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Metamorfosis FemDom (1)

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Wanda se despertó de buen ánimo,  estaba esplendida vestida con su falta de cuero a media rodilla, calzados apenas con una sandalias de solo dos tiritas de cuero que desnudaban  sus exquisitos pies, igualmente bellos a pesar del polvo que lo cubría. Una blusa sin mangas escotada completaba en atuendo que culminaba abruptamente en el ancho cinturón de cuero negro a la cadera.

Apenas si pude verla cuando me despertó con sus caricias en mi espalda con el látigo. Los azotes  me arrancaron un ahogado grito debido a la mordaza. Me liberó de ella y de mis prisiones, colocadas la noche anterior en forma de cadenas que atenazaban mis manos a la espalda junto a mis pies, obligándome a permanecer de rodillas en el rincón de la habitación cerca del pie de la cama.

“Hoy me acompañaras de paseo, caminando detrás de mi, para iniciar tu nuevo estado de esclavitud”.

Lo dijo mientras acercaba su pie desnudo a mi boca, introduciéndolo hasta el fondo de mi garganta, mientras mi lengua se apuraba en lamer las manchitas negras de polvo que lo cubría.

Otros veinte azotes, certeros, espaciados y quemantes; aligeraban mi tarea frenética de lamer cada centímetro de sus plantas alternativamente hasta dejarlas relucientes.

Agradecía sus caricias que disminuían la excitación que producía la humillante situación de lamer el sucio de los pies de mi ama Wanda. De otro modo el arné de cintas de cuero que aprisionaba mi sexo semirrecto me hubiera ocasionado un dolorosa y frustrada erección, bajo el cinturón de castidad con candado que apenas cubría mi escroto y la cinta de cuero que apretaba la juntura de mis nalgas desnudas.

Cuando casi terminaba mi labor  se incorporo de la silla, me tomo por el pelo obligándome a seguirla a gatas tras ella en “cuatro patas” hasta el centro de la habitación. Abrió el armario dejándome de rodillas tras Ella, y me arrojo un pequeño short y una franela.

-“Vístete esclavo inútil”

Lo hice rápidamente y me quede mirando hacia mi Ama, esperando me diera alguna ropa extra, pues bajo la franela ajustada se evidenciaban los bultos producidos por las pinzas que aun presionaban mis tetillas y la cadena que las unía. Además permanecía aun descalzo.

-¿Qué pasa esclavo, acaso no deberías agradecer a tu Ama la ropa que te da?, tómala como una dadiva y me sigues a dos pasos de distancia.”

Me acerque a Ella en cuatro patas y bese devotamente sus pies, me atribulaba tener que salir a la calle descalzo y un tanto pobre y ridículamente vestido. Mi turbación arranco una ligera sonrisa de mi Ama Wanda,  volteando de cuando en cuando durante el trayecto por las calles para ver el esfuerzo que hacia en esquivar las zonas calientes o empedradas de la acera.

Me sentía muy humilde y perforado por las eventuales mirandas de los viandantes, que me veían caminar solo cabizbajo a esas tempranas horas de la mañana. Pero las miradas masculinas se posaban mayormente en la bella figura de mi Ama Wanda, que caminaba graciosamente delante de mí. Nadie podía imaginar que aquella dama bien vestida y adornada con aretes, collar y pulseras de oro macizo  tendría algo que ver con la triste y humilde figura que le seguía a pocos pasos de distancia.

De pronto Wanda se detuvo frente a una tienda, entró y yo le esperaba afuera en la acera;  en unos breves minutos le vi asomarse y con un ademán de su mano entendí que debía entrar a la tienda. Era una peluquería unisex,  atendida solo por un hombre no tan joven y algo afeminado; quien se dirigió a nosotros

-En que puedo atenderles?

No respondí, y dirigí una discreta mirada a mi Ama, sin mirarle directamente, en espera de alguna indicación. Esa discreción pareció agradarle a Wanda, al tiempo que expresaba, dirigiéndose al peluquero directa y secamente, mientras tocaba mí cabello:

-“quiero que le cortes todo el pelo, dejándole la cabeza como bola de billar sin lustrar”

El peluquero quedó inmóvil  como esperando alguna reacción de mi parte, baje la mirada y me senté en la silla giratoria, esperando ser esquilmado como cordero cuando va al matadero.

El peluquero simplemente se acerco a hacer su trabajo y de reojo pude ver que a Wanda se divertía la situación y disimulando mi silencio le expresó al peluquero:

-“es inútil que le hables, no entiende nuestro idioma”

La desnudez de mis pies malogrados por el andar descalzo y mi cabeza completamente rapada acentuaron mi sumisión. Ahora solo tenia bellos en las cejas, pues mi cuerpo estaba completamente depilado desde el día anterior, como me había indicado mi Señora que debía permanecer, afeitando todo  mi cuerpo cada vez que me ordenaba bañarme.

