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Mi adolescencia: Capítulo 41

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A partir de ese momento todo se desarrolló con mucha rapidez, tanto que no pude ni digerirlo. Porque nada más poner la canción (me acuerdo perfectamente que era una de “Extremoduro” que duraba muchísimo) metió la mano por debajo de mi falda y empezó a acariciarme el culo. No me dio tiempo ni a reaccionar, pues antes de que dijera algo había cambiado la posición de su mano directo a mi entrepierna y la acariciaba con lujuria, con mucha lujuria al mismo tiempo que decía: “¿A qué te da mucho morbo que te acaricie así y además sin llevar el tanga?”. No contesté.

Pero sí que debía ser morboso y excitante la situación porque noté perfectamente cómo se endurecían mis pezones y solo balbuceé a decir: “oye que puede entrar Santi en cualquier momento, que va a entrar ya mismo”. Iñigo, muy seguro de sí mismo, pasó de mi comentario y de la advertencia y con brusquedad me bajó los pantys lo suficiente para meterle mano directamente. Antes de que me diera cuenta estaba acariciando directamente mi vagina desnuda y metiendo un dedo. Me estaba acariciando con un morbo brutal. Mi sentido común me obligó a volver a decir: “Que Santi tiene que estar a punto de volver, para ya”, pero no lo dije, al contrario, solo tuve la necesidad de desabrochar la camisa de Iñigo y, al mismo tiempo que lo hacía, él empezó a meter dos dedos dentro de mí y a masturbarme con gran rapidez. Fue cosa solo de unos 3 minutos, no más, pero me sentí tan excitada que hasta se me olvidó donde estábamos. Solo volví a la realidad cuando bruscamente Iñigo se separó de mí para poner otra canción. Algo acelerado mientras se abrochaba la camisa me dijo: “Venga, vístete, que va a venir este tío”.

Me vestí mecánicamente, estaba atolondrada e ida, me había interrumpido en el momento que más estaba gozando y al salir del cuartito estaba completamente ida y descolocada. Me quedé sumamente frustrada. Fue un bajón tremendo y la fantasía de Iñigo de meterme mano en el cuartito solo sirvió para provocarme una frustración de tal calibre que ya en todo el resto de la noche estuve de bajón, malhumorada, desganada y apagada. Es increíble cómo la frustración sexual puede influir tantísimo en el estado anímico de una, pero esa noche fue ya una bajada total, y solo consiguió frustrarme y desmotivarme. Luego más tarde comprendí que todo formaba parte de la intención de Iñigo de excitarme con pequeñas cosas y fantasías no resolutorias para que así nuestros futuros encuentros sexuales fuesen más placenteros y gozosos. Pero aún me quedaban muchas fantasías por llegar.

Y vaya si acabaron llegando esas fantasías. Pues no paso ni un día en que entre Iñigo y yo no llevásemos a cabo alguna fantasía diaria. Bueno, en realidad todas las fantasías eran de él, yo solo las cumplía sumisamente, pero lo cierto es que me excitaban tanto como a él. Iñigo me conocía muy bien y sabía activar el morbo fetichista que tanto me gustaba, por tanto, todas esas fantasías se fueron realizando a lo largo de ese mes de marzo tan intenso. No sé cómo pude ir durante esa época tan bien en los estudios y aprobar todo, porque no estaba concentrada nada en el instituto, y solo mi cabeza pensaba en las fantasías sexuales o sensuales que haríamos Iñigo y yo esa tarde cuando quedásemos. Lo cierto es que dichas fantasías durante esos días no es que fuesen muy originales, eran más o menos la de todos los chicos, es decir, hacerlo vestida de colegiala, hacerlo en un sitio público en plan superdiscreto pero al mismo tiempo con cierto riesgo, ver algunas películas eróticas (siempre eróticas, no porno, odio el cine porno), hacerme la dormida mientras él jugaba con mi cuerpo y mi ropa, montármelo contra el armario de mi habitación con el rollo fetichista de ir nombrando todas mis prendas o probándolas mientras Iñigo me comía entera, etcétera. Fueron unas semanas de mucha actividad sexual, acompaños de mucho morbo, sensualidad y fetichismo como solo Iñigo sabía hacer. Pero pronto íbamos a descubrir algo que iba a aportar mucho más morbo e intensidad a nuestra relación.

