne que incitaba a la lujuria con su caminar, aquella esposa y madre devota, para quién aquellos títulos significarían tan poco como significan para mí, aquella mujer religiosa que iba a la iglesia cada domingo, vería derrumbado pronto su mundo lleno de mediocridad.

Inocentemente saludó a mi puta, quién era la hija de una amiga suya y mientras hablaban de palabras vacías llenas de frivolidad, yo había decidido que aquella mujer sería mi nueva puta, mi nueva ramera y juguete sexual. En determinado momento aquella mujer volteó su mirada hacia mis ojos, desde el primer momento en el que se conectaron nuestras miradas, pude robar el primer trozo de su alma, el cual me pertenece hasta el día de hoy. Pocos segundos después bajó su mirada, avergonzada y con un ligero rubor en su rostro, quizá en otras circunstancias se hubiera presentado amigablemente, pero supe que la intimidaba, que mi profunda mirada en sus ojos había provocado la reacción típica de las mujeres a quienes suelo someter.

Después de unos instantes se retiró y mi puta y yo proseguimos nuestro camino. Poco tiempo después, mientras mi puta gemía como perra en celo yo imaginaba el cuerpo de esa mujer, de esa atractiva mujer madura a quién hubiera preferido coger en ese momento, no podía olvidar esa piel clara con la leche, esas tetas grandes y ese delicado aroma hecho para embriagar los sentidos. Después del enésimo orgasmo que tuvo mi puta me dediqué a la tarea de preguntarle por aquella hembra madura, quise saber su nombre, su edad, en donde vivía, todos los datos posibles para poder hacerla mía; mi puta me dio los datos necesarios, quizá sospechaba mis intenciones, pero al igual que otras de mis putas, no dudó un segundo en darme la información que necesitaba.

Silvia se llamaba, una mujer casada con dos hijas, de 42 años, una mujer común como muchas otras, de clase media alta, acostumbrada a llenar su vida vacía reuniéndose con amigas y pasando el rato aquí y allá, iba al gimnasio, tomaba café acompañada de una o dos amigas, un blanco fácil, quizá demasiado fácil. Un día que salió del gimnasio caminé lentamente en dirección a ella, con toda la intención dirigí aquella mirada hacia sus ojos, aquella mirada que se adentra hasta el alma, con el propósito de minar aún más su voluntad. Sorprendida me miró y como una adolescente que mira su primer amor, balbuceó unas palabras mientras se sonrojaba, sin quitar mis ojos de ella, le hablé:

—Que tal, soy Uriel, nos conocimos el fin de semana pasado, pero no tuvimos oportunidad de presentarnos.

—¡Ah! Que tal, soy Silvia, mucho gusto —Me respondió visiblemente acalorada.

—El gusto es mío Silvia, me dirigía a tomar un café, sin embargo, siempre es bueno tener compañía ¿Qué le parece si le invito a que me acompañe?

—Este… no… no creo poder joven… Uriel, mira, tengo una cita con una amiga para…

—Insisto en que venga por favor —Le repliqué en tono serio que no admitía réplicas, me miró sorprendida sin saber qué decir, había observado ese comportamiento antes, en mujeres que tenían interés en mí y me complació comprobar que esa frase, casi dicha como una orden, la tenía dominada.

—Ok… está bien… pero no tengo mucho tiempo —me respondió bajando la mirada y sonrojándose más y más.

—Bien, conozco un buen lugar por aquí.

La llevé a un lugar amplio que había visitado un par de veces antes, elegí una mesa algo solitaria para tener intimidad al conversar. Le pedí que me hablara de ella y me habló de cosas que ya sabía, como el hecho de estar casada, me habló de sus hijas, de que era una ama de casa y poco más, sobre cosas que poco o en realidad nada me importaban; al hablar sobre su matrimonio es cuando me decidí a intervenir:

—¿En ese caso podría decir que su matrimonio es completamente feliz?

—Sí, como te digo, mi esposo es un buen padre, y procura que nada falte, es un buen hombre trabajador y …

—¿Es apasionado? ¿La hace sentir amada, deseada, la hace sentir emocionada de estar viva?

Por unos momentos me miró levemente sorprendida y me replicó:

—Bueno, no considero a eso algo importante, después de unos años…

Sin escucharla la volví a interrumpir:

—¿La satisface en la cama? ¿Lo hacen con la frecuencia suficiente?

Atónita comenzó a justificarse:

—El sexo no es tan importante y sí, mi esposo sí me… De todos modos, no creo que debamos hablar de esto, apenas te conozco y…

—El sexo es bastante más importante de lo que usted piensa, el placer, el erotismo son cosas a las que podemos pensar que podemos renunciar, pero al final, son cosas que nos mantienen vivos, y si suprimimos lo que deseamos, nos podríamos volver locos y estallar.

Visiblemente apenada se sentía atrapada, abrumada por mi presencia y mis palabras así que buscó un escape, por lo que me replicó:

—¿Y no se molesta tu novia porque hables estas cosas con otras mujeres?

