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El juguete del tren

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Todos los días habría que empezarlos con un buen orgasmo.

Hora punta en la línea San Martín. Hasta hace algún tiempo me resultaba tedioso viajar atrapada entre tanta gente. Ahora ya no. Es más, ansío que llegue la hora de ir a trabajar.

Fue una sorpresa agradable ver por primera vez a este madurito. Entró leyendo en el vagón y me sorprendió que leyera el mismo libro que yo. 

Calculo que tendrá entre cuarenta y cinco y cincuenta años. Su estilo rockero es también muy seductor. Su pelo es largo, hasta los hombros, con algunas de sus ondas plateadas que demuestran actitud. Intuí por el ceñido de su remera su escultural cuerpo. Le miré las manos. Sin anillos.

Levantó un instante la mirada de su libro para buscar lugar y me vio, un lindo juguete con el que coquetear. Sé que no soy indiferente a ninguna mirada, menos con los modelitos que suelo llevar cuando hace tanto calor. Se comportó como todo gran porteño. Me miró el escote, la pollera y, por último, mi libro dándose cuenta de la casualidad. Me sonrió y decidió colocarse justo frente a mí, pero de espaldas dándose importancia y haciendo que, tras emprender el tren de nuevo el viaje hacia Retiro, rozara con el traqueteo suavemente en mi frente su pelo.

No negaré que me intimidó su actitud y que en los días sucesivos repitió su comportamiento convirtiendo cada día en más excitante que el anterior. Me di cuenta que me buscaba en el vagón y llegó un punto en el que empecé a sentirme segura con él delante de mí sin que hubiera entre los dos ni una sola palabra, tan solo el roce de su pelo y alguna que otra vez, de mis senos sobre su espalda.

Una mañana estaba tan caliente que le toqué el muslo desde la rodilla hasta la ingle regresando acto seguido a mi lectura. Se sobresaltó ligeramente, lo noté. Creo haber oído incluso el palpitar de su corazón. No se esperaba que yo fuera una chica tan traviesa a pesar de que probablemente me saque veinte años.

Los siguientes días volví a tocarle ligeramente y al fin le susurré - sos mío en el vagón y haré lo que quiera con vos.

Se giró, conseguí toda su atención, pero justo habíamos llegado a Retiro. Lo hice en ese momento con toda la intención para dejarle caliente hasta la mañana siguiente.

Esa vez fue más directo, no llevaba su maldito libro. Me enfrentó y me pellizco un pezón. Me susurro “me volvés loco”. La gente se apiñaba como de costumbre y aproveché para llevar su mano por debajo de mi pollera y que notara la humedad de mi bombacha. No le pareció suficiente e introdujo los dedos con suavidad, jugando como si fuera su juguete nuevo y con cuidado de que la gente no se diera cuenta de sus movimientos. Me ruboricé, ¡qué morbazo! 

—Quisiera que fuera tu lengua la que juega ahí abajo —le dije con la respiración entrecortada provocada por un inminente orgasmo.

—Salgamos del tren, quiero cogerte ahora —respondió deslizando su otra mano sobre mi pecho.

Se la aparté y la apreté con fuerza en pleno clímax. Yo ya estaba satisfecha así que no necesitaba ir con él a ninguna parte. Le ofrecí una sonrisa pícara y esta vez fue mi mano la que se sumergió desabrochando ligeramente el jean hasta su pene. Noté el roce de su pelo y su increíble erección. 

Me acerqué aún más sin dejar de tocar aquel enorme miembro. Él me tomó por la cintura. Acerqué mis labios a su oído diciendo:

—quiero que me metas esto en la boca hasta que me acabes, pero hoy no podrá ser.

Suspiró. Llegábamos a Retiro y se terminaba la primera de las raciones diarias de placer. A partir de entonces, todas las mañanas juega con mi sexo como si fuera suyo, como si yo fuera suya a su antojo. ¡Qué iluso!

No sé si algún día bajaré con él o no del vagón, pero mientras tanto le tengo a mi merced. Es mío como también el vagón y quién sabe, quizá seas vos el próximo de mis juguetes.

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