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camping nudista

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Hace ya más de diez años que mi maido y yo vamos todos los veranos a playas y campings nudistas. Para aquellos que nunca han ido y creen que estos sitios son una especie de antro del vicio, les diré que los campings nudistas suelen tener un ambiente absolutamente familiar y hasta puritano.

Por eso me sorprendió lo que me sucedió.

Llegamos al mediodía al camping donde solemos tener instalada una caravana, saludamos a antiguos conocidos y nos fuimos directamente a la playa a darnos un buen baño después de tantos kilómetros.

Siempre los primeros momentos en un camping de este tipo son los más excitantes, después ya te acostumbras al desnudo y casi nada te impresiona.

Después de zambullirnos en el agua, abrazarnos y tocarnos secretamente, nos tumbamos al sol. Al volver mi cabeza vi que junto a mi se había tumbado un chico joven, extranjero, atlético, quizás alemán, con un precioso broceado y sin un solo vello en todo su cuerpo. Yo tengo treinta y dos años, delgada, dicen que atractiva, muy morena, quizá por eso el contraste me llamó la atención. Mi marido con sus 43 a cuestas, no es que esté mal, pero al pobre la cerveza le está jugando una mala pasada y además su cuerpo está cubierto de vello.

En fin, que no sé porqué no podía quitar mi vista del guiri. Debo decir que él tampoco de mi, aunque también que su mirada era bastante más osada porque no hacía ora cosa que mirar hacia mi coñito, depilado. Yo notaba su ojos en cada uno de mis pliegues y me estaba entre cabreando y poniendo a cien. A él por su parte comenzaba a notársele una poderosa excitación.

Pasada una media hora fuimos al bar, desnudos claro, a tomar unas cervezas. Al poco tiempo apareció el guiri. Málaga, calor, dos de la tarde, barra a tope. El guiri a lo tonto se puso a mi espalda (a mi no me importó, la verdad) e intentó acercarse a la barra para pedir la bebida.

Noté un mínimo roce, no me aparté, él se acercó más, sentí su miembro en mi culo en toda su extensión, un segundo, dos, tres, un rato interminable. Estábamos casi en el rincón. Nadie podía ver lo que pasaba, porque además había mucha gente.

Insistió en pedir la cerveza como si nada pasara, yo notaba como su polla se iba poniendo cada vez más dura, el chico olía bien, le miré a los ojos, me devolvió una preciosa mirada azul y puso su mano en mi cadera.

Le trajeron la cerveza, se apartó un poco mientras tomaba el primer sorbo, observé su erección, temí que alguien pudiera ver lo que estaba pasando, todos, incluido mi marido que hablaba con unos amigos, estaban a lo suyo.

Volvió a acercarse, esta vez se puso en el mismo rincón de la barra, justo a mi costado. Sentí su sexo en mi muslo, caliente, noté que su mano se dirigía hacia el mío despacio pero imparable, me coloqué un pareo para evitar que nadie pudiera verlo y dejé que tocara mis labios depilados y se diera cuenta de que estaba empapada ¡Qué vergüenza!, miré a mi alrededor, al ver que nadie nos observaba, dirigí mi mano hacia su miembro, duro como una piedra, y comencé a masturbarlo lentamente, muy lentamente.

Menos mal que se corrió pronto, justo antes de que se acercara mi marido para preguntarme ¿Todo va bien?.

Yo no sabía donde meter mi mano mojada. El guiri el pobre tampoco sabía donde mirar.

(9,20)