Nuevos relatos publicados: 13

Mi preciosa y sexy mucamita

  • 10
  • 34.253
  • 9,58 (60 Val.)
  • 0

El aviso

Publiqué en un diario de mi ciudad, en el apartado de búsqueda de personal doméstico: “Profesional 42 años, divorciado, vive solo, busca empleada cama adentro, todo servicio. Sueldo de ley. Buena presencia, entre 21 y 30 años. Concurrir de miércoles a viernes entre horas 20 a 23”.

Mi intención era clara: quería contratar a una chica que además de mantener limpia y ordenada mi casa y ropa y cocinar, fuese jovencita y sexy para estimularme sexualmente. Tengo buen aspecto físico, soy sociable y estoy dotado con 18 por cuatro centímetros. Sin embargo, luego de divorciarme dos años atrás, no quería saber nada con relaciones de pareja. Mis constantes calenturas las desahogaba pajeándome casi todos los días.

Al pedido respondieron siete chicas, todas con cuerpos seductores, no muy lindas, pese a lo cual, después de atenderlas y sacarles fotos (les dije que era para recordar cómo eran y decidir) me masturbé. La última chica me descolocó: esbelta, de 1.70 centímetros de altura; muy linda de cara, ojos marrones y cuerpo espectacular; pelo largo hasta la cintura, castaño claro, tez blanca. Vestía pobremente: una ajustada minifalda de tela vaquera y una remera breve para su cuerpo; calzaba unas zapatillas viejas. Dijo llamarse Eulalia, provenir del chaco salteño y tener 18 años.

La hice sentar en un sillón delante de mí. Aproveché para mirar sus largas y lindas piernas y hermosa colita. Tenía sabrosos senos. Decidí que debía contratarla, pero no debía mostrarme ansioso sino hasta desinteresado.

Su rostro agradable era de pendeja. Le comenté su aspecto adolescente y recordé que el aviso decía mayor de 21 años. Mentí que ya había seleccionado a una chica de 27 años. Entonces ella hizo un gesto de súplica, muy sensual, y me rogó que la contratase pues necesitaba trabajo y un lugar donde comer y dormir pues estaba sola en la ciudad.

—Mirá…, entiendo tu situación, pero no quiero problemas con la justicia —le dije con mi mejor careta de seriedad.

—Señor, no va a tener ningún problema conmigo, al contrario, haré todo lo que usted me diga… Todo… —aseguró y bajó sus manos a los muslos hasta el borde de la minifalda, la cual subió levemente.

Advertí la sugerencia erótica que me hizo. Le sonreí. Debía asegurarme:

—¿Todo lo que yo quiera…? estás segura…?; te aclaro, soy un hombre grande, vivo solo, me gustan las mujeres y cuando llego a mi casa muchas veces ando desnudo…

—¡Me parece genial…! Cuando usted llegue va a tener toda la casa limpia, ordenada y yo preparada para hacerlo sentir muy bien… —sostuvo, mirándome fijo mientras lentamente se pasaba su gordita lengua por los carnosos labios.

—¡Bueno! hagamos esto: te pongo a prueba una semana…

Eulalia, contenta, se levantó de un salto hasta donde estaba y me abrazó, dándome un sonoro beso muy cerca de mis labios. Tontamente sorprendido, retrocedí mi espalda y ella, simulando perder el equilibrio, cayó sobre mí, apoyando sus tetas sobre mi pecho.

—Disculpe señor; solo quería agradecerle… —se excusó, mientras para incorporarse apoyó su brazo derecho sobre mi bragueta, logrando que su mano palpase mi indisimulable verga erecta.

—Entonces te espero mañana a las 8; traé tu equipaje así te instalás en la habitación que usarás —dije aparentando naturalidad. Comencé a disfrutar no bien se fuese la pendeja me haría una rica paja…

—Señor…, no lo tome a mal…, no tengo donde dormir, y no tengo más ropa que la puesta…

—Entiendo… entonces vení, te muestro tu habitación…

La llevé hasta su cuarto, cuya entrada está enfrente a mi puerta. La cama de una plaza también estaba visible desde la mía, lo mismo que un espejo de un metro setenta ubicado al lado del lugar donde ella descansaría. En otra pared había colocado cuatro posters de modelos de la revista Playboy, desnudas y mostrando lascivamente sus intimidades. Esto lo hice a propósito dos días antes, con objeto de que la chica que estuviese en esa habitación viese cual era mi onda. Por supuesto, con esas imágenes me había masturbado varias veces.

