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Dos hermanas y una sola mente (2ª parte)

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El hombre de traje negro tocó el claxon de su auto dos veces, abrió la ventanilla y despidió con un soplo el cigarrillo que tenía entre los labios. Miró el reloj, eran las 11: 45 p.m. Se alisó el pelo en el retrovisor con mucho cuidado, quería parecer más ordenado de lo que ya era. Pero su invitado no llegaba, volvió a tocar el claxon, esta vez con más fuerza, dando a entender lo impaciente que estaba.

Por fin salió de la casa el misterioso personaje. Era una bella chica, al parecer muy joven, aparentaba unos 23 años. Mediría alrededor de unos 1,78 cm de estatura, de cuerpo esbelto, con unas muy bien formadas líneas, su pelo rubio y largo hacía un erótico contraste con sus rojos y pronunciados labios, de ojos claros y que denotaban una creciente sensualidad, el vestido era rojo también.

Avanzó con pasos seguros hasta la puerta del auto. El hombre bajó la ventanilla de la puerta y sonrió:

―¡Wow! – Exclamó al ver de cerca de la muchacha– tú si que sabes ser original.

―Cada cual tiene un gusto– dijo la chica sonriendo– y el mío, es muy selectivo.

―Espero mantenerme entre tus gustos– dijo el hombre– no quisiera tener que salirme de ese margen.

―Eso dependerá de ti– contestó ella– para eso estás aquí, necesito saber si eres el original.

―Eso puedes apostarlo– rió el tipo con malicia– monta o nos mantendremos aquí toda la noche.

Ella obedeció la orden. Se pusieron en marcha a través de la oscura pintura surrealista de la ciudad.

―¿A dónde quieres ir muñeca? – Preguntó él– soy todo tu servidor.

―Esta es la dirección– dijo ella alargándole una tarjeta– es un lugar especial, solo lo uso en ocasiones especiales.

―¿Cómo esta?

―Si, como esta– aceptó ella en un tono muy bajo y suave, tan bajo, que el hombre no llegó a escucharlo.

Unos minutos más tarde llegaban al lugar, era bastante apartado de la ciudad, una pequeña vereda cubierta de enredaderas cubría un pequeño parque privado. Era algo extraño aquel sitio, como si no lo hubieran utilizado en años.

La verja hizo un chirrido de espanto y algunas hojas secas cayeron al suelo de forma silente. Ella avanza delante, mostrando el oscuro camino hacia el centro del parque. Él le sigue manso, como un corderillo amaestrado. La chica se sentó en uno de los columpios y comenzó a mecerse.

―Este parque pertenece a mi familia– dijo ella cuando el hombre estuvo a su espalda, para impulsarla– más adelante encontraremos el lugar del que te hablé, estoy segura de que te va a gustar.

―Pues vamos, que estoy impaciente– dijo él.

Metros más debajo de la pequeña colina que había allí, encontraron una caseta en forma de cúpula, un pequeño pabellón de fina madera blanca. Había luz adentro, era como si ella lo tuviera todo planeado. Adentro todo era hermoso, las paredes estaban cubiertas por cortinas de terciopelo azul cielo y en las esquinas se hallaban colgados candelabros dorados que iluminaban el sitio. Había una pequeña mesa con una bandeja cargada de frutas y manjares afrodisíacos. Y un olor a incienso rodeaba la atmósfera, dándole un toque de misterio o de estar en un templo budista.

―Bien ¿Qué te parece? – Preguntó ella.

―Increíble, nunca pensé en una cita como esta, realmente eres extraña, ya las mujeres no son tan románticas, eres muy diferente a otras que he conocido, las cuales fueron solo sexo barato, sin pizca de erotismo.

―Pues trata de ser tú muy erótico, pues mis fantasías se salen del marco de lo normal y tengo gustos muy especiales.

―Ponme a prueba ya, no pierdas el tiempo con palabras.

―Si, creo que ya es hora.

