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¿Sumisa? - Final

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Continúo con la historia que comenzó en “¿Sumisa?”

En ese momento, ya poniendo mis brazos en jarra (así con las manitas apoyadas en la cintura, como las asas de una jarra vamos), ladeando la cabeza al mirarlo de arriba de abajo, como queriendo menospreciarlo (queriendo, nunca diré que lo fuera a conseguir) dije:

—Tú crees que me estás dominando a mí? ¿A mamá?

Mi inconciencia no tenía límites. Estaba verdaderamente a merced de este desconocido. Podía hacerme lo que quisiera, dominarme, violarme, matarme. Opciones que no entraban en mis pensamientos, así que continué:

—Pero si no eres más que un puto pervertido, guarro y miserable… enfermo… psicópata, asqueroso.

Y dicho esto, oía la Marcha Triunfal de la ópera Aída de Verdi (vitoreada por el pueblo, por los sacerdotes, por todos los que estaban ahí) tan ganadora yo, ¡que gusto!

Y con esto de marchar triunfal, el tipo se venía acercando.

—Ni te me acerques —y reculé.

Pero o estaba sordo o yo no era lo suficientemente convincente y él emperrado en acercarse, con vaya a saber que oscuras intenciones. Lo que me obligó a seguir dando marcha atrás, como consecuencia íbamos los dos rodeando mi coche (tampoco es que fuera la hostia de grande así que ya os imaginaréis). Allí recordé a Benny Hill, y pensé, si esto fuera a cámara rápida, me salgo del cuadro y le dejo corriendo solo… bah, tonterías de las mías. Y me agarró del brazo y me tiró al suelo y se bajó la cremallera.

—Ni lo sueñes moreno —me levanté a toda prisa y puse distancia de por medio, la suficiente, no me preguntéis cuantos metros por favor.

Esto ya se estaba poniendo feo pero feo de cojones. Que yo no pudiera divagar en mis múltiples y variados pensamientos era una prueba irrefutable de ello.

—Tienes la farmacia de turno —señalándole la cremallera.

Al tío no se le movía ni un musculillo de la cara y yo comenzaba, ahora sí, a ponerme un poco nerviosa. Tenía todas las de perder y mi sentido del humor no estaba ayudando en lo más mínimo, así que tomé otro camino.

—Venga, va, gracias por la gasolina, súbete al coche y vete, que seguro te estarán esperando, y hagamos de cuenta que aquí no ha pasado nada, ¿vale chaval? Tú me perdonas el guantazo que te pegué y yo te perdono que, sin querer, me hayas tirado al suelo.

¿Quién iba a poder resistirse a mi plan conciliador, de perdón y olvido?

—CÁLLATE YA! —gritó con toda la fuerza que, presumo, era capaz.

No podía dilucidar lo que pasaría por su mente, pero ese grito era ya un punto. Un punto que me hizo sobresaltar y eso me jodía, vamos que si me jodía…

—Tú, como te llames, o me violas o me matas o te vas, pero no cuentes con mi consentimiento para las dos primeras opciones y te lo digo muy en serio.

—No vas a callarte.

—Ves? Pues ya me conoces un poco.

Se subió la cremallera y yo me desesperé cuando lo vi dirigirse a su coche.

—Pero ¿qué haces?

—Me marcho.

¡Uy! qué desesperación me entró, con lo bien que me lo estaba pasando yo, con el dominador−pervertido. Me acerqué, cogí el bidón de gasolina.

—Oye, ¿no se la pondrías a mi coche antes de marcharte?

Apoyado en la puerta de su coche, se lo veía abatido y resignado.

—Tú no tienes límites ¿no?

—¡Ja! Pero mirad quien fue a hablar, el Amo, el Master de la humillación.

En ese momento y centrándome con todo mi ser (que ya sabéis que me cuesta un potosí), pude verlo completamente perdido, a punto de las lágrimas si se quiere.

Y entonces, recordé los relatos y me pregunté: ¿qué hubieran hecho Txuso en lugar del pervertido este y Pequeñamorbosa en mi lugar? Difícil respuesta en ese momento tan dramático que estaba viviendo (bueno, ya no lo era tanto, de hecho, él se quería marchar). Pero podéis aprovechar y leer sus relatos para encontrar una respuesta (un click en sus nombres y os lleva directamente).

—Te voy a poner la gasolina —cerró la puerta de su coche y comenzó a avanzar hacia mí— con una condición.

—¿Ya estamos otra vez? ¿es que no se puede confiar en ti?

Como si le conociera de toda la vida, pero vamos, que tampoco.

—Contéstame ¿tú eres siempre así o te haces?

—Así como, despreocupada, vivaz, simpática, entradora…

—Insoportable.

