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Mi preciosa y sexy mucamita (II)

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Uniformes de trabajo

—Tenés 94 de busto, 62 de cintura y 92 de cadera; nada mal… —Le dije, complacida, a Eulalia.

—¿Nada mal para qué señor? —preguntó. 

La chica que había contratado como mucama tenía 18 años, era esbelta, de 1.72 centímetros de altura; muy linda de cara, ojos marrones y cuerpo espectacular; pelo largo hasta la cintura, castaño claro, tez blanca.

Con las medidas tomadas a Eulalia fui hasta el shopping, a un coqueto negocio de lencería en donde las repetí. 

Además de cinco juegos de tanguitas, culottes, corpiños pequeños -todos de seda, transparentes, colores blanco, rojo, negro, rosa y dorado, adquirí dos baby doll, de encaje, negro y rojo.

Luego entré en un local de ropa femenina de moda actual y le dije a la empleada que necesitaba ropa deportiva y sexy para regalarle a mi joven novia, además de un vestido elegante, también sugerente. Di las medidas de Eulalia y su altura.

—Debe ser hermosa su novia… con esa estatura y esas medidas… estoy segura que es jovencita… ¡Lo felicito! —exclamó la vendedora, una mujer de alrededor 35 años, muy sexy.

—Así es, no se equivoca usted. Es preciosa. Y por eso quiero verla bien vestida para mí. Y bien sensual…

—Le daré la mejor ropa, la que le encanta a una chica cuando se la pone para su amante o… Esa es la idea, supongo… —dijo la mujer guiñándome un ojo.

—Veo que me entendés…

—¡Cómo me gustaría que un hombre me regalase ropa así!, después haría lo que él quisiera…

—Pasame tu Facebook y quien sabe… —le dije.

Compré cuatro minifaldas cuyo tamaño me pareció que entraban en un bolsillo de mi pantalón; cinco remeras cortas que dejaban visible la cintura y ajustadas para resaltar los pechos; dos camisas top transparentes; tres vestidos sueltos cortísimos y otro más largo, pero igual de sensual.

Al salir de allí entré en una perfumería de nivel y pedí Carolina Herrera, desodorante, jabones, cosméticos varios y artículos femeninos que incluyeron desde toallas hasta protectores para la regla.

Todo lo pedí aclarando que era para una joven muy linda. En una zapatería compré dos pares de sandalias taco alto, dos sandalias taco bajo y un calzado deportivo. Por último, en una casa de uniformes, compré dos delantales de cocina, uno negro y otro blanco. Los elegí cortos. Me imaginé a Eulalia con eso puesto, sin nada debajo…


Asombrada

Al llegar a mi casa, todo estaba impecable. Desde la cocina se desprendía un sabroso olor a carne asada y sopa. Le pedí a Eulalia que me sirviese la comida y con las bolsas que cargaba me dirigí hacia su cuarto. Saqué todas las prendas y las coloqué sobre su cama. Luego entré a mi pieza y me vestí con un pantalón corto –sin calzoncillo debajo
y una chomba.

Todo estaba acomodado y la sorpresa fue encontrar la bombachita usada de Eulalia, con la que me había masturbado y acabado dos veces, extendida sobre la almohada. Sorprendido y excitado advertí que los 9 DVD pornográficos que tenía al costado del televisor estaban acomodados. Miré en el reproductor y en lugar de la película que había estado viendo antes de la llegada de la pendeja una orgía entre dos pendejas y cinco tiposse encontraba otra acerca de Lexi Belle culeando sucesivamente con siete hombres maduros. La cinta duraba 50 minutos y se encontraba casi al final. Indudablemente Eulalia había estado mirando la película, tal vez acostada sobre mi cama, masturbándose. Su bombachita dura por mis leches puesta sobre la almohada significaba algún mensaje.

—Eulalia, en tu habitación te dejé la ropa que te compré. Mientras almuerzo, andá a verlas, decime si te gustan…

Media hora después regresó, con una indisimulada cara de felicidad. Me hice el tonto.