—¿Novia? Disculpa, pero no yo no tengo una “novia”.

—¿No? ¿Y Ana? —Usaré el nombre Ana, pues no recuerdo el nombre de aquella puta.

—Ana no es mi novia, ella es mi puta.

Silvia estaba atónita al haberme oído mencionar la palabra “puta”.

—Como… ¿Cómo te atreves a llamarla así?

—Es lo que es, ella es mi puta, y está complacida por serlo, ella me satisface y obedece y ella tiene más placer del que podría tener con cualquier otra persona.

Silvia se levantó visiblemente enojada, tomó sus cosas y se fue, nunca supe si ofendida, enojada o incluso excitada, mi instinto me aconsejó que no intentara hablarle, que no me moviera, obedecí ese instinto y no me arrepentí del resultado.

Los días pasaron y casi la olvidé por completó, hasta que un día recibí una llamada.

—Bueno.

Con voz temblorosa recibí una respuesta.

—Bu… bueno, soy Silvia.

Tardé un momento en recordar quien hablaba y contesté.

—Que tal Silvia ¿En qué puedo servirte?

—Hablé con Ana y bueno —titubeó un momento y continuó— ella me contó de su relación y —volvió a titubear— y quisiera disculparme por haberme ido tan de repente ese día que nos vimos.

—Entiendo —le contesté— pero me gustaría que nos viéramos y así podrías disculparte más apropiadamente ¿No te parece?

—Ah… ok, sí, pero…

—Te puedo ver dentro de dos horas —La cité en un restaurante algo alejado de su casa y del gimnasio al que acudía.

—Pero… pero… no sé si pueda, es que yo…

—Quiero que seas puntual —Finalicé y colgué.

Acudí a la cita puntual luciendo moderadamente formal, al llegar pude notar que ella ya estaba allí, luciendo un maquillaje discreto y ropa adecuada para el lugar, en ese momento supe que ese mismo día estaría adentro de ella.

La saludé con un beso cerca de sus labios, un saludo que pude notar en su voz la alteró más de lo que ya estaba. Entramos al lugar y comimos, pacientemente esperé a que hablara del tema que quería que hablara, en determinado momento, llegó al punto exacto.

—Ana me comentó de su relación —comenzó a hablar en un volumen bajo de voz— no creí que ella pudiera actuar de esa manera, al principio creí que eras un patán por cómo te referías a ella, pero ahora no sé qué pensar.

—A Ana le gusta el sexo, le gusta disfrutar de lo que le hago, de cómo la trato, de cómo la cojo, a ella le gusta ser una puta, que, por cierto, este término no lo uso como un insulto, sino como una forma de referirme a las mujeres con las que me gusta relacionarme, libres, sedientas de placer, abiertas, mujeres a las que no les molesta cumplir fantasías. Para mí, decirle a alguien puta es más un cumplido que un insulto.

Me escuchaba atentamente, sin perder un solo detalle de lo que decía, no dijo nada así que continué.

—He estado con diferentes tipos de mujeres, jóvenes, maduras, mujeres abiertas, mujeres con prejuicios, pero al final, me fascina seducirlas y mostrarles del mundo del que se han perdido sin mí, me gusta someterlas, hechizar sus sentidos, hacer que me entreguen su cuerpo, su mente y su alma, verlas de rodillas rogando por placer y a cambio, obtienen más de lo que imaginan, a cambio se vuelven esclavas del placer, se vuelven mis putas hambrientas.

Observaba su rostro sin apartar mi mirada de sus ojos, aquella mirada que desde el primer momento la había sometido a mi voluntad y para mí era evidente como caía poco a poco dentro de mis manos, el anillo de bodas que aún relucía en su dedo pronto se vería como una baratija y yo me encargaría de ello.

Hacía tiempo que ambos habíamos terminado de comer, sin embargo, ella seguía oyendo extasiada cada palabra que salía de mi boca, así que pedí la cuenta y me dispuse a proseguir con lo que tenía preparado para ella. Volviendo momentáneamente a la realidad me vio pagar y a continuación nos dirigimos hacia su automóvil, por un momento ella creyó que quizá simplemente pretendía que ella me llevara a algún punto cerca de mi casa, sin embargo, una vez que entramos en el automóvil situé mi cara a pocos centímetros de la suya, dejándola aspirar mi aroma, casi sintiendo los latidos de su corazón intentando escapar de su pecho; ella fue quien me besó, tímidamente en un principio, entonces fue cuando violé su boca, jugando con sus labios como ningún otro hombre antes hubiera hecho, metiendo mi lengua profundo, moviéndola cual miembro viril dentro de su vagina, su cuerpo se movía y agitaba, utilicé el momento para tomar uno de sus pechos entre mi mano, apoderándome de él, y pellizcando su pezón, ahogando sus gemidos con nuestras bocas en tan íntimo contacto.

