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El placer de la tormenta

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El tiempo cambió de repente. La tarde había sido cálida y despejada, las únicas nubes que se veían eran las estelas de los aviones, pero un par de horas antes del anochecer el cielo se oscureció y estalló la tormenta. Pocas veces he visto un aguacero semejante, en un par de minutos las calles se convirtieron en arroyos, entonces llamaron a la puerta.

-¿Quién es?

-Soy Dani, he venido a devolverle a Jorge el videojuego que me prestó.

Dani era el mejor amigo de mi hijo Jorge, le conozco desde que eran críos. A menudo venía a mi casa a jugar. Era un encanto, siempre amable y respetuoso, nada le quitaba esa preciosa sonrisa. Me alegraba que mi hijo se juntara con un chico tan bueno. Abrí la puerta de inmediato.

-¡Cielos! ¡Parece que te has tirado a la piscina con ropa y todo!

-Jejeje, ya… me ha sorprendido la lluvia, cuando salí de casa había alguna nube, pero…

-Si… esta tormenta ha sido una sorpresa, anda, pasa, no te quedes ahí. Deberías darte un baño caliente o cogerás frio.

-¿Eh? Gracias, pero no quiero molestar… le daré el juego a Jorge y me iré.

-No será ninguna molestia. Si te quedas con esa ropa empapada pescarás un resfriado, y no permitiré que salgas a la calle con la que está cayendo. Pondré tu ropa en la secadora y te dejaré algo de Jorge mientras se seca.

-No creo que a Jorge le haga gracia que use su ropa…

-No te preocupes, este fin de semana está con su padre. No se enterará.

-¿No está aquí? Creía que le tocaba ir con su padre el finde que viene.

-Así es, pero le salió un viaje de trabajo y no podrá verle entonces, así que cambiamos.

El padre de Jorge y yo nos divorciamos cinco años antes. Desde entonces nuestro hijo alternaba los fines de semana conmigo y con su padre. Cuando se iba con su padre, yo me quedaba sola y triste, y esta vez me sentía aún más sola de lo normal, pues mi hijo se había ido dos fines de semana seguidos.

Acompañé a Dani hasta el cuarto de baño. Puse el tapón en la bañera, abrí el grifo de agua caliente y eché una pizca de sales de baño relajantes.

-Listo, dame tu ropa, la pondré a secar.

Dani se ruborizó, me di la vuelta para que se desnudara tranquilo y entró en la bañera, que aún no se había llenado. Cuando me agaché a coger su ropa, no pude evitar darle un rápido vistazo al cuerpo de Dani. Era un cuerpo atlético y bien definido, piel ligeramente bronceada y un poco de vello en el pecho. Sentí un cosquilleo en mi cuerpo al notar el enorme tamaño de su hermoso pene. Inmediatamente sentí un ligero remordimiento “¿Qué estoy haciendo?” pensé. “Es sólo un crío y para colmo es el mejor amigo de mi hijo, no debería calentarme con él”.

-No hay prisa, tómate tu tiempo y relájate. ¡Disfruta del baño! -Dije mirando a la pared.

-Sí, muchas gracias, señora.

Salí del baño con su ropa en mis brazos. Observé que casualmente sus calzoncillos habían quedado en la parte superior de la bola de ropa. Intenté apartar la mirada, pero por alguna razón me sentí atraída hacia ellos. Podía sentir su olor, un olor familiar pero que hacía mucho tiempo que no olía. Metí toda su ropa en la secadora excepto sus calzoncillos, que me tenían atrapada. Descubrí entonces la fuente de aquel olor tan maravilloso que no sentía desde mi divorcio: una pequeña mancha de semen seco en la parte delantera. Note la humedad que surgió en mi vagina y el calor que recorrió mi cuerpo. Metí mi mano por dentro de mi pantalón y empecé a acariciar suavemente mis braguitas, separando mis labios vaginales mientras con la otra mano restregaba los calzoncillos sucios por mi cara. “Dios, qué estoy haciendo… esto está mal, pero… se siente tan bien… hacía tanto tiempo…”. Mis braguitas estaban empapadas. Froté mi clítoris con rapidez mientras jadeaba con los calzoncillos en mi cara hasta que sentí espasmos en la cadera. Me había corrido pensando en el amigo de mi hijo.

Pero no estaba satisfecha. El olor de aquellos calzoncillos me hizo recordar el placer del sexo, que llevaba más de cinco años sin probar y estaba olvidando. Deseaba probarlo otra vez, sentir el placer de una buena polla entrando y saliendo de mí, y ahora estaba sola en casa, con un hombre desnudo en mi bañera. ¿Sería capaz de dejar pasar aquella oportunidad, sólo porque ese hombre era un jovencito amigo de mi hijo?

