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Aguardándote

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Yo te espero y tú no llegas. Eres un desastre.

Aun así, yo te busco y te regalo pasión. Toda la que tengo.

Nos enroscamos en el más fuerte de los sexos, ardientes, deseosos de lo ajeno. Y lo hacemos en los bares, o sentados enfrente de una mesa de escritorio. Caminando por la calle, en un portal, en un hueco.

Recorres mi espalda con la punta de tus dedos, y me tiras de la falda entre los coches de una avenida. Falda que se lleva el viento. Que no puedo alcanzarla, y me quedo desnuda frente a ti, en medio de la noche y ante todos. Todos los que pasan sin mirar, desapercibidos de nuestros juegos. Somos invisibles al mundo. Somos tú y yo, perversos.

Me posees en el prado, en aquel parque en el que, tumbados, tus ojos tienen el color de la canela molida. Y el ruido de los pasos de la gente, acompasa tus movimientos entrando y saliendo de mí. Jadeando, echándome en mi cara tu chorro de aliento caliente que me quema, que me abrasa, que me hipnotiza. Me posees hasta el límite. Sin pausa, sin tregua.

Me revuelves el pelo, enredando tus dedos en mis rizos, y me clavas los dientes en mi hombro desnudo.

Te sumerges en el océano de mi entrepierna, como una nave enarbolando tu firme estandarte al viento, antes de clavármelo en mis adentros.

Y la blanca luz de las estrellas se introduce en tu boca, para que me la pases a la mía, con esa batalla de lenguas que nadie gana ni nadie pierde.

Me llenas de tus fuegos, y ardes con los míos, en un castillo tremendo que llena el aire de humo y de olor a nosotros, a nuestros sexos.

Después nos invade una calma que nos va recorriendo, para bañarnos a besos y caricias, a roces y a besos.

Todos los que van y viene, los que entran, los que salen. Aquellos que acuden, y los que regresan, no escuchan esa música de gemidos que hemos lanzado al viento. No han visto ese enjambre de abejas y zánganos que, con sus zumbidos dorados, se han repartido el néctar y la miel de nuestros cuerpos

Y ahora mismo, me posees de nuevo aquí enfrente. Tu leyéndome, y yo aguardando tu presencia

Ven, y hazme tuya. Porque yo quiero tenerte.

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