La chica avanzó hasta el hombre y depositó lengua sobre boca, recorrió todos los rincones de esta con la avidez de un lobo hambriento. Sus manos fueron desplazando el saco, la corbata, el chaleco y la fina camisa. El peludo pecho del hombre quedó desnudo. Ella mordió sus tetillas, mientras él sobaba sus nalgas, redondas, pequeñas, perfectas. Cinto, botón y slip quedaron por el piso en segundos, acompañando a los zapatos. El vestido también perdió empleo, ya no era útil y fue a hacer bulto en un rincón al lado del sostén.

Pechos al aire, deseos incontrolables, caricias bestiales... Él acercó su boca a los medianos senos de la chica, estaban parados, duros, desafiantes, pero ella apenas lo dejó llegar, le empujó con fuerza derribándolo, cayó al suelo sin darse golpe severo.

―Todo tiene su tiempo― dijo la chica mientras se saboreaba los labios― déjame actuar a mi gusto.

Él no respondió, solo quedó tendido, mientras ella se acercaba a la bandeja y tomaba una tacita de porcelana y un racimo de uvas. Se sentó a horcajadas sobre su pareja y suavemente fue dejando caer miel sobre el pecho y abdomen de su macho, luego pasó las uvas por todo el pecho cubierto de miel, para más tarde devorarlas con una delicadeza única en una faraona. Su serpenteante lengua saboreó la miel mezclada con el sudor del cuerpo. En unos minutos el hombre estuvo limpio, como si nunca hubiera pasado nada. En la mesa había una cuerda de seda, ella la tomó y le amarró las manos a una columna, luego le vendó los ojos con una cinta, también de seda.

Empezó a propinarle mordiscos por el cuello, las orejas, la barbilla, lentamente bajó hasta el pecho, le hizo verdaderas marcas en las tetillas, pero su habilidad era tal, que el hombre no sentía las mordidas de la diablesa, continuó su descenso hasta las costillas y el ombligo. Allí le mordió tan fuerte, que le arrancó un pedazo de carne, el hombre se retorció del dolor.

―¿Pero qué rayos estás haciendo?― Preguntó adolorido― ¿Acaso piensas devorarme?

―No te preocupes, faltan más cosas dolorosas― le dijo ella al oído a la vez que ponía una barrita plástica en su boca― muerde esto, lo que sigue si que te va a doler.

Se levantó y tomó una las velas y dejó caer la cera caliente sobre la herida del hombre.

―Dios, esta mujer me va a matar, ¿Qué haces?― dijo entre dientes, tratando de soltarse, pero le fue imposible.

―No llores, aguanta como un macho― dijo ella mordiéndolo en el cuello― es hora de darte de comer, espero que te guste el aperitivo.

Se colocó abierta sobre la cara del hombre. El clítoris húmedo de la chica sintió como los labios de su prisionero le saboreaban. "Siiiiiii... máaassss... nooo... nooo... no paresss... Uy... ssshhh... aaahhh aahh... Dios... oh Dios... maaaás... por favor... muéeerdelo suave...." la pequeña gata se retorcía de placer, le halaba los cabellos al hombre. Él quería hacerle pagar el dolor recibido con la misma intensidad pero en sentido inverso a como él lo había sentido, sus labios y lengua hurgaban en la canal del placer de la chica, le recorría toda la vulva y llegaba al canalillo del culo, allí empujó varias veces la lengua, pero fue imposible, era zona no explorada al parecer, o por lo menos ella sabía como cerrar su puerta trasera. Se rió de su loco intento y salió de allí rápido, como evitando adelantase a su final. Por lo menos ya había probado que el semental que tenía era un experto devorador de clítoris y aquello era algo que apreciaba mucho en un buen hombre.

―Te voy a dar la mamada más cálida que hallas experimentado― dijo la chica mientras se saboreaba los labios aun pintados y humedecidos por la sangre del hombre.

―Bueno, que esperas― dijo él – cómetela completa.

