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Lo necesitaba y lo encontré

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Hola, me llamo, pongamos Ana. Soy la esposa de un hombre muy conocido socialmente en una ciudad del sur de Galicia, de ahí el pretender preservar mi intimidad. Tengo 45 años y soy madre de familia numerosa. A pesar de ello, mi figura aún hace girar la cabeza a muchos hombres en la calle. De talla tirando a alta, mi rubio cabello cortado en media melenita, enmarca un agradable rostro, donde destacan dos llamativos ojos grises.

Mi marido es un hombre muy ocupado. Entre reuniones, viajes y conferencias, nuestras vidas, inconscientemente se han ido distanciando lentamente. Sexualmente pasamos de tener unas relaciones satisfactorias a pasar semanas sin rozarnos.

Mi mejor amiga, Sonia, con la que no tengo secretos, me recomendó un chat “de salidos” donde ella pasaba buenos ratos. Al principio, bajo un nick que mantenía mi anonimato, solo leía los mensajes en una “sala” de cornudos. Algunos me parecieron espeluznantes, pero otros despertaban mi curiosidad... y algo más. Un día entre los cientos de nicks que llamaban a mi privado, respondí a uno. Era un casado de Barcelona que después de presentarse de una forma educada, fue haciéndome preguntas cada vez más íntimas... En algunas me inventé alguna cosilla, pero cuando me preguntó si estaba sola, fui sincera. Si. Tuvimos una satisfactoria sesión de cibersexo, donde me limité a responder a sus, cada vez más escabrosas, preguntas y a hacer lo que me iba pidiendo. Por supuesto mi cámara estuvo apagada todo el rato...

Se lo conté a Sonia, y me hizo reconocer que lo que me hacía falta era un buen polvo. Ella está separada, tiene 43 años, pero hace casi un año que se acuesta con un maromo de 35 años.

El día 21, me llamó por la mañana y me preguntó si quería comer con ella. Los mayores atendieron a la pequeña y me fui a comer. Solo eso. Para nada sospeché lo que me esperaba. Creí que íbamos a hablar de nuestras cosas. Cuando llegué al restaurante, no estaba sola. La acompañaba su chico, Bruno y ¡Oh, Dios mío!, un cachas de ojos verdes que no había visto nunca y que tenía una edad similar a la de Bruno. Cuando vi a -vamos a llamarle Alex-, y lo guapo que era... me dije, va a pasar.

Nos desplazamos en un solo coche –El mercedes mío quedó discretamente oculto- hasta un pueblecito de la ría donde se comen las mejores ostras. Toda la comida fue un continuo galanteo...y yo me dejé querer. El vino corrió generosamente. Sentía un calorcito en mi bajo vientre... no me acordaba sentir algo así en mucho tiempo... A los postres, el me acarició una mano y no la aparté. Me dio un pikito y lo miré con deseo. Ellos dos, por supuesto, estaban atentos a mi reacción. Sonia dijo: Ahora una siesta sería ideal. Todos apoyaron la idea. Me miraron, miré a Alex y asentí. Sonia palmoteó y dijo ¡Bien, vamos! Ni usamos el coche, el mismo restaurante tiene una preciosa pensión con vistas al mar. Los chicos se levantaron como si estuvieran de acuerdo, pagaron dos habitaciones y subimos los cuatro. A mí me temblaban las piernas... un hombre que no era mi marido me llevaba de la mano a una habitación para acostarnos...pero estaba excitadísima.

Cerramos la puerta y me acerqué a la ventana.... El mar.… nubarrones, algo de lluvia mojaba las ventanas. Apoyó sus manos en mis hombros y me estremecí. Se pegó a mí y me besó en los cabellos. en la oreja, en el cuello. Sus manos me rodearon... me acariciaron el vientre...Cerré los ojos. Tuve un último pensamiento para mi marido que, pobre, estaba trabajando. y decidí no pensar y dejarme hacer....

Me giré lentamente y con la mirada le di a entender que era suya. me estaba entregando. Nuestras bocas se juntaron en un morreo que no tenía nada de amigos. me metió la lengua y se la chupe. el me mordió mis carnosos labios.

Sus manos retiraron la pañoleta que tenía anudada sobre el pecho y entraron bajo mi pichi de manga corta, me acariciaron la espalda. yo mientras tanto, le fui desabotonando la camisa. Cuando tuve ante mí su poderoso tórax, fue cuando noté la primera gran oleada de deseo que me mojó.

