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En el jacuzzi

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Fue el verano pasado, como siempre en un camping nudista del sur. Habíamos vuelto de la playa, después de tomarnos algunas cervezas más de la cuenta. Después de ver cuerpos excitados al sol. Después de haber intercambiado miradas que hablaban más que las palabras.

Yo sentía un cierto calor íntimo. Quería llegar a la caravana para desfogar un poco con mi marido, pues ya en la playa, mientras nos bañábamos nos habíamos estado tocando y quería acabar. Pero no sé cómo terminamos en la piscina tomándonos un último cubata.

En una de las esquinas del recinto había un pequeño jacuzzi, como mucho para cuatro personas. Mi marido y yo nos miramos, miramos al jacuzzi y decidimos darnos un mínimo homenaje aprovechando que el ambiente era tranquilo en la hora de la siesta, que no había casi nadie y que los pocos que había en la piscina a aquella hora se dedicaban a dormitar mientras tomaban el sol.

Nos metimos en aquella especie de bañera azul. Pusimos el jacuzzi a la máxima potencia. Sólo se veían nuestras cabezas. Las manos quedaban bajo esa especie de espuma que forma el aire en el agua. Tenía una temperatura excelente.

Apenas si nos habíamos sentado sentí cómo las manos de Jorge acariciaban mis manos, se acercaban a mis muslos y continuaban su camino hacia mi sexo. No opuse ninguna resistencia, lo estaba deseando. Cerré los ojos y dejé que mis manos buscaran también su sexo.

Cuando los quise abrir ví que un chico entraba también en el jacuzzi. Miré a mi marido. Hizo una mueca de fastidio y apartó su mano. El chico debería tener unos 30 años, era moreno y guapo, muy tostado por el sol. Nos saludó, sin saber en qué situación nos había pillado.

Cerré de nuevo los ojos y me dejé llevar por la placidez que me daba el sopor y el agua cálida. Al poco tiempo noté que un pie rozaba mi pierna, me acariciaba lentamente, abrí los ojos y vi que el chico me miraba, disimulando, su pie rozaba mi rodilla y avanzaba hacia el interior de mis muslos. Volví a cerrar los ojos, abrí mis piernas y simulé dormir.

La punta de sus dedos rozaron los depilados labios de mi coño, bajé mi mano y acaricié su pié, lo apreté contra mi sexo abierto, cálido, y comencé a acariciar mis labios con su dedo gordo como un falo, nos miramos con los ojos semicerrados, y noté en su mirada su deseo, mientras le miraba empujé su dedo hacia mi interior, una vez, dos, veinte, lo dejé allí, dentro, esperando y busqué con mi pie su sexo, su muslos resbalaban por el agua y no fue difícil, allí estaba, duro y grande, esperándome, lo acaricié en toda su extensión con la planta, presioné sobre sus huevos que parecían querer escaparse de mi leve pisada. Como él a mi, acaricie su polla con mi plata una vez, dos, veinte…

¡Como hubiera querido coger aquel sexo, comerlo, metérmelo dentro! Pero, allí estaba mi marido, impasible, sin darse cuenta de lo que estaba pasando.

Pensé, es él. Comencé a acariciarle, llevé mi mano a su conocida polla y empecé a acariciarle soñando que era la del desconocido, mientras con mis pies seguía tocando la del chico y mientras sentía su dedo moverse en mi vagina.

Mi marido me miró, miró al chaval y vio que tenía sus ojos cerrados y se dejó hacer, su polla se endureció tanto como la del desconocido, yo la cogí con fuerza, acaricié su capullo como nunca antes lo había hecho, con cuidado, con pasión, arriba, abajo, a un ritmo cada vez mayor, moviendo mi pie a un ritmo cada vez mayor sobre la polla dura del chico y sintiendo sus dedo en lo más hondo de mi coño.

No podía más bajé mi mano y me acaricié con su pie mi clítoris como loca deseando terminar.

Al poco tiempo tres gemidos secretos se escapaban bajo el agua del jacuzzi.

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