—Ahhh…, espero que no te molesten las fotos; antes usaba este cuarto como mi escritorio y me gusta ver chicas lindas desnudas y relajarme… —comenté.

—¡Para nada me molestan!; ¡me encantaría ser como ellas y que los hombres me miren para relajarse, como dice usted…

—Sos casi tan linda como esas chicas… Capaz que alguna vez te saco fotos así, pero no nos adelantemos; ahora ubicate, ponete cómoda, bañate y mañana hablamos bien acerca de tus tareas. ¡Ah, una cosa: dentro de casa no cierro ninguna puerta, salvo la del baño, así que no cerrés la tuya; cuando tengas que cambiarte hacelo en el baño…

—¡Gracias señor!...

Al escuchar que Eulalia entró a bañarse, con lo caliente que me había dejado la pendeja, me saqué el vaquero dentro de la habitación que ella ocuparía. Mi bóxer ya estaba mojado. Me desnudé y, sin cerrar la puerta, con la luz prendida, me tiré boca arriba sobre la cama en donde ella dormiría. Apenas toqué mi pija, durísima, sentí como una corriente eléctrica: estaba a punto de acabar. Cerré los ojos e imaginé cada detalle del rostro y cuerpo de Eulalia.

Recreé sus grandes ojos, las pestañas largas y castañas, los labios carnosos, el cuello largo, sus hombros delgados, los pechos redondos, duros, firmes, la cintura fina, las caderas amables, las piernas largas y bien formadas emergiendo de la minifalda. Bajé mi mano izquierda, apreté la verga y de inmediato saltó el primer chorro de leche enchastrando mi vientre. Apreté de nuevo y el semen fue hacia los muslos, las pelotas, el pene. Mucha leche, me la refregué sobre el pecho y luego me la llevé a la boca. Algo se derramó sobre el cubrecama. Me levanté y fui hasta mi cama para dormir. Tal como había anunciado, no cerré la puerta de mi pieza ni me cubrí.

Desperté con sed. Miré el reloj en la mesa de noche y mostraba las 3.35. Al levantarme para dirigirme al baño observé a Eulalia durmiendo. Su cuerpo acostado sobre su perfil derecho, demostraba bajo las cobijas sus hombros desnudos y su colita.

Mi verga comenzó a levantarse nuevamente. “Voy a tener que hacerme otra pajita”, pensé. Caminé hasta el baño y me dieron ganas de hacer popó por lo que me senté en el inodoro. De ese modo descubrí que entre este y el bidet estaba tirada en el suelo una bombacha y un corpiño. Eran de algodón ordinario, rosados, chiquitos. Levanté la tanguita y se paró la pinchila. Llevé la prendita a mi nariz para olerla y sentí un penetrante y delicioso olor a pis y flujo.

Entonces me envolví la pija dura con la bombachita y comencé a pajearme. Acabé lindo sobre la telita, la dejé sobre el bidet y fui a ducharme. Pensé en lavar la bombachita, pero se me ocurrió llevármela a mi cuarto, para ponerla al costado de mi cabeza sobre la almohada y dormirme así.

Me desperté a las 8, con la verga dura. Al ver la tanguita me hice una paja rápida, sin preocuparme si se escuchaban mis gemidos de placer, acabando de nuevo sobre la prendita. Luego la dejé sobre la almohada. 
Envuelto en un toallón fui hasta el comedor. Eulalia estaba parada al lado de la mesa, radiante, preciosa, con el pelo recogido en dos coletas. Me sirvió el desayuno y se quedó de pie en la puerta de la cocina. Le dije que se sentase en el sillón individual que estaba al costado derecho de donde me encontraba sentado. El pedido tenía la intención de mirar sus piernas y deleitarme con la certeza de que debajo de su minifalda no tenía nada puesto. Su rostro enrojeció, pero hizo lo que le pedí, juntando sus piernas preciosas. Le pregunté qué comidas sabía preparar y mientras me contaba la interrumpí:

—¡Ah!, anoche fui al baño y vi que dejaste en el suelo tu bombacha y corpiño…

—Señor, si…, discúlpeme, me duché y olvidé eso, perdóneme… —balbuceó, bajando la vista avergonzada.