Bajé la cabeza y le besé los pezones. El echó la cabeza para atrás y gimió cuando se los mordí. Me sacó el pichi y me dejo en suje. Sus labios recorrieron mi cuello y bajaron hasta mis pechos Su lengua recorrió el sujetador negro de encaje mordiéndome los pezones que ya estaban duros. Me reclino suavemente en la cama y él se puso al lado. Puso una mano en mi vientre y me miró con pasión.

-¿Sabes lo que va a pasar?- Me preguntó.

Yo asentí y solo le dije una cosa; -Haz que sea inolvidable-.

Me besó profundamente. su lengua exploró hasta mi garganta. una lengua caliente, masculina. con sabor a marisco...

Su mano me apretó uno de mis generosos pechos, subió hasta la aureola y apretó, el pezón se disparó y un dedo empezó a hacer diabluras. Me desabrochó el sujetador y mis tetas quedaron libres... Su boca se acercó hasta casi rozar el pezón. Sentí el calor de su aliento y me arqueé saliendo el pezón al encuentro de sus labios. Lo atrapó y me dejé caer quedando mi pecho atrapado entre sus dientes. Abrió la boca todo lo que pudo, mientras apretaba con su mano, e hizo desaparecer una importante porción de mi teta en su bocaza. Su lengua se encargó de arrancarme mis primeros gemidos.

Mi sistema nervioso estaba desquiciado. Un hormigueo me recorría todo el cuerpo... La cabeza me daba vueltas... estaba hipersensible.

Sentí una mano en mi pierna. Fue subiendo por mi muslo bajo mi corta falda de cuero negro.

Encontró el final de la media y me acarició la sensible parte entre esta y mi braguita negra de encaje

Pensé que iba a tener un orgasmo de lo excitada que estaba. La verdad es que Alex estaba sabiendo hacerlo muy bien.

Pues no me quedaba nada...

Me deslizó la cremallera lateral de la falda, tiró de ella y me la sacó. Se quedó mirando mi braguita de encaje negro y las medias, también negras, hasta medio muslo. Me miró y me dijo:

- Estás para comerte-

Y eso fue lo que hizo. De mi poderosa delantera, fue deslizando su lengua hasta la prenda que enmarcaba mi Monte de Venus. Pasó de largo e hizo que me agitara por los besos que me daba en la parte de los muslos que quedaba desnuda. Ronroneaba como una gatita. Pero se me escapó un largo suspiro cuando sentí su apéndice bucal, recorriendo mi grieta, las ingles, bajando por el perineo... casi hasta tocar mi rosa.

-Sácamelas- Le susurré llena de deseo. Le estaba pidiendo a un hombre que no era mi marido, que derribara la última barrera.

No se lo hizo repetir, mientras levantaba las nalgas, me las retiró. Las podía haber bajado por mis piernas, pero hizo lo contrario, Me las levantó perpendicularmente y me las fue subiendo lentamente, recreándose. Sorteo mis zapatos de tacón y se las guardó en el bolsillo. Se retiró un poco y observó mí ya brillante vulva totalmente expuesta. Sus manos fueron bajando por la parte frontal de las piernas a medida que se iba arrodillando frente a mí. Depositó las piernas sobre sus hombros y me las fue bajando, hasta que quedaron apoyadas.

Su boca se pegó a mi coño. Me arqueé como una gata y atrapé el edredón de la cama con mis puños. Me succionó el clítoris y se me escapó un grito. El primero de los muchos que no pude reprimir esa tarde. Su lengua me hacía ver las estrellas. Describía círculos a su alrededor, me lo agitaba. Mis caderas empezaron a seguir su ritmo. Pero cuando se insinuó a la entrada de la vagina, metiendo la punta, exploté en un violento orgasmo que me hizo agitarme como una posesa, viéndose obligado a inmovilizarme con sus fuertes brazos, costándole permanecer absorbiendo mis flujos.

Me quedé como en éxtasis... Hacía muchos años que no me corría de esa forma. Cuando entreabrí los ojos, Creí que estaba soñando. Se había desnudado y acariciaba lentamente su glorioso miembro en completa erección. No pude evitar compararlo con el que conocía tan bien. Este, si no el doble, poco le faltaba. Me incorporé ayudado galantemente por su mano quedando sentada en la cama. Pegué las palmas de mis manos en su pecho. Agité los pezones con las yemas de mis dedos. Mis labios besaron su vientre, mi lengua jugó con su rubio vello púbico Mis manos fueron descendiendo hasta que ambas abarcaron aquel ariete de pura virilidad. Lo observe desde cerca. Grueso, con la cabezota al descubierto roja como una fresa. Las venas recorriéndole todo el tallo. Dura como un plátano y caliente, muy caliente. Un embriagador aroma masculino me acabó de impulsar a inclinar la cabeza y besar aquel ariete.

