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Dos hermanas y una sola mente (1ª parte)

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Simone es rubia, con unos ojos azules claros que hubieran destruido a un faraón con la más simple de sus miradas, sus labios carnosos harían fantasear a un productor porno durante meses, su piel, fina, como seda china, cubría una estructura tan delicada como ella, no debía pesar más 110 libras, sus curvas eran más perfectas que las de la autopista nacional. Sus manos suaves, pequeñas, hacían juego perfecto con sus pies.

Pero esto no se reducía así, ella pasaría por una chica linda más en el mundo si no fuera por otra persona, tan especial como ella. Janine, su hermana, pero no cualquier hermana, eran gemelas, casi nadie podía ver la diferencia, era algo imposible. Pero la naturaleza siempre deja rasgos característicos en cada persona, la diferencia entre ellas estaba en los ojos. Los ojos de Janine, eran casi iguales a los de su hermana, pero el lóbulo de estos eran más pequeños. Cualquiera podía pasar años observándolas y quizás nunca lo notaría. Solo aquel que las hubiese tenido entre sus brazos muchas veces y comparara cada centímetro de sus monumentales cuerpos, habría notado que esa era la única diferencia visible.

Otra diferencia que las unía, era su forma de pensar. Tenían diferentes gustos en cuanto a muchas cosas, una mirada para ellas podría ser un mes de conversación, la misma sonrisa, el saborear de sus lenguas y hasta el como torcían los ojos, ya de placer, dolor o reproche. El hombre que le gusta a una, pasaba automáticamente por la otra, simplemente para ver que tenía de especial el escogido por ella.

Tenían 19 años, no estudiaban, sus padres les pagaron en un tiempo a algunos profesores para que las instruyeran en lo necesario, con solo estos 19 años, ya tenían conocimiento de un graduado de universidad, sus materias preferidas eran los idiomas. Sabían Francés, inglés y alemán. Eran aplicadas en matemáticas, historia universal, geografía y biología, esta ultima cambio el rumbo de sus vidas.

Cierto día después de clases, faltando tres días para que ambas cumplieran 15, Simone escuchó una conversación entre su padre y la cocinera. Los adultos reían y secreteaban. No habiendo nadie en la casa y menos la señora, su padre aprovechó para aventurarse en la jungla de terciopelo negro de la cocinera. La chica los siguió hasta la habitación de huéspedes, allí observó como su padre, el señor Pedro Almirante, lamía aquella parte que en la clase biología se llamaba vagina, la chica quedó paralizada, pero no quitó la vista ni un segundo, aquella escena le atraía mucho, tal vez por inocencia o tal vez porque a sus ya 14 años un instinto le latía muy adentro.

La criada se retorcía de placer mientras era penetrada por su impetuoso amo. Los gritos y lamentos inundaban la habitación, era un continuo: si... si... si... más duro... me gusta... oh si, llévame al cielo... Mientras escuchaba todo esto, la niña hacía recorrer su pequeño dedo por su vulva.

Su padre seguía con la maestra culinaria, que en aquellos momentos era una maestra con el pene en su boca, subía y bajaba por este con una dedicación asombrosa, tal parecía que aquella extensión del cuerpo de su patrón provocaba un efecto hipnótico en toda su anatomía, sus ropas se fueron desasiendo como por arte de magia, restregaba sus grandes pechos pardos contra el falo henchido de sangre, el hombre resoplaba como caballo en celo, ella lo mordía, le daba lengüetazos en toda su estructura, clavaba sus uñas en el escroto del padre de Simona, la niña seguí allí parada, firme cual estatua y su mano seguía aquel ritmo lento pero lujurioso, su boca entreabierta mostraba una lengua jadeante, que estaba descubriendo el sumum del placer, sus ojos se cerraban de vez en vez, como si la imagen la desconectara de aquella escena y la transportara a su propia fantasía, pero en su fantasía ella besaba y lamía a su hermana.

¡Ahhh!- suspiró la criada cuando fue empalada cruelmente por la daga de carne de su jefe- ¡Continúe, no pare, pártame en dos, yo soy mala, ay Dios mío, ay Dios mío.