Me acuerdo perfectamente que era un sábado a finales de marzo.

Acabamos de hacer el amor en plan apasionado y estábamos desnudos en la cama del chalet de Iñigo. Yo estaba acariciando lenta y pausadamente el pene flácido de Iñigo. Lo tenía totalmente flácido y deshinchado porque apenas habían pasado unos minutos desde que se había corrido en el preservativo. No sé de qué estábamos hablando exactamente cuando salió en la conversación algo acerca del botellón que habíamos hecho toda la pandilla esa noche. Y yo nombré un comentario que había hecho Jennifer sobre cierto tema. Iñigo tenía los ojos cerrados mientras yo estaba hablando de eso que me había comentado Jennifer, cuando de repente Iñigo, sin ni tan siquiera abrir los ojos, comentó en voz baja: “lo cierto es que Jennifer estaba muy guapa hoy con esa camisa que llevaba. Le quedaba muy bien”.

Nada más decir eso pude notar entre mi mano como el pene de Iñigo tuvo una pequeña erección, una erección casi imperceptible que duró unos segundos, pero de la cual me di cuenta perfectamente. Debería haberme ofendido o cabreado que se excitase al nombrar a otra chica, pero al contrario de lo que cabría esperar mi reacción fue diferente. No sé, no me molestó, lo encontré muy morboso y excitante que eso echase más leña al fuego y que fuese tan potentemente morboso que entonase el pene de Iñigo de nuevo cuando solo habían pasado unos minutos que se había corrido.

Por lo que sutilmente eché más leña al fuego y le dije: “Sí, a Jennifer todas las camisas le quedan muy bien, y a Sara también, combinan muy bien las camisas con los jerseys, tienen mucho estilo”. El efecto no se hizo esperar, sabía perfectamente que a Iñigo con lo fetichista que es de las camisas, eso le motivaría y entonaría muchísimo, y se le formó una erección brutal. Dentro de mi mano su pene creció y creció hasta su tamaño máximo. Erecto como un palo y súper excitado. Eso me gustó. No es que me gustase que le pusiera la ropa o el cuerpo de mis amigas, eso en cierto modo me cabreaba y hacía daño, pero sí que me gustaba que lo compartiera conmigo esas fantasías y que entre ambos le entonase tanto que su erección le permitiría echar otro polvo conmigo, siempre conmigo.

Si yo conseguía mantener su confianza total con él en estos temas y si, aparte de su novia, era su mejor amiga donde confiar todos sus secretos y fantasías, entonces lo nuestro funcionaría siempre y nunca habría infidelidades. Sabía muy bien cómo controlarle y hacer que junto a mí saciará todos sus anhelos. El que se fijase en otras chicas era lógico y natural, al fin y al cabo, yo no soy la chica más sexy y guapa del mundo, pero si yo misma le proporcionaba el placer de hablar de esos temas y luego saciarse conmigo entonces sabría que nunca me sería infiel, nunca. Y no me equivoque, fue una idea magnífica la cual aportó mucho más morbo y excitación a nuestra relación.

Esa misma noche tuve otra idea genial, pues aprovechando lo erecto que se le puso el pene me puse encima suya y empezamos a hacerlo pasionalmente. En medio del desenfreno sexual le comenté al oído: “¿te gustaría que le pidiese esa camisa a Jennifer y me la pusiera yo? Nosotras nos intercambiamos ropa a veces”. No hubo respuesta. O al menos no hubo respuesta de sus labios, pero sí de su cuerpo, porque me cogió de las caderas y empezó a embestirme con mucha más fuerza y ahínco. Casi con rabia, con un gran deseo sexual, como agradeciéndome que le ofertara eso y que le encantaba la idea. Fue un torrencial brutal de deseo sexual el que volcó en mí. Había abierto la puerta de un nuevo mundo de fantasías, basado en la ropa de mis amigas, que nos proporcionaría a Iñigo a mí momentos absolutamente memorables de placer, morbo y gozo.

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