Nuevos relatos publicados: 7

Clara y el abuelo de Heidi

  • 5
  • 17.047
  • 9,24 (38 Val.)
  • 2

Hacía ya 10 años que no veía a mi nieta, 10 años ya desde que me la arrebataron de mi lado después de dejarla a mi cuidado cuando apenas era una niña que supiera caminar. ¿Y todo para qué? Para ser la niña de compañía de una niña rica de la gran ciudad, una pobre minusválida. Pero tras 10 años, ambas habían decidido visitarme.

Mi corazón no podía dejar de saltar de alegría.

Llegaron al final de la tarde, pero llegaron. Eran tres mujeres en total, acompañados de dos hombres de los alrededores. Su adorada nieta, una niñera áspera y dura como un cayo, y una jovencita en silla de ruedas.

Nunca había visto nada igual. Su cabello era largo y dorado. Sabía que existían, pero nunca lo había visto. Y el vestido azul que llevaba. Era guapísima. 

—Buenas tardes.

—Hola abuelito.

—Buenas Heidi.Ni que decir tiene que el abrazo que nos dimos fue increíble.

—Y tú debes ser Clara, la amiga de mi nieta.

—Así es, encantada.

—Estás montañas me han hecho sudar – comentó la niñera

—Debe haber sido haber subido hasta aquí arrastrando esa silla de ruedas. Ya lo es sin ningún tipo de pega.

—Ni que lo diga, buen hombre. Ni que lo diga. Y lo peor es que ahora nos toca bajar.

—Yo lo siento...

—No tienes nada por que sentirlo, Clara. Tú no tienes la culpa de ser así.La chica me sonrió. Su sonrisa era preciosa.

—Esta bien, esta bien. Nos bajamos al pueblo a disfrutar de nuestro dinero bien ganado. No hagas nada malo con dos jovencitas bajo tu techo.La niñera y Clara se quedaron boquiabiertas.

—¿Dos? – Pregunté yo.

—Bueno, sí. Yo me vuelvo esta misma noche a la ciudad y...

—Pensé que iba a quedarse unos días por aquí...

—No, Clara no quiere y...

—No es necesario – comentó ella – No va a pasarme nada malo, ¿Verdad?

—Verdad – asegure yo con una mirada de complicidad.

El tiempo pasó rápido y llegó pronto la noche. Heidi no paró de hablar ni un momento de todo lo que había vivido en la gran ciudad. Pero yo no estaba interesado en lo que mi nieta me dijera. Yo quería que hablara ella. O quizá quería estuviera callada, tal y como estaba.

Llegó la hora de llevarlas a ambas a su cuarto. Ambas iban a dormir en el piso superior, apartadas, y para eso, tuve que llevar en brazos a Clara, como si fuera mi esposa. Sé que a ella se le pasó la misma idea por la cabeza por la manera de ruborizarse cuando nuestros ojos se encontraron.

—Tengo que ir al servicio – gritó HeidiNos quedamos solos. No supimos que decirnos.

—¿Necesitas ayuda para cambiarte de ropa y ponerte el...? ¿Puedo...?

—Sí, pero Heidi me ayuda con eso.

—Ah, claro.

—Sí... De todas formas estoy muy acostumbrada a que me vean los hombres.

—Médicos – dije yo.

—Médicos – afirmó ella.La conversación murió...

—Por cierto – gritó Heidi – Mañana me voy a las montañas con Pedro.

—Esta bien – dije yo. – Esta bien.

No pude dormir. Toda la noche noche estaba dándole vueltas a la misma idea. Al día siguiente, me iba a quedar a solas con una preciosidad. Tenía que ir arriba a comprobar que todo esto era verdad y no producto de un sueño. Subí las escaleras muy despacio. 

Clara tampoco podía dormir. Pude ver el reflejó de la luna en sus ojos. Me acerqué despacio a la cama que compartían ambas. Su respiración era mucho más tranquila de lo que yo pensaba.

Empecé a bajar despacio la manta que cubría su cuerpo, dejando su delicado camisón al aire y puse una de mis enormes manos sobre su delicado pecho sin que ella opusiera la menor resistencia.

Estaba disfrutando. Desde el primer minuto estaba disfrutando de que un hombre la viera como a una mujer y no como a una niña desvalida.

Y supe lo que tenía que hacer.

Sin despertar a mi nieta levante en volandas a Clara y me la lleve a mi cama. Y en el silencio de la noche ambos nos hicimos uno para siempre. Entrar en ella fue sencillísimo a causa de lo mojada que estaba y hacía tanto tiempo que no lo hacía, que me olvide de correrme fuera.

Ella sonrió cuando adivinó que me había pasado.

No la importaba.

La pregunté si quería que la devolviese a la cama y me contestó que una mujer debe dormir al lado de su esposo.

La pregunte que la íbamos a decir a Heidi y me contestó que había perdido la apuesta por tres horas, porque mi nieta pensaba que iba a ir mucho antes.

Yo sonreí como un estúpido y decidí volver a hacerla el amor. Hacía mucho que no lo hacía.

(9,24)