El continuaba con aquel frenético entrar y salir, golpeaba sus carnes con rabia, descargando su impotencia matrimonial, la sacó de golpe y con el mismo impulso la metió en el culo de la mujer, la criada, al sentir aquella cosa en su agujero más pequeño, profirió un grito de dolor y se desplazó de espaldas hasta la cabecera de la cama, Simone saboreó aquel grito llevando su otra mano a un seno y clavó allí sus uñas. Su padre profundizó en el culo de la criada y comenzó a llenarla como nadie lo había hecho hasta el momento, de los pliegues de del ano femenino escaparon unas gotas de sangre, aquella visión hizo que el patrón arreciara con su ataque descomunal.

Muévete puta, siente mi trozo- reía sin que su lujuria le dejara ver que a solo unos metros su hija disfrutaba aquella escena.

Si señor, yo soy suya- decía presa del placer- tómeme, haga conmigo lo que su mujer le niega.

El Señor Almirante sacó su pene ensangrentado y lo introdujo nuevamente en la vagina de la mujer, pero esta vez solo golpeó tres veces para salir y entrar otra vez en el ano y golpear tres veces más en aquel herido lugar. La criada mordía el pecho del hombre cuando este se pegaba a ella, la operación se repitió unos minutos. El orgasmo la alcanzó en una tempestad de temblores, que retumbaron en su cuerpo haciéndola parecer un epiléptica. Casi instantáneamente él siguió sus pasos y se le unió en la frenética danza. Cayó sobre el pecho de la criada y atrapó un seno con sus dientes, para quedar allí, estático, muerto en el vacío de un placer sin fronteras.

En cambio Simone seguí allí, y sus deseos continuaron unos minutos más. La copa se llenó y cuando el final tocó, su cuerpo se retorció en pequeños espasmos, se mordió sus labios tan fuerte, que los hizo sangrar, aquello fue demasiado para la niña, trató de salir de la puerta antes de que fuera descubierta, pero solo caminó unos metros, el placer fue tanto que cayó desmayada.

...

Al despertar, se encontró en su cama, su hermana estaba al lado acostada, leía un libro de los hermanos Grim. Janine levantó la vista y la paseó por su hermana, ellas conversaban poco y nunca se contaban las maldades o travesuras que hacían en la casa. Pero esta vez fue diferente, Simone ardía en deseos de contar todo a su hermana.

¿Qué pasó? – preguntó Simone a Janine– ¿Por qué me miras como a un bicho raro?

Papá estaba preocupado– dijo la chica– dice que te encontró desmayada cerca de la escalera.

¿Y no estaba enfadado? – preguntó pícara Simone– ¿No dijo nada acerca de mí?

Si, dijo que había que poner orden y control a nuestras vidas– contestó su hermana– que no podemos andar solas por ahí, que es muy peligroso.

Uff, que suerte– dijo Simone respirando profundo– pensé que me iba a castigar.

¿Y por qué haría eso?

Simone se levantó de la cama y avanzó hasta la puerta, se aseguró que nadie las escuchaba y luego regreso a su lugar de descanso. Miró a su hermana con una sonrisa pícara.

A ver si adivinas... – dijo la chica– ¿a qué no sabes por qué papá quiere ponernos guardia todo el tiempo?

No, ni idea– dijo Janine– siempre hemos estado solas por toda la casa y sus alrededores, no sé por qué no puede seguir siendo así. ¿Acaso lo sabes tú?

Otra vez sonrió maliciosa la pequeña niña. Ella sabía, si, demasiado como para que su padre no dudara de ella o de su hermana. Por lo que decidió, que si las iban a castigar a las dos, era mejor que su hermana supiera la causa de aquel enredo.

Escucha, tal vez no me creas, pero es la verdad– dijo con voz suave, dudosa de que su hermana le creyera algo así– descubrí a papá con la cocinera, estaban en la habitación de huéspedes, ya sabes, estaban haciendo cosas sucias, como las que nos enseñó el primo David en aquella revista, ¿recuerdas?

Dios, eso si es malo– dijo Janine– que dirá mamá, estás segura de lo que dices.

Claro que estoy segura.

¿Y cuando repetirán todo eso? – Preguntó Janine curiosa.

Es casi seguro que el martes, tú sabes que mamá siempre visita a Tía Marie en las tardes, y por lo general demora hasta entrada la noche.