El sexo oral lo había practicado, aparte de con mi marido, con algún novio que había tenido. Alguna vez, a pesar de que sabía que no me agradaba, se había descargado en mi boca. Nunca me lo tragaba. Pero en este momento no pensaba en nada de esto.

Mis labios le dieron un fuerte beso succionante. El gimió. Saqué la lengua y recorrí todo el contorno de su prepucio. Mientras mi mano lo mantenía vertical fui recorriendo con mis labios todo el tallo. Cada poco un bocadito hacía que se tensara. Llegué a sus huevos. Se los devoré. La lengua siguió jugando en el camino de retorno. Al llegar a la punta, Me la metí en la boca y el suspiró. Me la introduje hasta que me dio una arcada. La saqué y se la agité con energía. Me la volví a tragar y succioné. Ahí acabó mi control. Primero puso una mano sobre mi cabeza y comenzó a mover sus caderas. Luego fueron ya dos manos y el vaivén aumento su ritmo. Me la sacaba y la volvía a meter, me apretaba la cara hasta que sus bellos me hacían cosquillas en la nariz. Me atragantaba y tosía, mi boca generaba una importante cantidad de saliva que no podía contener en mi boca, desbordándose y cayendo sobre mis tetas. En unas de las veces que tomé aire, me dio tiempo a protestar débilmente.

-No seas bruto- le dije mientras lo miraba con mis ojos grises.

-¿A ti te gusta que lo sea?-

Yo sentí un chispazo en mi bajo vientre y asentí. Se me vino a la cabeza cuando respondía en el chat una pregunta que descubría alguno de mis secretos.

El aceleró su cadencia. Me estaba follando la boca. Me soltó la cabeza y dejó que siguiera sola. Noté que se hinchaba y supe que le estaba llegando.

-Me voy a correr- Me advirtió.

Tuve la libertad de retirarme o seguir. Pero quería su descarga en mi boca. Un empellón largo y profundo anunció el torrente de lava caliente que me llenó la boca. Una cantidad prodigiosa de semen me desbordó, cayendo parte por la comisura de mis labios, desde donde varias gotas cayeron en mis pechos juntándose con los restos de saliva.

Me tragué todo. Mi lengua lo lamía lentamente y mis labios limpiaban hasta la última gota de su sabia. Él se retorcía cada vez que rozaba su prepucio, ahora ultra sensibilizado.

Me atrajo hacia él y su pene quedó entre mis pechos. Algo extraño pasaba. Solo había perdido parte de su vigor. Un par de minutos duró su recuperación. Noté que empezaba a deslizarlo de abajo arriba y volvía a descender entre su vientre y mis tetas.

Me separó y siguiendo sus indicaciones me puse de rodillas en la cama, dejando mis dos agujeritos completamente ofrecidos. Me tocó con las yemas de los dedos en los labios y me estremecí. Su dedo corazón recorrió suavemente mi grieta y después de varios viajes, presionó, hundiéndolo entre mis labios. Enseguida comprobó que estaba totalmente predispuesta. Y no me importó, cuando se detuvo en el clítoris acariciándolo en círculos, pedir casi suplicando:

-Fóllame Alex, hazme tuya-

Me obedeció. Me atrajo al borde de la cama y sentí su cabezota deslizándose por el exterior de mi vulva. La lubricó con los abundantes fluidos que empapaban la zona y la apoyó en mi entrada. Un primer impulso hizo que se me escapara un grito mezcla de placer y algo de dolor. Retrocedió y empujó lentamente. Ya no retrocedió más. Se agarró a mis caderas y empujó. Progresivamente su polla me fue invadiendo, abriendo el camino de una forma dolorosa. Se paró cuando su pelvis se pegó a mis nalgas. Su polla tocaba el útero, en el fondo de mi vagina.

Se quedó quieto mientras yo recuperaba la respiración. Desde mis partos no había pasado algo de ese calibre por mi vagina.

Fui yo la que, echándome hacia delante, hice que saliese de mi funda húmeda y caliente. Cuando solo quedaba la punta dentro, retrocedí con fuerza clavándola con todo el deseo contenido.

El entendió el mensaje. Me la sacó totalmente y volvió a penetrarme. Ya no paró. Con un ritmo creciente su polla me llenaba una y otra vez. A veces, me la sacaba y me penetraba solo con la punta varias veces para volver a introducirla hasta el fondo, ahora ya sin dolor de ningún tipo. El roce sacaba chispas de placer de mi clítoris. Me agaché y puse la cabeza sobre el edredón. Una mano suya abarcó mi pecho y pellizcó mi pezón. Mi orgasmo llegó como una imparable ola que rompió en mi vientre. Él lo notó por las contracciones y los movimientos descontrolados de mi pelvis. Se quedó quieto con su arma clavada en el fondo.