Glup. Me quedé de piedra. Ya lo tenía frente a mí y se avecinaba tormenta.

—Me has quitado hasta las ganas de follar, de irme, de quedarme, de mear, de todo. Me has agotado tanto que ni la sola idea de pegarte, ponerte en cuatro, atarte con una cadena…

Le interrumpí con:

—Ajá.

—Cállate por favor, te he escuchado sin parar desde que tuve la puñetera idea de bajarme de mi auto con dos intenciones. Ahora escúchame tú a mí —como vio que iba a abrir la boca— Calla, por el amor de dios, calla.

—Es que las dos intenciones me pueden…

—¿Quieres que me ponga de rodillas? Te lo suplico.

—Vale, vale, ya me callo, anda sigue.

—Si hay algo que quiero, ponerte la puta gasolina y no volverte a ver jamás en mi vida.

Me mató. Realmente me conmovió. Sentí pena por él, por su vida, llena de mierdas, pises y cadenas y perras.

—Y lo de las dos intenciones ¿qué? Una era auxiliarme y la otra era someterme ¿no? ¿a qué sí?

Movía la cabeza de lado a lado, como quien no cree lo que acaba de oír. Pues yo fui lo suficientemente clara como para que lo comprendiera y lo creyera.

Me apoyé en mi coche, crucé los brazos y no le perdí ojo, tratando de entrar en su psiquis. Él se acercó a su maletero, sacó un palo, no sé para qué, volvió a mi coche, ahí echó la gasolina, el palo, yo que sé, cosas suyas.

—Oye ¿te quedarías más a gusto si te pidieras unas disculpas?

Se acercó con el bidón vacío.

—Toma —y me lo ofreció.

—¿Y qué quieres que haga yo con esto? —mientras lo cogía.

—Lo que quieras, lo guardas, lo tiras, lo que quieras.

Pues lo apoyé en el suelo y le seguí hacia su coche.

—Disculpame, yo sé que tú tienes tus problemas con esa perversión, pero tampoco es para que te pongas así.

Y estaba a puntico de subirse a su coche, casi un pie dentro, se giró, me cogió del pelo y me estampó un morreo que me dejó sin respiración.

—Fóllame —le dije con todos mis sentidos mientras él me abría de un tirón la camisa que llevaba— pervertido, amo de los cojones, fóllame —mientras me sobaba los pechos, me lamía los pezones…

Le cogí su cara para besarle con hambre al tiempo que mi pantalón caía y luego el suyo. Nos caímos sobre la hierba, le rompí su camisa con prisa, con furia, acaricié su polla dura y lo miré a los ojos.

—Esta es la única manera de hacer callar a mí, aprende.

Quité su slip, me puse de pie y lo arrojé lo más lejos que pude, luego me abalancé nuevamente hacia él que seguía tendido en el suelo. Le puse mi coño en su boca y chupé su verga mientras me corría muchas veces sin importame nada. Y allí estábamos los dos desnudos, deleitándonos el uno con el otro, haciéndonos gozar.

Me tumbé a su lado jadeando.

—¡Fóllame ya!

Como una orden imperiosa, se puso sobre mí y sin coger su polla, me la ensartó y yo gocé, gocé por tenerla dentro al fin, gocé porque ese roce que provocaba el movimiento de entrada y salida me estaba llevando al paraíso y gocé porque ese macho cabrío, pervertido de los cojones, estaba entregado, gozando y así se quebró en el aire con su corrida. Sentí como su cuerpo se tensaba y liberaba y se desplomó a mi lado.

—Lo siento, no pude contenerme más —le faltaba el aire— me has matado.

—No te preocupes, descansa un poco, ya continuaremos en un ratillo.

Comenzó a reírse, primero tosiendo un poco, por aquello de que le faltaba el aire.

—Es que no detienes ante nada tú jajajaja.

—¿Y por qué habría de hacerlo? Me llaman LaBellu ¿y tú?

—Daniel

—¿Pues sabes qué? Tengo sed.

Advertí en su rostro una sonrisa pícara.

—No, ni se te ocurra, porque hago una pajarita con tus pelotas ¿vale?

—Vale, vale. Pues habrá que ir a la gasolinera otra vez —y comenzó a reírse.

—Es que no has aprendido nada tú, machote.

Y dicho esto, y ahora con “We are the champions” en mi cabeza, me tiré a su miembro convertida en una depredadora de mucho cuidado.

Gracias por haber leído mi relato. Muchísimas gracias por haberlo comentado. Y a los que habéis leído, pero no comentado, espero que os hayáis pasado un rato agradable al menos. Esto no lo sabré porque no habéis dicho ni mu.

Y ya sabéis, si os ha gustado mucho pero mucho, mucho, coged todas estrellas (¡que es un 10!).

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