Nuevos relatos publicados: 8

¿Sumisa?

  • 7
  • 20.362
  • 9,65 (110 Val.)
  • 8

Venía yo pensando en un relato que había leído sobre “dominación”. No es que a mis 50 años me chupara el dedo, pero esto de las cadenas, las perras, “cómete la mierda”, “trágate mi meada” y cosas por el estilo me resultaban muy extrañas. ¿Cómo alguien en su sano juicio podía excitarse con algo así? A lo mejor es que no estaban en su “sano juicio”. A lo mejor se drogaban… y el coche se detuvo. El coche, no yo.

—la madre que lo parió!

Lo dije con todas las letras y no para mis adentros. Pero, ¿dónde puñetas estaba? Claro que con toda esa retahíla que había estado pensando, me había olvidado del “a 100 metros gire a la derecha…”. Y no era la primera vez que me sucedía. Un caso, sí soy un caso que se pierde en los pensamientos y luego pasa lo que pasa.

Bien, aquí me hallo, en la carretera, campo por un lado, campo por el otro, ni vacas, ni caballos, verde mucho verde. ¿Y los carteles?  Esos que te indican algo. Miro, tratando de no despistarme otra vez con las cadenas y las perras. Ni que me preocupara a mi lo que la gente hace en y con su intimidad, pero vamos a ver, que ya me olvido otra vez que estoy en mitad de la nada, no tengo cura…

El móvil que para eso lo tengo. Lo cojo, sin batería, muerto. Busco el cargador, ausente. ¿Esto solo me sucederá a mi o a alguien más? Trato de consolarme pensando que no seré la única atontada a la que le suceden estas cosas. Pero con el consuelo no resuelvo nada.

Al menos es de día, ¡tengo reloj y funciona! Son las 5 de la tarde. Pues salgo del coche y doy unos pasos. Pero ¿de verdad hay gente que le gusta que le pongan una cadena y le llamen “perra”? Es que no me entra en la cabeza. Me apoyo en mi coche y como también tengo cigarrillos, me enciendo uno. Digo también, porque a excepción del reloj es lo que único que funciona, porque mi cabeza ya veis, está a años luz de buscar una solución.

Y no estoy por la labor de echarme a caminar por donde sea que esté y buscar ayuda. Aunque debería, como me caiga la noche aquí, estoy perdida. Bueno, perdida ya estoy y en más de un sentido. ¿Y por qué demonios se habrá detenido mi coche, que le pasará? Voy a intentar arrancarlo otra vez, pero cuando acabe mi cigarrillo.

—hombre, pero si viene un coche por ahí —ya saben que pocas cosas digo para mis adentros…

Y estarán pensando que, desesperada le hice señas para que se detuviera y me auxiliara cual damisela en apuros, pues no. Me quedé fascinada mirando el coche. Pero igualmente se detuvo (esto por si alguien que me lee, está sufriendo por mi situación).

Cacho de tío bueno –esto si para mis adentros− De mi edad aproximadamente, alto, pues de 1,90 o 1,80 por ahí, muy bien conservado, ni teñido ni nada, con sus canitas, sus ojitos azules, su perfume caro, su ropita de marca… Y lo del perfume lo sé, porque ya se ha bajado de su coche, ya me ha preguntado si podía ayudarme en algo y yo ya le he contestado como he podido:

—si.

He sido rotunda y clara, ¿a qué sí? Luego de ver su cara de expectación, me apiadé y agregué:

—se ha detenido, así sin más —como culpando a mi “Mini” de no haberme pedido permiso para eso.

—ha llamado al auxilio?

—pues no (la verdad no se me había ocurrido tampoco) tengo el móvil sin batería y… ya ve Ud. –señalando con mi mano por aquí y por allí− que habitantes no parece haber.

No parecía ser de esos que se hacen amigos al instante.

—me permite?

—qué?

—echarle un vistazo.

—claro hombre.

Lo mismo éste tío ya se estaba arrepintiendo de haberse acercado a socorrerme. Lo mismo era un ejecutivo súper importante y se dirigía a una reunión de negocios más importante todavía. O a ver a su amante, con esa, con la que se regocijaba metiéndole los cuernos a su esposa…

—no tiene gasolina.

Me lo escupió así, tan directo, tan serio… pero ¡qué bueno estaba!