Ella veía las revistas distraídamente, con las piernas cruzadas una sobre otra y jugueteaba con su sandalia que apenas se sostenía en la punta de su pie, cuando el barbero culminó su trabajo.

 Ya habían dos o tres clientes mas sentados que llegaron luego, y mi Señora me miró dejando caer la sandalia que jugueteaba en la punta de su pie al tiempo que su mano extendida con su dedo índice señalaba el piso; comprendí de inmediato y me arrodille a tratar de calzarla; entonces posó su pie desnudo sobre mi cabeza rapada, como acariciándolo mientras le besaba sumisamente sus pies;  bajo las miradas incrédulas de los presente.

Se incorporó, saco un billete de su cartera para pagar y me hizo señas de que le esperara afuera.

El frescor de la mañana en mi recién pelada cabeza distraía mi turbación por el aspecto de desnudez que literalmente tenia de pies a cabeza, situación excitante, limitada solo por el cinturón de castidad disimulado bajo el short, que aprisionaba mi sexo erecto.

Caminamos unas pocas calles mas, en un sector menos concurrido de la ciudad, y se detuvo en una tienda de mascotas, entre tras Ella por el ademán que efectuó con los dedos  a la altura de su esbelta cintura, como el que llama a su mascota. Se dirigió al dependiente, señalando unos collares de cuero con tachuela, para perros que estaban exhibidos en la pared tras el mostrador. Wanda le indico al dependiente

-“Quiero uno como esos pero mas grande”

-Para que raza de perro lo quiere?, pregunto el señor.

Mi Ama Wanda se volteo hacia mí, poniendo su mano en mi cabeza y empujándola hacia abajo para que me arrodillara frente a Ella, de modo que mi cabeza quedaba casi a la altura del mostrador, soliéndole al tendero le dijo

-“Para un perro como este”

Y acto seguido comenzó a probarme un par de collares hasta conseguir uno de mi tamaño. Era de cuero negro de unos 6 cm de ancho, con varias argollas de metal crudo que colgaban bajo mi barbilla y a ambos lados de mis hombros.

Me tomó con ambas manos cada una de mis orejas, lacerándome con sus uñas, mientras el tendero se encargaba en el otro extremo del mostrador a manipular la caja registradora para darle el cambio; y acto seguido me escupió la cara copiosa y repetidamente

-“largo esclavo, espérame afuera”

Camine cabizbajo, humillado como nunca y sin limpiarme su dulce elixir de su boca que chorreaba sobre mi rostro, y le esperé en la acera cerca de la puerta.

Salió prendió un cigarrillo y me miro sonriente:

-“Te ves como un completo esclavo, no te animes mucho que apenas comenzamos”

Y siguió caminando, cruzado la calle en dirección a un sexshop de la acera del frente, cruzándola en zip-zap para evitar un par de charcas con barro. Hice lo propio tras Ella, se detuvo a unos pasos frente a mí y dijo graciosamente:

-“no, no esclavito; devuélvete y pasa en línea recta”

Pude ver como se reía ante mi duda cuando tuve que caminar descalzo por las charcas llenas de barro, enlodando todos mis pies casi hasta los tobillos.

-“Mírate como te has puesto las patas, creo que hay que castigarte por guarro y cochino; recuérdamelo al llegar a casa para azotarte las patas con la vara hasta que chilles, ja ja ja!”

Y entro al sex-shop; como antes luego de unos veinte o treinta minutos que se me antojaron interminables, se asomó en la puerta para que le siguiera hacia adentro.

Había seleccionado varias objetos que estaban aun sobre el mostrador,  entre ellos varios látigos y fustas, que hábilmente los hacia silbar en el aire.

Me hizo arrodillarme frente a Ella y la chica morena que le atendía, y me espetó

-“Súbete la franela y pon los brazos sobre la nuca”

No podía creer que me fuera azotar allí mismo, frente a una desconocida, así sin mas, pero no podía dejar de obedecer, la fuerza de su palabras y el tono de su voz eran idénticos a los que me había acostumbrado tras largas secciones de sumisión y practicas BDSM con las que había ido minando nuestra relación en tantos años. De pronto uno, dos y mas candentes azotes estrellaron mi espalda, primero un látigo, luego una fusta y después dos otros instrumentos lacerantes de tres o siete colas; que me hicieron estremecer y arrancaron unos gemidos involuntarios.