Cuando mis contracciones se pararon, me encontraba como mareada. Un hormigueo recorría todo mi ser. Se retiró. Y su boca comenzó a recoger mi corrida. Pero no se la tragó. La depositó sobre la entrada de mi ano, donde su lengua me hizo agitar.

-Para, para, no lo soporto.

Pero el siguió. Su lengua se introdujo en el apretado agujero y la retorció lo que me arrancó fuertes gemidos, más suplicas y algún ¡Dios mio!

Un dedo sustituyó a su apéndice bucal. Un gran placer, acompañado por una sensación de quemazón nuevas para mí, hicieron que inconscientemente pusiera mi culo en pompa, pidiendo lo que sabía que me podía destrozar.

Escupió en mi entrada y dos dedos entraron sin encontrar obstáculo.

-¿Nunca te han follado por el culo?- Me preguntó

-Nooo, nunca he querido. Me daba miedo-

No respondió. Su pene se insinuó en mi rosa y de un golpe de cadera me introdujo su gruesa cabezota.

Di un chillido y mi respiración adoptó el ritmo de una dilatación en el parto. Tiré de la almohada y apoyé mi cabeza en ella. La mordí. El dolor parecía que me iba a partir en dos.

-¿Lo soportarás?- Preguntó

-Sigue, no te pares ahora- Le ordené.

El la sacó, volvió a lubricarla con saliva y me la volvió a embocar hasta donde estaba. Miré para atrás y solo le dije una palabra.

-¡Tomame!-

Casi me desmayo. La almohada silencio mi chillido. Dos lagrimones me cayeron por las mejillas cuando, sin miramientos me la metió hasta el fondo. Siguiendo su procedimiento, se quedó quieto esperando mi reacción. Cuando conseguí dominar mi esfínter, el dolor, sin desaparecer se hizo soportable. Un sentimiento de sentirme muy puta, me produjo un fuerte morbo. Mi mano buscó mi coño y comencé a estimularlo. El sintió los movimientos de mi cadera y, al principio suavemente, comenzó a moverse también. Me apoyé en mis manos y comencé a salir a su encuentro. El me atraía tirando de mi cintura cada vez más violentamente. Le dejé hacer, volvía a masturbarme esperando ansiosamente su momento.

No se hizo esperar. Un gemido, largo como un aullido creciente hizo que acelerara mi ritmo, provocando la apertura de la puerta de todos los placeres jamás vividos. Sus calientes chorros llenaron por completo mi conducto anal. Mi interminable orgasmo hizo que fuera más perceptible el tronco caliente que me llenaba.

Caímos en la cama derrotados. Sudorosos, con la respiración agitada. El se deslizó a mi lado provocando la inesperada salida de su pene, haciendo un ruido como si descorchara una botella.

Noté que su leche se me salía por mi dilatado ano. Me daba pudor dejar manchas en la cama.

Me levanté y me dirigí al servicio donde me lavé todos los restos orgánicos que salpicaban distintas partes de mi anatomía. Cuando me miré al espejo, me sorprendió la mirada de vicio que tenía. Me encontré guapísima.

Volví a la cama. Había retirado el edredón y estaba tumbado sobre una sorprendente y cálida manta en imitación a la piel de un tigre. Me tumbé a su lado y lo rodeé con mi brazo, mientras mi muslo, enfundado en la media, descansaba sobre su pelvis. Nos besamos largamente. Un beso de agradecimiento sincero.

Una presión en mi torneada pierna, hizo que le mirase a los ojos.

-¿Pero, es que no descansa nunca?- Le pregunté.

-Te voy a confesar que tomé una pastillita para aguantar. Pero se está pasando con el efecto...-

-Pues no podemos dejar que este caballero vuelva así para casa- Le murmuré mientras mi muslo lo acariciaba.

Mi mano agarró aquel titán y comencé una lenta masturbación mientras nuestras lenguas se entrelazaban en un húmedo beso. Sentí su agotamiento. Por lo que tomé el mando de la operación. Me senté de rodillas sobre su pelvis mientras su miembro quedaba encajado en mi rajita. Comencé a mover la cadera adelante y atrás, notando su dureza. Me alcé y la dirigí a mi lubricado coño. Me dejé caer y me empalé con ella. Un suspiro se nos escapó a los dos. Comencé a cabalgar. El hacía lo que podía. Me comía las tetas. Las observaba como saltaban siguiendo el ritmo de mi follada. Me tumbaba sobre su pecho y clavando los talones me la clavaba aceleradamente mientras las fuerzas le aguantaban.