—entonces, ¿que se supone que debo hacer? Porque gasolineras por aquí no hay… bueno, yo no las estaría viendo ahora mis…

Me interrumpe en seco.

—no tengo gasolina suficiente para los dos, pero si puedo buscar una y traérsela, ¿correcto?

—sí, claro, correcto.

¿Y te vas so perro? pensé. Y luego regresas, me metes la gasolina y te marchas.

—le puedo acompañar? Para no quedarme aquí sol…

—cierre su coche y suba.

Ni una sonrisa el muy jodido, todo era, esto o aquello, pero que caray, estaba bueno, así que hice lo que me pedía y nos fuimos a por la gasolinera.

—la próxima vez, trate de verificar que todo esté en orden antes de salir, porque es raro que por esta carretera pase alguien. Yo tomo este camino muy pocas veces.

Ya claro, cuando vas a beneficiarte a alguna furcia. Si te tengo calado truhan.

—Le agradezco mucho, por cierto, mi nombre es…

—Aquí hay una gasolinera, aguárdeme.

Y se baja. Y sí que llevaba prisa el condenado y tal como iban las cosas, ni el nombre iba a averiguar, y si llevaba un bóxer o un calzoncillo menos todavía. Pues nada, que le vamos a hacer. Así que me perdí nuevamente en mis pensamientos mientras él iba y volvía y nos marchábamos. Llegamos nuevamente donde mi coche estaba aparcado. Nos bajamos.

—tome —me dijo dándome la gasolina.

Eso fue como una punzada de dolor. ¿Es que me iba a abandonar cuando yo no tenía ni idea de cómo alimentar a mi pequeño cochecillo?

—deje, ya lo hago yo.

Hombre, al fin, pensé. Un poco de humanidad o es que vio mi cara de signo de interrogación, mi desamparo… mi torpeza extrema, la verdad.

En ese momento se volvió hacia mí, con la gasolina en la mano, me miró directamente a los ojos.

—harás algo por mí a cambio.

Más contenta que unas castañuelas le pregunté:

—sí, dígame, dime, lo que quieras.

—bájame la cremallera y chúpame la verga.

Pero este tío, pero, pero, ¡pero!

—tú estás chalado ¿o qué?

—chúpamela, perra.

Ahí sí que no pude más.

—mira cabrón, perra será tu tía abuela, ¿te queda claro? Y no, no voy a chuparte tu maldita verga… pero que te has creído tú, que soy una de esas, como les dicen, ¿sumisas?

—no hay nadie más, tengo la gasolina en mi mano y necesitas ayuda, tu verás.

—pues yo tengo una cadena en el maletero con la que te voy a arrear como te sigas poniendo farruco, venga —le quité la gasolina— ya puedes marcharte por dónde has venido, rapidito ¿eh?

¿Qué no os dije como soy? Físicamente, se entiende. A ver, que os puedo decir, ¿que soy terriblemente monina, de ojos verdes, 1,70, con buenas curvas, al estilo Mónica Bellucci? Pues si hijos míos, así soy, que le vamos a hacer, algunas tienen cerebro y otras somos así de guap…

Mi pelo estaba siendo tironeado y yo reaccioné al instante propinándole un guantazo en todo su serio y hermoso rostro.

—¡hijo de puta! ¡A mi tú no me tocas! ¡maldito, puto cabrón de mierda!

Entonces me crecí, apoyé la gasolina en mi coche y al tiempo que él volvía sobre mí, yo me le tiré a su cuello, con ambas manos. La pena es que él las quitó fácilmente y a mí me salía fuego por la nariz.

—pero si es que no sirves para nada, eres tonta, eres imbécil, has nacido para que te ordenen lo que tienes que hacer, no puedes estar sin un Amo.

—claro, claro, y aquí es donde viene la parte en que tú crees que se me ha mojado el chocho ¿no?

—es que se te ha mojado, lo tienes empapado ahora mismo, perra.

—mira, perro, es verdad que lo tengo mojado, pero solo porque estás más bueno que el pan no porque —y me callé para coger fuerzas.

—no porque te esté dominando, ¿no, perra?

Y hasta aquí por ahora. ¿Qué es lo que creen que sucederá? Pues si queréis que os cuente como sigue y como acaba esta loca historia, dejadme comentarios.

Y os dejo la foto de la Bellucci por si algún despistado (¿Cómo yo?) no la ubica.

Gracias si lo habéis leído.

 

 

 

(9,65)