Si, pero de seguro que nos ponen guardia ese día, ya papá está alerta contigo.

Hay algo que podemos hacer– dijo la avispada Simone– si vamos a casa Eduardo, no nos pondrán custodia o solo será para acompañarnos, él vive cerca, podríamos ir y luego volver rápido.

Es una buena idea– dijo Janine– pero me da pena con mamá, ella no tiene la culpa de que papá haga eso.

Mira Janine, no te preocupes ahora por eso, ellos son adultos y saben entenderse, ya ella lo descubrirá, pero ahora solo nos importa mirar un poco, además descubrí otra cosa, pero te lo contaré luego.

No, quiero que me lo digas ahora- le contestó la hermana- no quiero estar de boba toda mi vida.

Es cierto- reconoció Simone- ya es suficiente con que quieran mandarte a la iglesia porque eres más inocente que yo.

¡Yo no soy inocente!- se defendió Janine- te demostraré que puedo aprender todo lo que has visto.

Espero que si hermanita- sonrió la otra- pues te quiero mucho y no quisiera que nadie te enseñará esto.

¿Pero qué es?

Solo déjate llevar por mí y no protestes en nada.

Ok, lo haré todo a tu manera.

Simone fue otra vez a la puerta y esta vez echó el cerrojo interior, para que no las molestaran. Janine tragó saliva, comenzaba a ponerse nerviosa. Su hermana se quitó el corto y transparente vestido de dormir que le habían puesto, sus senos bailaron con el movimiento de sus caderas al acercarse a Janine, eran pequeños, idénticos a los de su hermana, a medida que se acercaba a esta, sus ojos empequeñecían, transformándose en los de un felino en celo, Janine conservaba aun su mirada inocente y aquello abría el apetito de la otra, la cual ya saboreaba sus labios lentamente, como si la sequedad de estos no la dejaran desplazar la lengua a voluntad. Janine cayó sentada en su cama al no poder evitar el acercamiento de su gemela, bajó la cabeza y cerró los ojos la timidez vencía su curiosidad. Simone llegó por fin a ella, la distancia le había parecido inmensa, pese que solo eran unos escasos tres metros, tomó los bordes del vestido de su hermana, tan parecido al de ella pero de color azul cielo, lo fue subiendo delicadamente, disfrutando la imagen que había visto durante sus cortos años de vida y que ahora, le inspiraba un instinto diferente, más sádico, bestial, y, al mismo tiempo, sedante, menudo y frágil. Los pezones de su hermana endurecieron con el solo roce del vestido al descubrirlos.

Simone acarició la cabeza de su hermana suavemente, jugando con su pelo, su experiencia en aquellas delicadezas era nula, pero era como si estuviera preparada para aquello desde hacía mucho tiempo, tomó la barbilla de Janine y levantó su mirada, la chica seguía con los ojos cerrados y su hermana la besó en los labios, suave, pausada, probando por primera vez a su imagen y semejanza, su beso fue ligeramente correspondido entre los temblorosos labios de Janine, que poco a poco abrió su boca hasta rendirse en una apasionada e indestructible unión, como dos animales que se despedazan así fueron ellas entre besos, se mordían los labios y al segundo los acariciaban con la lengua, como si quisieran curar la herida, lenguas que invadieron cavidades, suspiros reprimidos por más besos, manos que encontraron carne a la cual aferrarse, fundieron se en vendavalésco abrazo, pezones buscaron pezones, caderas que se amaron con la fiereza misma.

Janine soltó a su hermana como si le costara un mundo, abrió sus ojos, por primera vez en todo el encuentro, notó esta vez las pequeñas marcas de las uñas de Simone en el pezón herido por la pasión descubierta hacia horas. Lo rozó levemente con las puntas de los dedos, la caricia hizo que su gemela se estremeciera, la conexión era tan fuerte, que el solo choque de sus miradas les llenaba cada vez, palpó más segura el área de la herida, la otra chica gimió, como si el fuego que corría por las venas de su hermana quemara su estigma de lujuria. Poco a poco, Janine llevó un beso a una de las marcas, luego en otra, y en otra, y en otra, hasta haberlas recorrido todas, entonces puso uno en el centro, como si fuera una diana de disparo. Su lengua jugó con el pezón de su hermana, lo mordía con suavidad, con fiereza en otras, lo masticaba en ocasiones, pero todas las formas lograban el mismo objetivo, volver loca a su igual. Entonces incrementó la velocidad de todo y amplió el área de cariño, llegando a la tierna masa blanca que componía el seno de Simone. Los tomó a los dos, y no le cabían en la boca al mismo tiempo, luchó por tenerlos juntos, pero le fue eróticamente imposible, y solo alcanzó a producir un efecto mayor al que esperaba: su hermana cayó arrodillada enfrente de ella.