En un abrir y cerrar de ojos, tenia puestas muñequeras de cuero en pies y manos, aseguradas con candados. Fui colocado en cuatro patas en el estrecho pasillo del sex-shop, rogando que no viniera más nadie a la tienda. Se acerco a mi, se quitó las sandalias y me introdujo una de ellas hasta el fondo de mi garganta para amordazarme momentáneamente,  y me bajo el short hasta la altura de las rodillas. Esperaba en esta incomoda posición, mientras mi Ama conversaba con la morena; escuche como solicitaba baterías alcalinas y como pidió algo para lubricar, era evidente lo que me esperaba. Lo deseaba y me atemorizaba, no esperaba ser sodomizado allí en un sex-shop.

Sentí como mi Ama Wanda me subía el short, y como algo punzante vibraba bajo el cinturón de castidad, aun me dolían los azotes y como el consolador purgaba por salir de mi ano pero era detenido por la tira de cuero del cinturón de castidad entre mis nalgas.  Casi no advertí la actitud ni la conversación entre mi Ama Wanda y la Morena, solo se que recibió una generosa propina de manos e mi Ama, cuando la morena extendió su enorme y huesudo pie hacia mi boca y mi Señora ordenó

-“Vamos, vamos Esclavo lame sus pies para implorar los azotes”

Mientras relamía aquellos pies enormes, la morena sentada cerca del mostrador, me azotaba rudamente las nalgas con una fusta. Cada fuetazo me hacia vibrar e instintivamente mi lengua se alargaba recorriendo sus pies, confundiendo su sudor con mi saliva.

Al fin de nuevo en la calle, tras mi Ama Wanda, apenas si podía caminar, porque la breve y cruel azotaina, unida al vibrador encendido que tenía en el culo, me había dejado exhausto. Quizás por ello no repare en el penoso aspecto que había de tener, depilado, descalzo, con la cabeza rapada, con grilletes de cuero en pies y manos y con un collar de perro…exhibiendo mi sumisión por las calles.

No recuerdo cuan pronto regresamos, camine como zombi tras Wanda,  sin pensar si aquella fantasía, tantas veces añorada, había sido excitante o abrumadora. Solo advertí, una calle antes de llegar, como mi Ama Wanda me deleitó caminando delante de mí, con sus sandalias en las manos,  y pude detallarle  sus divinas plantas, ennegrecidas por el pavimento.

Al entrar, se tumbo en el sillón, mientras como era mi deber me quitaba la única ropa que llevaba encima el short y la franela. Me acerque cuando extendió sus pies sobre el borde del sillón y le entregue el nuevo látigo del sex-shop; me acurruque a su pies y comencé a limpiarlos detalladamente con mi lengua; acompasado por el ir y venir de los azotes sobre mi maltrechas nalgas, espaldas y piernas.

Luego que consideró que sus pies estaban bien limpios,  tras un largo rato de casi una hora, dejó caer el látigo, y me hizo darle placer con mi lengua entre sus muslos, halándome hacia su sexo por las orejas.

Cuando finalmente se incorporó,  me puso una cadena en el collar y me arrastró hacia la mazmorra. Pude ver mi cuerpo en el espejo de la habitación completamente maquillado con enorme y profundas estrías rojas en mis nalgas, hombros, piernas y espalda; duraderos recuerdos de las caricias de mi Ama sobre mi.

Me amarró en la mazmorra, boca abajo con las manos y pies atados hacia atrás sobre mi espalda. Solo atine a decirle:

-Gracias Ama por sus caricias y regalos (me refería a las compras de la mañana)

Y añadí

-Cumplo en recordarle el castigo por ensuciar mis patas.

-“Ja ja ja, no creas que me había olvidado”, y me colocó la mordaza.

Sentí como si me desgarraran los pies, por los 20 azotes que me fueron suministrados en cada pie por la vara de abedul de mi Ama. Sudaba por el castigo y fue refrescante el baño que me dió mi Ama, al pararse  con sus piernas abiertas para orinarme la cara.

-“así te quedaras esclavo, hasta que yo vuelva, y no pienso quitarte el consolador del culo”

Y la puerta se cerró tras Ella, no sin antes colocar varios ganchos sujeta ropa aprisionando mis orejas, mis testículos y mis dedos de manos y pies.

El dolor agudo de los azotes en mis patas, el ardor de los  latigazos y el estar inmovilizado eran sensaciones débiles si se comparan con el efecto de presión de las pinzas en mis tetillas y de los ganchos prensa-ropa en mis dedos y orejas. La oscuridad, el olor al orine de mi Ama, el sonido y la vibración del consolador en mi culo y la erección frustrada bajo el cinturón de castidad me llenaban de morbo y me impedían conciliar el sueño a pesar del agotamiento por los deliciosos martirios de la jornada.

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