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La princesa encerrada

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La nueva vecina era una morena increíble. A pesar de sus 30 años, o quizás por eso, poseía un cuerpazo y una gracia natural difícil de definir. Lo mejor de todo, es que su marido y ella iban a dormir justo encima de mi habitación. Estaba deseando escuchar los gemidos de semejante diosa toda la noche. La primera noche pensé que no lo habían hecho por el cansancio. La segunda, me pareció extraño. A la séptima me di cuenta de que algo no funcionaba en esa casa.

Un viernes por la noche que regresaba de una juerga brutal la vi en el pequeño parque que tenemos delante de nuestro bloque de pisos. Estaba sentada en el columpio y parecía una niña a punto de llorar. Y mientras me acercaba a ella, me percaté de que no sabía qué demonios decirle a una mujer doce años mayor que yo. Estaba vestida con unas sandalias, una falda negra por las rodillas y una camisa blanca. Hasta que no me acerque lo suficiente no me di cuenta de que no llevaba sujetador de ningún tipo.

–Hola, buenas noches. Te he visto aquí y... Seguro que no sabes ni quien soy.

—El vecino de abajo.

—Sí, ese, ese mismo... ¿Está bien? ¿Necesita algo?

—Que me usen. Necesito que me usen.

Entendí perfectamente su comentario. Alargue mi mano hacia ella y me la cogió sin rechistar. Me la lleve detrás de unos arbustos y su tumbo en la hierba. Verla en el suelo con su melena desparramada y su pecho subiendo y bajando rítmicamente y sus piernas medio abiertas era una de las cosas más eróticas que jamás había visto. Se levantó la falda lentamente hasta la cintura y pude ver su gran mata de pelo. Me tire encima de ella y la penetre una y otra vez con una violencia y una fuerza impropia de mí. No hubo besos ni caricias, y a pesar de eso, pude notar perfectamente el pestazo a alcohol que emanaba de su cuerpo. Todo se redujo a un brutal mete saca en la que ella se corrió varias veces antes que de que yo, follao y bien follao como venía pues había estado con mi novia, lo hiciera. Y allí la deje, pensando que nunca más iba a ser mía. La única que vez que la vi durante el fin de semana reafirmo mis sospechas, pues estaba cariñosa y juguetona con el cornudo. Y me puse celoso. No había razón. Yo también había engañado a mi novia con ella, pero, ahí estaban. Me estaban comiendo vivo. Escucharla, saber que estaba arriba, completamente sola y al mismo tiempo tan lejos de mi alcance me estaba volviendo loco.

No volví a verla hasta el miércoles, en el ascensor. Venía con las compras del súper y yo salía para pasear a Bobby. Ella era una auténtica mujer, y yo un maldito crío. Yo salí, ella entro. La puerta del ascensor comenzó a cerrarse y la detuve con la mano.

—¿Quieres que te vuelvan a usar?

—Olvídate de ello. No era yo esa noche —Me metí en el ascensor— ¿Qué...?

Le tapé la boca con tanta violencia que la empotré contra la pared al tiempo que metía mi mano por debajo de su falda.

—Aprieta el botón —Ordené.

Podía notar la humedad creciente de su entrepierna mientras buscaba desesperadamente las llaves de su casa. No me ande con chorradas. La alcé por sus glúteos y la follé contra la pared como tantas y tantas veces antes había hecho con mi novia, pues a pesar de ser mayor, seguía siendo una mujer. Ni conté las veces que se corrió antes que yo llenara su coño con mi leche.

—No debería estar haciendo esto. Nunca antes había engañado a mi marido.

—¡Él no te toca! ¡No te merece!

Y ella simplemente no supo que responder. Me fui a pasear a Bobby y durante todo el tiempo que estuve fuera, lo único que podía pensar es que ella estaba sola en su piso. Y que, en mi inmensa estupidez, me había olvidado de coger las llaves de su casa. Pero cuando las puertas del ascensor se abrieron, ella estaba allí, sentada en el suelo delante de mi puerta. Esta vez lo hicimos en mi habitación.

—Tienes que depilarte este coño.

—Lo haré —respondió— Haré lo que tu desees.

—Y dejarme las llaves de tu casa para poder entrar.

—Eso no puedo...

La metí una hostia. No era ni mucho menos la primera vez en mi vida que pegaba a una mujer.

—Claro que puedes. Y lo vas a hacer.

Cogí la llave directamente de su llavero y me alegré un montón cuando supe que sólo existía esa y la del cornudo. Lo mejor vino esa misma noche, cuando supe que el cornudo se iba de viaje durante todo un mes. Cuando subí de nuevo a su piso al día siguiente sabiendo que ella estaba allí dentro encerrada sin poder salir, esperándome, mi polla palpitaba de alegría

—Necesito la llave para salir y poder entrar.

—¿La quieres? Pues gánatela.

—No estoy bromeando.

—Yo tampoco. Quiero verte el coño depilado, y quiero ver cómo te acercas a mí a cuatro patas como la perra que eres y me la chupas.

—No pienso hacerlo. No sé quién te crees que...

La había vuelto a pegar y comenzó a lloriquear por el dolor.

—Sí, sí que lo harás.

Rompí todos los teléfonos de la casa antes de dejarla a solas con sus pensamientos. Cuando regresé a su casa al tercer día, me hizo la mejor mamada de mi vida. Y sí. Se había depilado el coño. También la abrí el culo, pues el cornudo jamás se le había pasado por la imaginación hacerlo.

No la devolví la llave. Para mí era increíblemente excitante poder ir a su casa para follármela a gusto en su cama, en el suelo, encima de la mesa de la cocina. Os preguntaréis. ¿Familia, amigos, conocidos? No tenía nada de eso. Sólo me tenía a mí y más cuando por carta nos enteramos que el cornudo se había ido a vivir con otro. Sí, otro. Lloro desconsoladamente y yo lo único que pude hacer por ella fue follármela duro y sin piedad.

—¿Te vas?

—Ya es de noche, debo estar en casa.

—¿Puedo hacer algo para que te quedes?

—¿Más aún? Ya hago lo que quiero contigo.

Me dirigí al cuarto de baño.

—Puedes... Puedes mearte encima de mi... O dentro, ya no me importa.

Se acercó a mí y se puso de rodillas. No me quede, pero no tarde mucho en acostumbre a utilizarla como retrete. Incluso la compre un cubo donde pudiera hacer sus necesidades y luego disfrutar viendo como metía la cabeza dentro y se lo comía.

Y las prácticas sadomasoquistas extremas. Atarla, encadenarla, amordazarla se convirtieron en prácticas habituales de nuestros juegos. Llegue al extremo de arrancarla los dientes en mitad de sus orgasmos.

Fue entonces cuando se la presente a mis amigos. Todos ellos se rieron de ella. Todos ellos, la sobaron todo lo que quisieron y más. Todos ellos se la metieron por su boca desdentada y aseguraron que era la mejor mamada de su vida. Todos ellos vieron cómo se tragaba con deleite cualquier cosa que se saliera de sus cuerpos.

Y yo me desperté de mi maldito sueño cuando vi como llegaba su marido al columpio y ellos se besaban con pasión.

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