—Señor, ¡gracias!, ¡muchas gracias! ¡Es hermoso todo lo que me regaló!; ¿Cómo voy a hacer para pagarle esto?; yo nunca usé ropa así, ¡y tanta! —exclamó.

—Bueno, me alegra que te guste; ¿pero por qué no te ponés algo de todo lo que es tuyo?

—¿Ahora? ¿Qué quiere que me ponga?

—A ver, veamos… Y me levanté de la mesa para ir juntos al cuarto de ella.

Hice como que estudiaba cada una de las prendas, miré repetidamente su figura, le pedí que se diese vuelta y caminase lentamente, hasta que finalmente le entregué una tanguita blanca y un sujetador al tono, junto a un uniforme de mucama color rojo, que era un vestido cortísimo. Acompañé las prendas con un par de zapatos cuyos tacos medían 12 centímetros.

—Ponete esto. Mientras yo miro mis correos en la computadora, vos duchate y cambiate; usá el perfume que te regalé…

Veinte minutos después sentí la fragancia francesa y escuché la vocecita de Eulalia:

—Señor, ya estoy; dígame que le parece como queda la ropa que me regaló…

Si la chica, mal vestida y descuidada era hermosa, con el vestido que se había colocado, arriba de tacos, estaba convertida en una modelo erótica. Con los zapatos casi alcanzaba el metro noventa de estatura; el vestido corto apenas superaba dos centímetros la curva de sus glúteos; el escote dejaba ver el borde del corpiño que albergaba sus tetas enaltecidas; y su bonito rostro estaba resaltado con labios rojos y pestañas curvadas. Se me paró la pija. Ella advirtió la reacción y enrojeció.

Alta potra

—Se te ve muy bien… ¿vos te sentís cómoda? —expresé, con la voz algo agitada.

—¡Me siento genial! ¿a usted le gusta cómo me queda la ropa? —respondió la chica, entusiasmada.

—Si… —dije intentando parecer indiferente mientras la pija latía y mojaba el pantalón.

—¡Todo es hermoso! pero, ¿toda esta ropa que me compró me va a descontar de mi sueldo?, esto debe ser muy caro… —expresó.

—La verdad, si: Una bombacha sola cuesta como una quincena del sueldo que te voy a pagar… son las que usan las modelos… Pero no te preocupés, no te voy a descontar nada. Sólo espero que las usés…

—Señor, ¡yo voy a hacer todo lo que usted me pida!

Imaginé toda clase de chanchadas.

—Espera un momento… —dije poniendo cara de juez— Mostrame la ropa interior, quiero ver cómo te queda sobre el cuerpo o si tengo que cambiar algo. Levantate el vestido…

—¿Cómo dice…? —preguntó.

— Eulalia, ya te dije anoche que soy un hombre grande; no estás con un chico que quiere mirarte la cola…

—Si, disculpe, tiene razón señor —y a continuación se levantó el vestido hasta la cintura.

Miré una cadera perfecta, curvas deliciosas, una conchita con unos labios carnosos que formaban una preciosa protuberancia tras la tanguita. Sin que se lo pida, coqueta, ella giró su cuerpo para mostrarme su culito. ¡Estupendo!: levantado, duro, cachetes llenos, zanjita delicada. Quería acariciarla.

—Eulalia, ¿estás segura que te sentís cómoda?, a mí me parece que te queda un poco suelta la bombacha… a ver… —dije, mientras avancé mis dedos y metí los pulgares debajo de los elásticos que rodeaban sus nalguitas. Ella se estremeció, pero no dijo nada.

— Yo me siento bien, no se señor, usted dígame…

Saqué los pulgares y con las dos manos palpé su culo espectacular. Me imaginé metiendo la pija en ese lugar…

—No sé… a ver date vuelta, ponete de frente…

Eulalia obedeció y con el vestido levantado me ofreció la vista de su cadera preciosa. Como la tanguita era transparente se veía el tajito de su conchita, deliciosa. La seda comenzaba a humedecerse. Ella dirigió su mirada al bulto en mi pantalón.