Volví sentir como crecía el orgasmo en mi interior. Llegó de una forma mucho más dulce que las anteriores. Pero él seguía sin correrse.

Me dejé caer sobre su pecho. Durante un par de minutos no nos movimos. De vez en cuando contraíamos nuestros músculos pélvicos, provocando espasmos que acusaba el otro.

Suavemente me guio hasta que quedé de lado de espaldas a él. Me alzó una pierna y dirigió su incansable pollón a mi coño. Me la volvió a meter. Mi mano se deslizó sobre su cabeza, acariciando sus cabellos. Con ritmo lento comenzó una follada que, dada la postura se me hacía muy perceptiva por el roce en mis paredes vaginales. Inconscientemente, mi otra mano se dirigió a mi clítoris, pero su mano me lo impidió.

-Déjame a mí- me susurró.

Y así, mientras su polla taladraba mis entrañas, sus dedos comenzaron a darme placer. Mi cabeza descansaba sobre su grueso bicep. El resto del brazo me rodeaba para que su mano abarcara mis tetas, jugando con mis pezones. Me acordé de un comentario de Sonia... “Es que los hombres no son capaces de hacer más de una cosa al mismo tiempo”. Pues este estaba haciendo tres y era un artista...

Acrecentó el ritmo de su miembro y del dedo que martirizaba el clítoris. Giré la cabeza y le empecé a comer y le empecé a comer la boca. Gemí. Le pedí que me follara e irremediablemente me llegó otro orgasmo.

Este ya fue demasiado para mí. Cuando cesó. Le suplique que paraba. La vagina me ardía. No tenía fuerzas para nada.

Esa deliciosa máquina de follar se detuvo. Me tumbó boca arriba dobló la almohada por la mitad y la introdujo bajo mis caderas. Se arrodilló delante mía e intentó meterla en mi coño ofrecido. Observó mi gesto de dolor y renuncio a ello, pero con su prepucio estuvo martirizando mi raja. Comenzó a masturbarse mirando par mi cara. Vi como el placer le iba dominando hasta que se tensó y se corrió. Sus chorros cayeron en mi vientre y en mi arregladito pubis, deslizándose por mis labios.

Al cabo de unos minutos de estar abrazados me dijo:

-Son las 6. deberíamos irnos.

-Sí, es tarde. Dentro de 2 horas llegará mi marido y quiero ducharme antes.

Nos levantamos y después de limpiar las huellas de la batalla, nos vestimos. Busqué las bragas y no las encontraba.

-Las tengo yo. ¿me las regalas de recuerdo? -Me dijo Alex.

-Nooo. No podría andar por ahí sin ellas. Aparte que algo aún puede salir...-

Me las devolvió sin protestar.

Bajamos al restaurante. Sonia y Bruno nos esperaban, Sonia me interrogó con la mirada y yo puse los ojos en blanco. Tomamos una bebida isotónica y regresamos a por mi coche. En el camino de vuelta, él me tuvo de la mano todo el viaje. Yo empecé a ser consecuente con lo que había pasado y para que no se me olvidara, una quemazón en mi ano y en mi vagina me recordaban la tarde que había tenido. En un túnel cerca de mi ciudad me atrajo hacia él y me besó.

-Estoy destrozado, pero ha sido fantástico- me dijo.

-Yo también-.

Al llegar a por mi coche, Sonia bajó conmigo, mientras los chicos esperaban en el coche.

-¿Es bueno he?-

-¿Sonia: de dónde has sacado a ese semental?-

-Es un profesional. No sabe quién eres, te buscamos al mejor-

-Pues lo es, puedo asegurarlo-

-¿Querrás volver a verlo?-

-No lo sé. Primero tengo que asumir esto-

Nos dimos un beso y nos despedimos como si no hubiera pasado nada. Llegué a nuestra casa, vi que todo estaba bien y me metí en la amplia ducha acristalada. La ropa fue a parar a una bolsa para que la asistenta no viera alguna mancha comprometedora. Media hora bajo el chorro caliente hizo que me relajara...y pensara. Una mezcla de sentimientos me asaltaban. Una vez satisfecho mi deseo reprimido, eran los remordimientos y la vergüenza los que predominaban. Conseguí reprimirlos pensando de una forma egoísta. Me hacía falta. Seguía queriendo a mi familia por encima de todo. Lo de esa tarde solo había sido sexo (Del bueno, tenía que reconocerlo).

No sé si continuará.

(9,55)