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El mercader

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Esta mañana fantaseaba antes de masturbarme, tumbada en la cama, poco después de despertar y tomándome todo el tiempo del mundo a imaginar perversiones mientras el tiempo pasa sin preocuparme por él, para algo disfruto de mis últimos días de vacaciones. 

Fantaseaba que era vendida por mi padre hacía escasamente una semana a un mercader de esclavos, he intentado imaginarme un escenario típico del siglo XII.

El mercader se había encargado de rasurarme cuidadosamente el día antes, sentía sus dedos tocándome, su mirada clavada en mi coño y su nariz pegada a él para convencerse que me había limpiado de pelitos por completo. Una vez finalizada la operación procedió a retirar los restos de jabón con agua fresquita para secarme después. Mientras duró toda la operación me temblaban las rodillas, nunca nadie me había visto desnuda de esa forma.

- Ponte de rodillas Mandi.

Así hice mientras no demasiado dulcemente vendaba mis ojos. El mercader quería una mamada, pero sin que llegara a verle la polla, a los clientes les gusta ver la cara de sorpresa cuando su nueva adquisición ve una polla por primera vez.

Sentí como me metía la polla en la boca, estaba rezumante y no dura del todo y empezó a moverse follando mi pequeña boquita, sentía sus huevos rebotando contra mi barbilla. Cuando su polla creció lo suficiente sentí como quedaba alojada en mi garganta. Fue rápido, aunque para mí se me hizo una eternidad. El mercader dejó el capullo rodeado por mis labios, antes de descargar su amarga, caliente y pegajosa lefa en mi boca. Luego se acostó a mi lado y me dormí con ese amargo sabor entre los labios.

Al día siguiente fui llevada a un mercadillo, junto con otros esclavos y esclavas en mis mismas condiciones y que habían vivido el mismo trato del mercader. Varios individuos pasaban por delante nuestro y nos lanzaban besos, me horrorizaba ser comprada por uno de esos individuos.

Un hombre se acercó al mercader, pude oírlos hablar, buscaba una dama de compañía virgen. En su dedo pude ver una alianza y suponer que era un hombre casado. Al girarse se dio cuenta que lo estudiaba con la mirada. 

—Mercader, esta joven ¿Cuánto cuesta?

—10 monedas de plata señor y aún no ha sido desflorada.

—Quiero comprobar que me dices la verdad mercader.

—Por supuesto señor, puede llevársela a la tienda de campaña y asegurarse allí. Entrégueme las 10 monedas, haga sus comprobaciones delante de mí y si todo esta correcto podrá llevársela. Mandi acércate.

Fui acompañada por los dos individuos a la tienda de campaña mientras el mercader dejaba a otra persona cuidando del negocio. Allí me tumbaron sobre unas telas en el suelo una vez desnuda. Elevaron y separaron mis rodillas mientas sentía las manos de ambos tocarme como lo había hecho el mercader hacía unas horas.

—Quiero asegurarme al 100% que es virgen y quiero probarlo ahora —dijo el caballero.

—Por supuesto señor, pero debo estar presente, como comprenderá no puedo dejarle a solas con ella —dijo el mercader mientras el caballero asentía con la cabeza.

El caballero se puso en pie, y se desabrochó el cinturón y los pantalones dejando al descubierto una polla totalmente erecta, se arrodilló y poniendo su punta en la entrada de mi coñito comenzó a empujar. Estaba inmóvil, no sabía qué hacer, me dolía bastante pero no quería decir nada por temor al castigo, hasta que de pronto sentí algo quebrarse y luego una sensación de hacerme pipi. El caballero sacó un poco la polla y miró los hilitos de sangre, sonrió malévolamente y siguió con su tarea.

El mercader sacó su polla y comenzó a pajearse, sentí doble vergüenza se notaba en mi mirada. Mi comprador se dio cuenta y viendo que ya era de su propiedad ordenó al mercader que se fuera mientras él terminaba su trabajo.

Sentí todo el peso de su cuerpo sobre el mío, no podía escapar, cada nueva embestida era un doloroso movimiento, pronto sentí algo agradablemente calentito, no me corrí, pero aquella sensación era agradable, un bálsamo para mi castigado coñito. Su semen lubricó mi vagina e hizo más relajadas las últimas embestidas.

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