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Caperucita y Feroz - Parte II

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Priscilla ha quedado paralizada, pues no da crédito a lo que está sucediendo. Su cuerpo no puede responder como quisiera. Se limita a revolver el pelo de él con sus manos.

De pronto se atreve a formular otra pregunta.

—¡Joder! ¡Qué boca tan grande tienes!

El responde entre seductoras risas.

—Para comértelo entero!

Ella traga saliva a duras penas imaginando lo que va a suceder.

Acto seguido introduce su lengua en el clítoris, y lo masajea con movimientos rotatorios. Hace apenas media hora que están metidos en faena, y ella, está a punto de saltar al vacío y sin paracaídas.

—Noto que te encanta, porque estás muy, muy húmeda

A medida que le susurra sensuales palabras al oído, introduce dos dedos en su interior. Ambos son muy bien recibidos. Acogidos con ansia.

—¡Ohh, Dios! ¡Vaya dedos tan largos que tienes!

—¡Son para masajearte y poseerte así de bien!

Sus dedos entran y salen de forma sincronizada, mientras Priscilla continúa rígida como una estatua, sin creer que su cuerpo pueda soportar tal estado de excitación por mucho tiempo más.

Tal exceso se va transformando lentamente en éxtasis.

En cuestión de segundos, saca los dedos de su interior y la penetra con una fuerza demoledora.

Nota como una vara de hierro candente la tortura sin piedad. Las acompasadas idas y venidas provocan espasmos en sus entrañas.

Leves contracciones le anuncian que el final se acerca. Él, susurra pecaminosas y perversas palabras a su oído, pero ella está tan concentrada en el orgasmo que se le avecina, que apenas las puede descifrar.

Ambos se corren a la vez. Los gritos desgarradores que emiten a causa de la caída libre que les ha provocado el orgasmo, hacen eco en las paredes del dormitorio. Parece que hasta tiemblen los cimientos.

Dos toques secos y firmes, aporrean la puerta. La pareja se exalta, enderezándose de golpe.

A continuación, se abre y aparece la figura de un hombre con aspecto bonachón.

Ella se echa a reír, restando importancia al asunto.

—¡Ah…! Es John, El Cazador.

—¿El Cazador?

Pregunta el follador, con cara de no enterarse de poco menos que de nada.

Ella, todavía anonadada por las secuelas del atroz orgasmo que ha sufrido, y del cual, todavía no se ha recuperado, más la ingesta de alcohol que todavía corre por sus venas. Contesta como si tal cosa.

—Le llaman El Cazador, porque la tiene larga y dura cual cañón de escopeta.

—¿Ocurre algo? Oí fuertes gritos desde mi casa, y decidí venir a ver qué pasaba.

El Cazador mira fijamente a Priscilla sin apenas pestañear.

—¿Dónde está tú marido?

Pregunta extrañado, mientras ella le sonríe y le trata de loco.

—Aquí. ¿Es que no le ves?

Todavía sigue bajo los efectos del alcohol. Pero, cuando clava su mirada en la de su compañero de cama, se da cuenta de que el hombre, tiene razón.

—¡Feroz!

Se levanta de la cama como la pólvora. En un pispas se pone los pantalones y la camiseta. Cuando está a punto de salir por la puerta, Priscilla lo detiene.

—Un momento! ¿Dónde está mi marido?

Feroz mete su mano en el bolsillo y saca un fajo de billetes.

—Me pagó para que viniera a follarte.

Dicho esto, y sin más explicaciones, da media vuelta y sale disparado por la puerta. El cazador también decide regresar a su casa.

Priscilla observa fijamente la escopeta de su vecino y deduce por el tamaño que abulta bajo su pantalón, que está bien cargada, y apunto de disparar.

Intenta convencerle de que se quede un rato con ella, pues Feroz ha desaparecido demasiado pronto, dejándola a puertas de un segundo asalto.

—Debo regresar. Os he estado observando durante un rato, a través de la ventana, y ya me hice un apaño.

Ella sopla, pues ve claramente que lo que queda de noche lo va a pasar a dos velas.

Tres horas más tarde, está acostada boca arriba, desnuda, sudorosa, dormida y al fin, satisfecha.

Esparcidos por la cama hay, tres vibradores, el lubricante con sabor a fresa y la miel.

Todos los menesteres han sido utilizados para completar la noche de lujuria que hacía ya un tiempo que necesitaba vivir.

Pasan las horas y el día ya despunta en el horizonte.

La noche pertenece ya al pasado.

Priscilla abre los ojos y se despereza lentamente bajo las sábanas. Parece no recordar nada de lo ocurrido.

Los efectos del alcohol han desaparecido. Se encuentra como nueva.

Pero de pronto, una luz cegadora, seguida de un estruendo, la asusta.

La tormenta que se avecina la ha sacado de su despertar más grato y la ha devuelto a la realidad.

Se sienta de golpe en la cama y mira a su lado. Ve que está completamente sola.

Su marido ha desaparecido y suelta un grito desgarrador.

FIN

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