No. Enseguida tuve un plan de acción: Fui a mi habitación, me desnudé por completo y me puse el albornoz, pero no lo até bien, de modo que dejaba al descubierto casi toda mi delantera. Luego fui a la habitación de Jorge y cogí algo de su ropa. Después me dirigí al baño, abrí la puerta y entré sin avisar. Dani estaba tumbado, sumergido en el agua. Se sobresaltó, interrumpió la alegre canción que estaba silbando y cubrió su pene con las manos. Sólo entonces se dio cuenta de mi aspecto. Se le veía confuso, además de sorprendido.

-¿Está rica el agua?- Pregunté para que se relajara.

-Eh… Si… Pero ¿qué…?

 -Tu ropa está en la secadora, he venido a traerte la ropa de recambio y… bueno… ya que te has tomado la molestia de venir hasta aquí lloviendo, he pensado en lavarte la espalda como agradecimiento.

-Ah, gracias, pero… no hace falta… puedo yo solo- Su rostro estaba completamente colorado.

-No seas tímido. Jorge siempre me cuenta lo bien que se lo pasa contigo. Quiero agradecerte por ser tan buen amigo de mi chico.

Dejé caer mi albornoz y me acerqué a la bañera.

-Vamos, siéntate para que pueda entrar en la bañera.

Dani no quitaba ojo de mi peluda entrepierna. Se incorporó sin dejar de taparse su pene y yo me senté detrás de él, con las piernas a cada uno de sus lados. Llené mi mano con gel de ducha y empecé a enjabonar su espalda con dulzura. Su piel era suave y su espalda fuerte y dura. Me estaba excitando de nuevo. Cuando terminé con la espalda, me acerqué más a él, aplasté mis pechos contra su espalda y comencé a enjabonarle el pecho, pasando mis brazos por debajo de los suyos. Sus pezones se pusieron duros y yo me entretuve un ratito acariciándolos y pellizcándolos.

-Eso no es mi espalda, ahí puedo lavarme yo solo.

-No te preocupes cielo, relájate y disfruta. ¿Sabes que tienes mucha suerte? No todos los hombres tienen el placer de ser lavado por una mujer.

Bajé mis manos hasta su vientre y acaricié cada línea de sus abdominales bien marcados. Bajé un poco más hasta sentir su rizado vello púbico. Deslicé mis manos por debajo de las suyas para acariciar su gran pene, que ya estaba duro como una piedra. Él apartó las manos, dejándome hacer, y las puso sobre mis rodillas, que acarició con dulzura. Lo froté un poco con mis manos, y luego deslicé su prepucio hacia atrás para descubrir el glande. Tenía algunas manchitas de semen reseco. Gimió cuando mis resbaladizas manos enjabonaron su glande para limpiar aquella suciedad.

-Deberías hacer esto cada día en la ducha. Estas manchitas no son buenas para tu pene, y seguro que a tu novia no le gustan.

-Yo no… no tengo novia…

-¿No? No lo puedo creer. Con lo atractivo, alegre y buena persona que eres, estoy segura de que todas las chicas van detrás de ti.

-Gracias señora, eres muy amable.

-No me llames señora. Nos conocemos desde hace mucho. Llámame Lucía, cariño.

-Si… Lucía… esto se siente muy bien… pero es un poco…

-Me alegro de que te guste, yo también me siento muy bien.

Le besé en la mejilla y él giró la cabeza para mirarme a los ojos. Yo cerré los míos y le besé en los labios. Nuestras lenguas se juntaron en el interior de su boca. Agarré con fuerza su miembro y me puse a sacudirlo con fuerza mientras con la otra mano le acariciaba testículos y el ano. Sus caderas empezaron a moverse mientras nos besábamos, rozando mi vagina y dándome placer. Con un gemido, una abundante carga de semen salió volando, cayó al agua y se quedó allí, flotando. Continué besándole y masajeándole la polla hasta que se le pasó la erección.

-¿Te ha gustado?

-Mucho- Dani parecía avergonzado, pero feliz.

-Tienes la piel arrugada de estar tanto tiempo en el agua. Salgamos.

Me puse mi albornoz, y como no tenía otro para él, me senté en el retrete, le puse de pie delante de mí y le froté con una toalla por todo su cuerpo.

-Tienes un pene realmente lindo, y muy grande para tu edad.

Dani se sonrojó. - Gracias - dijo, y yo le di un besito en la punta de su pene flácido.

Se puso la ropa que le había traído y yo salí del baño aun con el albornoz. Miré por la ventana, seguía diluviando.