—Bah, no es nada; pero hay que solucionar esto…

—¿Qué cosa señor?

—Vos ahora estás sin bombacha ni corpiño, ¿no es así?

—Si…, perdón…; la única ropa que tengo es la puesta; cuando usted vaya a trabajar voy a lavar lo que usted encontró y esto que llevo encima... –contestó y bajó su cabeza.

—Eulalia, no te preocupés, eso lo vamos a solucionar; además, ya te dije, yo tampoco tengo nada debajo del toallón y sólo porque estás vos me puse esto encima, porque si no ando desnudo… —y largué una carcajada—Mirá, vivo solo, espero que no te escandalicés si alguna vez, sin darme cuenta, ando en bolas…, perdón, desnudo… o escuchás ruidos extraños mientras miró alguna película…

—No señor, es su casa…

—Bueno, pero no te preocupés por tu ropa vieja; mientras vos te quedás acá limpiando yo iré a comprar ropa para vos; pero decime, ¿qué talles tenés de arriba y de abajo? Pensé en traerte vestidos para el trabajo, para salir a la calle, y ropa interior. ¿Qué colores preferís?

—¿Colores?, ¿para qué señor? – respondió confundida.

—Y…, color de bombachas, de corpiños, ¿Qué tipo?, ¿preferís vestidos cortos o largos?

—Señor, gracias, mejor elija usted… Y no sé qué medidas tengo…

—Entonces tendré que medirte yo… Voy a buscar la cinta métrica, mientras tanto vos sacate tu ropa… —le dije.

—¿Para qué? – preguntó, sorprendida.

—Para tomar tus medidas; supongo que no vas a tener vergüenza, soy un hombre grande y no me asusta ver una chica desnuda…—sostuve sonriendo.

Sin esperar su respuesta fui hasta el cuarto donde guardaba herramientas. Encontré la cinta métrica y antes de volver al living desajusté un poco el toallón. Mi plan era que en algún movimiento cayese para quedar desnudo. La excitación logró pararme la polla que logró levantar la tela que la cubría.

Al ver a Eulalia se detuvo mi aliento y corazón: ¡estaba desnuda, sentada y mirándome con inocencia! ¡La pendeja era impresionantemente hermosa, apetecible, una escultura de mujer!

Hice esfuerzo para controlarme y no exclamar mi admiración. Le pedí que se parase y diese vuelta dándome su espalda. Me coloqué detrás de ella y rodeé sus preciosos senos con la cinta. Simulando torpeza la dejé caer. La preciosa se agachó rápidamente para alcanzármela y con su trasero rozó mi poronga parada sobre el toallón, el cual cayó a mis pies. Mi pija saltó enhiesta, en el mismo instante en que Eulalia giró su silueta y contempló mi viril excitación.

—¡Bueno, ahora los dos estamos iguales, aunque yo tengo algo que se nota mucho…! —dije riéndome.

—Está bien señor…

Volví a rodear sus tetas, apoyando mi cuerpo contra el suyo, por lo que el pene le rozaba su culo, cadera y entrepierna.

—Después de medirte voy a tener que solucionar esto que te está rozando… -comenté.

—Parece que sí señor…; no puede salir así a la calle… —sostuvo ruborizada y con la respiración agitada.

Con calculada morosidad medí sus formas, aprovechando para tocar sus costados. Al llegar a la cadera me arrodillé y olí su conchita. Quedé cautivado: ¡la pendeja se depilaba sus labios vaginales! Era preciosa esa rayita delicada. Intenté controlarme.

—Tenés 94 de busto, 62 de cintura y 92 de cadera; nada mal…

—¿Nada mal para qué señor? – preguntó.

Obvié responderle. Sonreí para adentro. La vestiría como mi mucamita erótica… ¡Mis pajas serían magníficas…! Para la noche tenía un plan…

(9,58)