Nuevamente tomó un poco de miel y derramó sobre el miembro erecto del sujeto, el líquido estaba frío y le hizo dar un punsonazo en los testículos. Aplicó sus labios con una delicadeza sutil, tragó todo el tamaño de golpe, hasta que el glande le chocó en las amígdalas, entonces la sacó con suavidad, deglutiendo toda la miel, continuó lamiendo, unas veces con rapidez y otras tan lento come le era posible. Le asestó una mordida bastante dolorosa, tanto que él tuvo que gritar. Y enseguida, como queriendo evitarle más dolor, comenzó una mamada como si le estuvieran follando por la boca, el hombre se arqueó en señal de la cúspide de su placer, pero ella paró de golpe y con un pequeño látigo le azotó en las costillas, devolviéndole su estado de dolor, chupó su escroto con la habilidad de una aspiradora mecánica. La mujer, sosteniendo el pene con su mano lo oprimió entre sus labios, imprimiéndole movimiento a su boca. Esta vez lo agarra firme, con los dedos por la base, como si de un ramo de flores se tratara y lo iba mordiendo suavemente con los labios y los dientes por los costados.

No quería dejarlo terminar, por la cara que él ponía, de seguro nunca antes le había tratado de aquella forma. Sintió que era tiempo de cambiar papeles, el placer volvería a ser dolor, ella se extasiaba con aquello. Tomó unas garras afiladas de unos 35 centímetros y las enganchó en sus manos a manera de zarpas. Se montó encima de él y dejó que toda su longitud se clavará hasta el límite de manera suave, degustando cada milímetro que penetraba en su ser, cuando llegó al fondo suspiró incompleta, él casi no aguantaba más, por lo que ella decidió ayudarlo a evitar el orgasmo.

Con un movimiento rápido de una de sus garras arañó leve pero sentidamente el muslo derecho. El hombre saltó de dolor y trató de articular palabras, pero ella hundió la barra plástica en su boca y la fijó a su cabeza con una pequeña cuerda, se salió un poco de aquella poderosa arma y cayó en ella nuevamente, pero esta vez de golpe, y lo repitió, una, dos, tres, cuatro, cinco, mil veces, cuando el placer nuevamente llegaba a su víctima, otro zarpazo en la pierna contraria le hizo huir los deseos, los alaridos de aquel hombre llenaban el salón, la sangre corría tristemente, como testigo inútil de la barbarie, ella miraba hacia un gran espejo colocado en la pared frente a ella y sonreía. Otra vez comenzó su danza frenéticamente enloquecedora y él luchaba por quitársela de encima, pero aquello parecía imposible, esta vez era ella la que parecía acabar y clavó de golpe ambas garras en las piernas del hombre y las sacó de golpe, aumentó el ritmo del balanceo y a medida que lo hacía zarpeaba al hombre por todo el pecho, la sangre ahora era casi un río que escapaba por cien mil surcos distintos, el hombre con vida aun, se debilitaba con cada golpe. Cuando por fin le llegó a ella su segundo final y explotaron sus partes como en reacción en cadena de todo lo anterior enterró mil veces las garras en el pecho del cuerpo inerte. Se abrazó a él, mientras lo besaba cariñosamente y le acariciaba el pelo.

Se levantó de aquel holocausto macabro, un vestido de sangre cubría su frente y parte de sus nalgas que chorreaban el semen del desecho personaje, el último indicio de que alguna vez hubo vida en aquella marioneta. El espejo se abrió y una joven idéntica a ella salió con un vestido azul cielo.

―Ven hermanita― dijo la gata asesina― ya serví la mesa.

La otra no contestó solo sonrió tímidamente, se acercó delicadamente al cuerpo tendido y llegó al miembro aun semirrecto, lo lamió limpiándole la sangre y luego de una mordida lo arrancó de raíz. Lucharon entre ellas por el premio, luego despacharon las nalgas, el cuello y el corazón del infeliz.

 

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