-¿Por qué no te quedas a cenar? Si te vas ahora volverás a calarte

-No se… mis padres me esperan…

-No te preocupes, les llamaré por teléfono.

Tenía buena relación con la madre de Dani, así que no tuve más que contarle la situación para conseguir su permiso, no sólo para cenar aquí, sino también para dormir si la lluvia no cesaba.

-Antes de preparar la cena, quiero que hagas algo por mí.

-Claro, ¿de qué se trata?

-Ven, sígueme.

Le llevé a mi habitación, abrí el cajón donde guardo mi lencería y se lo enseñé.

-No puedo cocinar con el albornoz. Elige lo que más te guste y me lo pondré.

Dani escogió para mí unas braguitas negras de encaje muy pequeñas, que no llegaban a ser un tanga pero que igualmente dejaban al descubierto la mitad de mis nalgas, y un camisón también negro y de encaje, con mucho escote, apretado en el pecho y suelto más abajo, cuyas transparencias apenas escondían mi cuerpo.

-¡Niño travieso! Este era el conjunto favorito de mi ex. Quieres verme sexy, ¿eh?

-Yo… perdona… pensé que te quedaría bien…

-No hay nada que perdonar, cielo. Me hace feliz excitar a un muchacho tan apuesto como tú.

Me quité el albornoz bajo la atenta mirada de Dani, y me puse el atrevido conjunto con el que tantas veces había seducido a mi exmarido. Observé que una nueva erección abultaba su pantalón.

-¿Qué tal me queda?- Pregunté mientras me daba una vuelta para que me viera entera.

-¡Espectacular! Lucía, eres muy sexy.

Le agradecí el cumplido y me senté a su lado, mirándole. Como vi que no se lanzaba, le acaricié la cara y le besé. Entonces el llevó una mano a mi cadera, pero yo se la cogí y se la llevé a mi pecho. Su mano extendida no era capaz de abarcar mi teta entera, pero él me la masajeaba tan gentilmente que volví a excitarme. Entonces él dejó por fin a un lado la timidez y colocó su mano bajo mi camisón, frotó mi vagina por encima de las braguitas y acarició el vello que sobresalía por arriba. Deslizó entonces su mano por debajo de mis braguitas y abrió mis labios con suavidad.

-Estás muy mojada.

-Es normal, hacía años que no hacía esto, y tú eres tan… tan atractivo…

Me puse sobre él a horcajadas. Su enorme bulto hacía presión entre mis labios. Comencé a mover mis caderas, frotando mi húmedo coño contra su dura polla. Él acompañaba mis movimientos con sus manos en mi culo mientras besaba mi cuello y lamía mi escote. Levanté mis brazos para que él pudiera quitarme el camisón, y cuando mis tetas quedaron al aire las agarró, me lamió los pezones y los succionó como un bebé. El placer que yo sentía era espectacular, mi coño estaba ardiendo, sentía calambres por todo mi cuerpo, me froté con fuerza para alcanzar el orgasmo. Dani notó mis espasmos.

-¿Ya has acabado?

Le besé en la boca, y jadeando, contesté:

-No, una mujer no acaba cuando llega al orgasmo. A diferencia de los chicos, las chicas podemos seguir después de corrernos. Lo divertido aún no ha empezado.

Le quité la camiseta para acariciar su musculoso cuerpo, le tumbé en mi cama para bajarle los pantalones junto con los calzoncillos y me puse a cuatro patas frente a él. Recorrí con mi lengua sus muslos hasta llegar a la entrepierna. Allí me embriagué con el aroma de sus testículos, de su vello rizado, de su dulce pene. Le di un beso en la punta, y un hilillo viscoso de líquido pre seminal se pegó a mis labios y se estiró cuando me separé. Corté ese hilo con mi dedo y me lo llevé a la boca, ¡Que sabor más dulce tenía! Saqué la lengua y con ella acaricié suavemente la punta de su glande. Abrí la boca y me metí esa enorme polla hasta que chocó con mi garganta.

-¡Yo también quiero!- Exclamó Dani.

Se incorporó. Quise tumbarme, pero él me lo impidió, se puso también a cuatro patas, detrás de mí y empezó a jugar con mi culo. Hundía su cara entre mis nalgas, o me las mordía, o me daba una palmada, o lamía mis bragas allí donde estaban más mojadas. Con sus dientes agarró el elástico de mis braguitas y tiró hacia abajo. Dejó mis bragas en mis rodillas y se centró en lamerme el coño y en meterme dos o tres dedos. En aquella postura, su nariz presionaba contra mi ano.