Cuando por fin nos separamos pude ver en sus ojos que ya era mía, su cuerpo me rogaba ser profanado, rogaba que dejara la marca de mi aroma en su piel, así que no dudé y le pedí las llaves de su automóvil, un tanto sorprendida me las entregó, no pudiendo decir que no, cambiamos de lugar y conduje hasta un hotel que conocía bien, un lugar que, si bien se dedicaba a albergar parejas, no era un lugar completamente desaseado o vulgar.

Silvia miraba atónita el lugar como no dando crédito a que estuviera en el lugar en donde se encontraba, apenada, trató de quitarse su anillo de matrimonio, aunque con un ademán le prohibí que lo hiciera, procuró replicar, pero nuevamente mi mirada se impuso y guardó silencio.

Nos asignaron el cuarto y nos dirigimos a él, ella me seguía hipnotizada, como una esclava que ha perdido su voluntad.

Una vez dentro se abalanzó sobre mí, besándome como si fuera la única vez en la vida que me vería, yo la besaba de la misma manera lasciva que antes, la tomé y me puse encima de ella domando a esa puta hambrienta que tenía junto a mí, besé su cuello lentamente lamiendo con cuidado de no dejar marcas, pero estimulándola deleitándome con los gemidos que no se cansaba de proferir.

Poco a poco la fui desnudando primero quitando su blusa y desabotonando su brassiere revelando esas grandes tetas, que tanto me encantan, esos símbolos de feminidad que usó para alimentar a sus hijas ahora servían para que yo las devorara dándole un placer sin igual, estuve un buen tiempo mamando sus tetas, pasando mis dientes suavemente por ellas, incluso en un momento oí el gemido que delataba que estaba teniendo su primer orgasmo, el primer orgasmo de muchos que iba a tener bajo mi poder, después de recibir la atención que nunca tuvieron, mi hábil boca bajó poco a poco por su vientre, besando cada rincón y continuando con el proceso de desnudarla, quité su falda y me encontré con una sorpresa que no esperaba, un liguero y una tanga lucían magníficos en su parte inferior, con una ligera y triunfante sonrisa miré directamente sus ojos, ella apenada volvió a desviar la mirada como solía hacer. Yo le dije:

—Ya sabías a lo que venías ¿Verdad puta?

No me respondió, contentándose con gemir cuando lamí sus muslos, acaricié sus piernas bien torneadas y hermosas, cada una de mis caricias parecía darle un placer celestial o quizá infernal, lo siguiente fue lamer sus nalgas, devoré y mordí esas voluptuosas y deliciosas nalgas a las que ni siquiera su esposo había prestado atención; de pronto hizo un sonido de enorme sorpresa cuando metí mi lengua a su agujero anal, tocando partes tan privadas, no dejando ni un solo lugar sin explorar, ni un solo lugar sin dejar mi marca, haciéndola sentir experiencias inimaginables.

El momento había llegado, así que hice a un lado su tanga y me devoré cada uno de sus labios, mi lengua exploraba su dulce caverna, haciéndola gemir cada vez más, encontré su clítoris erecto y lo estimulé de la forma en que sé que le encanta a las putas, y encontró una serie de orgasmos al final, se agitaba, se movía, rogaba que parara, pero en ningún momento fue mi intención darle gusto y dejarla descansar, mis dedos comenzaron su trabajo y llegué a lugares que mi lengua no encontraba, al llegar al punto exacto, tuvo otro orgasmo, más largo e intenso que los demás, ella creyó que no la escuché, pero en ese momento susurró “Te amo”.

Me desnudé por completo y ella me observó como un ciego viendo por primera vez, me dispuse a ponerme un condón, cuando me rogó como una niña pequeña que no lo hiciera, quería sentir mi verga sin obstáculos, por única vez aquella tarde le di gusto y la penetré, de solo sentir la piel de mi miembro volvió a venirse dos veces más, me fascinaba el roce de su piel, sus tetas contra mi pecho y su sinfonía de gemidos en mi oído.

—¿Sabes lo que eres? —le pregunté.

—Soy tu puta, soy tu putaaaaaaaaa —gritaba una y otra vez.

Estuve dentro de ella hasta oírla gemir varias veces más, de repente sentí que casi era el momento de terminar, así que dije:

—Casi termino perra.

—¡¡¡Termina adentro por favor!!!

—¿Quieres terminar preñada puta?

—No me importa, no me importa

Hacía tiempo que no terminaba dentro de una puta, así que decidí que no me importaba, con una exhalación final llegué al orgasmo y derramé mi semen dentro de la vagina de mi nueva puta, quién volvió a tener un último orgasmo después de sentir mi semen dentro de ella.

—¿Y no te importa que te embaraces y que el cornudo de marido tenga que mantener a tu hijo? —le pregunté.

—Solo me importa ser tu puta, nada más.

Por primera vez el sorprendido fui yo, así que por el momento no dije nada y disfruté a mi ramera aquella noche.

 

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