—Señor, ¿usted está seguro que todo me queda bien?

—¡Todo te queda muy bien…! Andá a tu cuarto; yo voy a dormir un ratito… —Pedí.

 

Excitados

Dos horas después desperté, con el semen pegoteado en mi vientre y mis piernas. Sin mirar porno, con la imagen de Eulalia, me había dado una gran paja. Me levanté desnudo con intención de ducharme.

Tal como se lo había pedido, la puerta de la habitación de Eulalia estaba abierta y vi que dormía. Se había puesto el baby doll negro, transparente y cortito. Era impresionante como le calzaba. Sus hermosos pechos sobresalían casi la mitad, al borde de los pezones, mientras que sus piernas parecían columnas decoradas con seda.

Entre en puntillas y me coloqué al lado de su cama. Recorrí su figura mientras la pija volvió a levantarse y aumentaron los latidos del corazón. Observé que la telita sobre sus labios vaginales estaba húmeda. Sospeché que la preciosa pendeja se había masturbado.

¿Habría sido por la calentura que le provoqué al tocarle el culo y conchita?, ¿o por ver mi bulto?

Las respuestas no importaban. El hecho es que esa pendeja tremenda estaba tendida sobre la cama al lado de mi cuarto, con un baby doll puesto y con su conchita mojadita.

Me arrodillé y acerqué mi cara a su entrepierna. ¡Qué fragancias cautivantes!; olor a flujo, sudor, perfume, piel joven, conchita. Sin pensarlo saqué mi lengua y la pasé por la seda, y así seguí, arriba y abajo, besando, chupando y empapando con mi saliva esa vulvita.

Luego de diez minutos la vagina de Eulalia comenzó a largar más fluidos sexuales; asimismo advertí que su clítoris, del tamaño de la tercera parte de un dedo meñique, estaba duro. Lo mordí, a través de la telita, suavemente. La mucamita ya gemía: estaba gozando, dormida, disfrutando el placer que le estaba dando. Levanté la cabeza y miré sus tetas. Los pezones estaban como piedritas. Y los chupé y mordí delicadamente.

Eulalia se agitó y me aparté rápidamente; bajó su mano derecha hasta la conchita y empezó a frotársela, dormida, ¡se estaba pajeando! Parece que le molestaba la telita, pues apartó a un costado la seda y dejó sus labios libres, y entonces se metió tres dedos adentró, mientras se movía como atacada por convulsiones.

Me incorporé y comencé a mover mi pija, al ritmo de ella. Cuando advertí que le llegó un orgasmo, le di más fuerte a mi verga y sentí que explotaba mi leche. La dejé saltar, cayendo sobre su conchita, mano, vientre cubierto por el baby doll. Ella siguió pajeándose, con los ojos cerrados, y por sus gemidos y agitaciones me di cuenta que tuvo otros dos orgasmos. Todo el enchastre de semen y flujo se lo pasó desde su boca hasta las piernas.

La expresión de su rostro de adolescente mostraba satisfacción.

Entonces busqué la bombachita que se había puesto antes. La encontré debajo de su cama. Me la puse y el contacto de la seda me encantó. La pinchila se me volvió a parar, me puse al lado de donde dormía Eulalia y lentamente volví a pajearme, mirando el poema de su cuerpo, gozando el placer de recorrer con mis dedos sus contornos y la paja.

Cuando sentí que llegaba la explosión de leche, apunté la pija a su vientre; allí dejé caer el primer chorro; el segundo sobre las tetas, y el tercero, gotas, en sus labios. Ella, supongo que, por instinto, sacó la lengua y tragó.

Agotado, me fui a la ducha y luego, desnudo como estaba, me acosté para dormir, con la bombachita al costado de mi cara.

(Continúa: “Hacemos todo”)

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