No podía aguantar más, Simone empujó a su hermana contra la cama y lamió su vientre con terrible deseo, lo rayó con sus dientes, lo pellizcaba y aruñaba con sus uñas filosas como garras. Llegó a la entre pierna de Janine y succionó el muslo, haciendo que su hermana le agarrara la cabeza para separarla, pues nunca había sentido todo aquello y le desbordaba el deseo, pero Simone no abandonó en ningún instante y el primer intento de separación se convirtió en aproximación, logrando que Simone hundiera su cara en el centro de las piernas de la que una vez fue una chica tímida. Su lengua, juguetona, rozaba ligera los labios vaginales de la chica, Janine temblaba y arañaba la espalda de Simone. Ahora penetraba leve la vulva, degustándola con cada lengüetazo, los gritos de placer de Janine eran apagados por un pedazo de almohada que sostenía entre sus dientes, lágrimas de placer rodaban por su rostro angelical. Janine invirtió el asunto y se subió encima de su hermana, solo que su linda colita quedó al alcance de la hambrienta boca de Simone y cuando su hermana entró en la corta maleza de bellos dorados, castigó con la misma fuerza con que recibía, se fundieron en un 69 de locura extrema, era como un reto y el premio era lograr que la otra gozara hasta el límite de la agonía, mordían, chupaban, gemían, ¡Ay Dios mío, Ay Dios mío, Ay Dios mío! La pasión vertió sus aguas y cayeron en el profundo letargo del orgasmo.

Estas escaramuzas de muchachitas pícaras se repetirían muchas veces, durante 2 años estuvieron observando a su padre con otras mujeres, tanto de la casa, como de su trabajo o de la calle, simples prostitutas. Aprendieron todo lo referente al sexo, tanto con hombres, como entre ellas, el primo David fue seducido y varias veces se convirtió en el objeto de juego de ellas, también su vecino Eduardo y otros chicos cercanos a ellas. En casa eran unas delicadas princesitas, pero en su verdadero mundo, solo eran animalitos salvajes, adictas al sexo.

Pero todo en la vida acaba. La mentira puede tener 1000 años de ventajas, pero la verdad le alcanza en solo segundos. La señora Almirante descubrió todo lo que su esposo le hacía a sus espaldas. Le sorprendió un día con la psicóloga de las niñas en cuarto matrimonial. Revolver en mano entró en la habitación donde se hallaban estos, descargó 5 balazos sobre los amantes y el último lo utilizó para volarse los sesos. La sangre que salió, salpicó a las niñas, que en ese momento salían detrás de una cortina. Pero ellas no lloraron, ya no sentían amor por sus padres, siempre demasiados ocupados para prestarles atención, delante de la sangre caliente de sus padres muertos juraron vivir por y para el sexo, nadie merecería nada más allá de lo que se ganará. Aquel trauma influiría en sus vidas en un futuro no muy lejano. Eran solo niñas, con una mente algo deformada por la educación que ellas mismas eligieron. Vivir solo un placer, ese placer que las colmaba en sus juegos de simples gaticas lujuriosas.

17 años y quedaron solas, a merced de una fortuna y un futuro incierto, lejano, sin esperanzas...

Tía Marie no tenía tiempo de ocuparse de ellas, por eso, luego de las investigaciones de la policía, quedaron a en manos de los criados de la casa, que se quedaron para ayudar a las "infelices niñas". Tía Marie les enviaba dinero todos los meses de la chequera de su fallecido padre, que estaba disposición de ella, su tutora. Al cumplir los 19, ellas quedan dueñas absolutas de toda su fortuna, además demostraban ser muy capaces, no tenían la forma de pensar de unas adolescentes, eso les hizo ganar confianza con su ocupada Tía, la cual no se ocupó nunca más de ellas.

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