Cuando se cansó, me tumbó boca arriba y terminó de quitarme las braguitas. Las olió a conciencia antes de arrojarlas al suelo. Abrí mis piernas.

-Ha llegado el evento principal de la noche- Dije entre risitas de excitación. -Vamos, entra.

Se acercó a mí, con su mano dirigió su pene hacia mi entrada y empujó, pero no entró. Intentó otra vez y tampoco, sin embargo, en las dos ocasiones rozó mi clítoris tan fuerte que hizo reaccionar mis caderas.

-Es tu primera vez, ¿no?

Parecía avergonzado cuando asintió con la cabeza. Le besé para tranquilizarlo, le agarré la polla y la puse yo misma en mi agujero.

-No te preocupes mi amor, nadie nace sabiendo y aquí estoy yo para enseñarte. Empuja ahora.

-¡Aaaahhh!- Gimió -¡Es increíble! Tan caliente… tan húmedo… tan suave… ¡Se siente genial!

-Lo sé, cielo, yo también me siento genial. Tu pene es tan grande y tan duro… y ahora ya puedes empezar a moverte.

-¿Así?

-Sí, así, primero despacio y luego más rápido.

-¿Cuándo lo hago más rápido?

-Tú sólo preocúpate por disfrutar. Sabrás cuando acelerar el ritmo.

Hacía tanto tiempo que no me metía nada, y la polla de Dani era tan grande que cuando me abrió, el placer que sentí fue inmenso. Sus movimientos eran torpes, pero no me importaba, tenía una polla dentro y eso me hacía muy feliz. Poco después Dani aumento la velocidad de sus embestidas y empezó a sudar. Eso me excitó más aún. Mientras me follaba, mordía mi cuello y estrujaba mis tetas, y yo le apretaba el culo y le limpiaba el sudor de la frente con la lengua. Mis jadeos se convirtieron en gemidos y un orgasmo me inundó de placer. Noté como los espasmos que sacudieron mi vagina apretaban su polla, y entonces su semen se derramó, llenando mi interior.

 Le abracé con fuerza y le besé. Estuvimos así, jadeando, un buen rato, hasta que le sonaron las tripas.

-¡La cena! Me había olvidado.

Nos vestimos y bajamos a la cocina. Cenamos en silencio, mirándonos el uno al otro. Pensando en lo que acababa de ocurrir entre nosotros. Cuando acabamos, le invité a venir conmigo al salón, a ver la tele.

-¿No podemos volver a la cama?

-¿Ya quieres dormir? ¿No es un poco pronto?

-No quiero dormir, quiero… hacerlo otra vez, ¿no podemos?

-¿Podemos? ¿Tú puedes hacerlo otra vez?

-¡Claro! Mientras cenábamos no pude evitar pensar en ello, y mira, está dura otra vez.

-¡Increíble! Te has corrido dos veces casi seguidas y ya quieres ir a por la tercera, ¿Cuánta energía tienen los jóvenes? Mi exmarido se dormía inmediatamente tras correrse una sola vez… Me pregunto cuántos asaltos serás capaz de aguantar…

Subimos de nuevo a mi habitación y lo hicimos varias veces más. Dani quería probar muchos juegos y muchas posturas, y yo naturalmente estaba entusiasmada por enseñarle: Perrito, de espaldas, de pie, sentados, encima, debajo, de lado, 69, etc… Su vitalidad no parecía tener fin, se corrió dos veces más en el interior de mi coño, otra sobre mi vello púbico y mis labios vaginales, otra más en mi cara y la última en mis tetas, ¡y solo necesitaba unos pocos minutos entre la corrida y el inicio del siguiente polvo! Por mi parte, yo perdí la cuenta de las veces que me corrí, pero creo que fueron aún más veces que Dani. Al final, a eso de las cuatro y pico de la madrugada, caímos rendidos. Dormimos del tirón hasta el mediodía y, por supuesto, echamos un polvo de despedida al despertar.

Después de desayunar saqué su ropa de la secadora y se la di. Dani se vistió, me besó y se fue. Luego yo me puse a limpiar la casa y encontré en el suelo, junto a la secadora, los calzoncillos que habían causado todo aquello. ¡Se nos habían olvidado! Un pensamiento travieso cruzó mi mente y decidí guardármelos, así podría masturbarme a gusto más adelante. Seguí limpiando la casa y al recoger mi camisón me di cuenta de que mis braguitas sexys no estaban donde yo las había dejado. Revolví toda la casa para encontrarlas, pero no aparecieron. Supongo que Dani tuvo la misma idea pervertida que yo.

-“Así que ya lo sabes, Jorge, por eso camino así, como un cowboy. Porque tengo el chocho escocido de tanto follar.”

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